domingo, 15 de julio de 2018

Chris, el perro hablador

Hoy es mi cumpleaños. La celebración es en la casa de mi novio Cristian. Hay días en los que encuentro raro que mi novio se llame Cristian. No hay nada de malo con el nombre pero hay que tener en cuenta que mi nombre es Cristina.
¿Raro, no?
No importa. Hoy no es uno de esos días.
Llevo bebiendo tres vasos del “El licor rosa” de Leo, un amigo mío. Esa bebida no ha hecho otra cosa que estragos en mi estómago.
Sabe a jarabe para la tos.
Me lo llegué a terminar. Con sufrimiento pero lo terminé. Una buena amiga debe ayudar a un amigo, aunque prepare porquerías.
Leo está estudiando para ser un barman. He pensado en decirle que se dedique a preparar bebidas ya establecidas. Sus experimentos pasan de ser tan malo que marean a simplemente horribles.
-      Mi bebida hace que el Vodka parezca gaseosa calentada.
-      Si, marea mucho.- le respondí sobándome la cabeza con dos dedos. Los otros dedos y mi otra mano están ocupadas sosteniendo unos sándwiches.
Leo me iba a contar sobre los ingredientes y el proceso de preparación de su obra maestra. Esperaba que los anotara en un papelito y lo guardara en una caja de seguridad.
Varios amigos se lo llevaron. Ellos fueron más honestos con él. Le dijeron sobre los beneficios medicinales de su bebida.
Me volví a quedar sola. Terminé mis sándwiches. Cristian llegó tres minutos después, lo acompañaba su mejor amigo Rick, que llevaba un pastel y un gorro de fiesta.
Cristian llevaba una caja.
-      Feliz cumpleaños Cris.- me dio un beso largo. Esto provocó que varios de nuestros amigos gritaran e hicieran “wooo”. Tenía verdaderas ganas de hacerles recordar que esto no es un partido de Mundial.
Cuando nuestros labios se separaron Cristian me entregó la caja.
-      ¿Qué es?
-      Pensé que me extrañarías durante mi viaje así que te traje un poco de compañía.
Después de haber dicho eso.
¿Eran necesarias más pistas?
Abrí la caja. Dentro había un perro blanco, que me ladró débilmente.
Entre todos habíamos formado un círculo mediano. La principal atención se centraba en el cachorrito. Todos nuestros amigos sacaron sus celulares y una lluvia de “clics” aparecieron en la carita confundida del animal.
Los ladridos del perrito derritieron los corazones de los invitados.
Leo quería darle un poco de su licor rosa. Varios pares de manos lo alejaron.
-      Lo siento Leo. Está rico tu trago pero no creo que pequeño Chris tenga edad para beber.
-      ¿Lo vas a llamar Chris?- me preguntó Cristian.
-      Si, no le veo el problema.
-      Es hembra.
-      Chris es un nombre de los dos sexos.
Tras la llegada de la pequeña Chris la fiesta fue perdiendo fuerza. Su culminación fue sencilla como una estrella apagándose.
A medianoche la fiesta terminó.
Cristian y yo hicimos el amor tres veces.
Esperen un momento…ahhh…
Cuatro veces.
-      Te voy a extrañar.- le dije. Pasaba mi dedo por su estómago haciendo circulitos en su piel.
-      Solo me iré un mes, ¿Cuánto tiempo es eso? ¿Treinta días? Pasan volando. Te llamaré todos los días.
No dejaba de tocar el cuerpo de mi novio. No voy a poder hacerlo en treinta días. Esos debe ser como 1 millón de segundos.
Es mucho tiempo así que debo aprovechar el ahora.
-      Mira la hora.- Cristian miró su reloj- Son las cuatro de la mañana.
-      Deberíamos dormir.- sugerí con los ojos abiertos, imposibles de cerrar.
-      Dormiré en el avión. Ven aquí, preciosa.
Cinco veces.
Cristian tuvo que despertarme.
Ya estaba listo para irse. Tenía una taza de café en cada mano y una tostada en la boca.
-      Me tengo que ir. 
-      Te acompaño al aeropuerto.
-      No es necesario. Sigue durmiendo.
-      Te acompaño al aeropuerto.- repetí liberándome de la prisión de las sabanas.

La mejor prisión de todas.
Me duché, me cambié y rechacé la taza de café. Le dije que tomaría desayuno al regresar a la casa.
Nos subimos al auto y emprendimos el viaje directo al aeropuerto.
El pequeño Chris seguía durmiendo en una cama improvisada que todos le hicimos ayer. Era solamente una frazada que ya no usaba y una caja de zapatos que había perdido hace años.
Llegamos al aeropuerto a tiempo.
Nuevamente Cristian tuvo que despertarme.
Abrí los ojos. Los tuve que volver al cerrar por culpa del sol.
Lo acompañe hasta que subió al avión. Nos dimos un beso tan largo que duró cuatro minutos y cincuenta segundo más de lo esperado.
A mí no me molestó en absoluto.
Agité las manos mientras el avión se movía. Seguí haciéndolo mientras tomaba vuelo. Dejé de hacerlo cuando desapareció en el aire.
Tomé desayuno en la cafetería del aeropuerto. Una taza de café y dos pastelitos de vainilla. La dosis necesaria de carbohidratos y azúcar que me recetó el doctor.
Al salir del aeropuerto lo primero que hice fue pasar por el supermercado y comprar comida para perro, una cama hecha por profesionales, una pelota y una correa.
Cargué las bolsas a la puerta. Pude escuchar los pequeños ladridos de Chris.
-      Pequeño Chris, ¿Ya despertaste?
El perrito me respondió con otro ladrido.
Hacía un clima cálido y agradable. Más tarde sacaré al pequeño Chris a dar un paseo por el parque.
Cerré la puerta con mis pies. Esto hizo que el perrito lanzara un pequeño chillido de miedo y se alejara de mí.
No pude evitar reírme.
-      No te asustes, Chris. Cuando los humanos tenemos las manos ocupadas tenemos que usar los pies para las tareas correspondientes de las manos. Como por ejemplo, cerrar la puerta.
Hablando de tareas que solo se pueden hacer con las manos me había olvidado de comprarle un plato de comida.
Pensé en una solución rápida y temporal. Llené un taper viejo de su comida especial para perros.
La curiosidad humana no tiene límites. Lo digo porque probé un poco de esa comida. Mi conclusión es que se trata de comida para perros y solo para perros.
Llamé a Chris con silbidos y este vino corriendo. No sé si fue por mi llamado o por el olor de la comida. He leí en algún lado que los perros tienen el olfato más desarrollado que cualquier especie.
Lo dejé comer y me puse a ver la televisión.
Estaba dando una serie de una detective de apellido italiano que debe resolver el asesinato de un hombre de negocios.
La principal sospechosa es su ex esposa.
Voto por el mayordomo.
Cuando comenzó la tanda de comerciales fui a la cocina por un yogurt con cereal de granola.
Con el vaso en una mano y una cuchara en la otra me quedé viendo la resolución de ese emocionante crimen. Eran tan emocionante que el pequeño Chris no quería perdérselo.
Daba pequeños saltos y no dejaba de ladrar. Quería subirse al sillón para hacerme compañía. Me lo dijo al tocar los cojines con sus patas delanteras.
-      Mensaje recibido, campeón.
Levanté al perro y lo puse a mi lado. Seguí comiendo y viendo el capítulo. El perro se acurrucó hasta encontrar la comodidad. Luego postró los ojos en la pantalla. Pensé que se iba a echar a dormir.
Ya estaba cerca del clímax. La detective de apellido italiano estaba interrogando a la ex esposa en busca de una confesión pero esta tenía la coartada perfecta.
-      No mientas. Es obvio que tú eres la asesina.
-      No es ella.
Me atraganté con el yogurt. Casi me como la cuchara. Cuando pude recuperar la función de respirar me pregunté:
¿Quién dijo eso?
Estoy completamente sola y no creo en los fantasmas.
-      Puede irse señora Miller.- dijo la detective de apellido italiano.
-      En lugar de hacerme perder el tiempo con este interrogatorio deberían estar haciendo su trabajo.- dijo la señora Miller, mostrando una mirada desafiante.
La detective de apellido italiano no dijo nada.
Cuando la señora Miller salió de escena, moviendo el trasero de manera arrogante, la detective bebió un poco de café y se frotó las sienes.
-      No es ella.
-      Te lo dije. No es ella. El asesino es el hermano de la víctima, Raymond Miller.
-      ¿Chris?
-      No, Raymond Miller. No hay ningún Chris en la historia.
-      Chris, estás hablando.
-      Si.- el perro volteó para verme.
Sus ojos eran de color miel. Había restos de comida marrón en su hocico y bigotes.
-      No nos hemos presentado bien. Mi nombre es Chris.- El perro acercó su pata hacia mí.
-      Soy Cristina.- le agarré la patita y le di el saludo más extraño de toda mi vida.
Desde este momento lo que sea que pasara en la televisión había perdido mi interés. Chris lo había reemplazado. Mejor dicho su habilidad para comunicarse con las palabras lo había reemplazado.
¿Cómo mierda puede hablar?
Pero al pequeño Chris le interesaba la resolución del caso de la detective de apellido italiano.
La televisión estaba en volumen alto. La explosión se sintió, al menos en sonido. Mi piel seguía intacta, excepto por las quemaduras del sol.
-      ¡Raymond Miller!. Estas arrestado por el asesinato de Thomas Miller.


Raymond, que vestía un traje barato, sonrió con toda la seguridad del mundo. Esto no impresionó a la detective.
Ya debe estar acostumbrada a este tipo de psicópatas.
-      No puedes arrestarme. No tienes evidencias.
Detrás de Miller había un edificio reducido a cenizas. La detective sonrió, sin dejar de apuntar con su arma le dijo:
-      Tienes razón. Estoy con las manos atadas. Arrestarse solo significaría más papeleo para mí.
-      Y una mala imagen para el departamento de policía de Chicago.- Raymond se rio-. Hace unos días Tommy cambió su testamente para darme toda su fortuna y a la zorra de su esposa. No podía, ni quería, esperar unos cincuenta años para tener ese dinero en mis manos. Solo tuve que acelerar el proceso.
-      Tienes una lengua muy larga, Ray.
La detective sacó del bolsillo de sus pantalones una grabadora. Presionó el PLAY. Cada una de las palabras de Raymond se repetía con mucho eco.
-      Raymond Miller queda usted arrestado por el asesinato de Thomas Miller. Todo lo que diga será usado en su contra en una corte…
El pequeño Chris se echó de panza en mi regazo.
-      Te lo dije. Él era el asesino.
-      ¿Cómo lo averiguaste?
-      Deducción.
Nuestra conversación iba a continuar pero el celular sonó. Era Cristian. Sonreí de felicidad.
Presioné el botón verde y dejé que me hablara.
-      Hola amor.
-      Hola cariño, ¿Llegaste?
-      Si, acabo de salir del aeropuerto. Voy a tomar un taxi al hotel. No tienes idea del calor que hace acá.
-      Ni me lo digas. Aquí también hace un calor infernal. Parece que el sol se ha empeñado en hacerme sudar.
Christian se rio a carcajadas
-      Siento que mi cerebro está hirviendo. Necesito urgentemente una gaseosa helada y una oficina con aire acondicionado. Por cierto, ¿Cómo se encuentra el pequeño Chris?
El pequeño Chris me interrumpió poniendo su pata en mi pecho y su nariz mojada en mi cara. Puse la mano en el teléfono y moví al animal de mi cuerpo.
-      ¿Qué te ocurre?
-      No quiero que le digas que puedo hablar. Quiero que sea un secreto entre las dos.
Asentí con la cabeza.
En el fondo dije: “Ni hablar”.
Esto lo tiene que saber Christian.
Lo tiene que saber todo el mundo.
-      Cristian. Tengo algo muy importante que decirte. Es sobre el pequeño Chris…
No pude decir más. Un par de dientes me mordieron la muñeca. Me hizo gritar de dolor. Los nervios mandaban mensajes de dolor. Sentía que en el cualquier momento esos dientes iban a tocar el hueso.
Solté el celular, que hizo un ruido al caer. Pude escuchar a Christian decir: “Cristina, ¿Qué está pasando?”
Chris alejó mi celular con sus dientes. La puso en el suelo pantalla arriba. Con su pata presionó el botón rojo. Me froté el brazo herido, que a la para llenaba la otra mano con sangre.
El celular sonó de nuevo. Era Cristian. El pequeño Chris volvió a presionar el botón rojo colgando la llamada. Cristian hizo dos intentos más.
Mismo resultado.
El celular vibró, lo que significaba que Cristian había enviado un mensaje.
-      Aquí dice: “No sé qué es lo que ocurre pero ya hablaremos luego. Acabo de encontrar un taxi. Pararé a comer algo y después me iré a la mina. Te llamo en la noche. Te quiere Cristian”. Luego escribió muchas Xs y Os.
Iba a preguntarle si sabía leer pero estaba hirviendo de rabia. Me levanté de un salto y me acerqué al animal. Mi sombra lo cubrió por completo.
-      Dame ese celular.- le dije. Algo de saliva se escapó de mi boca. Debo parecer uno de esos animales rabiosos que salen en las caricaturas.
-      Creí que podríamos ser amigos pero los humanos siempre se las arreglas para arruinarlo todo.
-      No me importa tu opinión de la humanidad. Solo quiero mi celular de vuelta.
-      ¿Te importa más un celular que la vida de otro ser?
No respondí, ¿Qué podía responder ante esa pregunta? Nos quedamos en silencio por un rato.
Solo quiero mi celular para hablar con mi novio.
Por Dios Cristina es solo un perro. Quítale el celular y asunto arreglado.
Extendí la mano hacia el preciado teléfono. El pequeño Chris se puso en posición de ataque, con las patas separadas, el pelo parado. Eso lo hacía ver más grande de lo que es. Sus ojos estaban cargados de una furia asesina.
-      No te lo daré. No, hasta que aprendas a portarte bien.
-      ¿Portarme bien? Yo te voy a enseñar el verdadero significado de “portarse bien”
-      ¿Lo ves? Esa impertinencia tuya fue lo que destruyó nuestra relación en primer lugar.
Chris retrocedió. Debe estar consciente de la diferencia de tamaños. Aun así no bajaba la guardia en lo más mínimo. Me puse de rodillas para recuperar mi teléfono.
El perro lo soltó.
-      Si eres un perro, yo seré una buena ama. Solo quiero un poco de obediencia.
No me respondió. Se quedó mirando el suelo.
-      Buen chico.
Recuperé mi celular. Estaba lleno de baba y la pantalla tenía las marcas de sus mordiscos.
-      Si no funciona; tú y yo haremos un largo viaje a la perrera.
El perro me gruñó. Más fuerte.  Escucharlo gruñir hizo que se me pusiera la piel de gallina.
No sabía por qué. 
Mi cuello estaba expuesto y el pequeño Chris lo sabía.
De un salto me mordió en el cuello. Lo golpee en la cabeza pero no me soltaba.
En mi caso, yo solté mi celular.
Chris me soltó. Agarró el celular con los dientes. La pantalla negra de mi celular se manchó de rojo. Chris pasó de mí. Yo no podía moverme, esos mordiscos me provocaron mareos.
Estaba de rodillas al suelo, como si quisiera hacer una plegaria:
“Dios, por favor extingue a todos los perros. Comenzando por Chris”.
El pequeño Chris había desaparecido y la ventana estaba abierta. No había que ser Sherlock Holmes para conectar los puntos.
Como si fuera una especie en proceso de evolución primero me arrastré para luego gatear y finalmente caminar. La cadena evolutiva premiaba a los más fuertes y yo, un homo Sapiens, no iba a permitir que un perro me haga la vida más difícil.
Abrí la puerta en busca de algún perro blanco salido de las profundidades del infierno.
Lo encontré.
Con mi celular en su hocico.
Parado muy cerca de una alcantarilla sin tapa.
-      ¿Qué vas a hacer?
El pequeño Chris soltó mi celular dentro de la alcantarilla. Creo que eso fue una respuesta. Mi teléfono hizo un “splash” cuando chocó con litros y litros de agua estancada.
-      ¿Qué has hecho, pequeño monstruo?
-      Hoy comienza el primer día de tu entrenamiento. 
Se dirigió a la casa con pasos triunfantes.
¡Oh, no! Eso sí que no.
Corrí hasta la puerta y la cerré dejando a Chris afuera.
Empezaron los ruegos:
-      Por favor Cristina. Solo quiero hablar. Está empezando a hacer frio y otra vez tengo hambre.
Eso debiste haber pensado antes de arrojar mi celular. Diviértete comiendo de la basura. Debe haber algunos envases de yogurt con unas gotitas de yogurt dentro. Buen provecho.
-      Por favor…
Cambió las palabras por los aullidos. Unos aullidos muy ruidosos. Para aplacar ese ruido creé otro. Subí el volumen del televisor hasta que los disparos de la película de guerra los sintiera en mi propia piel.
Acompañó los aullidos con ladridos.
Lo mejor que podía hacer era ignorarlas y seguir viendo la película. Uno de los personajes empezó a hablar acerca de enviar un mensaje decodificado a otras tropas para acabar con el enemigo…
Me dio una idea.
Apagué el televisor y los ladridos y aullidos se convirtieron en un concierto tortuoso para mis oídos.
La volví a encender. El ruido de las balas aplacó los ladridos del pequeño Chris y los soldados, bañados en lodo alemán, me servían de compañía.
Abrí mi correo electrónico. Rogué que Cristian tuviera acceso a internet en las minas. Relajé los nudillos y le di un trago a una botella de agua que tenía cerca.
Apenas mis dedos tocaron el teclado, la puerta sonó con furia. Los golpes podían competir con los disparos de la película, e iban en aumento.
¿Quién será?
Los ladridos cesaron. Ojalá el pequeño Chris haya encontrado un cubo de basura cálido para dormir.
Suspiré.
Ojala encuentre un dueño que lo soporte.
Abrí la puerta, y parece que mi último pedido se había vuelto realidad. Nuestro vecino el señor Acuña sostenía a Chris en sus brazos arrugados.
El perro volvió a ladrar. No fue un ladrido de súplica. Fue uno de felicidad, como si dijera: “me alegra mucho volver a verte ama”.
El señor Acuña se rascó la calva antes de empezar a hablar.
-      ¿Este es perro es tuyo Cristina?
Enmudecí. No sabía que responder. Si le digo que si me lo regresara. Si le digo que no; lo enviará a la perrera.
Un momento, ¿Por qué estoy dudando?
-      No, no es mío.
El pequeño Chris acercó su pata derecha a mis manos, que terminé alejando, haciendo que el señor Acuña levante una de sus cejas pobladas.
-      Parece que te conoce. Mucho.- se dirigió al perro. Los dos juntaron sus narices- ¿No es así pequeñito?
El perro contestó a la pregunta con más ladridos de alegría:
“Si, si, ella es mi ama. La conozco desde hace un día y la quiero”.
El señor Acuña dejó de mimar al perro para dirigirse a mí con unos ojos tristes. Parecen los ojos de alguien que ha visto más horrores que la persona promedio.
-      Este perro es tuyo, ¿Cierto?
Asentí
-      ¿Por qué lo negaste?
Porque arrojó mi celular a una alcantarilla. Era nuevo. Cualquier otra personas lo había mandado a China, en un viaje solo se ida.
-      Este perro habla.- dije.
El señor Acuña se quedó inexpresivo ante mi respuesta. Tal vez esté buscando la expresión más adecuada en el enorme archivero de su cerebro.
Sorpresa, terror, diversión o las tres al mismo tiempo.
No eligió ninguna. La alarma de su reloj sonó. Un “pin”.
-      Es hora de mis medicamentos.
El señor Acuña me entregó al perro. Yo lo recibí con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja. Si pudiera escuchar mis gritos internos se habría quedado sordo.
-      Criar a un perro es mucha responsabilidad. Necesita muchos cuidados pero la recompensa es enorme. Tendrás un amigo fiel para toda tu vida.
Lo más probable es que muera 50 años antes que yo, pensé sin encontrar ningún consuelo.
-      Adiós
Cerré la puerta sin asegurarme que el señor Acuña se haya ido del todo.
En el primer segundo de estar solos el perro me mordió. No tan fuerte como antes. Solo lo suficiente para soltarlo.
-      ¡No vuelvas a dejarme afuera, a menos que yo quiera salir!, ¿Me has entendido?
-      Si no fuera por el señor Acuña tú nunca habría entrado a esta casa.
-      Deberíamos agradecérselo. Tal vez le enviemos flores a su tumba cuando muera en seis meses.
-      ¿Morirá en seis meses, pequeño Chris?- esa información me asustó.
-       Los perros sabemos eso. Créeme.
El pequeño Chris se fue a la cocina con la cola levantada. Se dio la vuelta y me miró con ojos desafiantes.
-      Otra cosa. No me llames “pequeño Chris”
-      Chris es un nombre de los dos sexos.
-      No me llames pequeño. Es ofensivo. En menos de un año llegaré a tu cintura.- siguió su camino-. Tengo hambre. Espero que tengas algo de comer en esa deprimente cocina.
Caminé con los pasos de un muerto viviente a la cocina. No estaba el jodido perro por ningún lado.
Una explosión me alertó.
Dejé a un lado mi estado zombi para correr a mi estudio.
Ahí estaba el perro.
Ahí estaba el perro orinando en mi laptop. La computadora echaba humo. Otra explosión hizo saltar al animal. En su infinita inteligencia no sabía que era lo que ocurría cuando mojabas una computadora.
Si esto ocurriera en una universo paralelo o en la laptop de otra persona me parecería una escena chistosa.
Pero no. Ocurrió con mi laptop. Una que todavía no había terminado de pagar.
-      Le estabas mandando un correo a tu novio, ¿No es así?
Si vuelvo a escuchar esa vocecita voy a explotar.
-      Te lo llevo diciendo todo el día. No le digas a nadie a mi don de hablar.
-      ¿Acaso tengo que pedirte permiso para hablar con mi novio?
El perro movió la cabeza de un lado hacia otro.
Sacó la lengua. Creo que eso quiere decir que tiene sed.
-      No, no, no. Nuestra convivencia no tiene por qué ser así. Puedes hablar con tu novio de todas las tonterías que hablan los humanos. Lo que no puede hablarle es de mí. Ahora que lo pienso. Si, puedes hablarle de lo adorable, obediente y cariñosa que soy. Puedes hablarle de lo que buena perra que soy.
-      Definitivamente eres una perra. Una puta muy malvada.
-      Ese lenguaje grosero es algo más que debemos corregir para tener una convivencia pacífica, pero lo haremos en otros momento. – Las dos miramos la computadora, convertida en un costoso pisapapeles con olor ha meado-. Tengo hambre. Hasta podría aceptar esa comida reseca que me diste en la mañana. Lo que si debemos hablar es de mis cuidados alimenticios. Más tarde te dictaré los alimentos que quiero que me compres.
El perro pasó el lado de mis piernas. Se sentía una ganadora. Sin embargo no sabía lo que nos diferenciaba a las dos. Yo soy más grande y más fuerte.
La agarré del pescuezo. Las levanté a la altura de mis ojos, que parecían dos volcanes en erupción.
-      Te has portado muy mal.
El perro se retorcía. Solo tenía que poner más presión en mi mano. Lo alejé de mi cara para que no pudiera morderme. No sé reconocer las expresiones de los animales pero puedo deducir que en este momento está asustada.
-      Has sido una perra muy mala.- inevitablemente hice la voz de un asesino serial de película de terror.
-      Podemos hablarlo, Cristina, podemos hablarlo.
-      ¿Hablarlo?, pero si los perros no hablan.
Parecían que Chris me iba a pedir perdón y se iba a comportar como lo que debió haber sido: un animal doméstico.
Me mordió en la mano.
La solté. Cayó de patas al suelo. A diferencia de los gatos sus patas no amortiguaron su caída. Aun así pudo correr lo más lejos de mí.
No podía perseguirlo.
Primero tenía que lavarme la herida y desinfectarla. Cuando mi mano esté limpia y vendada me las va a pagar todas, con intereses.
En el baño me tomé unas pastillas para el dolor. La venda no estaba muy bien hecha. Parecía la mano de una momia descuidada.
Sea como sea estaba lista.
Lista para la venganza.
¿Dónde se ha metido ese animal?
Lo supe antes de tiempo y la respuesta me aterró.
Estaba en mi cuarto. Era la única puerta en toda la casa que no estaba cerrada.
Golpeaba la puerta con todas mis fuerzas. En la puerta de mi cuarto había una manualidad que había hecho hace años que decía. Cuarto de Cristina.
-      Me he dado cuenta que si no hay un muro entre nosotras no podremos hablar como dos seres civilizados. Ahora estoy consciente de nuestra diferencia de tamaños y tu obvia ventaja al respecto. Así que hago esto por nuestra seguridad.
-      Espera a que encuentre la llave. Yo te voy a enseñar lo que es la seguridad.
-      ¿Es una llave que tiene un llavero con forma de corazón?
-      Si- respondí con nerviosismo.
-      Yo la tengo. Está en un bol pequeño, junto con otras llaves.
-      Maldita sea.- dije golpeando la puerta.
-      Tienes mucha tensión acumulada dentro de ti. Te recomiendo que…
Di un golpe a la puerta tan fuerte que mi mano enrojeció. Tenía los ojos bañados en lágrimas y cansancio.
-      Mira, guárdate ese falso intento de empatía donde mejor te quepa.- se lo dije con la mejor calma que mi cuerpo volcánico podía ofrecer- Todo esto es tu culpa.
-      ¿Por qué iba a ser mi culpa? Yo no he hecho nada malo. Solo quiere mantener una relación agradable para las dos.
Me reí.
No me había dado cuenta del tono de voz de Alvin y las ardillas que tenía Chris al hablar.
-      Sí, claro.- mi sarcasmo fluía-. Quieres una buena convivencia entre nosotras lo para lograrlo destruyes mis cosas.- aplaudí tan fuerte que me dolió. Mis manos estaban rojas- Bravo.
-      No tenía otra opción. Querías revelarle mi secreto al mundo.- Chris se rascó en alguna parte de su cuerpo. Solo escuché como sus patas rascaban la piel.- Admito que estoy exagerando. Ibas a revelar mi secreto a tu novio. Eso es de menor escala que todo el mundo pero no deja de ser un peligro para mí.
-      Si tanto quieres mantener tu preciado secreto, ¿Por qué me hablaste? ¿No hubiera sido mejor que te quedaras ladrando, lamiendo tus partes y oliendo tu propio trasero?
Chris me ladró varias veces. Con sus uñas araño la puerta con fuerza y pasión.
-      ¿Tienes idea de lo que es tratar de comunicarte con alguien y que ninguno de los dos pueda llegar a algún punto porque los medios son diferentes? El mero acto de conversar se convierte en un infierno.
Me froté la barbilla. Mis piernas se estaban cansando de tanto estar parada. Me senté. Cuando me puse cómoda mi estómago me pidió algo de comer.
No había remedio.
-      Voy por algo de comer.
-      ¿Podrías traerme algo?
-      Justo te iba a preguntar eso.
Regresé con mi clásico yogurt con granola, una bolsa de papas fritas con sabor a queso y un paquete de pastelitos rellenos de crema.
-      Traje papas y pastelitos.- le informé.
Chris lo pensó por unos segundos. Esos segundos se convirtieron en minutos.
-      Decídete de una vez.- golpee la puerta tres veces.
-      Papas, por favor.
Arrojé las papas por un agujero rectangular, que estaba encima de la puerta. La bolsa, abierta, cayó al suelo y varias papas salieron del empaque.
-      Gracias.
-      Como digas.
-      ¿Por qué eres tan ruda?- me preguntó. Su voz sonaba algo distorsionada.
Debe estar comiendo rápido. Yo también hizo lo mismo. Me devoré el primer pastelito de un bocado. Cuando tragué el pastelito, que era tan grande que apenas cabía en mi boca, le respondí:
-      No soy ruda. Lo que pasa es que no tolero que alguien orine en mis cosas. Sobre todo si son tan valiosas como mi computadora.
-      Era un sacrificio necesario para enseñarte a respetar la privacidad de tus semejantes.
-      Una lección que me costó 5000 soles.- esto lo dije con melancolía. Una lágrima se paseó por mi mejilla para morir en mi boca.
El perro suspiró.
-      Perdón si fui demasiado brusca a la hora de transmitir mi mensaje. Creí que la perdida monetaria ayudaría a la mejor comprensión de la lección y así evitar que se repita. Deduje que era una computadora cara, pero no sabía que tanto. Pensaba que solo costaba unos 100 soles.
Se nota que no sabe lo que puede costar una computadora.
-      Te perdono.
-      No me pareció una disculpa sincera. Tu voz se notaba demasiado falsa.
-      ¿Ahora sabes leer el tono de voz de las personas? Estoy empezando a pensar que eres más inteligente que yo y…
-      Lo soy.- me interrumpió.
-      …no me gusta nada. Me toca preguntar, ¿Por qué eres tan arrogante? Desde que te conozco solo te has definido a ti misma como la última chupada del mango.
-      En primer lugar, jamás he usado el término “la última chupada del mango”. Suena repugnante. En segundo lugar soy única en mi especie. Mientras mis demás compañeros caninos se pasan el día ladrando, teniendo miedo de sus propias colas y lamiéndose los genitales yo pensaba y formulaba preguntas sobre mi propia existencia. Por ejemplo: ¿Cómo alguien con tanto intelecto puede sobrevivir en un cuerpo tan indigno?
-      Un perro con dudas existenciales. Ahora si lo he visto todo.
-      ¿Has visto a un perro tener tres orgasmos seguidos?
-      No.- respondí con una expresión indescifrable. Medio pastelito se mantenía en mi boca abierta. Cuando la cerré este cayó al suelo.
-      Entonces no lo has visto todo. Por cierto, ¿Me pasas uno de esos pastelitos? Huelen muy bien.
Lancé un par por ese agujero rectangular. Chris me dio las gracias con la boca llena. Debe gustarle mucho los pastelitos de crema. Tal vez la alimente con eso de vez en cuando.
Muy de vez en cuando. Esos pastelitos tienes demasiada grasa y eso no es bueno para su esbelto cuerpecito.
Cuando terminó de comer me dijo:
-      Sé que hemos empezado con el pie izquierdo.
-      ¿No querrás decir la pata izquierda?- me reí de mi propio chiste pero a Chris no pareció hacerle gracia.
-      ¿Podrías no interrumpirme? Por favor.
Me disculpé entre risas. Chris ignoró mi comportamiento inmaduro y siguió hablando.
-      Sé que hemos empezado con el pie izquierdo y pido disculpas si mi actitud no fue la adecuada y creo que tú deberías hacer lo mismo. De verdad me agradas y pensé que podríamos ser amigas. Fue por eso que decidí hablar.
-      Las amigas no orinan en las cosas de sus amigas.
-      Ya te pedí perdón dos veces. ¡Supéralo! No puedo creer lo apegados que están los humanos por sus posesiones materiales.
Mi termómetro interno estaba ardiendo pero mantuve la calma con pequeños ejercicios de respiración.
-      No hablo con humanos porque tengo miedo de lo que puedan hacerme. Sabes muy bien lo curiosos que son. Ya estuve en un laboratorio y no me gustó la experiencia.
Me bebí el último trago de yogurt. Por poco lo escupo, el yogurt tibio sabe horrible. No lo hice porque sabía que eso podría arruinar nuestra situación diplomática.
-      Este bien. Te prometo que no le contaré a nadie que puedes hablar.- se me formó un nudo en la garganta cuando iba a decir lo siguiente-. Y te pido perdón si te traté mal o te dije algo hiriente.
-      Disculpa aceptada. Te pido que lo pongas todo por escrito en un contrato para que nuestra convivencia quede expresada en un papel.
-      ¿Cómo? Mi computadora está…fuera de servicio.
-      Según tengo entendido los humanos solían escribir a mano.
Hicimos un contrato de dos hojas escrito con mi mala caligrafía. Chris la resaltó con el rojo de sus críticas y yo le respondí que al menos sé escribir. Antes de que comenzara otra discusión firmé el contrato y Chris usó su pata.
Pasó las llaves debajo de la puerta. Por fin pude entrar a mi cuatro. Chris me miraba con unos ojos felices y moviendo la cola.
Yo bostecé.
-      Formar una relación diplomática con un perro me ha dejado hecha polvo, ¿Quieres dormir conmigo? No muerdo.
Le mostré la mano vendada.
-      Los humanos tienen un sentido del humor muy raro.
-      Solamente yo.- me señalé para señalar mi punto.
-      Vi una cama fabricada especialmente para mí. Preferiría dormir ahí.
-      Como quieras.
Le preparé la cama. Cuando Chris se acomodó me dio las gracias y me deseó las buenas noches.
Yo hice lo mismo.
Echada en la cama. Antes de cerrar los ojos y volver a entrar a la prisión de las sabanas pensé: que gran historia.
Muero de ganas de contárselo a Cristian.