Cristina también tenía una historia con Armando Joy. Tanto ella como su esposo tenían una historia con Armando Joy. Cristina Joy estaba felizmente casada con Alberto Manzanero, quien hacía alusión a su apellido siendo el hombre más dulce con el que había estado en su vida. Cosa rara porque su anterior relación era con un sujeto tan amargo que contagiaba a cualquiera con su áspera visión del mundo. Se llamaba John Coffe.
Cristina y su esposo Vivian
en una casita en un barrio de clase media. Ella trabajaba como cirujana y su
esposo, como contador. Eran felices hasta que uno de ellos enfermó. Cristina
sufrió unas complicaciones en los riñones. Quedaron inservibles. Necesitaba un trasplante
urgentemente.
Armando Joy vino un
día a visitarla. Tenía un ramo de flores en una mano y una caja de chocolates
en la otra. Ella estaba en una cama de hospital, conectada a una máquina de
diálisis. Cristina estaba leyendo una revista de Selecciones, que contenía
varias historias de personas que consiguieron superar todo tipo de adversidades
(entre ellas, enfermedades que habrían matado a cualquiera). Esto la calmaba.
Era como un delicioso caramelo que la hacía olvidar lo que estaba padeciendo,
momentáneamente.
Ella levantó la
cabeza y vio a su hermano muy feliz, con los brazos abiertos.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó Cristina. Ella prefería que fuera su esposo el que la visitara. Tenía que trabajar horas extra para costear los gastos del hospital. Aun así, cada vez que venía le traía un poema nuevo que había escrito. Cristina amaba a su esposo, era tan sensible.
La sonrisa de Armando
Joy se esfumó. Se dejó la silla más cercana y dejó los regalos encima de la
cama con poca suavidad. Como su fueran un par de trapos sucios.
- Vine a visitarte. Es mi deber como hermano. ¿Tomas vino a visitarte? ¿Agustín? ¿Mamá, papá? Nadie. Solo tu buen hermano Armando.
Los ojos de cristina
se pusieron aguados.
- Lo siento tanto, Armando. Es que ahora mismo tengo los ánimos por los suelos. Los doctores dicen que si no encuentro un donante pronto voy a morir. La estancia aquí nos está costando un dineral. Se nos están acabando los ahorros y…- Cristina quería seguir continuando, pero se calló. Armando Joy mantenía una expresión carente de emoción. Solo se limitó a asentir.
Volvió a sonreír.
- No te preocupes por eso hermanita. Yo voy a pagar todos tus gastos.
La sonrisa de Armando
Joy le recordaba al gato de Alicia en el país de las Maravillas.
- ¿En serio?- la expresión de Cristina se iluminó por completo. Parecía un foco. Un problema menos-. Esto es extraño- comentó.
- ¿Qué quieres decir?- comentó Armando Joy. Abrió la caja de chocolates y comenzó a comer. Cristina lo miraba con la boca hecha agua, como engullía los chocolates, apenas los masticaba. Debido a su estado ella no podía comer dulces, mucho menos chocolates.
- Te he llamado cientos de veces para pedirte ayuda y nunca contestaste nuestras llamadas.
- Nunca escuchó el teléfono cuando estoy trabajando.
Armando Joy escuchó cada mensaje de Cristina.
- Gracias hermano. No tienes idea de lo mucho que me ayuda. Me has sacado un peso de encima.
“Por unos cuentos meses”, pensó amargamente.
Cristina se mordió la
lengua para pedirle que le diera unos chocolates. Si iba a morir, que sea
comiendo esos deliciosos chocolates rellenos con crema de fresa.
- Las buenas noticias no terminan ahí- informó Armando Joy-. He hablado con tu doctor. El doctor Herman es muy guapo, ¿No es así? Perdona, me estoy desviando. He hablado con él y me hice todos los exámenes requeridos. ¿Adivina qué?
Cristina odiaba las adivinanzas,
pero decidió seguirle el juego.
- ¿Qué?
- Somos compatible.
Esas dos palabras
llegaron a Cristina como si le hubieran tirado un balde de agua fría con
cubitos de hielo. Sus pupilas se dilataron hasta formar unos círculos negros enormes
en sus ojos. Su boca formó un cero perfecto. Sus fosas nasales se abrieron de
tal forma que daba la impresión que el aire se había hecho más pesado, solo
para ella.
- ¿Qué quieres decir con eso?- preguntó Cristina con una mezcla de alegría y precaución. Temía que su hermano le fuera a abrirle una puerta de esperanza solo para cerrársela en la cara unos segundos después.
- Te voy a donar un riñón.- dijo su hermano.
Cristina estaba
demasiado débil como para levantarse encima de su hermano y llenarlo de besos y
abrazos, que era lo que se merecía por ser un maravilloso ser humano. Solo se
limitó a darle las gracias con lágrimas en los ojos y una sonrisa cargada de
esperanza.
Cristina recibió el trasplante
y fue dada de alta unas semanas después. Estando afuera lo primero que hizo fue
hacer el amor con su esposo durante una hora e invitar a su hermano a una cena
especial. Sirvieron dos comidas: un delicioso jamón al horno y una dieta
especial que Cristina debía comer mientras se recuperaba. Mientras comían, reían
y hablaban Cristina no se percató de lo mucho que Alberto miraba a Armando Joy.
Las visitas se
hicieron más frecuentes las semanas siguientes. Cristina se sentía mejor, su
nuevo riño se estaba acostumbrado a su sistema. Podía beber, pero no mucho.
Alberto la enviaba a comprar vino, bocadillos y cualquier capricho que la
mantuviera lejos entre quince a veinte minutos.
Esa era la rutina.
Armando los visitaba, comían, conversaban (Armando Joy solo hablaba de sus
novelas y de su éxito como escritor) hasta que Alberto se levantaba e iba por
su billetera.
- Cristina, ¿Podrías hacerme un favor? Ve a la tienda y compra un buen vino. Escoge tú y asegúrate que sea bueno.- le pidió su esposo con un tono tan amable que hizo que el corazón de Cristina se derritiera.
Su hermano sugirió
una marca de nombre impronunciable (nada que ver con los vinos fabricados por
su hermano Tomas). También le entregó dinero y le pidió que comprara papas
fritas.
Cristina obedeció.
Estaba cansada así que, en lugar de ir al supermercado que estaba a medio kilómetro
de su casa, fue a la tienda de licores que estaba en la esquina. Compró la
primera botella que vio, una bolsa de doritos y regresó a casa. Las luces seguían
encendidas. Miró por la ventana. No había nadie. Se quitó los zapatos y entró
de puntillas a la casa.
La sala estaba vacía.
Dejó las cosas en el suelo suavemente. Se movió con sigilo por toda la casa
hasta llegar a su dormitorio, que tenía la puerta entreabierta. Al abrirla
Cristina se convenció que también iba a necesitar un marcapasos.
Su esposo estaba
desnudo y le estaba dando un beso de lengua a Armando Joy. Este último se dio
cuenta de la presencia de Cristina. Agarró la cabeza de Alberto y la alejó de
sus labios dejando un puente de saliva que se disolvió al instante. Miró a su
hermana y sonrió con malicia.
- Pensé que te ibas a demorar más. Recién estábamos comenzando. Si quieres…- señaló la cama.
Cristina miraba a la
pareja de infieles con unos ojos asesinos. Deseó no haber dejado la botella de
vino en sala, le hubiera servido muy bien como reemplazo del clásico rodillo. Su
esposo estaba asustado. Su corazón latía a mil por hora, quizá demasiado para
su salud.
- Cristina… Cristina.
Fue lo último que
dijo Alberto Manzanero antes de desmayarse… y morir. Sufrió un ataque cardiaco.
Cristina se olvidó de su enojo, aunque su mentalidad pragmática seguía
trabajando: “La casa es mía, el auto es mío, el perro es mío”, y corrió a
auxiliar a su esposo.
- Alberto, Alberto.- exclamó Cristina agitando sus hombros para despertarlo. Ni ella, ni ninguno de los miembros de su familia, sabían nada de primeros auxilios.
- A ese no pienso donarle mi corazón.- dijo Armando Joy.
Al escuchar esas
palabras Cristina se transformó en un amasijo de rabia, sumado con unos fuertes
deseos de venganza.
- No sabía que tenía problemas cardiacos. Lo juro- se defendió Armando Joy levantando las manos, como si fuera un criminal arrestado por la policía. Armando Joy se dio cuenta de algo que le hizo chasquear los dedos-. Con razón jamás me hizo llegar al orgasmo.
Las piernas de
Cristina temblaban, sentía que su mundo se derrumbaba. No era homófoba, pero…
- ¿Desde cuando eres gay?- preguntó Cristina abriendo y cerrando el puño, deseando estamparlo en la cara de su hermano. Ella recordó varias anécdotas de su hermano acerca de su activa vida sexual (varias muy detalladas y desagradables). Cristina se preguntó de donde conseguía a varias mujeres, hasta que se acordó que varias de ellas eran aspirantes a escritoras haciendo lo que sea para entrar al mundo editorial.
Armando Joy se rio a
carcajadas. Cristina se preguntó si había contado un chiste divertido. Apretó
su mano con más fuerzas.
- Yo no soy gay, ¿De que diablos estas hablando? Tu marido definitivamente lo es. Sin ninguna duda- pasó sus dedos por el cabello de Cristina-. Eso explica el cabello corto…
- ¡Lárgate de mi casa!- gritó Cristina.
Armando Joy frunció
el ceño.
- ¿Así vas a tratar a la persona que te salvó la vida? Déjame decirte una cosa- Armando Joy sacó un objeto que parecía una navaja-. Tú tienes algo que me pertenece y si lo deseo puedo recuperarlo. Conozco a personas que pueden ayudarme a conseguirlo.
Armando Joy presionó
el objeto. Salió un peine. Cristina pensó que saldría una navaja de ahí.
Armando Joy lo usó para acomodarse el cabello rebelde.
- ¿Por qué?- preguntó Cristina con una voz temblorosa.
- Experimentación. Estoy escribiendo una novela protagonizada por un homosexual y no que me acusen de homófobo. Digo, ya soy lo suficientemente controversial- Cristina no había escuchado reír al diablo, pero estaba segura de que la risa de Armando Joy se le acercaba-. Así que pensé: Mi hermana me debe un favor y su marido no deja de comerme con la mirada. ¿Por qué no experimentar?
Cristina no entendía
nada. No era una lectora de novelas, lo suyo eran los libros de no ficción: biografías
e historias reales de personas reales que hicieron hazañas asombrosas. Después
de pasar mucho tiempo en ese mundillo la ficción tenia un sabor descafeinado y
aburrido. Sabía que los escritores hacían entrevistas y se documentaban fuera
de la internet, pero no recordaba haber conocido un caso parecido.
Armando Joy salió de
la habitación como si nada hubiera pasado.
Se dio la vuelta y
besó a Cristina en la frente.
- Llama a una ambulancia que se esta poniendo tieso.
Armando Joy salió de
la casa. Tenia un viaje de unas horas antes de llegar a su casa de playa para
amanecerse escribiendo.
Para no salirse de la
costumbre Cristina Joy también fue un personaje de su nueva obra. Su personaje
era una devoradora de almas que tomaba la apariencia de una mujer hermosa para
seducir a toda clase de hombres inocentes. Se enfrentaba a su mayor reto:
Seducir a un hombre homosexual, del que no sentía ninguna atracción romántica o
sexual.
- Si tan solo fuera bisexual.- se dijo a si misma.
La devoradora de
almas hizo todo lo posible para apoderarse del espíritu del hombre gay.
Si Cristina no odiara
con toda su alma a su hermano lo hubiera tomado con humor. Había días en los
que deseaba quitarse el riño y arrojárselo a la cara; y gritarle a todo pulmón,
con los últimos minutos que le quedaban de vida: “Te lo devuelvo. Ahora no te
debo nada. Maldito imbécil”. Cristiana fantaseaba en la cara que pondría su
hermana al sentir su propia carne golpeando su cara. Se espantaría mucho más
que en sus desagradables novelas. Se quedaría quieto sin saber que decir o
hacer. Se daría cuenta, por primera vez, que las cosas no siempre salen como
quiere.
El odio hacia su
hermano la había enfermado, más psicológica que físicamente. El riñón
funcionaba a la perfección dentro de ella. El problema era que cada vez que
cogía algo afilado su vida se torcía. Se imaginaba usando el cuchillo,
abrecartas, sierra, desarmados, navaja, para cortarse a si misma y sacarse el
único riñón de su cuerpo. Moriría al instante, pero la sensación de estar
siendo envenenada por la sangre de un ser tan repugnante como su hermano
desparecería para siempre.
Eso también afectó su
carrera profesional. Tuvo que renunciar a su trabajo de cirujana. Come con
cuchillos de pastico, que apenas tienen filo (ella misma trajo sus cubiertos
cuando fue a almorzar) y todo objeto filoso ha desaparecido de su casa.
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