sábado, 13 de noviembre de 2021

El hombre sin rostro


Somos muchos, pero hay espacio para muchos más. El lugar es oscuro, salvo por unos agujeros blancos que están en el cielo. Es como estar en una caja enorme con agujeros en la tapa.

Cerré mi casaca, empezaba a hacer frio. Al menos eso creía yo porque a mi alrededor había personas desnudas que caminaban sin mucha molestia. No había mucho que hacer por aquí. A mí me gustaban dar paseos larguísimos para ver si había un límite. Una vez caminé por una semana (al menos así lo sentí. No tenia reloj) y no encontré un final. Ninguna pared. Ningún precipicio. Ningún letrero que dijera: Fin del camino.
Tomé una hamburguesa de tres pisos, un paquete de papas fritas y una botella de gaseosa de la mesa. En medio del lugar había una larga mesa, tan larga que me cansaban los ojos el solo buscarle un final. Otras personas se acercaban para tomar algo. Era un buffet libre. Había de todo. Desde platos preparados hasta envases de comida chatarra.
No tenía hambre. Nadie lo tenía. No necesitábamos comer. Solo lo hacíamos porque la sensación de comer estaba tan arraigada en nuestras mentes que era imposible de deshacer. Lo hemos hecho toda nuestra vida. Tampoco necesitábamos dormir, pero había camas por doquier (todas iguales: colchones blancos, sabanas blancas y frazadas blancas). Varias estaban ocupadas. Dormir ,o fingir hacerlo, era otra forma de pasar el tiempo.
Teníamos una eternidad por delante.
Le di un mordisco a mi hamburguesa. La comida aquí es deliciosa.
Algo que podemos hacer para entretenernos es hablar. Al menos nos hubieran dejado una mesa de Hockey de aire o un futbolito.
Así fue como lo conocí.
Caminaba hacia ningún lado hasta que me choqué con él. Lo primero que me llamó la atención fue su rostro. No tenía. Donde estaba su cara había un enorme agujero irregular que terminaba en la parte posterior de su cabeza convirtiéndolo en una dona humana. De su antiguo rostro solo quedaba uno de sus ojos. Se podían ver trozos de cerebro y cráneo desde mi perspectiva, al igual que el otro lado. Un sujeto con un puñal en la cabeza me saludó desde ahí. Yo le devolví el saludo.
Un detalle que no había contado era la forma en la que aparecemos aquí. Llegamos exactamente de la misma forma en la que morimos. Si te da un aneurisma cerebral lo más probable es que acabes como una persona normal. Pero si te atropella un tren, digamos que vas a necesitar a alguien que te lleve. En el tiempo que estuve he conocido a personas sin brazos, sin piernas, coladores humanos por las balas, una mujer con una boca convertida en un túnel blanquecino y sin dientes debido al cáncer de garganta.
Si es que hay un Dios responsable de esto, sí que tiene un sentido del humor tan negro como este lugar. Nivel Sion Sono.
¿Qué hay de mí? Mi cara se pegó con el teclado así que todavía conservo las marcas de las teclas bien pegadas en mi rostro.
Hablando de rostros…
Estaba aburrida. No había nada que hacer. No tenia nada que perder así que le saludé:
- Hola. Mi nombre es Deborah Cazzier. Es un apellido muy raro, lo sé. Culpa a mis padres.
El hombre sin rostro me respondió haciendo uso del lenguaje de señas. No podía hablar. No tenia boca. Cada vez que lo intentaba salía un chillido de lo que antes solía ser una voz muy grave. Por suerte yo conozco el lenguaje de señas. Trabajé como voluntaria durante tres años hasta que uno de los sorditos me dejó embarazada. Traté de hablar con él, pero el muy desgraciado se negó a escucharme.
Di al bebé en adopción.
¿Qué? No estaba lista. Creo que nunca lo estaré.
El hombre sin rostro me dijo que se llamaba Angel Carrillo.
- Problemas en el corazón- le expliqué con palabras y con el lenguaje de señas. Sus oídos estaban en su cabeza así que podía hablarle-. Estaba trabajando en la computadora y de repente… tiiiii…- hice el sonido de un corazón deteniéndose mientras dibujaba una línea con los dedos-. Un problema hereditario. Mi padre no pasó de los cuarenta años y su padre tampoco. Supongo que había un descuento de diez años para las mujeres. ¿Y que hay de ti? ¿Cómo moriste?
No era una pregunta personal. Aquí no. Cuando iniciamos una conversación siempre terminamos llegando a esta fatídica pregunta. Tarde o temprano. ¿Por qué no temprano? Siempre encuentras las mismas respuestas: Asaltos, atropellos, incendios (el sujeto que me lo contó era el doble exacto de Freddy Krueger). Recuerdo la muerte de una anciana de 92 años. ¿De qué otra forma podía morir que no fuera el deterioro natural del cuerpo? Cuando me lo contó me dio a entender que los abuelitos eran más interesantes de lo que les dábamos crédito. Murió electrocutada al usar un vibrador defectuoso.
Angel me contó su historia:
Angel se iba a casar con una jovencita muy guapa llamada Raquel. Después de haber ahorrado por más de un año de su trabajo como profesor de natación consiguió comprar un precioso anillo con un diamante del tamaño de un piojo. Pero de que era precioso era precioso. Angel caminaba en medio de la calle, muy feliz y seguro de sí mismo. Fuera de este mundo.
Se imaginaba a si mismo con Raquel en un restaurante exclusivo pidiéndole que se case con él. Ella repetirá que “si” varias veces, cada “sí” con un tono más agudo que el anterior. Luego se darían un beso del cual ninguno de los dos desearía que terminara nunca.
Estaba tan enfocado en su futuro que no se dio cuenta de su presente. Su presente tenía unas garras muy afiladas. Dichas garras lo levantaron y lo alejaron del suelo. Se trataba de un águila gigante, del tamaño de un helicóptero. Angel trataba de defenderse, pero las garras se clavaban con ferocidad en sus hombros haciéndolo gritar y sangrar. En cuestión de segundos ambos habían salido de la ciudad.
Esa águila volaba tan rápido como un avión. El viento deformaba el rostro de Angel. Este intentó gritar, pero apenas salía una voz de su garganta. Una paloma despistada se metió en su boca. Angel la escupió.
Llegaron a casa, un enorme nido ubicado en la cima de un cerro. En dicho nido reposaban tres pequeños polluelos rosados. El águila depositó el cuerpo de Angel en el suelo pajizo del nido. Los tres polluelos se despertaron ante la llegada de su mamá (y la comida). Angel se puso de pie de inmediato, retrocedió al ver como los polluelos (que tenían su tamaño) se le acercaban. Angel se resbaló con algo y cayó al suelo, se trataba de un esqueleto humano.
Los polluelos, conscientes de que Angel no tenía escape alguno, se acercaron con lentitud, ansiosos de por fin poder comer. Angel trató de defenderse arrojándoles un fémur. Este cayó en la cabeza de uno de ellos. El polluelo lanzó un chillido de dolor y se frotó la cabeza con sus alitas. Angel notó que, entre las pertenencias del esqueleto, había una navaja. La tomó. Con ella alejó al resto de los polluelos. Estos se escondieron a espaldas de su madre.
La madre se acercó a Angel, sus pasos hacían temblar el suelo. Los pies de Angel se hundieron en la paja limitando sus movimientos. La sombra de la gigantesca ave cubrió por completo el cuerpo de Angel. Este no estaba dispuesto a rendirse.
Levantó la navaja.
- ¿Quieres un pedazo de mí? ¡PUES, VEN POR EL!
El águila obedeció. Clavó su afilado y curvilíneo pico en la cara de Angel. El pico atravesó su cabeza saliendo por la parte posterior de la misma. La sangre se escurrió manchando su traje y el suelo pajizo del nido. El águila movió la cabeza, agitando el cuerpo de Angel. La sangre salpicó los rostros de los polluelos. Estos abrieron sus bocas esperando que este delicioso néctar cayera adentro.
El cuerpo de Angel cayó al suelo. Su cara había desaparecido. Las cuatro aves rodearon el cadáver. El almuerzo estaba servido.
Esta bien. Eso no pasó. Por este lado del mundo no hay águilas. Solo aproveché mis conocimientos en la escritura para aderezar un poco la historia. La versión original era muy aburrida.
Angel caminaba con su anillo de matrimonio en el bolsillo a la casa de Raquel cuando, sin querer, pisó una cascara de plátano. Patinó unos metros hasta chocar de cara contra unos fierros gruesos que sobresalían de una camioneta de carga. Tuvo una muerte que podía salir en una película de Destino Final, o en una parodia de la misma.
Como dije: Una historia muy aburrida.
Una historia muy aburrida que consiguió activar una campanita dentro de mi cabeza. Oh no, oh no, oh no.
Carajo.
Yo estaba ahí cuando pasó.
Recuerdo que usaba mi casaca favorita. Una casaca gruesa y rosada, con dos tiaras estampadas en el pecho, y en la espalda había una imagen estampada de todo el cast de Sailor Moon. Estaba comiendo plátanos mientras miraba una estantería de una librería. Estaban vendiendo una colección de todos los mangas de Sailor Moon (sus 18 volúmenes) a solo 300 soles. Ya los había leído por internet, pero leerlos en formato físico debía ser una experiencia completamente diferente.
Arrojé la cascara de plátano a la pista, creí que le había atinado al tacho de basura. En unos minutos me iba a dar cuenta de mi error. Alguien me tocó el hombro rompiendo mi pregunta mental: ¿Debería comprar esa colección o no?
Era un policía con un bigote muy negro y unos lentes mucho más negros, me podía reflejar en ellos. Necesitaba peinarme. Si miraba a alguien podría convertirlo en piedra.
- ¿En que puedo ayudarle oficial?
- ¿Fuiste tú la que tiró la cascara de plátano?- me preguntó señalando la evidencia que estaba en el suelo.
- No, no fui yo.- respondí después de esconder el resto de los plátanos en mi espalda.
- Mire, recoja esa cascara de plátano o le pondré una multa.
- Ya le dije que no fui yo.- Fui el doble de firme, pero lo convencí a la mitad.
El policía suspiró, sacó una libreta y se puso a escribir.
Me entregó la multa.
- ¿300 soles? ¿Esto es una broma?- Traté de calmarme y puse ojitos de perro lastimado -. Por favor. No lo haga.
- Se lo advertí, que esto le enseñé a no ensuciar las calles. ¿Usted no sabe lo que puede pasar si alguien pisa una cascara de plátano?
Apenas terminó de hacer esa pregunta alguien decidió darme una respuesta ilustrada. Angel pisó la cascara de plátano y…
El resto es historia.
El policía me agarró del cuello de la casaca durante todo el espectáculo. Ambos nos quedamos boquiabiertos, con unos rostros con los cuales se podrían hacer un meme. El policía recuperó la compostura unos segundos después.
- ¿Ves? Eso es lo que puede pasar. Señorita tendrá que acompañarme a la comisaria…
Se detuvo cuando se dio cuenta que yo pesaba muchísimo menos que antes (que halagador). El policía solo sostenía mi casaca. El resto de mi “yo” estaba huyendo hacia un rumbo desconocido. Me apenaba mucho perder mi casaca, pero lo que realmente me rompía el corazón era ir a la cárcel. En esa casaca no hay nada incriminador. Solo hay cinco soles, envolturas de chicles, un llavero con forma de águila, el DNI y la tarjeta de crédito de mi hermana gemela Desirée.
Nada incriminatorio.
El día de mi cumpleaños mi hermana Desirée vino a visitarme. Se me lanzó encima con ambas manos apuntando a mi cuello, pero eso ya es otra historia.
- Y eso fue lo que pasó.- le confesé al hombre sin rostro.
No podía decir que estaba furioso. Vi que sus orejas enrojecían hasta quedar al rojo vivo. Esas eran suficientes señales. Me di la vuelta.
- Fue un placer conocerte. Nos vemos.- tal como está el mundo dudo que nos volvamos a ver.
Algo me impidió moverme más de dos pasos. Era la mano del hombre sin rostro, sus venas eran visibles. Me agarró del cuello de la casaca. Me arrastró unos metros hasta encontrar un lugar donde pudiéramos “hablar” con más privacidad. Se detuvo cuando se dio cuenta que había perdido drásticamente de peso.
Solo sostenía mi casaca. Era mi segunda casaca favorita: Una de Jojo´s Bizarre Adventures.
El hombre sin rostro la tiró al suelo al ver que había desaparecido ante tanta gente. Le dio varias patadas y pisotones en un justificado ataque de rabia. Yo seguí corriendo lo más rápido que podía, quería alejarme lo más rápido posible de ese sujeto. Por un segundo pensé: “Cálmate Deborah, ¿Qué va a hacer? ¿Matarte?”. Solo me detuve cuando me choqué con alguien. Iba tan rápido que ambos caímos al suelo. Él fue el primero en ponerse de pie y me ayudó a levantarme.
El muchacho se me hacía familiar. Ambos teníamos el cabello lacio y negro, la misma nariz (aguileña), los mismos ojos castaños y el mismo tic nervioso de rascarnos el hombro cuando estábamos nerviosos. Su mentón era enorme y firme. Su mirada era convincente y cariñosa al mismo tiempo. Me recordaba mucho al hombre que conocí hace tanto tiempo en un albergue para sordos.
- ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
- Claro, extraña.- su cachete estaba deformado, hundido.
- ¿De casualidad estuviste en el orfanato…?
- ¡San Martin de Porres!- dijimos los dos al mismo tiempo. El chico también se sorprendió al ver el parecido entre ambos.
- ¿Mamá?
- Hijo mío- le di un fuerte abrazo-. ¿Qué estas haciendo aquí? Que pregunta más tonta.
Me soltó y me respondió mirándome fijamente a los ojos. Fue esa confianza una de las razones por las que me enamoré de su padre. La otra razón fue su mentón.
- Fui a visitar tu tumba cuando me dio un infarto en medio camino y aquí estoy.- levantó los hombros. Al parecer mi hijo también heredó mi actitud despreocupada.
- Ah, cierto. Esa enfermedad genética que tenemos- suspiré-. Debemos ponernos al día de inmediato.
- ¿Javier? ¿Dónde estás?
El verle la cara a mi hijo, que parecía tener la misma edad que yo, me hizo preguntarme: ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Unos quince años a lo mucho, me respondí. Un momento ¿LLEVO QUINCE AÑOS AQUÍ? El tiempo es un misterio en este lugar. Puede que en cualquier momento algún poeta del siglo XV o un viajero espacial del siglo XXV caigan del cielo.
Dos figuras aparecieron detrás de mi hijo.
Una mujer regordeta y de cabello recogido, y un hombre delgado y calvo se pararon detrás de Javier, me dio la impresión que habían salido de la nada.
- ¿Quiénes son ustedes?- pregunté a la defensiva.
- Mamá, papá- respondió Javier. Ellos se dirigieron a mi-. Ellos son mis padres adoptivos. Me criaron y educaron desde que era un niño.
Fui alternando a la hora de señalarlos.
- ¿Tus padres adoptivos también están muertos?
- Íbamos en el mismo auto cuando Javier tuvo el infarto.- respondió el padre.
- Un gusto conocerlos- les dije-. Muchísimas gracias por haber cuidado a mi hijo, ¿Quieren un helado de fresa? Los helados de aquí son una delicia.
- Soy intolerante a la lactosa.- confesó Javier.
- Aquí no.- Eso lo sé. Yo también era intolerante a la lactosa en vida. Apenas llegué aquí lo primero que hice fue comer malteadas y queso.
- Nosotros no vamos a poder comer.- dijo el padre.
No me había dado cuenta de las enormes piezas de metal incrustadas en sus respectivos estómagos. Se nota que fue un accidente muy accidentado, valga la redundancia.
- Veremos que hacer- tomé la mano de mi hijo-. Vamos, hay mucho de que hablar. Tenemos que ponernos al día.
Epilogo.
Soy una novelista. Esta bien, ERA una novelista. Era autora de una novela llamada “Águilas guerreras”, sobre unos soldados muertos en combate que reencarnan en unas águilas. Los cuatro se unen contra un régimen tiránico. Si no has oído de ella es porque aun no la han publicado. A cada editorial que enviaba. Editorial que me rechazaba.
Eso no consiguió desanimarme. Todos los correos de rechazo los imprimía y los colgaba en una pared. No los leía, pero ahí estaban. Solo seguí trabajando hasta que me morí. Sufrí del infarto mientras estaba trabajando en la segunda parte.
Durante un año no hice otra cosa que no fuera escribir. Durante ese tiempo mi cuarto se convirtió en un homenaje a la suciedad. Mi hermana gemela tuvo que empujar la puerta para abrirla, había una fila de cajas impidiéndole la entrada. Desirée y yo éramos iguales, salvo por tres detalles: Su cabello era más corto, era más gorda que yo y era más alta por un centímetro.
Vio mi cuarto. Era un chiquero de 30 centímetros cuadrados. Puso tres cajas en el suelo, cada una con una etiqueta distinta: Basura, reciclaje y ventas. En la caja “Basura” puso todas las envolturas de caramelos, cascaras de plátano, una rebanada de pizza que tenía una sola mordida y que estaba debajo de mi cama, ropa interior, lápices quebrados, papeles inútiles, etc.
En la caja “Reciclaje” puso mi ropa más vieja e inservible. Desconectó mi laptop, iba a llevarlo a formatear. Todos mis archivos, valga decir: relatos, documentaciones, carpetas de ideas iban a desaparecer. En la caja “ventas” puso mi mejor ropa (que no era mucha, siéndoles sincera), todos mis libros y mis mangas de la Shounen Jump. Al abrir uno de mis cajones encontró mi manuscrito de “Águilas guerreras”. Le echó una ojeada.
Ahora que estoy muerta debe valer algo, ¿Verdad?
Desirée soltó una risita.
- Hermanita, hermanita. “Águilas” lleva tilde en la “A”.
Puso el manuscrito en la caja “reciclaje”.
FIN.

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