Bart: ¿Quién ve
televisión a las tres de la mañana?
Homero: Los alcohólicos,
los desempleados, los solitarios…
No es mi chiste
favorito de Los Simpson, pero si uno de los que más me define, sobre todo
ahora. Tengo un poco de las tres características mencionadas. Hay días en los
que resalta uno en comparación con los demás.
Caminé arrastrando
los pies hasta el refrigerador más grande que pude comprar. Tiene el tamaño de
ese enano que todos se burlan en ese programa cómico del canal 2. Al igual que
el enano funciona a la mitad de su capacidad. Saqué una botella de cerveza,
fría pero no helada. Era suficiente para mí. Tengo flemas en la garganta y con
el frio de la noche bastaba para un diagnóstico de gripe.
También agarré un
vaso de vidrio. No me gusta tomar directamente de la botella. Ese y todos los
pocos platos que tengo están lavados. No solo eso; todo mi piso está impecable.
Que sea un vago sin futuro no quiere decir que tenga que vivir en un cuchitril.
No son las tres de la
mañana.
Es medianoche y es
hora del ciclo de películas: Horror de medianoche. Todas las noches el canal 5
pasa un ciclo de películas de horror que transcurre entre la medianoche y las
cinco de la mañana.
Son películas
antiguas de horror, en su mayoría muy malas, pero al mismo tiempo, muy
divertidas. Son clásicos del cine de explotación ochentero donde la violencia,
las tripas y el sexo carnal tienen más peso que la historia y la
caracterización de los personajes.
Me senté en mi sillón
viejo. Uno de los resortes me golpeó el trasero. Me acomodé para al menos
pretender que estoy cómodo y encendí la televisión. La televisión se quemaba. Había fuego en la
pantalla, llamas del infierno. En el centro apareció el título: Horror a medianoche,
escrito con sangre digital.
Una voz parecida a la
de Vincent Price en Thriller nos explicó acerca de nuestro próximo viaje al
infierno. Era una película sobre un grupo de adolescentes que va a un
cementerio a celebrar una fiesta sin saber el horror que les espera.
Es todo lo que
necesito saber.
La película comenzó
con una canción de Rock, un auto rojo y cinco adolescentes (dos chicas y tres
chicos), interpretados por adultos de 30 años. Se dirigen al cementerio
mientras hacen todos los chistes sexuales posibles. Todos dieron en el blanco,
me estaba riendo de lo lindo. Me serví un vaso de cerveza y bebí la mitad.
Llegaron al
cementerio. Todos entraron trepando la reja, a los chicos les resultó más fácil
que a las chicas. Uno de ellos saltó como si fuera el Capitán América en una de
sus películas, no recuerdo cual.
Eso fue estúpido, me
encantó. Los jóvenes adultos armaron una fiesta improvisada con música Rock,
bocadillos, cerveza y baile. Una de las chicas se quitó la blusa revelando un
sostén rojo sangre. Se besaba apasionadamente con uno de los chicos.
El chico de lentes,
apuesto cinco soles a que es el primer en morir, vomitó en una tumba. El vómito
era tan verde que me recordó a El exorcista, ¿No estará poseído por algún
demonio?
La explosión de
hedonismo, sexo y alcohol duró diez minutos. No podía estar más contento. Es
muy aburrido ver a la gente divirtiéndose y no participar en ello. La chica del
sostén rojo les dijo que este cementerio guardaba un tesoro invaluable. Su
abuelo, que estaba sepultado ahí, tenía un medallón valioso que habían
encontrado en unas ruinas en Perú.
Me gusta la idea de
ser representado en una película de terror de hace más de 30 años. Me hace
sentir especial. La chica del sostén rojo les dijo que dicho medallón podría
valer un número de 6 cifras. Si lo venden a la persona indicada podrían tener
el suficiente dinero para ir a Europa.
Convenció a todos. La
chica se volvió a poner la blusa, no va a profanar una tumba en ropa interior.
Fueron a un mausoleo más cutre que he visto en mi vida, era un rectángulo de
piedra con una puerta cerrada, a medias. El lugar parecía más grande por dentro
que por fuera. La tumba estaba en el centro del mausoleo, otro rectángulo de
piedra.
Uno de ellos removió
el polvo con su palma, para ver de quien se trataba: Richard Edison Smith 1889
– 1980.
Los hombres fueron
los responsables de quitar la tapa.
El cadáver de Richard
estaba en proceso de descomposición. La mitad de su cara era hueso, le faltaba
uno de sus parpados. Ese ojo muerto observaba a esos profanadores. Era un alto,
un gigante. De los pocos ancianos físicamente conservados. No llevaba un terno
negro, como suele ocurrir con los cadáveres.
Llevaba puesto unos pantalones
café y una camisa Beige, encima de su cabeza tenía un sombrero Fedora. Era el
cadáver de Indiana Jones. Michelle, la nieta, nos explicó que su última
voluntad era que lo enterraran con su ropa de arqueólogo.
Nada de eso
importaba. El medallón era lo crucial, colgaba en su cuello.
Michelle quitó el
medallón fácilmente. La cuerda que lo sostenía cooperó y no causó problemas.
Ella lo limpió usando su blusa, dejando una mancha en la parte inferior.
Era un
medallón con forma de estrella, con un rostro que indicaba divinidad.
Una mano pegajosa
tocó la muñeca de la otra chica. Ella chilló de miedo. Los demás se alejaron,
ella se puso a centímetros de la puerta. Quería escapar.
Richard abrió el otro
ojo. Me era imposible determinar el color de ojos de Richard, no solo por la
calidad de mierda de mi televisión, sino también porque sus ojos eran dos
huevos blancos que lloraban sangre negra. El cuerpo se fue levantando poco a
poco.
Las chicas gritaron,
y los chicos llenaron el mausoleo de groserías.
- - Mi
medallón.- dijo el muerto con voz cadavérica. Sonaba como la clásica voz de
ultratumba que uno escucha en las películas viejas en blanco y negro.
Michelle abrazó el
medallón en su pecho. Todos salieron del mausoleo. Estaban tan asustados que
corrieron hacia distintos lados del cementerio. Era un gravísimo error por su
parte, además de un cliché muy usado. Ahora el asesino, un abuelo zombie, los
va a cazar un por uno.
El chico de los lentes
corrió rápidamente. Será la persona que más ve pero no consiguió ver una de las
tumbas. Se tropezó y se golpeó la cara con una roca. Se rompió la nariz,
comenzó a sangrar. Era una sangre rara, rosada. Eso no fue lo más desafortunado
que le pasó. Sus anteojos se rompieron en pedazos. El muchacho los buscó a
rastras, cuando los encontró se llevó una gran decepción.
Se los puso. Su
visión no mejoró. El ambiente borroso seguía ahí. Una mano le agarró el
cabello. El chico dijo: “Mierda”. No era necesario voltear para “ver” quien le
agarraba. El zombie volvió a golpear su rostro contra la pierda, el golpe fue
más fuerte que la caída involuntaria.
Repitió el proceso
varias veces.
Debo darle crédito al
encargado de la edición de sonido. Hizo que los golpes se sintieran más
dolorosos. Terminé revisando mi propio
rostro en busca de deformaciones a base de golpes. Los había pero la película
no tenía nada que ver.
Después del décimo
golpe el rostro del muchacho había quedado irreconocible.
Perdió todos los dientes,
su nariz estaba tan hundida que solo pude ver la punta, y uno de sus ojos
estaba fuera de su órbita. De su boca solo salía escupitajos de sangre. La roca
estaba manchada de sangre y trocitos de cráneo. El zombie le golpeó por última vez.
Su cara quedó pegada a la roca.
La segunda víctima
fue la otra chica, no recuerdo como se llama. Todos los personajes de esta
película son tan olvidables que solo puedo recordar como mueren. La otra chica
usaba pantalones rojos, que parecían ser dos tallas más grandes, y una blusa
blanca con el dibujo de una flecha en el centro. La moda de los 80 sí que es
rara.
Un trago más.
Pudo ver la puerta
del cementerio, una celda metálica, oxidada, de garrotes delgados que
terminaban en punta. Un primer plano de su rostro mostrando una sonrisa
aliviada. Por fin esta pesadilla había terminado. Jamás irá a un cementerio en
su vida. Ni siquiera a los funerales de sus amigos, a los que piensa abandonar
sin resentimiento alguno.
El zombie la
perseguía. Para ser alguien muy viejo, según la película, corría muy rápido. Me
recordaba a esos zombies que corren en las películas actuales.
¿Esta película habrá
creado esa tendencia?
No creo. La que creó
esa tendencia fue la película 28 días después. “coincidencia” fue la primera
palabra que pasó por mi cerebro. De todas maneras estas películas solo las
vemos yo y otros tres sujetos más que sufrimos los mismos problemas que
menciona Bart y somos demasiado cobardes para empezar a consumir drogas.
La puerta era de lo
más descuidado de todo el cementerio, y eso ya era decir mucho. La chica vio la
cerradura, su piel palideció más de lo que debía. Estaba cerrada, había cadenas y el candado
más grande que había visto.
Esto me hizo recordar
que debo comprar una cerradura nueva para mi casa. Me han “robado” dos veces en
lo que va del mes. En realidad solo vinieron de visita. Soy tan pobre que no
hay nada que valga la pena robar. Dudo mucho que los ladrones se vayan a romper
la espalda por levantar un televisor pesado y anticuado. Lo compré por menos de
100 soles, es probable que lo vendan por mucho menos.
El zombie se acercaba
más y más a su víctima. La chica no dejaba de gritar, se podía sentir el terror
en sus expresiones. Era la mejor actriz de la película. Era la primera vez que
sentía algo de empatía por un personaje. Lloraba desconsoladamente, se le
corría el maquillaje y su voz se quebraba con las palabras: ¡Ayúdame!,
¡Auxilio!
El asesino la
alcanzó. Como dije antes el zombie era altísimo, le superaba a la chica por una
cabeza. El zombie sostenía una barra de acero, no me pregunten de donde la
sacó. No lo sé. La chica suplicaba piedad, la expresión de asesino no cambió.
Seguía teniendo esa perpetua sonrisa cargada de sadismo. En sus tiempos de vida
debió ser una persona horrible.
Esa persona horrible
clavó la barra de acero en el pecho de la chica, la hizo retroceder. El asesino
avanzo mientras la barra se introducía más adentro. La sangre escapaba del
cuerpo de la chica. No solo de la herida, sino también de la boca. El asesino
no se contentó con apuñalar a la chica con la barra, eso es solo el principio.
La levantó hacia arriba. La chica, quien estaba agonizando, dio el último grito
de dolor.
Los efectos
especiales son increíbles. Esta es una de las escenas de asesinatos más
realistas que he visto en mi vida. Casi tanto como la chica empalada en
Holocausto Caníbal. Diablos, ¿Esta no será una de esas películas en las que
matan a sus víctimas con la intención de crear escenas de muerte más realistas?
Espero que no.
Espero que solo sea
la magia del cine.
El cuerpo de la chica
fue descendiendo lentamente. La barra de metal ennegrecía más y más a medida
que el cuerpo bajaba. Hace tiempo que se murió. Es la primera que no me muestro
apático, o me rio a carcajadas por este tipo de escenas. Pueden ser tan
exageradas que no producen ningún impacto, o solo risa.
La víctima número
tres era el más fuerte del grupo. El asesino tendrá alguien con quien luchar.
Era el sujeto de la cabeza afeitada, era el más extrovertido del grupo.
Siempre
lanzaba bromas a los demás miembros de la familia.
Se le veía más
decidido que asustado. No quería escapar de ese monstruo, quería darle una
emboscada y volverlo a mandar al infierno, de donde nunca debió haber salido.
Mientras corría
miraba constantemente hacia atrás, cosa que era un error porque nunca saber lo
que te puedes encontrar adelante. Me refiero a una pared de madera. Se golpeó
con dicha pared y cayó al suelo.
Se limpió la sangre
de su nariz con su playera negra, de algún grupo de Heavy Metal desconocido,
pudo ser inventado por producción.
Se chocó con un
cuarto de herramientas. Debía pertenecer a uno de los trabajadores, que se
dedica a pulir las lapidas, cavar tumbas y otras cosas necesarias para hacer
que los muertos tengan un mejor descanso.
El chico entró. Los
dos nos quedamos maravillados por las herramientas: serruchos, sierras, palas,
martillos, etc. Era una maldita ferretería, tendría éxito si tuviera otra ubicación.
Lo que captó su
atención, y la mía, era una motosierra eléctrica, con dientes bien afilados.
Las demás herramientas eran superfluas por comparación. Agarró la motosierra y
sintió un placer sadista, de esos que yo siento cuando las victimas mal
actuadas sufren en un slasher. La encendió, el ruido fue una delicia.
¿Quién sabe cuánto
tiempo no ha sido utilizada? El óxido era una evidencia delatante. El
instrumento que desea con toda su alma metálica servir de algo y empezar a
cortar madera. En este caso cortar extremidades, cabezas y torsos.
Por suerte el asesino
apareció. Era hora de una escena de acción.
Terminé mi cerveza.
Dejé la botella y el vaso en el sillón, al lado. Goteaba un poco de cerveza en
el cojín.
El asesino se movía
lentamente, cosa normal en las películas de terror. Lo hacen para imponer
terror en sus víctimas. Incluso aunque estas estuvieran armadas. La victima
numero 3 levantó la motosierra, dispuesto a atacar. La sierra hizo un ruido
despiadado. Lista para cortar y yo, para disfrutar. Eso pasaría si mi cuerpo no
fuera tan cruel conmigo.
Me entraron ganas de
ir al baño. Era urgente. Si me aguantaba un segundo más mis pantalones no lo
contarían.
Fui corriendo al baño
para orinar. Me tomé mi tiempo, no porque pensara que el acto de orinar era
sagrado y uno tiene que hacerlo con calma. Sino porque el meado salía como una
ducha abierta en su máxima capacidad.
El ruido de la
“ducha” le ganaba al de la película, la puse en bajo volumen para no despertar
a nadie. Suelo ser considerado con las personas que trabajan y tienen que
dormir sus ocho horas.
Aun así se escuchó un
grito, salpicado de dolor. Esperé a terminar porque no quería ensuciarme los
pantalones. Dejé caer las últimas gotas. Me acomodé los calzoncillos y me subí
el cierre. Regresé para darme cuenta de que la pelea terminó. Me desplomé en el
sillón. Uno de los resortes me golpeó con fuerza en las nalgas.
El zombie sostenía la
cabeza del chico fuerte, lo hacía agarrándole del cuello. Mejor dicho;
agarrándole de la mitad de su columna vertebral. Parecía una pelota amarrada a
una cuerda, el asesino comenzó a darle vueltas a la cabeza encima de la suya.
Era la versión macabra de un juguete para niños.
La columna se rompió
y alejó la cabeza lejos de su decapitador.
No pude evitarlo. Me
perdí la escena de pelea pero me divirtió mucho ver al villano jugando con ese
juguete grotesco, fabricado a mano.
Si alguien me hubiera
tomado una foto y la hubiera subido a internet la mayoría de los comentarios
hablarían de mi sonrisa de asesino. Los demás de mi fealdad y un poco de mi
peinado. Me aconsejarían que me corte el cabello. Tomaría ese consejo en
consideración.
De la cuarta víctima
solo recuerdo su peinado, un afro horrible, que le queda mil veces peor a
alguien que no es negro.
Los realizadores de
la película se percataron de lo efectivo que era ese afro para el humor más
oscuro. El asesino agarró su afro con sus manos, con uñas muy largas y muy
negras. Lo arrancó como si fuera la envoltura de un tarro de leche dejando el
cráneo al descubierto.
El chico estaba
muerto. Un hilo de saliva sangriento salía de su boca. El asesino golpeó con
fuerza su cráneo rompiéndolo en pedazos. Mostrando el cerebro de su víctima.
Era blanco.
Como si fuera
plastilina el zombie lo moldeaba con sus dedos sucios. Con cada movimiento de
manos el sujeto movía la boca. Era el control remoto más cruel de la historia.
Ahora el muchacho se convirtió
en un juguete. Un juguete que le aburrió demasiado rápido porque dejó de jugar
con él y comenzó a comerse su cerebro.
Pasó de ser su
juguete a su comida. El cerebro, seguramente gelatina, se veía muy viscoso y
ver como trozos del mismo se escapan de sus labios me dio mucho asco. La escena
fue muy generosa con su duración: cinco minutos.
La película estaba a
punto de terminar. Solo faltaba una víctima. La nieta, la chica final. Creo que
se llamaba Michelle.
El medallón se movía
al ritmo de sus pasos. Constantes primeros planos al invaluable objeto, que valía
un viaje a Europa. El medallón de plástico no me interesaba, lo que captaba mi atención
eran esos pechos juveniles moviéndose de arriba hacia abajo.
Una sonrisa lasciva
apareció en mi rostro. La sonrisa se sentía sola así que la acompañó una erección
y una respiración agitada.
El asesino se
teletansportó frente a ella. La chica del medallón se chocó con él. Su rostro
se pegó con el pecho del monstruo. La chica retrocedió a pasos torpes. Un
primer plano a los labios del monstruo, estaba sonriendo.
-
¡Mierda!-
exclamó Michelle.
El zombie sostenía la
silla eléctrica, la levantó y gruñó de manera familia. Me recordó a Leatherface
de La matanza de Texas, mi película de horror favorita. La chica del medallón comenzó
a correr hacia el otro lado. Hubo un plano general que nos mostraba lo enorme
que era el cementerio, todo el espacio que tenía Michelle para huir. Maldita
sea, que lugar tan enorme.
¿Cuánta gente se
muerte en este lugar de ubicación desconocido?
Una piedra, puesta
por un guionista despiadado, se topó en el camino de Michelle haciéndola caer.
Algo parecido a lo que le pasó al chico de los lentes. La única diferencia es
que no le destrozaron la cara, solo se rompió un tobillo. Soltó un grito de
dolor abismal. Con un eco incluido y unos pájaros volando hacia el norte en
busca de un lugar donde puedan dormir más tranquilos.
Unas manos fuertes la
agarraron de los hombros. No era su padre, o alguien que la pueda confortar.
Era su asesino. La volteó, poniéndola boca arriba. Quería que le viera la cara
antes de matarla.
-
Tómalo.
Toma el maldito medallón.- dijo la chica.
El zombie entendió el
mensaje a pesar de que le faltaran ambas orejas. Le quitó el medallón y se lo
puso. La chica se mostró aliviada. Todos sus amigos estaban muertes, pero ella
no. Ella era la chica final y la chica final siempre sobrevive.
O no.
Esta vez no. El
guionista se sentía inspirado y deseaba hacer una subversión de género y romper
todos los clichés posibles.
El abuelo era un
asesino malvado, asesinó a cuatro personas sin piedad. Dudo mucho que le
importe la vida de su nieta. Encendió la sierra eléctrica. Michelle solo pudo
gritar y tratar de cubrirse el rostro. Fue inútil porque su abuelo la partió
por la mitad, se tomó su tiempo en hacerlo. Quería disfrutar el proceso. Personalmente
siento que alargaron la escena a niveles absurdos, haciéndola tediosa al
instante.
Murió. Eso quiere
decir que la película se acabó. A esperar los créditos y que la voz de Vincent
Price nos diga que va a empezar otra película, que no voy a ver porque tengo
sueño.
Los créditos pasaron mostrándonos
cientos de nombres americanos genéricos (por ejemplo: Mark Smith). El abuelo
debería regresar a su mausoleo y volver a dormir, esperando que otro pariente
quiera robarle su medallón.
El zombie deambulaba
por un cementerio vacío, ¿Qué diablos está ocurriendo? (ahora que lo pienso esa
pregunta debí guardármela para después). Tal parece que el asesino está
buscando más víctimas. Ha probado el sabor de la carne, literalmente, y ahora
quiere más.
Pero ¿De dónde la va
a conseguir?
El medallón comenzó a
brillar, era el brillo de una luciérnaga. El brillo fue aumentando en
intensidad hasta cubrir toda la pantalla. Era un brillo amarillento. Era como
mirar al sol. El brillo era tan fuerte que hizo que me ardieran los ojos.
El brillo se fue tan rápido
como llegó y la película continuó con su transmisión habitual. El zombie miraba
fijamente a la cámara. Sus ojos blanquecinos tenían un nuevo objetivo: Yo.
Esto es una
alucinación provocada por un año de mi vida decidido exclusivamente a las películas
de terror.
El zombie se acercó a
la pantalla, como si estuviera consciente de que hay una.
Su mano salió del
televisor. El olor a muerto llegó a mi nariz, dispuesto a darle un puñetazo a
mi sentido del olfato. El olor se intensificó cuando salió la otra mano. Usó
ambas manos para impulsarse y sacar la cabeza hasta el cuello. Su rostro era
más asqueroso cuando lo tienes cerca de ti. Vomitó en el suelo de mi puso, mi
pequeño lugar en este mundo. Eran gusanos blancos bañados en un líquido
amarillo de origen desconocido. Los gusanos se arrastraron tan rápido como
pudieron alejándose de distintas direcciones.
Yo estaba temblando
de terror. El muerto puso sus manos marrones en el suelo, aplastando a uno de
los gusanos. Las movía hacia adelante lentamente. Estaba tratando de salir del
televisor.
Ya tenía la mitad de
su cuerpo en mi habitación. No quería seguir viendo esto. Apagué el televisor y
toda la pesadilla había acabado.
Más o menos.
El televisor se
apagó, la transferencia se interrumpió pero el avancé no desapareció. La mitad
seguía ahí, conmigo. El monstruo chillaba agonizante. El corte fue perfecto
como si en lugar de un televisor se tratase de una guillotina.
Levantó su cabeza, me
miró. La persona responsable de partirlo a la mitad. La persona que jamás en su
vida había estado tan asustada.
-
Tú.- dijo.
Su voz fue débil, pero seguía dando miedo.
Grité de terror.
Grité hasta que mis
pulmones dijeron basta.
Grité hasta que mi
vecino me dijo que me callara, que estaba tratando de dormir.
El vecino.
Salté del sillón.
Escapé de sus garras. Salí de mi piso dejando la puerta entreabierta, corriendo
al piso de al lado. Nuestros pisos se diferenciaban por unos pasos. La puerta
de si habitación era igual a la mía, salvo por una señal que decía: “No
molestar” ¿Qué es esto? ¿Un hotel?
Toqué la puerta con impaciencia.
Al diablo con su señal. La puerta quedó entreabierta, todo gracias a una
cadenita. Pude ver el ojo cansado de mi vecino, Fernando.
-
¿Tienes
idea de que hora es?
-
Solo sé
que es muy tarde.- Le respondí. Soné muy calmado pero estaba al borde de la
desesperación.
-
Es tardísimo.
Lárgate que quiero dormir.
Le conté todo lo que
pasó. Lo hice con detalle. Si seguíamos teniendo la conversación de antes no íbamos
a llegar a ningún lado.
Fernando iba a cerrar
la puerta. Al parecer estaba cansado de mis estupideces. Si invirtiéramos los
papeles y un loco me visitara y me contara una historia de esa naturaleza. Yo
lo invitaría a pasar y a tomar un café (si es que aún me queda). Le pediría que
me contase cada detalle de esa historia. Podría servirme de algo, para un libro
por ejemplo.
-
Sé que no
me crees, pero…
-
Creo que
eres un idiota. Solo vete.
-
Al menos
podrías prestarme tu cuchillo eléctrico. Es para un bocadillo de medianoche.
-
Con tal
de que dejes de molestarme.- cerró la puerta.
Me entregó el
cuchillo eléctrico. Era azul y el metal tenía rastros de óxido y unas manchitas
de comida a medio lavar.
-
Gracias.
-
Ojala te
cortes un dedo.- cerró la puerta definitivamente, impidiendo cualquier
oportunidad de una respuesta.
Luego le diré lo que
pienso. Ahora tengo problemas más importantes. Regresé a mi habitación y cerré la
puerta. Mi invitado sigue ahí. Se había movido hacia adelante sin tener una
dirección clara. La sangre se había acumulado considerablemente en el suelo de
madera. La madera absorbió la mayoría de la sangre. Qué bueno que no compré
alfombras.
Conecté el cuchillo eléctrico.
Lo encendí. Ronroneaba como un gatito. Me acerqué a la criatura con la
intensión de hacerle daño.
-
Esto no
te dolerá.
Salí de mi piso con
un paquete en la mano y el cuchillo eléctrico en la otra. Toqué la puerta de
Fernando. Esta vez fue un poco más civilizado. Quitó la cadenita y me abrió la
puerta. Creo que quería golpearme en la cara por despertarlo tres veces.
Retrocedí al verlo.
-
¿Por qué retrocedes?
No te voy a hacer nada.- su voz estaba cargada de odio.
Un odio provocado por
la falta de sueño.
El paquete lo escondí
en mi espalda. Más que un paquete era una sorpresa.
-
Vine a
devolverte tu cuchillo eléctrico.
-
¿Tan rápido?-
me preguntó. Le entregué el cuchillo.
-
¡Sorpresa!
El paquete era la
mano del zombie. Fernando retrocedió al verla, se tropezó con su sillón y se
cayó en la suave superficie.
-
¿Qué diablos
te pasa?
Entré al piso riéndome
y sosteniendo la mano.
-
¿Ahora me
crees?
-
Por favor
dime que es una mano falsa, no me obligues a llamar a la policía.
-
No, no es
real. Bueno si es real… sobre la historia que te conté.
-
Esa del
zombie que salta de una película al mundo real.
-
Si esa,
es real y quería que me creyeras. Por eso te traje una prueba.
-
A lo
mucho eso es una mano de plástico que… ¡Dios mío!
Los dedos marrones de
esa mano se movieron y no eran animatronicos. Sus uñas se clavaron en mi piel.
Solté la mano. Está se movió por todos los rincones del piso, que no era un
gran espacio.
-
Cierra la
puerta.
Eso hice y empezamos
la búsqueda.
Mientras dos hombres adultos
buscan una mano zombie. El abuelo zombie, ahora manco, sigue arrastrándose.
Resulta que el zombie si tenía una dirección, mejor dicho un objetivo: el
control de mi televisor. Vio lo que hice y los poderes de extraño aparato.
Araño la base del sofá
dejando salir su relleno. Consiguió agarrar el control con su garra. Tuvo que
agarrarlo con la mano izquierda porque yo cercené la derecha, y lo volvería a
hacer. Presionó todos los botones en busca de un resultado. Lo consiguió presionando
el botón rojo, el televisor se encendió. El cementerio seguía ahí, baldío y
deprimente. La mitad del cuerpo zombie seguía ahí. Unas piernas acompañadas de
un torso bien rebanado.
Arrojó el control, ya
no le servía de nada. Este rebotó levemente y sus baterías se fueron a
diferentes direcciones. El medio zombie levantó su medallón, volvió a brillar.
El brillo fue hacia una dirección: el televisor. Se cambió de plano mostrando
un infinito número de tumbas. El zombie dijo unas palabras extrañas, en un
idioma raro,
posiblemente muerto.
Algunas manos
salieron de sus tumbas, solo pocas tenían los cinco dedos completos. Varios cuerpos
salieron de sus tumbas. No todos tenían ojos pero vieron hacia donde tenían que
ir. Un gigantesco cuadrado que les invitaba a un nuevo mundo, uno donde la
carne es abundante.
Cruzar fue fácil,
esta vez no había nadie quien apagara el televisor.
-
Apuñálalo
con ese destornillador.- me dijo Fernando, mientras agarraba la mano. Trataba
de hacer maravillas para no soltarla. Esta no dejaba de mover sus dedos hacia
todas las direcciones.
-
¿Por qué tengo
que hacerlo yo?- Sentía que el destornillador se resbalaba por todo el sudor
que mi mano expulsaba.
-
Porque
tienes experiencia en esto, ¿No le cortaste la mano al muerto con un cuchillo eléctrico?
-
Buen
punto.
-
Por
cierto recuérdame que no te vuelva a prestar nada en mi vida.
-
Aquí vamos.
Apuñalé a la mano
repetidas veces. Después de la décima me cansé, al menos me aseguré de que la
mano dejara de moverse.
-
Lo
logramos.- jamás en mi vida me había sentido tan cansado, siento como si
hubiera luchado una batalla con cientos de miles de criaturas mitológicas.
-
¿De qué
estás hablando? Tenemos que ir a tu casa y matar a ese muerto.
Quería decirle que
estaba siendo redundante. No lo hice. Tenía razón.
-
No vaya a
causar una infección o algo peor.
-
No
recuerdo que haya un apocalipsis zombie en la película. Puede ocurrir, la película
no explica nada.
Fernando agarró un
bate de baseball, el arma de todos los vecinos del complejo de apartamentos
para defendernos de los ladrones. No vivimos en un barrio amigable.
Yo era el único
que no tenía un bate de Baseball, pero si una navaja que rara vez uso.
La puerta de mi
habitación estaba cerrada. Saqué mi llave y la abrí.
Desearía no haberlo
hecho.
-
¿Qué demonios?-
Fernando hablaba como si tuviera un bulto en la garganta- ¿No dijiste que solo había
uno? La mitad de uno.
Moví la cabeza de
arriba hacia abajo. Esa era mi forma de decir: Eso era lo que creía.
Toda mi habitación
estaba repleta de zombies. En diferentes tipos de putrefacción y tipos de
olores desagradables. Rostros sin ojos se enfocaron en mí. Estaba paralizado.
Voltee a la derecha para ver si tenía algo de ayuda. Eso era pedir demasiado.
Fernando había desaparecido, probablemente regresó a su habitación.
No lo culpo, solo
diré: “Cobarde de mierda”
Varios zombies
corrieron hacia mí, dispuestos a devorarme. Estaba desarmado. Mi plan era ir
por la navaja mientras Fernando le abría la cabeza a base batazos. Fernando no
me dejó su bate. Se tomó en serio eso de que no me iba a prestar nada en su
vida.
Los zombies se me
echaron encima. Retrocedí hasta que mi espalda chocó con la barandilla. Al
igual que todo el edificio la barandilla estaba en mal estado y podría romperse
con cualquier cosa.
Como el repentino
aumento de peso.
Se rompió en pedazos.
Los zombies y yo caímos varios pisos hasta el suelo. La caída dura menos de lo
que uno se limpia la nariz. Fue tan corta que no tuve tiempo de ver toda mi
vida frente a mis ojos. Solo mi primer recuerdo: Cuando vomité el primer día de
la escuela.
Lo último que vi
antes de morir fueron unos dientes negros mordiéndome las mejillas. El golpe
llegó. No sé cuentos se fueron conmigo, espero que hayan sido muchos.
Y pensar que todo
comenzó con una película.
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