Francisco, Frank para los amigos, no está pasando por un
buen momento.
Frank no ha pasado por un buen momento en mucho tiempo.
Frank está tirado en un charco de agua. Toda su ropa está
empapada. A Frank le cuesta mucho ponerse de pie. Después de muchos intentos lo
consigue, pero sus piernas, rodillas y tobillos lo traicionan y lo regresan al
mundo mojado donde se encontraba.
Frank está ebrio. Por eso le cuesta ponerse de pie. Caminar
es toda una hazaña para nuestro alcohólico héroe.
Aun así, con todos los pronósticos en su contra, Frank pudo
ponerse de pie.
Frank levantó el puño a la puerta roja que se encontraba
frente a él.
- Volveré, maldito…mañana.
Mañana volverá.
Mañana el cantinero lo echará a patadas de
su bar por su mal comportamiento y por no tener dinero para seguir bebiendo.
Revisó los bolsillos de su pantalón barato
y mojado.
En el izquierdo solo habían pelusas y un
anuncio que promocionaba una hamburguesa con papas fritas y una gaseosa regular
por diez soles. Se lo guardó.
En el derecho había unas cuantas monedas.
Frank las contó inútilmente, estaba tan
mareado que confundía las monedas de un 1 sol con las de 50 céntimos y las de
10 céntimos con las de 5 soles.
- Me alcanza para el taxi.-
concluyó.
Hacía frio y la ropa húmeda era
contraproducente para Frank, quien estaba empezando a temblar. Estornudó un par
de veces hasta quedar con la nariz mojada.
No sabía muy bien donde estaba. No
recordaba haber visto nunca esa casa verde con ventanas negras, o ese poste con
luz amarilla (la recordaba con luz anaranjada). La pista estaba llena de
basura. En los pocos pasos que había podido caminar Frank pisó un vaso de
plástico, una caja de chicles, unos chicles masticados y una cubeta vacía de
pollo frito.
- Lo que faltaba.- maldijo al
ver su zapato lleno de grasa.
Vio un paradero iluminado con esas nuevas
luces amarillas.
Frank vio a una mujer sentada en la banca
del paradero como si fuera un Angel recién graduada de la universidad del
cielo.
Frank se acercó a ella con sus pasos
torpes de borracho. Cualquiera que lo viera diría que es una vergüenza para
todos los bailarines del mundo.
Al estar más cerca a Frank se le
desvaneció la idea del Angel. La mujer era pelirroja, pálida y usaba un vestido
negro.
La mujer se vestido negro se estaba
limando las uñas con una lima de oro. Frank no podría decir si esa cosa era
realmente de oro. Tenía un color dorado brillante que podría engañar a algún
que otro incauto.
La mujer dejó sus uñas, que habían
mostrado ningún cambio. Vio al sujeto del traje barato y mojado. En poco
segundos llegó a la conclusión que no le gustaba lo que veía.
Pero que lo iba a necesitar.
- Disculpe.- preguntó el tipo
arrastrando las palabras. La mujer notó que no la miraba a ella. Miraba al
suelo- ¿Sabe si por aquí pasan los taxis? Es que necesito tomar uno para
regresar a casa.
- Dame sangre.- contestó la
mujer.
Frank no necesitaba pregunta: “¿Qué?” para
que la mujer se diera cuenta que no sabía de qué estaba hablando.
- Dame sangre y responderé tu
pregunta.
- ¿Sangre? ¿Mi sangre?
- Si.- la mujer asintió.
- Ok
La respuesta de Frank la dejó
boquiabierta.
Era la primera vez que funcionaba.
¿Cómo pudo ser posible?
Mejor no desperdiciar la oportunidad.
Frank le preguntó a la mujer si tenía
alguna aguja, alguna navaja o algo filoso.
La mujer tenía una aguja y una navaja en su cartera. Le entregó una
aguja dorada, sus dedos temblaban de la emoción. La aguja era tan larga que
hacía que Frank tuviera memorias de las chalinas que le tejían su abuela.
Frank se pinchó el dedo.
Un hilo de sangre salió por el diminuto
agujero de su dedo.
La mujer se puso de pie de un salto. Solo
le faltaba gritar de emoción para parecer una típica adolescente de 14 años que
sabe que va a recibir los boletos de su grupo favorito. Sin embargo su cuerpo
no recibió muy bien esa emoción. La mujer sintió un fuerte dolor de espalda,
pero no hizo que su rostro expresara otra cosa que no fuera alegría.
Sabía muy bien que si bebía sangre todo
iba a regresar a la normalidad.
Sacó la lengua como un perro hambriento.
La fue acercando al dedo de Frank. El resto de Frank le importaba un carajo.
Podía oler la sangre. Eso solo aumentaba
su hambre animal.
Frank alejó su cuerpo (eso incluía su
dedo) de la vampiresa hambrienta. Diane se le quedó observando, quieta.
¿Qué crees que estás haciendo, idiota?,
pensó.
Necesito esa sangre para sobrevivir.
Un litro o dos. Me gusta racionar para los
días difíciles.
Los pensamientos de Diane se convirtieron
en palabras al ver que Frank había dejado de moverse.
- Necesito esa sangre. Acerca tu
dedo de inmediato.
La sangre se había coagulado. Solo quedaba
una manchita negra que Frank lamió.
- De hemoglobina fuerte. Perfecto.-
dijo Diane en voz baja para que Frank no pudiera escucharla. Cosa que funcionó.
- ¿Para qué quieres mi sangre?-
Frank se golpeó el cachete derecho con una de sus manos- ¿Acaso eres un
vampiro?
- Mierda, me descubrió.- Diane
no se aseguró de haber dicho eso en voz baja.
Diana iba a transformarse en murciélago e
irse lejos de ahí. Buscará otra víctima. Pero…
¿Para qué?
Pasará lo mismo con cualquier otra víctima.
Diane se sentó de nuevo en la banca. Apoyó la cabeza con las manos mirando el
suelo.
Dos cucarachas pasaban al lado de sus
zapatos.
Diane sonrió tristemente.
“Ojalá las cucarachas tuvieran la sangre
más deliciosa”.
Frank veía como la vampiresa admiraba la
tenacidad de las cucarachas para moverse en una vereda tan mojada. Ella se dio
cuenta de su presencia y le dijo:
- Si pasan taxis por aquí.
Aunque no he visto pasar uno en las dos horas que llevo sentada aquí.
- Gracias, ¿Eres un vampiro?
Diane asintió sin saber muy bien porque
reveló su secreto a un simple mortal. En el fondo, muy en el fondo, si sabía
porque lo hizo. Quería desahogarse pero no tenía dinero para un psicólogo y
escribir un diario le parecía una pérdida de tiempo.
Además el psicólogo podría ser un cazador
de vampiros.
Era obvio que Frank no tenía nada que ver
con ese club de bastardos llamados “la sociedad de los exterminadores de
colmillos”.
Cualquiera que pregunte: “¿Eres un
vampiro?” no puede ser un cazador de vampiros. Ellos distinguen las señales.
- Sí, soy una vampiresa. Mi
nombre es Diane.- le extendió la mano.
- Yo soy Francisco pero me
dicen…
No pudo decir “Frank” porque Diane le
agarró la mano con todas sus fuerzas. Abrió su boca y lo mordió.
Frank no sintió ningún dolor.
Para él era como un bebé tratando de
masticar carne demasiado cocida.
Frank alejó su mano del dominio de Diane.
Lo hizo con suma facilidad. Esto le hizo preguntarse:
¿No se supone que nos vampiros son
fuertes?
Su muñeca estaba llena de saliva. Había
una marca minúscula de dientes. Frank tuvo que entrecerrar los ojos para poder
verla. Cuando lo hizo alejó su brazo de su cara porque la saliva tenía un olor
desagradable.
- Soy una vampiresa que ha
perdido los dientes. Al menos la mayoría de ellos.
Diane abrió la boca. Frank pudo ver que no
tenía colmillos.
- ¿Qué pasó?
- Todo fue culpa de mi prima.
- ¿Tu prima te hizo esto?
Diane asintió. No esperó a que Frank le
dijera algo. Mucho menos a que terminara de procesar la información de que los
vampiros existen.
Continuó son su historia.
- He sido una vampiresa desde
hace un par de meses.
Volteó la cabeza. Movió su pelirroja
cabellera a un lado para que Frank viera su cuello. Diane pudo oler su aliento
a alcohol y sentir como el aire tocaba su piel.
En su cuello había dos puntos hundidos en
su piel.
- ¿Y cómo ocurrió?
- Yendo por lo fácil. Déjame
darte un consejo. Mejor dicho dos consejos. Primero: - Diane levantó un dedo-
nunca camines por un parque a media noche y segundo: - mismo proceso- nunca
ayudes al sujeto más pálido que te puedas encontrar.
Frank anotó los consejos en su libreta,
que tenía las páginas casi secas.
Diane vio que sus uñas seguían
maltratadas. Continuó con su tarea de limarlas.
- Uno de los primeros problemas
que tuve que afrontar al convertirme en vampiro era el trabajo. Eso de no poder
ir por las mañanas era un verdadero fastidio. Pero se solucionó fácilmente.
Solo tuve que cambiar al turno nocturno y asunto arreglado.
Diane sacó una botellita de su bolso. Era
un esmalte de uñas de color rojo carmesí. Comenzó a pintarse las uñas con
cuidado.
- ¿No hay ningún problema si me
pinto las uñas mientras hablamos? Me es imposible mantener las manos quietas.
Frank solo movió un poco la cabeza y le
sonrió mostrando un portafolio de dientes descuidados.
- ¿En dónde me había quedado?
- Pusiste en equilibrio tu vida
laboral con tu vida de vampiro.
Diane dejó sus uñas a un lado y chasqueo
los dedos.
-Toda mi familia estaba al
tanto de mi nuevo estilo de vida. A ninguno pareció importarle. Todos estábamos
felices. Salvo por el hecho de que tenían que tomar algunas tazas de café
durante las cenas familiares…todos menos mi prima.
El pensar en su hermana la hizo enfurecer.
Apretó el puño con tanta fuerza que el esmalte de uñas se hizo pedazos. El líquido
rojo carmesí ensució sus dedos. Diane hubiera preferido que ensuciara sus uñas.
Diane maldijo en voz alta. Revisó en su
bolso en busca de un pañuelo pero no encontró nada parecido. Frank le alcanzó
un viejo pañuelo que no había usado en meses. Diane le dio las gracias. Frank
se puso contento de haberla ayudado.
Su mano seguía estando sucia. El pañuelo
había mutado de blanco a rojo. Estaba inservible.
- Mi prima siempre estuvo celosa
de mí.
Una inyección de soberbia entró por sus
venas.
- ¿Y cómo no estarlo? Soy una
persona hermosa y exitosa. Mientras que ella…pues, no lo es. Malas notas en la
escuela, incapacidad de ingresar a la universidad después de cuatro intentos,
una papada del tamaño de tu puño- Frank se lo revisó para medir las
proporciones- y un trabajo de secretaria muy mal pagado.
- La suerte no se transmite
entre familiares- dijo Frank.
Frank estaba rascándose la cabeza
disimuladamente. El agua del charco de había provocado un sarpullido en la
cabeza, la espalda y los testículos. Frank quería rascarse hasta que partículas
de su propia piel queden adheridas a sus uñas.
No lo hizo por respeto a la chica
sobrenatural.
- Tienes razón, amigo.
¿Amigo?
Recién nos acabamos de conocer. Los
pensamientos de Frank quedaron solo en eso. En pensamientos.
- Casi olvido un pequeño
detalle: mi prima se llama Jesica. Jesica tenía tanta envidia de mí que fue al
parque, donde me mordieron, para convertirse en un vampiro.
Esto hizo que Frank se riera. Diane lo
notó. Solo hizo una pequeña expresión de aprobación apenas la vio.
- Tienes razón de reírte. Si me
hubieran contado lo mismo yo estaría de espaldas riéndome a carcajadas, con las
manos en la barriga y con lágrimas en los ojos.- la pequeña sonrisa que Diane
había formado desapareció en un instante- pero no me dejaste terminar.
- ¿Qué pasó?
- Un vampiro estaba a punto de
morderla pero Roy, un cazador de vampiros, la salvó. Ambos se enamoraron y se
volvieron novios en menos tiempo de lo que un tarda en decir “fáciles”. Ambos
compartían algo un odio en común. Jesica me odiaba a mí y Roy odiaba a mi
especie.
La boca de
Frank formó una “o” perfecta. Estaba muy animado por la narración de Diane. La
historia se estaba haciendo más interesante con cada información nueva que
salía de los labios de la vampiresa.
Era verdad
eso de que Diane no podía mantener las manos quietas. Estaba jugando con un
yoyo, haciendo trucos sin éxito.
- Una mañana Roy entró a mi
cuarto. Sostenía una estaca de madera bien afilada. Sé lo bien afilada que
estaba por el enorme agujero que le hizo a mi almohada. La quería clavar en mi
corazón. Pude despertarme a tiempo para ver su rostro sanguinario con ese
horrible bigote mal cortado y esos ojos cargados de odio azul.
Frank se sentó en el suelo. No le
importaba que estuviera sucio. De todas maneras un poco de suciedad no le iba a
arruinar la experiencia de semejante historia.
Frank pensaba cambiar su guardarropa en un
futuro muy cercano, cuando consiga un trabajo.
- Como ya dije: Roy había hecho
un agujero en mi almohada.- por fin Diane pudo hacer un truco con su yoyo-.
Conseguí darle un golpe en la cara, que lo hizo sangrar. Ver la sangre hizo que
mi estómago rugiera de hambre.
Frank levantó una ceja.
- ¿Qué?, no había comida nada en
más de 12 horas. Iba a morderlo y chuparle la sangre hasta dejarlo como un tubo
de pasta de dientes aplastado, pero no contaba con que Roy también tenía manos
y podía formar un puño. Me golpeó en la cara. – Diane dejó su yoyo a un lado e
hizo una simulación usando su propio puño-. No me habría hecho ningún daño pero
el muy desgraciado estaba usando un puño de hierro…ahora que lo pienso estaba
usando un puño de plata. A nosotros los vampiros la plata nos lastima por
partida doble. El golpe me dio en la boca. Expulsó algunos dientes, junto con
mi sangre. Roy me dio dos golpes más.- Diane se frotó la boca, como si un dolor
fantasma la hubiera atacado-. Roy volvió a agarrar la estaca. Listo para
terminar con el trabajo. Pero conseguí escapar.
- ¿Cómo conseguiste escapar?-
Frank no tenía palomitas de maíz pero si uñas.
- Me convertí en murciélago.-
Ahora Diane estaba jugando con su cabello-. Sin mis dientes no puedo
alimentarme. Por eso Roy dejó de perseguirme, sabe muy bien que si a un vampiro
le quitas los dientes lo condenas a una muerte lenta. Hace una semana que no cómo.
Te lo imploro. Dame un poco de tu sangre.
- ¿Tus dientes no vuelven a
crecer?
Diane asintió.
- Si crecen, pero el proceso
tarda entre un mes o dos.
Frank se limpió la garganta con la mejor
educación que le enseñaron en su casa. Cuando estuvo más o menos limpia dijo lo
siguiente:
- He visto algunas películas de
vampiros y en ella vi que los vampiros tenían el poder de hipnotizar a los
humanos para que estos sean sus sirvientes.
Diane abrió los ojos (figurativa y
literalmente). Parecía el dibujo de un caricaturista que tenía serios problemas
para dibujar ojos.
- Es verdad.- maldijo tres veces
seguidas usando la misma grosería-. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?- Diane
bajó su tono de voz a nivel susurro- Solo necesito a alguien para…
Había alguien.
Un tipo llamado Francisco, Frank para los
amigos, que estaba parado a pocos metros de ella. En realidad estaban tan cerca
el uno de la otra que esos metros podría ser centímetros.
Los ojos de la vampiresa se volvieron
codiciosos.
Su boca formó una sonrisa diabólica.
Frank estaba ebrio pero no era estúpido.
Retrocedió poco a poco. Sus pasos se hacían más largos.
Diane se puso de pie. Sus zapatos hicieron
un ruido muy raro que Frank no pudo determinar que era. Para las cucarachas fue
un ruido del más estruendoso.
Varias de ellas huyeron despavoridas a
distintas direcciones.
- ¿A dónde vas Frank? Estamos en
el paradero de taxis. Tú me dijiste que necesitabas uno para regresar a casa.
Frank quería decirle que no necesitaba un
taxi, pero sentía que su lengua estaba enredada.
Quería decirle que el clima era preciosa,
no lo era.
Que lo mejor era regresar caminando, no
era la opción más recomendable.
Frank se dio la vuelta. Corrió alejándose
de Diane, la vampiresa.
- Espera Frank.-gritó Diane.
Frank la escuchó. Siguió corriendo, mucho
más rápido.
Frank creía que se había alejado
suficiente de Diane para empezar a disminuir la velocidad. Sus pies se lo
pedían a gritos.
El paradero de buses había desaparecido de
su vista.
Estaba en un barrio con casas bien
tratadas pero que no dejaban de oler a pobreza.
Algo golpeó la cabeza de Frank,
aturdiéndolo. No pudo ver que era pero sabía que no se iba a detener.
Otro golpe en el mismo lugar.
Frank intentó ahuyentar a la criatura
moviendo los brazos torpemente.
El murciélago volaba frente a su cara. Era
de color marrón, con alas tan grandes que delataban su origen sobrenatural y
unos ojos rojos.
El murciélago, que resultó ser murcielaga,
se transformó en una mujer pelirroja de vestido negro.
- Frank, no tienes por qué huir.
No es un proceso doloroso.- Diana trataba de calmarlo pero fue inútil.
Frank seguía en un estado de pánico, por
dentro y por fuera.
Acercó su mano derecha al rostro asustado
de Frank. Sus uñas seguían estando maltratadas. Aún tenía esmalte de uñas en
sus dedos.
Movió los dedos un par de veces y dijo:
- Desde hoy serás mi sirviente
personal. Harás todo lo que te ordene sin cuestionar.
Chasqueó los dedos. Esperó a que Frank
dijera algo como:
1. “Usted mande; yo obedezco”
2. “Tus deseos son órdenes”.
Cualquiera de esas dos opciones habría
quedado fantástico pero no pasó nada.
Frank seguía manteniendo la misma reacción
de idiota congelado. Diane siguió esperando una maldita reacción.
- ¿Acaso es un hechizo de tiempo
retardado?
Chasqueó los dedos un par de veces más en
la cara de Frank. Le dio tres bofetadas antes de regresar con los chasquidos.
Lo hizo hasta que le dolieron los dedos.
Por fin ocurrió una reacción.
El grito de Frank fue tan agudo que casi
destroza los oídos de Diane.
Ella también gritó pero tuvo que
conformarse con el segundo lugar en el concurso de fuerza y agudeza.
Algunas luces se encendieron. Esto
preocupó a Diane.
Frank le dio algo más para preocuparse.
La empujó tan fuerte que la hizo caer de
espaldas al suelo. Frank pasó de largo y corrió tan rápido que se alejó de la
vista de Diane en poco tiempo.
Diane se transformó en murciélago. Fue en
persecución de Frank.
Pudo ver a Frank. Este seguía corriendo pero
ya no gritaba. Tal vez perdió la voz, pensó Diane.
Ojalá haya perdido la voz.
- ¿Por qué mi hechizo no
funcionó?- se preguntó a sí misma.
Segundos.
Eso fue lo necesitó para deducir la
respuesta.
- No funciona en borrachos.
Se detuvo horrorizada al ver el cuerpo de
Frank en el suelo. Un taxi amarillo se detuvo muy cerca de él. El taxista, un
hombre delgado de vestimenta informal, salió del auto. Se puso las manos en la
cabeza.
Diane regresó a su forma humana y corrió
hasta la escena del crimen.
- ¿Qué pasó?
- Este sujeto se me atravesó.
Estaba corriendo como un loco…no tuve tiempo de frenar.- el taxista se rascaba
las sienes como si eso fuera a resolver sus problemas.
Diane vio la solución de los suyos.
- ¿Estás ebrio?
- ¿Qué?
- Te pregunté si estas ebrio.
- Claro que no. Yo soy un
conductor responsable. Toda la culpa la tiene el Usain Bolt este.
Señaló el cuerpo de Frank, que no se
movía.
- Por favor no me denuncies.
Este taxi es todo lo que tengo.- suplicó el taxista.
Diane le dijo al taxista que se callara.
Que le estaba provocando migraña.
Puso su mano cerca de la cara del taxista.
Repitió las palabras del hechizo a medida
que movía los dedos.
- Desde hoy viernes 13 de mayo
harás todo lo que te ordene sin cuestionar nada. Asiente si entendiste.
Chasqueó los dedos.
Diane saltó de alegría mientras su esclavo
se quedaba parado esperando nuevas órdenes.
- Quiero que pongas ese cuerpo
en el maletero. Cuando hayas terminado me llevarás a casa, yo te guiaré. Racionándolo puede que me dure una semana,
quizá dos.
Diane se sentó en el asiento trasero.
Volvió a su tarea de limarse las uñas. Dejó de hacerlo cuando vio que al
taxista le costaba mucho mover el cuerpo.
- Por los colmillos de Drácula.
Diane se bajó del taxi para ayudar al
taxista. Entre los dos pudieron meter el cuerpo robusto de Frank dentro del
maletero. Diane se apoyó en la puerta para descansar.
Estaba sudando mucho.
-
La próxima vez hipnotizo a un
fisicoculturista.
El taxista cerró el maletero. Los dos se
subieron al auto.
El maletero se abrió apenas cerraron sus
respectivas puertas.
El taxi se movió por una carretera llena
de baches. Con el tercer golpe, del bache más profundo, el cuerpo de Frank voló
fuera del taxi para caer al suelo. Rodó un par de veces hasta detenerse boca
arriba.
Ninguno de los dos se había dado cuenta.
Solo siguieron conduciendo.
- Adiós problemas. En
serio, ¿Cómo demonios no se me había
ocurrido antes?
Diane tenía el corazón lleno de felicidad
y el estómago hambriento de sangre.
Frank se quedó lo que quedaba de la noche
mirando el cielo. Ninguna estrella a la vista.
- Y yo no solía creer en
vampiros.
Frank se sorprendió de su propia
vitalidad. Sufrió un atropello, un intento de secuestro, una caída desde un
auto en movimiento y aun así pudo ponerse de pie.
Vio un bar a unos metros. Estaba empezando
el día y ya estaba abierto.
- Después de un mal día siempre
es bueno un poco de suerte.
Cojeó sin dejar de pensar:
“Ojalá acepten crédito”.
-
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