martes, 17 de abril de 2018

El parasito


Un meteorito cayó en las tierras de George; sin embargo George estaba demasiado ocupado como 
para darse cuenta.

George trataba de ver las noticias en su televisor en blanco y negro con antena. “Trataba” era un término muy apropiado. George se ponía y se quitaba los lentes, entrecerraba los ojos pero siempre obtenía los mismos resultados: una estática gris de lo que antes solía ser una atractiva reportera.

George intentó reparar el televisor dándole un par de golpes. Esto solo provocó que se viera una imagen más abstracta y escuchara los sonidos agonizantes de un televisor moribundo. La antena tampoco era de mucha ayuda.  La estuvo moviendo por todos lados (de izquierda a derecha y viceversa)

Nada.

George dejo su interpretación de reparador de televisores, se fumó un cigarrillo y dijo:
-          
      - La radio tampoco funciona. No hay nada que hacer aquí.

Usó la poca fuerza que le quedaba para mover la mecedora fuera de la casa y disfrutar de un poco de la naturaleza. La noche le daba un ambiente hermoso y las estrellas eran un excelente adorno.

Se sentó y aplastó el cigarrillo que ya había terminado de fumar. Sacó otro y repitió el mismo proceso (encender, fumar, terminar y aplastar).

George bajó la mirada. Todo se veía tan tranquilo y tan marrón. No había crecido nada en sus tierras desde hace años. Esto deprimió a George. Volvió a mirar el cielo para ver si el espectáculo de luces naturales lo animaban, siquiera un poco.

No funcionó.
-        
          -  Hora de dormir.- dijo George mirando su reloj. Eran las 8 de la noche.

Se levantó y movió la mecedora adentro de la casa. Tenía la mano en la puerta, listo para cerrarla pero un poco de humo lo alertó. Con la ayuda de sus lentes pudo ver que el humo provenía de un agujero a pocos metros de su casa.

George notó que salía un resplandor verde del agujero. Aun así caminó con cuidado hacia el mini cráter.  Dentro había una pelota, o un objeto parecido a una pelota, de color verde y cubierto de tierra.

George deseó haber traído unos guantes de cocina, o unos más resistentes.

Esa bola era un tesoro intergaláctico.

Podría valer millones.

Podría valer 500 soles.
-          
      - Sea como sea con ese dinero podré comprar un televisor nuevo. – dijo George con mucho entusiasmo.

Se dio la vuelta y solo dio diez pasos cuando sintió el pinchazo.
-        
           -   Malditos mosquitos.-  se quejó George mientras se rascaba la espalda en busca del trozo de piel que el mosquito picó. Debe estar enrojeciendo.

El agujero había salido de la bola espacial, el tesoro de otra galaxia de 500 soles.

George quería moverse pero su cuerpo se lo impedía. El dolor se fue extendiendo por todo su cuerpo en busca de víctimas.

Su estómago fue la primera víctima.

George estaba sufriendo mucho. Era como un bombardeo de pequeñas bombas nucleares dentro de su cuerpo.

Su hígado, sus riñones y su corazón fueron las siguientes víctimas.

Primero escupió sangre.

Luego vomitó sangre.

Finalmente expulsó todos sus órganos hasta formar un charco de tripas.

La tierra absorbió la sangre y los órganos la adornaron.

El parasito había conseguido un nuevo huésped.

Después de múltiples intentos y un problema con las rodillas temblorosas el parasito pudo controlar el cuerpo de George y obligarlo a ponerse de pie.

Caminar; ese es otro tema.

Con su pie, cubierto de una bota negra, pisó el estómago del antiguo George hasta convertirlo en papilla con un “plop”.

Otro paso más e hizo un “crack”. El parasito movió su pie para ver qué cosa había pisado. Un par de anteojos insignificantes.

Salió de la granja de tierra de George y se encontró con un suelo más duro y firme. La pista había sido asfaltada hace un par de semanas. Para el parasito era más cómodo caminar por la pista que por 
la tierra.

El parasito aprendía rápido.

Ahora quería aprender a correr.

El parasito estaba corriendo. Sus pasos eran mucho más rápidos y uso los brazos para darle un poco de velocidad y dinamismo.

La única iluminación que acompañaba al parasito eran los pocos postes de luz que aún funcionaban.  
Sus ojos no estaba en su mejor momento, solo veía manchas anaranjadas y grises. Una luz amarilla potente lo encegueció. Ese enorme destello de energía le quemaban las pupilas.
-        
        -   ¡Arggg!- gritó el parasito, que aún no sabía cómo funcionaban las cuerdas vocales de un ser humano.

Los años de vida de George le habían costado un alto precio.

Ese precio eran sus oídos.

El parasito no pudo oír el claxon.

El golpe de la camioneta lo mandó volando varios metros en el aire para terminar aterrizando en una pista rugosa.  El conductor temblaba en su asiento. Su conciencia lo torturaba. Quería bajarse de su camioneta, atender al herido, llevarlo al hospital y salvarle la vida.

No hizo nada de eso.

Las botellas de licor y las preguntas de los doctores y enfermeras lo aterraban. El terror superaba a la culpa. El cuerpo no se estaba moviendo, ya era demasiado tarde. Pisó el acelerador y se fue dejando al parasito sangrando en lugares donde no sabía que podía sangrar.

El parasito se movía. Se movía como una tortuga volteada. Le era imposible levantarse. Sus piernas estaban rotas (el hueso era visible), las costillas y la columna compartían el mismo destino.
El parasito había conseguido el dolor.

No le gustaba nada. El cuerpo había quedado inservible. Tenía que salir de ahí inmediatamente.

El parasito salió por la nariz. Le fue muy difícil porque tuvo que andar entre mucha sangre coagulada.
Estando afuera el parasito recibió un regalo de bienvenida del planeta tierra: unos vientos helados. Si no encontraba otro huésped iba a morir.

El sonido de una lengua bebiendo captó su atención. Un perro huesudo de color gris estaba lamiendo la sangre de George. Se tomaba su tiempo para beber, como si supiera que no tendría otra oportunidad así en varios días, quizá semanas, y debía saborear cada lengüetazo.
Perfecto, pensó el parasito.

El animal estaba recostada panza al suelo. Solamente su lengua era la única que trabajaba. Esto le dio la oportunidad al parasito de entrar por su oreja.

El perro dejó de comer. Comenzó a salir sangre de su hocico (la de George y la suya).
Se repitió el proceso.

Fuera órganos y bienvenido señor parasito a su nuevo hogar; no es mejor que el anterior peor el plan debe continuar.

A diferencia de George el perro tenía cuatro patas así que le fue más complicado aprender a caminar. Lo hacía torpemente y sin gracia.

La fase 1 estaba completa. Había conseguido un huésped.
Ahora seguía la fase 2. Tenía que encontrar un lugar poblado de humanos para la reproducción a gran escala.


La invasión comenzó. 

domingo, 8 de abril de 2018

El lapicero

Un lapicero es un objeto muy útil. Te puede servir para muchas tareas...ahora que lo pienso; no, no tantas realmente. Un lapicero sólo te puede servir para escribir. Un lápiz te puede servir para escribir y dibujar y los colores, para escribir dibujar y pintar.

Sin embargo yo he usado un lapicero, el más bonito que he visto en mi vida, para algo más que escribir.

Lo he usado para defenderme de un ladrón.
 
El ladrón yacía panza al suelo con un lapicero, que cumplía la función de daga, clavado en su espalda. Era un lapicero dorado con puntos rojos. 

La sangre de un muerto es mucho más inútil. Sólo sirve para manchar la alfombra. 
Raúl va a matarme.

Hablando del rey adormilado Raúl llegó a la sala sosteniendo unos audífonos de marca. Tenía el rostro de un hombre amargado pero cansado. 

- ¿Que está pasando aquí?- preguntó.

Yo le iba a responder pero Raúl estaba ocupado quitándose las legañas. Cuando pudo ver con más claridad ya no necesitaba preguntar. Un breve vistazo bastaba y sobraba. - Este tipo nos iba a robar. Me apunto con una pistola pero se distrajo. Vi mi oportunidad y la aproveché.

Quería añadir más detalles para quedar como un héroe pero los gritos de Raúl me hicieron perder el hilo de mi propia historia. 

- ¿Que has hecho idiota?

- Te lo juro, fue en defensa propia...

- No me refiero a eso. 

¿Huh?

Sacó el lapicero de la espalda del muerto. Esto provocó que sangre y líquido espinal le salpicaran la cara. Raúl se limpió con la manga de su polo sin inmutarse. 

- De todos los lapiceros que hay en esta casa, ¿Tenías que apuñalarlo precisamente con este?

- Era el único que tenía en la mano. 

- ¿Has escrito algo con él?

- No

Raúl siempre me decía que tenía el cerebro del tamaño de una nuez. Debe ser cierto porque mi diminuto cerebro no puede entender porque tanto jaleo por un lapicero. 

Raúl salió corriendo de la sala dejándome sólo con el cadáver, que ya empezaba a apestar. Regresó con una cajita dorada (más dorada que el lapicero). La cajita estaba abierta y tenía un fondo de tela rojo. 

- Esta caja tenía una combinación indescifrable, ¿Como la abriste?

- Soy bueno con los acertijos. - tu cumpleaños no es una combinación indescifrable. 

- Cuando encuentras una caja cerrada y con una clave sabes que lo que hay adentro es algo privado. Es sentido común.

- Se me acabaron los lapiceros. Cuando vi la caja tenía que abrirla, no podía competir con mi propia curiosidad. - Raúl no se compraba mis explicaciones.- siéndote honesto no veo que tiene de especial ese lapicero, fuera de su diseño que es muy bonito. - lo repensé-. Ahora ya no lo es. Está manchado de sangre.

- No es un lapicero ordinario. 

Raúl agarró uno de mis cuadernos, buscó una página en blanco y comenzó a escribir. Movía su brazo izquierdo para hacer el acto de escribir pero las palabras no quedaban marcadas en el papel. Culpo de todo al lapicero.

- No sirve.- dijo con mucho desgano. Es oficial. Raúl quería aumentar el impacto dramático de esta escena porqué me miró a los ojos cuando me dijo lo siguiente: 

- Necesitamos conseguir otro.
 
- Son las dos de la mañana. Todas las librerías están cerradas.

- Este lapicero no se consigue en ninguna librería. Es un lapicero mágico. Lo que escribas se hará realidad. - Raúl se me quedó mirando por unos segundos. Y luego dice que soy yo al que se le apaga el cerebro. - por ejemplo si escribo la palabra «elefante», un elefante aparecería. 

- ¿Lo hiciste?

- ¡Claro que no!, ¿Qué demonios voy a hacer yo con un elefante? Lo que si hice fue escribir «5 millones de dólares». 

- Con ese dinero pudiste haber comprado un elefante. 

- Y dale con los elefantes...

Un repugnante olor interrumpió nuestra conversación sobre paquidermos. Raúl y yo nos percatamos de la existencia del ladrón retirado de por vida.

- Sígueme.

- ¿Qué hacemos con él?

Raúl puso sus manos en mis hombros. Cara a cara me dijo:

- Primo, es hora de que aceptes las consecuencias de tus actos. Tú lo mataste y tú lo entierras. 

- Pero...

- Tienes una hora. Cuando termines ve a sótano. Te estaré esperando. 

Raúl se fue y me dejó con una compañía inerte, húmeda y llena de moscas.

Enterrar un muerto es una tarea difícil. Pero yo tengo mis armas y esas son: una carretilla, un costal y una pala. Objetos que me facilitaron la labor como no tienen idea. Metí el cuerpo en el costal y con la ayuda de la carretilla pude transportarlo al jardín. 

Estábamos en medio de la noche y los únicos testigos que había eran unos adolescentes ebrios, que me saludaron levantando la mano y diciendo un «hola» borracho. Yo les devolví el saludo, digo hay que ser educado. 

El cuerpo estaba cubierto de tanta tierra que parecía un volcán en miniatura. Hice una pequeña oración. Un padre nuestro tan rápido que lo convertí en un trabalenguas. 

Después de una ducha y un cambio de ropa fui al sótano, donde se encontraba Raúl. No me gusta el sótano. Es el único lugar en toda la casa que no tiene un suelo de cerámica. La tierra es la que gobierna. 

- ¿Por qué tardaste tanto? Te dije que en una hora- ese fue el recibimiento de Raúl. 

- ¿Cuánto tiempo me demore?

- Diez minutos. 

- Te estas quejando por diez minutos. - y yo que pensaba quedarme más tiempo en la ducha. 

- Ya no importa. Siéntate. 

Me senté en el suelo muy obediente. Raúl había mostrado su talento como diseñador de interiores al decorar el sótano. Había un círculo de velas rojas a nuestro alrededor y un pentagrama blanco pintado en el suelo. Digo «pintado» porque sería imposible dibujarlo con una tiza. No con este suelo.

Raúl usaba una incómoda túnica de color negro. No dejaba de rascarse la espalda. El libro que estaba en su regazo era grueso y sus letras eran rojas. No reconocía el idioma en el que estaba escrito. Debió haber muerto hace muchos años.

Si me hubieran dicho que el libro estaba escrito con sangre no me lo hubiera creído. 

- El libro está escrito con sangre.- me lo dijo como si fuera un dato curioso. 

Sigo sin creerlo. 

Raúl se froto las manos, listo para comenzar. 

- Espera- lo detuve alarmado. 

- ¿Qué?- me preguntó molesto.

Las expresiones de su cara me decían: «No eres tú el que tiene que usar esta asquerosa túnica». 

- Raúl, ¿Que es todo esto?

- Llamaremos a un demonio para pedirle un lapicero nuevo. 

- Lo único que sé es que los demonios no entregan nada gratis. Siempre piden algo a cambio. 

- Para eso tengo esto.- Raúl levantó una bolsa de tela de contenido desconocido.
 
- ¿Que hay en la bolsa?

- No es de tu incumbencia, ¿Podemos continuar o tienes más preguntas?
 
- No, no, no. Sigue haciendo tu pacto con el diablo. Yo sólo quiero volver a la cama. 

- Cretino- dijo en voz baja. Lo he oído.

Recitó el conjuro para invocar al demonio. Lo decía en un idioma muy raro pero se notaba que Raúl lo dominaba. Cuándo terminó sacó de la bolsa negra una daga y se cortó la palma de la mano manchando el suelo con su sangre. Con la ayuda de un pañuelo Raúl se hizo una venda improvisada. 

- ¡¡¡Dios!!!- exclame. 

- Cállate. No los vayas a espantar diciendo blasfemias.

Asentí. 

La sangre desapareció en el centro del pentagrama y de ahí salió un portal en el que podía ver el fuego del infierno. Raúl escribió algo en una hoja de papel, lo hizo bola y lo arrojó al centro del portal. Este desapareció y otra bola de papel apareció para tomar su lugar. 

Era uno de esos papeles antiguos, de un siglo atrás más o menos. Me acerqué a Raúl para leer lo que decía.

«Se requiere un sacrificio».

Raúl era el más rápido de los dos y ll demostró poniendo la daga cerca de mi cuello. Lo hizo tan rápido que recién me percaté cuando el filo tocaba mi garganta. 

- Entra al portal.
 
- ¿Yo?

- Se requiere un sacrificio y no voy a ser yo.
 
- ¿No puede ser un animal?

- No, adentro.
 
Raúl es el más rápido pero yo soy el más fuerte. De un manotazo le hice soltar la daga, que terminó entrando al portal. Salió otra nota en papel antiguo que probablemente decía: «No es suficiente». 

Le di un golpe en la cara para aturdirlo. Luego puse su mano en su espalda e hice presión.
 
- Mejor tú que yo.
 
Empuje a Raúl directamente al portal. Este desapareció y recibí una nota a cambio. 
Sacrificio aceptado. Usted puede decidir entre:

1. Un lapicero mágico.
 
2. Una Death Note.
 
3. Un viaje con todos los gastos pagados a Las Bahamas. 

Siempre quise ir a Las Bahamas.