domingo, 16 de septiembre de 2018

El Bisturí


Soy un bisturí.

No tengo un nombre. Nadie le pone nombres a los bisturís.

Esos son privilegios para los animales o las personas.

Soy el bisturí de un cardiólogo. He salvado muchas vidas. No me gusta presumirlo porque mi ego es tan diminuto como mi tamaño.

Mi filo, que espero que corte como antes, fue de vital importancia para las operaciones, pero las hábiles manos del doctor son las verdaderas estrellas del espectáculo.

Aquí es donde comienza nuestra historia.

El doctor Víctor Aguilar, mi dueño, me lleva en el bolsillo de su bata todos los días. Viajo junto con otros lapiceros, en caso de que tenga que firmar algunos papeles o hacer unas recetas con letra incompresible.

Es extraño viajar con otros objetos cuyas funciones son distintas a las mías.

Ellos hablan constantemente de los colores de su tinta.

Siempre están preocupados. 

-    El lapicero azul está en sus últimas.

-    No se cuanta tinta me queda.- el lapicero rojo hablaba como si le hubieran diagnosticado una enfermedad terminal. 

-    A ti nadie te utiliza.

-   Mira quien habla, rosado. A menos que el doctor decida salir del armario permanecerás cerrado. 

A veces intento entrar en las conversaciones pero ellos terminan excluyéndome. Mis anécdotas, donde casi siempre salgo airoso pero bañado en sangre, no suelen de ser del agrado de los lapiceros.

Excluido y todo me encanta estar ahí.

Junto a mi dueño, un cardiólogo al cual puedo oír y sentir los latidos de su corazón.


Un viernes. Lo recuerdo porque fue lo primero que dijo mi dueño al levantarse. 

-   Hoy es viernes, el día más ocupado de la semana.- suspiró y bostezó- ¿A quién engaño? Todos los días son los más ocupados de la semana. 

Lo más interesante que pasó el viernes fue la operación de trasplante de corazón a una chica.

Fue una operación exitosa.

Mi amo es lo mejor en lo que hace, sin embargo es malo en otros aspectos de su vida.

Como en sus finanzas.

Al salir del hospital tuvimos que tomar un ascensor que nos dejará dos pisos abajo. En el estacionamiento.

Había varios autos blancos. El de mi dueño también lo era. El auto de mi dueño podría funcionar como un taxi.

Como había dicho antes mi dueño no es bueno en otras cosas. Por ejemplo: escoger un auto que lo diferencie de los demás. Encendió la alarma para identificarlo.

Un auto encendió y apagó las luces al mismo tiempo. Estaba entre dos autos blancos. Estoy seguro que eran del mismo modelo.

Mi dueño es muy malo para las finanzas.

Yo no pude aconsejarle nada porque no tengo boca. Uno sujetos que estaban cerca de mi dueño si la tienen. Esos sujetos median una cabeza más que mi dueño.

También tienen brazos fuertes, manos duras y ásperas y unas expresiones faciales que expresan muchas emociones, menos piedad.

Uno de ellos levantó un bate de baseball. Dejo notar las gruesas venas de su mano al apretar la madera del mango del bate.
-  ¡Cuidado!- grité con todas mis fuerzas.

Nadie me escuchó, obvio. Y no solo era el hecho de que mi amo estaba usando unos audífonos,  de esos que tienen las orejeras rellenas.

Mi amo había llegado a su auto. Apagó la alarma. Sacó las llaves de su bolsillo, listo para subirse a su vehículo. Regresar a casa y tomar un poco de chocolate caliente y ver cualquier cosa en la televisión.

No va a poder hacer nada de eso.

El golpe que le dio uno de los sujetos lo llevó a la fuerza al limbo de los sueños.

La caída fue estrepitosa. Mi amo cayó de pecho al suelo. Varios de los lapiceros salieron del bolsillo de mi amo.

No pude ver donde cayeron los demás; solo quedábamos el rosado y yo. Mi amo había perdido el conocimiento. Yo también me sentía mareado por el golpe y me estaba dando sueño, mucho sueño.

También perdí el conocimiento y, parece que no lo voy a encontrar en un buen rato.

Rosado balbuceaban dilemas existenciales que no entendía. Sobre su tiempo en este mundo y porque mi amo lo escogió. Pensaba decirle que la hija de mi amo se lo regaló por su cumpleaños y que este lo recibió por puro compromiso.

Mejor no.

Si va a morir, mejor que muera feliz. Casi toda su tinta se había derramado y estaba ensuciando la bata de mi amo.

También me estaba ensuciando a mí,

Aunque lo dudo mucho, pero si logramos salir de este embrollo espero que mi amo me limpie y desinfecte. Sería muy vergonzoso hacer una operación de vida o muerte con un bisturí rosado.

Lo último que pude ver antes de desmayarme fueron un par de botas marrones. Se veían baratas pero presentables. El problema era que estaban en los pies de un indeseable.

Quien sabe cuánto tiempo estuve dormido. Al despertar deseé que todo esto fuera un sueño. Estaba en un cuarto pequeño y sucio. La única luz que me permitía ver otros objetos más filosos que yo era la de una lámpara, cuyo foco estaba en sus últimas.

Me pareció muy raro ver unos stickers de Iron man, Spider man y Hulk en la lámpara. 

Espero que estén ahí por fanatismo hacia los superhéroes por parte de los matones; y no por el resultado de un robo a un niño después de tirarlo los dientes a su padre.

Me encontraba encima de una mesa. Frente a ella había un congelador gigante encendido. Hacía un ruido que provocaba que mis oídos comenzaran a sangrar. Eso pasaría si tuviera oídos.

Los matones me limpiaron, que considerados. No me gustaba estar sucio tanto tiempo así que me gustaría darles las gracias pero luego me vino a la mente la idea de que esos sujetos le estaban haciendo daño a mí amo.

Hablando de mí amo.

¿Dónde estará?

Al lado del congelador estaba su ropa.  Estaba completamente manchada de tinta rosada. Su ropa estaba ahí, pero no había rastro de mi amo.

Los dos matones entraron al pequeño cuarto. Uno de ellos era flaco de pecho pero tenía los brazos musculosos. Creo que con esos brazos podría arrancarle la cabeza a alguien de un intento. El otro era robusto, no sabría decirles si se trataba de grasa o de musculo.


El robusto fue el que golpeó a mi amo en la cabeza. Arrojó el bate de baseball a la mesa. Casi me golpea.

-  ¡Ten más cuidado, maldito gorila!- Mis intentos de comunicarme con los humanos eran patéticos.

El flaco se quitó el cigarrillo de la boca. Lo arrojó a la mesa. Cayó en mí. Para mi suerte cayó del lado apagado.

-  No seas descuidado. Vas a provocar un incendio.- dijo el robusto.

-   Perdón.- respondió el flaco desinteresado.

El robusto retiró el cigarrillo, lo arrojó al suelo y lo pisoteó varias veces.

-    Qué bueno que no te hayas quemado.- Me dijo.

¿Qué podía decir en este momento?

Lo tengo: Deberías lavar ese polo más seguido.

Siguiendo con las tradiciones de mi amo este sujeto me puso en el bolsillo de su polo negro. A pesar del color no lograba cubrir las manchas de condimentos.

El olor a sudor reinaba y gobernaba.

Eso no era lo peor de todo. Lo peor era que estaba en otro lugar, muy lejos de la bata de mi amo. Por más que lo intentaba no podía dejar de temblar.

Todo estaba tan sucio.

-   Veamos si ya despertó.- dijo el flaco.

Abrieron el despertador. Mi amo estaba dentro, en ropa interior. El sujeto robusto me hizo juntarme con sus tetas de hombre mientras este se encogía para agarrar a mi amo de los hombros.

Mi amo estaba temblando. Su piel se había tornado azul, sus ojos estaban perdiendo todo rastro de vida y su cabello estaba mojado por el hielo.

-   ¿Doctor?- preguntó el flaco mientras el gordo lo movía como su fuera un muñeco tamaño real.

El flaco le dio varias bofetadas en la cara a mi amo. Si mi corazón no estuviera tan destrozado esto sería una rutina cómica.

-   Mierda, está helado el hijo de puta.

¿Qué esperaban? Mi amo lleva quien sabe cuánto tiempo metido en ese maldito congelador.

Esto es inhumano.

Mi amo abrió los ojos débilmente. Comenzó a tiritar al darse cuenta que estaba en calzoncillos y que pasó tiempo dentro del mini Ártico.

-   ¿Doctor, está despierto?- preguntó el robusto.

Mi amo asintió. Un poco de hielo débil cayó de su cuello mientras lo movía de arriba hacia abajo.

-   Doctor.- el flaco le dio unas bofetadas suaves para que le prestara atención-. Nuestro jefe pregunta: ¿Cuándo nos va a pagar lo que le debe?

-   Be…be…be…be…- era lo único que mi amo podía decir. Tal vez quería decir que podía pagarle dentro de “BEINTE DIAS”

-   Adentro.- dijo el flaco, que no estaba satisfecho con la respuesta.  

¡NO!

Esta vez desee que oyeran mis gritos. Mi amo morirá si pasa más tiempo ahí adentro. 

No lo puedo permitir pero…

¿Qué puedo hacer?

Mi amo recuperó el habla al escuchar el “adentro” del flaco. Su aliento era una mezcla de muchas cosas pero el ingrediente principal era tabaco. 

-   No, no por favor. Les pagaré hasta el último centavo. Lo prometo.

-   No queremos promesas. Queremos una fecha.

No le dio más oportunidades a mi amo de seguir hablando. Lo metieron de regreso al congelador y para evitar que salga, como si pudiera, pusieron un par de sacos de cemento encimar de la tapa

Como estaba en el bolsillo del robusto tuve que seguirlo en sus aventuras. Los dos entraron a la habitación de al lado. Era un cuarto igual de viejo que el anterior. 

Algunas cucarachas escaparon ante la presencia de ambos matones, de seguro también tenían deudas.

Había una mesa, igual que la anterior solo que más limpia. En ella había una baraja de cartas. Frente a la mesa había un televisor antiguo, de hace unos 20 años.

El flaco prendió la televisión. Estaba dando una película, era de acción y estaba a la mitad. Justo cuando el héroe, armado hasta los dientes, se enfrentaba a varios enemigos, igual de armados que él.

Era obvio que nuestro héroe matará a los malos sin sudar y sin recibir ningún rasguño. Era una escena larga, emocionante y llena de balas. Por poco me hizo olvidar el horrible predicamento de mi amo.

No puedo evitar sentirme culpable al respecto.

Los dos matones miraban la pantalla como dos androides sin alma. Era como si hubieran visto la misma película unas 100 veces y se supieran todo de memoria.

El teléfono sonó.

El flaco contestó mientras el gordo cambiaba de canal, justo en la mejor parte. Puso un aburrido documental de elefantes. Para mí los documentales son la cura contra el insomnio pero para estos matones era sinónimo de entretenimiento.

¿Quién entiende a los delincuentes?

El flaco colgó.

-   Saca al doctor. Lo vamos a necesitar.

El robusto se levantó y fue al congelador. El robusto insultó al flaco en voz baja por poner los sacos de cemento en la tapa.

Como dije antes:

¿Cómo si mi amo fuera a escapar? 

¿Por qué lo insultó en voz baja?

No lo sé pero si sé quién de los dos tiene los pantalones.

El robusto sacó los dos sacos de cemento de la tapa con esfuerzo. Esto lo hizo sudar y a mí me dio ganas de vomitar.

-    Listo.- dijo secándose el sudor de la frente.

Abrió el congelador.

Como había dicho antes mi amo seguía ahí.

Lo sacó sin preguntarle nada y lo arrastró hasta el otro cuarto. El flaco había cambiado el documental de elefantes por una comedia mala, una comedia mala que le provocaba risa.  

¿Quién entiende a los delincuentes?

Las bofetadas regresaron. Mi amo se despertó con solo dos golpes, uno en cada cachete.

-   Asiente si entiendes.

Mi amo asintió.

-  Me llamó el jefe. Necesitamos su ayuda. Su padre tiene unos problemas en el corazón o alguna mierda así.- silencio. Se notaba el arrepentimiento del flaco al llamar la enfermedad del padre del su jefe “una mierda”. El flaco se aclaró la garganta y continuó hablando-. Nuestro suegro está muy enfermo y queremos y tú te encargues. Es una enfermedad en el corazón.

Tu especialidad, estas de suerte ¿Entendiste?

Mi amo asintió.

-   Bien. Nuestro jefe se ha sentido muy generoso con un infeliz de mierda como tú…- esta vez no se arrepintió de llamar “mierda” a mi amo. Es un respetado cardiólogo. Muestra más respeto pedazo de basura-…si consigues salvarle la vida te perdonará la deuda.

Mi amo asintió sin que le hayan preguntado: ¿Entendido?

¿Es idea mía o ya lo han domesticado?

-  Pero si muere o te haces el chistoso. Yo, personalmente, le enviaré tus pelotas a tus padres.

El robusto se rio del chiste del flaco.

No saben que los padres de mi amo murieron en un accidente automovilístico hace una década.

-   Y si están muertos yo mismo desenterraré sus tumbas y meteré tus pelotas adentro, ¿Entendiste maldito imbécil?

Los insultos no eran necesarios.

Mi amo asintió.

-   Tenemos una habitación preparada para ti. Duerme tus ocho horas que mañana a primera hora haremos la operación.

Vi la hora en el celular del robusto. Era media noche.

-    Lleva al jefe de cirujanos a su habitación. Mañana será el día más importante de su patética vida.

El robusto agarró a mi amo de las axilas y lo levantó como si fuera un muñeco de trapo. Abrió la puerta, que provocó un chillido insoportable. Si conseguimos salir de esta aventura (“aventura” en cientos de comillas) me voy a quedar sordo hasta el día que me oxide.

Dentro de la habitación había una cama tan vieja que hacía parecer a las camas de las cárceles como si pertenecieran a hoteles de cinco estrellas. Tenía patas de metal, el colchón era tan delgado que uno podría confundirlo con una frazada.

Hablando de frazadas mí amo va a necesitar más de una para recuperar su temperatura. La que tiene parece una hoja de papel.

El robusto arropó a mi amo. Vio que seguía temblando.

-   Cierto, has pasado tanto tiempo en el congelador. Ahora regreso.

Salimos y entramos. El robusto cargaba cinco frazadas en sus brazos musculosos. Las puso en el cuerpo de mi amo, que ya se estaba relajando por todo el calor dado.

-   Perdona a Roy. A veces se pasa de la raya con las torturas. Ha estado sometido a tantas deudas que terminó odiándolas.

Mi amo se quedó dormido antes de que el robusto nos cuente la innecesaria historia de fondo de Roy.

No sé porque nos la contó.

Lo que sí sé es que jamás voy a perdonar al tal Roy. Si pudiera moverme me clavaría en su pecho sin dudarlo.

Removí ese pensamiento de mi cabeza.

Soy un bisturí por el amor de Dios. Mi trabajo es salvar vidas.

No quitarlas.

El robusto le dio un beso al bello durmiente que es mi amo.

Qué asco.

-  ¿Por qué no salimos a trabajar?

¿A quién le está hablando? ¿A mí? Si ese es el caso. No, no quiero ir a trabajar. Por favor limpia la mesa y déjame ahí que mañana tenemos una operación muy importante.

-   De todas maneras no a ir a ningún lado.

El robusto cerró la puerta con llave y salimos del viejo almacén abandonado que servía de guarida.

El robusto se subió al auto de Roy. Este que estaba en el asiento del conductor, con los dedos pegados al volante miró a Roy con unos ojos asesinos. Tenía unas ojeras que le daba el aspecto de un bulldog rabioso.

-    ¿Qué diablos haces aquí, Eric?

-    Vamos a trabajar.

-    No, yo voy a trabajar. Tú te quedas a vigilar al doctor.

-    Por favor Roy.- suplicó Eric con las manos juntas-. Sabes lo mucho que me gustan los cobros.- Eric sonrió con energía.- Además quiero ver lo que este amiguito es capaz de hacer.

Me dio una palmada con sus dedos grasientos.

-   Es un bisturí, ¿De qué crees que es capaz?

Eric no respondió, solo puso una cara suplicante. Además parecía haber puesto pegamento a su asiento. No quería salir del auto por nada del mundo. Roy lo sabía así que levantó la mano y la acercó a la cara de Eric, palma arriba.

-   La cuota por verme obligado a romper las reglas.

Eric sacó dos billetes de 50 y se los entregó a Roy, podía ver la frustración del robusto al hacerlo. Roy cerró la mano apenas los billetes tocaron su palma. Puso el dinero en su billetera, que estaba bien alimentadas.

-   ¿Y mi vuelto?- preguntó Eric con inseguridad.

-    Las cuotas subieron por ser esta una situación especial. Si algo le pasa al doctor y no llega a hacer la operación nuestras cabezas rodaran.

Roy sonrió maliciosamente y encendió un cigarrillo. Cuando terminó de fumar miró a Eric a los ojos.

-   Si es pasa yo me aseguraré de que tú recibas todo, o casi todo, el castigo.

-    Vámonos de una vez.

El auto arrancó. Se nota que estábamos muy lejos de la ciudad. Roy condujo por una carretera de tierra por unos veinte minutos. No dejaba de quejarse de lo accidentado que estaba el camino.

Entre queja y queja se fumaba un cigarrillo.

Eric no había otra cosa que mirar el cielo. Parecía que en cualquier momento se iba a quedar dormido, pero volvía a abrir los ojos al instante.

La carretera de tierra se convirtió en una de cemento. Llegamos a la parte fea de la ciudad. Los edificios necesitaban mantenimiento desde hace una década. Verlos es como visitar un museo del pasado, una época en la que esos diseños eran considerados una maravilla de la arquitectura.

Llegamos a un edificio de dos pisos de color rojo carmesí.

Más que un edificio era un retrato gigante de un cantante de salsa en pintura de aerosol. No sabría decirles quien era pero de lo que si estoy seguro es que no es peruano. Debe ser cubano o dominicano. Entramos por las manos del cantante.

La puerta estaba pintada de un marrón que reflejaba la piel bronceada del cantante.

Subimos hasta el segundo piso. Eric se mostró cansado después de subir el primero. 

Eso no era saludables bajo ninguna circunstancia. Mi amo podría recomendarle un nutricionista y un cardiólogo (otro). Dudo mucho que mi amo lo vaya a atender con su clásica sonrisa de: “¿En qué puedo ayudarle, señor?”.

No después de lo que le hicieron.
 -  Esta es la parte más mierda de los trabajos. Las putas escaleras, ¿Por qué no pueden vivir en el primer piso o en un edificio que tenga ascensores?

-  Cállate y sigue subiendo.- le ordenó Roy, que ya estaba varios escalones por encima de su compañero del crimen.

-  Ya voy.- respondió Eric. A pesar de su respuesta estaba desobedeciendo las órdenes de Roy porque se había detenido para descansar.

Un poco de humanidad apareció en los ojos de Roy. La humanidad tenía la forma de un pequeño brillo en el centro de los ojos de alguien.

No lo sabía.  

-  ¿Te sientes bien? No te vaya a dar un paro cardiaco en medio del trabajo porque el que se va a meter en problemas voy a ser yo.  

-   Estoy bien.- dijo Eric con un poco de frustración en su voz.

Esa respuesta dejó a Roy conforme con el asunto y continuó con su camino. Eric consiguió alcanzar a su compañero de fechorías.

La puerta que tenían que visitar era igual a las demás. De metal y con un numero pegado en el centro.

217

Roy le entregó a Eric una botella con un líquido transparente. Estaba lleno a la mitad.

Eric se bebió todo el contenido de un trago. Esto hizo que su aliento se convirtiera en una asquerosa mezcla de comida a medio procesar, alcohol barato y la barra de chocolate que se comió en el camino.

-   ¿Listo para el trabajo, pequeñín?- me preguntó Eric impregnándome con ese repugnante aliento.

¡Por favor, deja de tocarme! Creo que voy a tener otro ataque de pánico.

-   Deja de hablarle a las armas. Es extraño.

Roy tocó la puerta con suavidad. Era el aperitivo. Para el plato fuerte Roy golpeó la puerta con más brusquedad. Le abrió un hombrecillo calvo. Se le notaba cansado. 

Bostezó en las caras de Roy y Eric. De repente su cuerpo se llenó de una energía que lo hizo palidecer al ver de mejor manera a los dos matones.

-   Hola…espera un momento.- saludó Roy pero se quedó pensando en el nombre del pobre sujeto.

Eric le alcanzó una hoja. Roy la revisó por unos segundos. Estaba llena de nombres.

-  Soy Carlos.

Los dos ignoraron el nombre.

-  Aquí está.- Roy se quitó el cigarrillo y lo aplastó-. Hola Don Carlos, ¿Sabe quiénes somos o para que hemos venido?

-   No sé quiénes son pero creo saber para qué han venido.- respondió Don Carlos con una falsa seguridad.

-   Perdón por haber venido de madrugada.- dijo Eric. Roy lo destrozó con la mirada.

Tenemos una agenda muy apretada, ¿Podemos pasar?

¿Para qué esperar la respuesta de alguien cuya cabeza Eric podría aplastar si problemas?

Roy empujó a Don Carlos y ambos matones entraron. No lo hizo con fuerza pero para alguien tan frágil como Don Carlos fue como recibir un puñetazo en el estómago.

No quiero imaginarme como sería si Roy golpeara de verdad al Don Carlos. Los tres 
se sentaron en los sillones más cercanos. Roy y Eric rodearon a Don Carlos.

 -    ¿Puedo ofrecerles un café?

-   No queremos molestarle. Mejor vayamos al grano. Usted nos debe…- otra revisión en sus archivos-…2390 soles.

-  Yo solo pedí un préstamo de mil soles.- Don Carlos buscaba un poco de humanidad en los ojos de Roy. Solo encontró un vacío con un papel que decía: “Se necesita empleado”.

-  Por favor Don Carlos estamos en el siglo XXI, ¿Acaso no sabe lo que son los intereses?

-  Pero es más del doble de lo que yo había pedido.- Los labios de Don Carlos temblaban. 

-   Dentro de un mes será el triple.- aclaró Roy, quien se fumó otro cigarrillo.

Me gustaría decirle que he trabajado en un hospital toda mi vida y he tenido la oportunidad de ver varios cadáveres por distintas causas. Roy también habrá visto algunos cuantos pero estoy segurísimo que nunca ha visto el pulmón de una persona con cáncer.

Es más negro que la sombra de Judas.

Probablemente no le importe.

Probablemente diga: “la vida es para vivirla” pero no puedo evitar tener esa urgencia de ayudar a los demás.

Forma parte de mi naturaleza filosa. 

-  Por favor deme más tiempo. Ahora no tengo dinero pero le…

Las palabras de Don Carlos quedaron atoradas gracias al puño que Roy le propinó en la boca.  

-    Eric, muéstrale a este sujeto que es lo que hacemos cuando no paga. Puta madre, mi mano.- Roy se había pasado de fuerte con el golpe. Este también lastimó su propia mano.

Eric siguió las órdenes de Roy y le dio un par de golpes más.

Después de cinco minutos de golpes ininterrumpidos Roy le dijo a Eric que se detuviera. 

-  Mira amigo estoy de buen humor, usualmente me voy con esta bolsa,- Roy sacó un pequeño saco con el signo del dólar de uno de sus bolsillo-, llena con tus dedos y dientes pero te voy a dar una oportunidad. 

Roy sacó una pequeña libreta, este tipo tiene todo un bazar en sus bolsillos. La revisó por un breve periodo de tiempo. Tiempo en el cual no dijo ni pio. Cuando encontró lo que estaba buscando Roy tuvo el honor de ser el primero en romper el silencio.

-   No sabía que tenías un hijo.- dijo Roy con una sonrisa despiadada.

-    No lo metas en esto. Por favor.

-   Cállate.- ordenó Eric. Don Carlos tenía los labios tan hinchados que le era imposible cerrarlos por completo.

-   Tú hijo vive cerca de una sucursal del Banco de Crédito en Comas, ¿No es así?- no esperó a que Don Carlos le respondiera-. Mira, esto es lo que haremos. Unos amigos robarán el banco el sábado y necesitarán un lugar para esconderse. Nos prestaras tu casa por unas horas. Mis colegas se quedan un rato, miran tele, les invitan a almorzar y se van. Si todo sale bien te perdonaremos el 20% de tu deuda, ¿Qué opinas?

No le dio la oportunidad de responder. Tampoco es que pudiera decir algo para persuadirlo o que tuviera otra opción. Los ojos de Roy se tornaron rojos, al menos esa era la ilusión que estaban provocando las luces de la casa.

Parecía que todos estuviéramos viendo la cara del diablo, o de alguno de sus compinches.

- Si me entero que le avisaste a la policía o que, siquiera, pensaste en avisarle a la policía yo me encargaré de convertirte a ti y a toda tu familia en abono y enviarlos a una granja de tomates, ¿Has entendido?

Nuevamente no le dio tiempo de responder.

Don Carlos tenía una expresión de odio que, para su suerte, ninguno de los dos notó. Si lo hubieran hecho Eric habría regresado con su tanda de golpes. Esta vez más fuertes y por más tiempo. Cuando hubiera acabado con él, el viejo no tendría oportunidad de hacer cualquier otra expresión en lo que le queda de vida. 

-   Eric llévate ese televisor que tiene la pinta de ser caro. Si no lo es…puede servirnos para recargar los pies.

Eric obedeció. Levantó el televisor con facilidad. Recuerdo que mi amo tiró una televisión similar cuando compró la nueva de pantalla gigante.

Eric no pudo ver como el anciano levantaba una silla. Golpeó a Eric con ella. La silla se rompió en pedazos; no gracias a la fuerza del golpe.

El anciano no destruyó una silla, sino el hogar de cientos de miles de termitas.

Eric se dio cuenta del golpe. Estaba tan furioso que me sacó de mi zona de confort y me utilizó. En lugar de apuñalarlo en el hombro, como un matón común, me introdujo dentro del ojo del anciano.

Este cayó muerto conmigo colgando en su cara.

Mucha sangre salía del agujero donde estaba su ojo. Sentía como mi punta tocaba el cerebro del viejo.

Oh, Dios ¿Qué me han obligad a hacer?

Eric me sacó con la misma rapidez con la que me clavó. Mi limpió usando su polo, cosa que no sirvió de mucho. Solo terminó ensuciando su propia ropa y algo de sangre todavía se mantenía en mi hoja.
Eric, pedazo de… ¿Qué hiciste?- preguntó Roy. En las horas que llevo observándolo esta es la primera vez que lo veo nervioso, hasta podría decir asustado.

-   El empezó. Me golpeó con la silla.

-  Debiste golpearlo en la cara o romperle las piernas pero no tenías que matarlo. 

Eric se dio cuenta de su error. Sentí como sus tetas bailaban a medida que él temblaba. Su piel emanaba más sudor que de costumbre.

Qué asco. 

-   Roy, deberíamos irnos.

-   Usa la alfombra para envolver ese cuerpo.- ordenó Roy, quien volvió a encender otro cigarrillo. Esta vez tenía un mayor desafío. Un simple cigarro no va a ser suficiente para relajarlo. No para lo que está pasando.

-   ¿Qué?- preguntó Eric, que se había quedado sin habla después de esa simple palabra. Podía escuchar los fuertes latidos de su corazón. 

-    Que envuelvas el maldito cadáver en la alfombra.- Roy señaló el cuerpo de Don Carlos, como si no fuera el único cadáver ahí-. No podemos dejarlo ahí.

-   Pero…- como dije antes Eric se había quedado sin habla.

Roy le apuntó con su arma, era obvio que no le iba a disparar pero servía muy bien como amenaza. No creo que Roy sea capaz de deshacerse de dos cadáveres…

…Y mucho menos uno que tenga el peso de Roy.

Eric envolvió el cuerpo de Don Carlos con la alfombra hasta convertirlo en una momia improvisada. Lo cargo como lo haría una madre con su hijo de dos años.

Bajaron con rapidez hasta el primer piso.

Era una suerte que nadie los haya visto. Era una suerte para Eric porque si eso pasaba este tendría que cargar con más cadáveres y era posible que no todos tuvieran alfombras.

Eric puso el cuerpo en la cajuela y se aseguró de cerrarla bien. Se sentó al lado de su amigo y esperó una respuesta de su parte. Como no la encontró es mejor no seguir buscando.

Eric no quería saber qué cosa podría encontrar.

Roy arrancó el auto y se fueron lo más rápido que pudieron de la escena del crimen.
Roy encendió dos cigarrillos al mismo tiempo. El humo blanquecino que expulsó llegó, en un 90%, a los pulmones de su compañero. En estos momentos me alegraría de no tener pulmones, pero…

¿Cómo podría alegrarme se acabó de ser el cómplice de un asesinato?

Ha sido mi filo el responsable de destrozarle la cara a una persona inocente. En este momento debe ser el banquete de varias moscas y otros parásitos

Roy tosió un poco de flema espesa. Se limpió la mano con un pañuelo que Eric le había prestado. Roy miró el contenido y sintió asco así que hizo bola el pañuelo y lo arrojó por la venta del auto. 
-  ¡Oye, ese pañuelo me lo regaló mi abuela!

-   Se me acaba de ocurrir una idea. ¿Qué te parece si enterramos este sujeto en la tumba de tu abuela?

Eric, completamente lleno de confianza, respondió:

-   Mi abuela fue incinerada y sus cenizas fueron arrojadas al mar.

Roy se mostró decepcionado. Aquí me perdí, pensé que esto de enterrar el cuerpo del viejo dentro de la tumba de otra persona fue dicho como un chiste oscuro e irónico; no como una idea lista para ser concretada.

-   ¿Tienes alguna idea para solucionar este problema que tú mismo provocaste?

Eric se quedó pensando, sacó unos caramelos de un compartimiento de su auto, no recuerdo como se llamaba. Todo ese compartimiento estaba repleto de dulces de todo tipo, en su mayoría caramelos.

Uno no puede cometer delitos sin tener algo dulce en la boca.

-   Lo tiramos al río. Como siempre.

-   Mala idea.- respondió Roy, quien se agarró un paquete de chicles. 

El matón fumador se metió el paquete entero, de 20 chicles, a su boca de dientes marrones. Masticaba con la boca llena. No quiero ver pero espero de todo corazón que sus dientes se queden adheridos a esa masa pegajosa de chicle.

-   Mala idea.- repitió-. Esos cuerpos los encuentran al día siguiente. Un par de preguntas a los familiares, un poco de investigación de aquí para allá y la policía hallará conexiones entre Don Carlos y nosotros, y entre nosotros y el resto del grupo. Sería perjudicial para todos. 

-   ¿Entonces?

Roy soltó las manos del volante dejando el auto sin ninguna dirección. Eric cogió el volante y comenzó a conducir mientras Roy pensaba en una solución.

Esto debe ser cosa de todos los días para esta pandilla de delincuentes.

No se me ocurre nada.- Roy encendió otro cigarrillo más. Yo ya perdí la cuenta-. Tendremos que usar el plan B.

Para mi desgracia Eric empezó a sudar. No solo me bastaba tener el cuerpo sucio por la sangre y el alma todavía más sucia por la idea de haber matado a alguien, sino también debo tener el olor repugnante de Eric en todo mi ser.

Por favor que alguien arroje mi cuerpo a la fogata de basura más cercana que encuentren.
 - ¿El plan B?- preguntó Eric como si nunca hubiera escuchado de un plan B en su vida.

Roy asintió con una expresión lúgubre.

Eric también asintió con un gesto lúgubre, creo que si sabía de qué se trataba el famoso “plan B”. Su triple papada me impedía verlo con más claridad pero el sonido de su saliva entrando a su sistema por el nerviosismo es suficiente señal para mí.

Roy volvió a tomar el volante y aceleró. Durante el trayecto ninguno de los dos dijo nada.

Eric encendió la radio. Solo se escuchaba el sonido clásico de la interferencia en las señales. Un sonido nada entretenido para un momento como este.

No fuimos al almacén donde tienen prisionero a mi amo. Como quisiera estar en sus manos seguras. Limpio y listo para salvar la vida de alguien, no me importa si se tratase del líder de esta organización de mierda.

Solo quiero salvar.

No matar.

Llegamos a un edificio que parecía ser un sobreviviente de un terremoto. Lo digo porque todo el primer piso estaba rajado.

Los dos bajaron del auto.

Eric le dio un golpe a la pared. Las rajaduras despertaron y se extendieron por todos lados hasta detenerse y volverse a dormir.

Rodearon el edificio hasta entrar a un callejón. Al lado derecho del callejón había una puerta de metal en pleno proceso de oxidación.

En la puerta metálica había un letrero que decía: “peligro zona eléctrica”. Ninguno de los tres lo creímos. Los únicos cables eléctricos que había eran los que formaban una telaraña que acaparaban todos los postes telefónicos.

Roy tocó la puerta.

A diferencia de lo que pasó con Don Carlos; ni Roy, ni Eric se mostraban confiados ante quien sea que esté detrás de esa puerta.

La puerta se abrió.

Como no conocía a la persona detrás de la puerta y no sabía de lo que era capaz me dejé llevar por mis prejuicios.

¿Cómo es posible que estos dos matones muestren temor a un sujeto que hace lucir 
intimidante a Don Carlos?

Era un enano calvo y blanco. Tenía unos ojos azules, que resaltaban bastante en sus lentes culo de botella. Sus orejas eran tan grandes que le podrían servir de alas. Su bigote estaba muy mal cortado. 

-   ¿Qué quieren?

-  Perdone señor Reinhert.- por primera vez veo que Roy ha perdido el don del habla.

El anciano movió temblorosamente su mano derecha para ajustarse las gafas. Tuvo que hacer esfuerzo para reconocer a este par de matones.

Cuando lo consiguió el señor Reinhert frunció el ceño y arrugó la nariz como si Roy y Eric se hubieran bañado en las alcantarillas más finas de la ciudad.

La voz del señor Reinhert sonaba como la de un anciano que se pasaba la mayoría del tiempo quejándose las idioteces de los jóvenes.

En este caso Roy y Eric.

-   ¿Qué es lo que quieren?- volvió a preguntar.

-   Ah... señor Reinhert…- A Eric se le apagó el cerebro al tratar de encontrar más palabras para justificar su presencia a la mitad de la noche.

Roy le volvió a encender el cerebro a su amigo de un codazo en las costillas.

-   ¿Y bien?

El señor Reinhert debe tener unos 80 años y no ha visitado a un dentista desde nunca. Hasta su dentadura postiza tenía los dientes amarillos.

Sus ojos mostraban unas ojeras monumentales y este par de idiotas no lo dejaban tranquilo. 

-   Tenemos un problemita.- dijo Roy.

-   Un plan B.- continuó Eric. Los ojos de Roy le decían a Eric: “Recuerdo haberte dicho que te callaras”

-   Un plan B.- repitió Roy. 

El señor Reinhert quería que estos sujetos se largaran para que pueda continuar con su necesario ciclo de sueño.

-   Queremos que nos ayude a desaparecer un cadáver.

Debe ser alguna labor divina. El foco que estaba encima de la puerta, debajo del señor Reinhert se encendió. Una sonrisa se formó, era tan grande que cubría casi toda su cara y la nariz del anciano calvo trabajaba más de prisa.

A mi amo también le pasaba lo mismo (salvo por el foco) cuando su equipo favorito estaba a punto de meter un gol decisivo. 

-  Por ahí hubieran empezado.- la falta de sueño ya no era un problema. El señor Reinhert parecía estar lleno de energía-. Tienen que aprender a ser más directos, muchachos.

Los dos tenía la frase “lo siento” bien escrita en la cara.

-  Está en la cajuela.- informó Eric.

-  Soy un pobre viejo a un paso de tener osteoporosis y a dos de poner un pie en la tumba, ¿Por qué no traen ese cadáver adentro?

El señor Reinhert entró a su… ¿Taller? Dejando la puerta abierta. Roy y Eric entraron con el cadáver envuelto. Era el regalo perfecto para el señor Reinhert y todavía no es navidad.

No era un taller, era una sala de operaciones. El señor Reinhert debe ser uno de esos doctores falsos, especialistas en todo que aparecen en las noticias.

Desde endodoncias hasta un aborto.

Esas personas me desagradan como no tienen idea. Les dan una mala imagen a la noble profesión de mi amo.

Desenvuelvan ese regalo y pónganlo en la camilla.- ¿El señor Reinhert me acaba de adivinar el pensamiento?

Los dos matones quitaron a la alfombra y pusieron el cuerpo de Don Carlos en la mesa de operaciones. El doctor Reinhert preparó una taza de café, antes de terminar se rascó la calva. Algunas manchas de calvicie aderezaban el café.

Yo y mi maldita visión.

El señor Reinhert tomó un trago largo. El café estaba tibio, casi frio, puedo asegurarlo porque no salía vapor de la taza. El anciano calvo cegatón les ofreció una taza de café a los dos matones. Eric estaba tentado pero lo rechazó, al igual que Roy.

El señor Reinhert se terminó su café. Puso una cara de: “ustedes se lo pierden idiotas” y dejó la taza encima de una mesa metálica.

La mesa estaba llena de instrumentos quirúrgicos.           

Compañeros de oficio.

Miró el cuerpo y soltó un silbido de admiración.

-  Justo en el ojo, ¿Qué pasó Eric? ¿Se metió con tu madre?

Eric no respondió. Roy tomó la palabra.

-   Este viejo, sin ofender. Nos atacó con una silla cuando estábamos haciendo los cobros. Nos iba a servir para un robo.- miró a Eric con odio. Este alejó la mirada y trató de defenderse. 

Creo que podemos seguir con nuestro plan sin problemas. Secuestramos al hermano y lo obligamos a que nos preste su casa.

Sí, pero…- Roy iba a argumentar pero otro silbido de admiración por parte del señor Reinhert lo interrumpió.

-   Una puñalada fina Eric, tienes talento.- El anciano mostró su carencia de dientes en una sonrisa. Necesita ir a un dentista con urgencia. A uno de verdad, no a uno ilegal. No a un dentista que te quita las caries con un taladro de ferretería. 

Olvidé mencionar que entre los materiales quirúrgicos del señor Reinhert había herramientas de carpintería, como un par de alicates y una llave inglesa.

Eric se sonrojó al escuchar ese elogio. Al parecer nadie le había dicho que tenía talento en nada.

-  Pero tienes que controlar tu ira. No puedes estar matando personas por cualquier cosa. Mucho menos si eso interrumpe las operaciones de la empresa.

-  Lo siento.- se disculpó Eric con un movimiento que me recordaba a una reverencia japonesa. 

 Descuida.  

-  Se le he dicho varias veces. Si algún imbécil se mete contigo le rompes los dientes y ya. No necesitas llevarlo de un viaje solo de ida al infierno.- dijo Roy.

El señor Reinhert les informó que el cuerpo era muy pequeño y, por lo tanto, muy fácil de desaparecer. Sin embargo había algo más y esa era la razón por la cual Roy y Eric le tenía miedo al señor Reinhert.

-   Son 1090 soles por favor.

Era muy caro, carísimo.

Roy tuvo que aclararse la garganta varias veces antes de hablar. Se limpió la flema blanquecina de la mano. Maldita sea Eric, ¿Por qué tenías que acercar tu cara para verlo?

Qué asco.
-  Señor Reinhert. Eso es muy caro. 

-  Si eres bueno en algo no lo haces gratis. 

Al señor Reinhert le gusta El caballero de la noche. Al menos tiene buen gusto cinematográfico.

-   ¿No puedes hacernos una rebaja?- fue Eric el que preguntó. Roy no se ofendió al respecto. Necesitaba todo el apoyo que podía y no iba a esperar que un bisturí se ponga a hacer las negociaciones por él. 

-    Conmigo este viejo, del cual no quiero saber su nombre…

-    Se llama Don Carlos…- Roy le dio el clásico codazo a Eric. El señor Reinhert lo miró con una mirada asesina. Como si quisiera que compartiera la mesa de operaciones con el cadáver.

-    Como decía conmigo este sujeto, que no se llama Don Carlos, desaparecerá del mapa. Jamás existió su cuerpo. Me aseguraré de convertirlo en abono para plantas. Creo que el precio vale la pena, de todas maneras, sin cuerpo no hay crimen. 

Roy y Eric revisaron sus bolsillos. Tenían menos de 200 entre los dos.

-    Es todo lo que tenemos.- informó Roy avergonzado.

-       Falta, bastante. 

El señor Reinhert guardó el dinero en su billetera. Servirá para comprar el desayuno y el café por una semana, quizá dos.

-  Tiene que comprender que nosotros no cargamos con 1000 soles cada vez que salimos a laborar.- dijo Roy defendiéndose de los cobros excesivos del señor Reinhert.

-    Y tú tienes que comprender que…- el señor Reinhert enmudeció. Sus ojos, monstruosamente grandes para su pequeña cabeza, me estaban mirando. Si pudiera hacerlo estaría sudando a mares.

-   Eric.

-   ¿Qué?- preguntó un Eric temeroso. 

-  ¿Mataste a ese viejo con ese bisturí?

-   Si, el señor bisturí es un asesino despiadado.- Eric me dio una palmada con sus dedos ásperos. Los bisturís no matan. Las personas sí. 

-   Hagamos un pequeño trato. Ustedes me dan ese bisturí y yo haré el trabajo. No les estoy perdonando la deuda. Preferiría que me castraran con un cortaúñas antes de hacer un trabajo gratis. Solo les daré tiempo para conseguir el dinero, ¿Qué me dicen? 

¡No! ¡Absolutamente no!

Mi amo me necesita para hacer la cirugía, ¿Se han olvidado de la cirugía? ¿El jefe con problemas cardiacos y eso?

Mi amo, el doctor, y yo somos un equipo. Sin mí no podrá hacer la cirugía. Por favor no acepten el trato. Ya fue lo bastante duro que me obligaran a matar a alguien pero no pueden alejarme de mi amo.

Por favor.       

-   Dale el bisturí.- ordenó Roy. 

-   Pero…- eso Eric, defiéndeme. Siempre fuiste mi favorito de los dos. No necesitan a ese viejo explotador. Pueden arrojar el cuerpo a una zanja como los matones comunes y corrientes. 

-  Dale el bisturí. Sin peros.

Eric me sacó de la grasosa seguridad de su bolsillo. Pasé de los dedos gruesos y olorosos de Eric a los dedos pálidos y fríos del doctor Reinhert.

Noooo…

-  Será muy irónico que corte este cuerpo con el arma que lo mató. 

-  Sería poético.- Roy apoyó la afirmación del doctor. 

-   Tienen una semana.- su rostro de júbilo desapareció y la máscara de un cobrador encarando a un inquilino moroso cubrió su rostro. 

Los dos agradecieron al anciano, se despidieron, se dieron la mano y adiós. Cuando cerraron la puerta el señor Reinhert se dirigió a mí como si supiera que he podido escucharlos todos el tiempo.

-   Es hora de trabajar querido amigo.

Supongo que sí.

Tú te encargas de las direcciones y yo de los cortes. Me he saltado un par de etapas y llegué directo a la aceptación.

Antes de empezar con el trabajo el señor Reinhert hizo una llamada.

Sea quien sea el que tenía que contestar, posiblemente un matón, se tomó su tiempo.

¿Quería añadirle suspenso a la escena?

-   ¿Por qué no contestas, pedazo de animal?

El “pedazo de animal” se dignó a contestar. Había interferencia desde el otro lado de la línea. Lo único que pude escuchar fueron susurros. La única palabra que oí, y de milagro, fue “baño”, que me dio un buen concepto de lo que estaba ocurriendo.

-   Necesito que vengas en una hora. Trae la camioneta…si, tienes que llevar otro cuerpo…tomate una taza de café o una raya si tienes sueño…quiero que lo lleves a la granja del señor Fernández…si, la que tiene la trituradora. No lo olvides en una hora.

Colgó y se dirigió a mí.

-  Tenemos una hora para divertirnos.

No sé si me está hablando a mi o al cuerpo que aún conservaba el ojo abierto.

En una hora el señor Reinhert le quitó el ojo sano, lo que quedaba del otro ojo, la lengua, las manos y los pies. También le extirpó todos los órganos que aún servían. Mientras los sacaba los anotaba en una libreta. 

 -   Riñones 300 c/u

-   Corazón 500

-    Páncreas 150

-   Hígado 400.

Don Carlos quedó como una cascara de piel, huesos y músculos. Cuando le quitó los testículos (para ponerlos en un frasco de líquido amarillo) el doctor formó una sonrisa de científico loco de película mala.

-    Estos irán directos a mi colección. 

El sujeto, del otro lado de la línea, entró. Tenía los ojos desorbitados y un rojo nada saludables. Le recomendaría que saque una cita a un oftalmólogo de inmediato. Casi no tenía cabello y el poco que le quedaba estaba teñido. Ese rubio tipo princesa de Disney no combina con ese rostro marrón de extra de película provinciana. Era de contextura muscular, sobre todo en los brazos. No tenía nada que envidiarle a un Stallone en sus mejores tiempos.

-   Llegaste justo a tiempo, Vinnie. 

-    Vine lo más rápido que pude. 

El sujeto se puso incomodo al escuchar su nombre. Miraba a ambos lados en busca de algún espía de algún  país enemigo, ¿De qué te preocupas Vinnie? Solo hay un doctor y un bisturí atrapado en contra de su voluntad.

No te preocupes, no te delataré con la policía. La familia está para cuidarse mutuamente. Sé que no voy a volver a ver a mi amo. Así que tomaré con los brazos abierto, con algo de resistencia, la nueva vida que voy a tener.

No salvaré vidas.

Le quitaré los órganos a personas, cuyas vidas fueron arrebatadas en un ataque de rabia mal infundado.

Soy un objeto. Soy un bisturí. Y mi función es cortar.  

El señor Reinhert puso amablemente el cuerpo de Don Carlos en una bolsa de cadáveres, de muy mala calidad por cierto. Vinnie agarró el cuerpo de Don Carlos con mucha facilidad. Debe serlo. Todos sus órganos están en hieleras o frascos con líquidos amarillos.

Don Carlos debe pesar menos.

Vinnie recibió un fajo de billetes, sonrió y se fue en una camioneta oxidadas. Parecía sacada de una película de terror de los 70.

Mi nuevo hogar es un cajón oscuro y húmedo. Al menos las otras herramientas se portaron muy amables conmigo. Me enseñaron las reglas del oficio, me contaron diversas anécdotas del trabajo del Señor Reinhert y yo les conté algunas de mi amo. 
Se las conté con todo el orgullo que mi corazón de metal pudiera ofrecer y ellas me respondieron con unos aplausos imaginarios. Ninguno de nosotros teníamos manos, aunque el alicate se esforzaba a su manera.

Un año después

El señor Reinhert raras veces sale de su casa así que para estar informado del mundo exterior escuchar una radio mientras le saca los órganos a un pobre desgraciado.

La jerga del mundillo criminal puede ser contagiosa.

Encontraron el cuerpo de mi amo en una playa. Fue descubierto por unos niños, que quedaron traumatizados de por vida.

Mi amo había desaparecido hace un año. La policía especula que su muerte está relacionada con la de un famoso capo de la mafia con serios problemas cardiacos.
Resulta que si me necesitaba.
-   Pobre bastardo.- dijo el señor Reinhert. Me acostumbré al trabajo pero no puedo tolerar que hable mal de mí amo. 

No puedo hacer nada. Eso lo sé, pero eso no quiere decir que no desee que la punta de mi ser entre directamente a su ojo.

Un acto similar fue lo que me metió en esta nueva vida.

El señor Reinhert cambió de estación poniendo una de música clásica. No sabía que teníamos estaciones que ponían ese tipo de música. Se relajó apenas la música comenzó a sonar, creo que era una de Beethoven.

Seguimos trabajando.




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