lunes, 11 de octubre de 2021

El cadaver mordaz de Armando Joy Capitulo 6


 

Cristina también tenía una historia con Armando Joy. Tanto ella como su esposo tenían una historia con Armando Joy. Cristina Joy estaba felizmente casada con Alberto Manzanero, quien hacía alusión a su apellido siendo el hombre más dulce con el que había estado en su vida. Cosa rara porque su anterior relación era con un sujeto tan amargo que contagiaba a cualquiera con su áspera visión del mundo. Se llamaba John Coffe.

Cristina y su esposo Vivian en una casita en un barrio de clase media. Ella trabajaba como cirujana y su esposo, como contador. Eran felices hasta que uno de ellos enfermó. Cristina sufrió unas complicaciones en los riñones. Quedaron inservibles. Necesitaba un trasplante urgentemente.

Armando Joy vino un día a visitarla. Tenía un ramo de flores en una mano y una caja de chocolates en la otra. Ella estaba en una cama de hospital, conectada a una máquina de diálisis. Cristina estaba leyendo una revista de Selecciones, que contenía varias historias de personas que consiguieron superar todo tipo de adversidades (entre ellas, enfermedades que habrían matado a cualquiera). Esto la calmaba. Era como un delicioso caramelo que la hacía olvidar lo que estaba padeciendo, momentáneamente.

Ella levantó la cabeza y vio a su hermano muy feliz, con los brazos abiertos.

- ¿Qué haces aquí?- preguntó Cristina. Ella prefería que fuera su esposo el que la visitara. Tenía que trabajar horas extra para costear los gastos del hospital. Aun así, cada vez que venía le traía un poema nuevo que había escrito. Cristina amaba a su esposo, era tan sensible.

La sonrisa de Armando Joy se esfumó. Se dejó la silla más cercana y dejó los regalos encima de la cama con poca suavidad. Como su fueran un par de trapos sucios.

- Vine a visitarte. Es mi deber como hermano. ¿Tomas vino a visitarte? ¿Agustín? ¿Mamá, papá? Nadie. Solo tu buen hermano Armando.  

Los ojos de cristina se pusieron aguados.

- Lo siento tanto, Armando. Es que ahora mismo tengo los ánimos por los suelos. Los doctores dicen que si no encuentro un donante pronto voy a morir. La estancia aquí nos está costando un dineral. Se nos están acabando los ahorros y…- Cristina quería seguir continuando, pero se calló. Armando Joy mantenía una expresión carente de emoción. Solo se limitó a asentir.

Volvió a sonreír.

- No te preocupes por eso hermanita. Yo voy a pagar todos tus gastos.

La sonrisa de Armando Joy le recordaba al gato de Alicia en el país de las Maravillas.

- ¿En serio?- la expresión de Cristina se iluminó por completo. Parecía un foco. Un problema menos-. Esto es extraño- comentó.

- ¿Qué quieres decir?- comentó Armando Joy. Abrió la caja de chocolates y comenzó a comer. Cristina lo miraba con la boca hecha agua, como engullía los chocolates, apenas los masticaba. Debido a su estado ella no podía comer dulces, mucho menos chocolates.

- Te he llamado cientos de veces para pedirte ayuda y nunca contestaste nuestras llamadas.

- Nunca escuchó el teléfono cuando estoy trabajando.

Armando Joy escuchó cada mensaje de Cristina.

- Gracias hermano. No tienes idea de lo mucho que me ayuda. Me has sacado un peso de encima.

 “Por unos cuentos meses”, pensó amargamente.

Cristina se mordió la lengua para pedirle que le diera unos chocolates. Si iba a morir, que sea comiendo esos deliciosos chocolates rellenos con crema de fresa.

- Las buenas noticias no terminan ahí- informó Armando Joy-. He hablado con tu doctor. El doctor Herman es muy guapo, ¿No es así? Perdona, me estoy desviando. He hablado con él y me hice todos los exámenes requeridos. ¿Adivina qué?

Cristina odiaba las adivinanzas, pero decidió seguirle el juego.

- ¿Qué?

- Somos compatible.

Esas dos palabras llegaron a Cristina como si le hubieran tirado un balde de agua fría con cubitos de hielo. Sus pupilas se dilataron hasta formar unos círculos negros enormes en sus ojos. Su boca formó un cero perfecto. Sus fosas nasales se abrieron de tal forma que daba la impresión que el aire se había hecho más pesado, solo para ella.

- ¿Qué quieres decir con eso?- preguntó Cristina con una mezcla de alegría y precaución. Temía que su hermano le fuera a abrirle una puerta de esperanza solo para cerrársela en la cara unos segundos después.

- Te voy a donar un riñón.- dijo su hermano.

Cristina estaba demasiado débil como para levantarse encima de su hermano y llenarlo de besos y abrazos, que era lo que se merecía por ser un maravilloso ser humano. Solo se limitó a darle las gracias con lágrimas en los ojos y una sonrisa cargada de esperanza.

Cristina recibió el trasplante y fue dada de alta unas semanas después. Estando afuera lo primero que hizo fue hacer el amor con su esposo durante una hora e invitar a su hermano a una cena especial. Sirvieron dos comidas: un delicioso jamón al horno y una dieta especial que Cristina debía comer mientras se recuperaba. Mientras comían, reían y hablaban Cristina no se percató de lo mucho que Alberto miraba a Armando Joy.

Las visitas se hicieron más frecuentes las semanas siguientes. Cristina se sentía mejor, su nuevo riño se estaba acostumbrado a su sistema. Podía beber, pero no mucho. Alberto la enviaba a comprar vino, bocadillos y cualquier capricho que la mantuviera lejos entre quince a veinte minutos.

Esa era la rutina. Armando los visitaba, comían, conversaban (Armando Joy solo hablaba de sus novelas y de su éxito como escritor) hasta que Alberto se levantaba e iba por su billetera.

- Cristina, ¿Podrías hacerme un favor? Ve a la tienda y compra un buen vino. Escoge tú y asegúrate que sea bueno.- le pidió su esposo con un tono tan amable que hizo que el corazón de Cristina se derritiera.

Su hermano sugirió una marca de nombre impronunciable (nada que ver con los vinos fabricados por su hermano Tomas). También le entregó dinero y le pidió que comprara papas fritas.

Cristina obedeció. Estaba cansada así que, en lugar de ir al supermercado que estaba a medio kilómetro de su casa, fue a la tienda de licores que estaba en la esquina. Compró la primera botella que vio, una bolsa de doritos y regresó a casa. Las luces seguían encendidas. Miró por la ventana. No había nadie. Se quitó los zapatos y entró de puntillas a la casa.

La sala estaba vacía. Dejó las cosas en el suelo suavemente. Se movió con sigilo por toda la casa hasta llegar a su dormitorio, que tenía la puerta entreabierta. Al abrirla Cristina se convenció que también iba a necesitar un marcapasos.

Su esposo estaba desnudo y le estaba dando un beso de lengua a Armando Joy. Este último se dio cuenta de la presencia de Cristina. Agarró la cabeza de Alberto y la alejó de sus labios dejando un puente de saliva que se disolvió al instante. Miró a su hermana y sonrió con malicia.

- Pensé que te ibas a demorar más. Recién estábamos comenzando. Si quieres…- señaló la cama.

Cristina miraba a la pareja de infieles con unos ojos asesinos. Deseó no haber dejado la botella de vino en sala, le hubiera servido muy bien como reemplazo del clásico rodillo. Su esposo estaba asustado. Su corazón latía a mil por hora, quizá demasiado para su salud.

- Cristina… Cristina.

Fue lo último que dijo Alberto Manzanero antes de desmayarse… y morir. Sufrió un ataque cardiaco. Cristina se olvidó de su enojo, aunque su mentalidad pragmática seguía trabajando: “La casa es mía, el auto es mío, el perro es mío”, y corrió a auxiliar a su esposo.

- Alberto, Alberto.- exclamó Cristina agitando sus hombros para despertarlo. Ni ella, ni ninguno de los miembros de su familia, sabían nada de primeros auxilios.

- A ese no pienso donarle mi corazón.- dijo Armando Joy.

Al escuchar esas palabras Cristina se transformó en un amasijo de rabia, sumado con unos fuertes deseos de venganza.

- No sabía que tenía problemas cardiacos. Lo juro- se defendió Armando Joy levantando las manos, como si fuera un criminal arrestado por la policía. Armando Joy se dio cuenta de algo que le hizo chasquear los dedos-. Con razón jamás me hizo llegar al orgasmo.

Las piernas de Cristina temblaban, sentía que su mundo se derrumbaba. No era homófoba, pero…

- ¿Desde cuando eres gay?- preguntó Cristina abriendo y cerrando el puño, deseando estamparlo en la cara de su hermano. Ella recordó varias anécdotas de su hermano acerca de su activa vida sexual (varias muy detalladas y desagradables). Cristina se preguntó de donde conseguía a varias mujeres, hasta que se acordó que varias de ellas eran aspirantes a escritoras haciendo lo que sea para entrar al mundo editorial.

Armando Joy se rio a carcajadas. Cristina se preguntó si había contado un chiste divertido. Apretó su mano con más fuerzas.

- Yo no soy gay, ¿De que diablos estas hablando? Tu marido definitivamente lo es. Sin ninguna duda- pasó sus dedos por el cabello de Cristina-. Eso explica el cabello corto…

- ¡Lárgate de mi casa!- gritó Cristina.

Armando Joy frunció el ceño.

- ¿Así vas a tratar a la persona que te salvó la vida? Déjame decirte una cosa- Armando Joy sacó un objeto que parecía una navaja-. Tú tienes algo que me pertenece y si lo deseo puedo recuperarlo. Conozco a personas que pueden ayudarme a conseguirlo.

Armando Joy presionó el objeto. Salió un peine. Cristina pensó que saldría una navaja de ahí. Armando Joy lo usó para acomodarse el cabello rebelde.

- ¿Por qué?- preguntó Cristina con una voz temblorosa.

- Experimentación. Estoy escribiendo una novela protagonizada por un homosexual y no que me acusen de homófobo. Digo, ya soy lo suficientemente controversial- Cristina no había escuchado reír al diablo, pero estaba segura de que la risa de Armando Joy se le acercaba-. Así que pensé: Mi hermana me debe un favor y su marido no deja de comerme con la mirada. ¿Por qué no experimentar?

Cristina no entendía nada. No era una lectora de novelas, lo suyo eran los libros de no ficción: biografías e historias reales de personas reales que hicieron hazañas asombrosas. Después de pasar mucho tiempo en ese mundillo la ficción tenia un sabor descafeinado y aburrido. Sabía que los escritores hacían entrevistas y se documentaban fuera de la internet, pero no recordaba haber conocido un caso parecido.

Armando Joy salió de la habitación como si nada hubiera pasado.

Se dio la vuelta y besó a Cristina en la frente.

- Llama a una ambulancia que se esta poniendo tieso.  

Armando Joy salió de la casa. Tenia un viaje de unas horas antes de llegar a su casa de playa para amanecerse escribiendo.

Para no salirse de la costumbre Cristina Joy también fue un personaje de su nueva obra. Su personaje era una devoradora de almas que tomaba la apariencia de una mujer hermosa para seducir a toda clase de hombres inocentes. Se enfrentaba a su mayor reto: Seducir a un hombre homosexual, del que no sentía ninguna atracción romántica o sexual.

- Si tan solo fuera bisexual.- se dijo a si misma.

La devoradora de almas hizo todo lo posible para apoderarse del espíritu del hombre gay.

Si Cristina no odiara con toda su alma a su hermano lo hubiera tomado con humor. Había días en los que deseaba quitarse el riño y arrojárselo a la cara; y gritarle a todo pulmón, con los últimos minutos que le quedaban de vida: “Te lo devuelvo. Ahora no te debo nada. Maldito imbécil”. Cristiana fantaseaba en la cara que pondría su hermana al sentir su propia carne golpeando su cara. Se espantaría mucho más que en sus desagradables novelas. Se quedaría quieto sin saber que decir o hacer. Se daría cuenta, por primera vez, que las cosas no siempre salen como quiere.

El odio hacia su hermano la había enfermado, más psicológica que físicamente. El riñón funcionaba a la perfección dentro de ella. El problema era que cada vez que cogía algo afilado su vida se torcía. Se imaginaba usando el cuchillo, abrecartas, sierra, desarmados, navaja, para cortarse a si misma y sacarse el único riñón de su cuerpo. Moriría al instante, pero la sensación de estar siendo envenenada por la sangre de un ser tan repugnante como su hermano desparecería para siempre.

Eso también afectó su carrera profesional. Tuvo que renunciar a su trabajo de cirujana. Come con cuchillos de pastico, que apenas tienen filo (ella misma trajo sus cubiertos cuando fue a almorzar) y todo objeto filoso ha desaparecido de su casa. 

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