miércoles, 1 de mayo de 2019

Pelicula de medianoche



Bart: ¿Quién ve televisión a las tres de la mañana?

Homero: Los alcohólicos, los desempleados, los solitarios…

No es mi chiste favorito de Los Simpson, pero si uno de los que más me define, sobre todo ahora. Tengo un poco de las tres características mencionadas. Hay días en los que resalta uno en comparación con los demás.

Caminé arrastrando los pies hasta el refrigerador más grande que pude comprar. Tiene el tamaño de ese enano que todos se burlan en ese programa cómico del canal 2. Al igual que el enano funciona a la mitad de su capacidad. Saqué una botella de cerveza, fría pero no helada. Era suficiente para mí. Tengo flemas en la garganta y con el frio de la noche bastaba para un diagnóstico de gripe.

También agarré un vaso de vidrio. No me gusta tomar directamente de la botella. Ese y todos los pocos platos que tengo están lavados. No solo eso; todo mi piso está impecable. Que sea un vago sin futuro no quiere decir que tenga que vivir en un cuchitril.

No son las tres de la mañana.

Es medianoche y es hora del ciclo de películas: Horror de medianoche. Todas las noches el canal 5 pasa un ciclo de películas de horror que transcurre entre la medianoche y las cinco de la mañana.

Son películas antiguas de horror, en su mayoría muy malas, pero al mismo tiempo, muy divertidas. Son clásicos del cine de explotación ochentero donde la violencia, las tripas y el sexo carnal tienen más peso que la historia y la caracterización de los personajes.

Me senté en mi sillón viejo. Uno de los resortes me golpeó el trasero. Me acomodé para al menos pretender que estoy cómodo y encendí la televisión.  La televisión se quemaba. Había fuego en la pantalla, llamas del infierno. En el centro apareció el título: Horror a medianoche, escrito con sangre digital.

Una voz parecida a la de Vincent Price en Thriller nos explicó acerca de nuestro próximo viaje al infierno. Era una película sobre un grupo de adolescentes que va a un cementerio a celebrar una fiesta sin saber el horror que les espera.  

Es todo lo que necesito saber.

La película comenzó con una canción de Rock, un auto rojo y cinco adolescentes (dos chicas y tres chicos), interpretados por adultos de 30 años. Se dirigen al cementerio mientras hacen todos los chistes sexuales posibles. Todos dieron en el blanco, me estaba riendo de lo lindo. Me serví un vaso de cerveza y bebí la mitad.

Llegaron al cementerio. Todos entraron trepando la reja, a los chicos les resultó más fácil que a las chicas. Uno de ellos saltó como si fuera el Capitán América en una de sus películas, no recuerdo cual.

Eso fue estúpido, me encantó. Los jóvenes adultos armaron una fiesta improvisada con música Rock, bocadillos, cerveza y baile. Una de las chicas se quitó la blusa revelando un sostén rojo sangre. Se besaba apasionadamente con uno de los chicos.  
El chico de lentes, apuesto cinco soles a que es el primer en morir, vomitó en una tumba. El vómito era tan verde que me recordó a El exorcista, ¿No estará poseído por algún demonio?

La explosión de hedonismo, sexo y alcohol duró diez minutos. No podía estar más contento. Es muy aburrido ver a la gente divirtiéndose y no participar en ello. La chica del sostén rojo les dijo que este cementerio guardaba un tesoro invaluable. Su abuelo, que estaba sepultado ahí, tenía un medallón valioso que habían encontrado en unas ruinas en Perú.

Me gusta la idea de ser representado en una película de terror de hace más de 30 años. Me hace sentir especial. La chica del sostén rojo les dijo que dicho medallón podría valer un número de 6 cifras. Si lo venden a la persona indicada podrían tener el suficiente dinero para ir a Europa.

Convenció a todos. La chica se volvió a poner la blusa, no va a profanar una tumba en ropa interior. Fueron a un mausoleo más cutre que he visto en mi vida, era un rectángulo de piedra con una puerta cerrada, a medias. El lugar parecía más grande por dentro que por fuera. La tumba estaba en el centro del mausoleo, otro rectángulo de piedra.

Uno de ellos removió el polvo con su palma, para ver de quien se trataba: Richard Edison Smith 1889 – 1980.

Los hombres fueron los responsables de quitar la tapa.

El cadáver de Richard estaba en proceso de descomposición. La mitad de su cara era hueso, le faltaba uno de sus parpados. Ese ojo muerto observaba a esos profanadores. Era un alto, un gigante. De los pocos ancianos físicamente conservados. No llevaba un terno negro, como suele ocurrir con los cadáveres. 

Llevaba puesto unos pantalones café y una camisa Beige, encima de su cabeza tenía un sombrero Fedora. Era el cadáver de Indiana Jones. Michelle, la nieta, nos explicó que su última voluntad era que lo enterraran con su ropa de arqueólogo.

Nada de eso importaba. El medallón era lo crucial, colgaba en su cuello.

Michelle quitó el medallón fácilmente. La cuerda que lo sostenía cooperó y no causó problemas. Ella lo limpió usando su blusa, dejando una mancha en la parte inferior. 

Era un medallón con forma de estrella, con un rostro que indicaba divinidad.

Una mano pegajosa tocó la muñeca de la otra chica. Ella chilló de miedo. Los demás se alejaron, ella se puso a centímetros de la puerta. Quería escapar.

Richard abrió el otro ojo. Me era imposible determinar el color de ojos de Richard, no solo por la calidad de mierda de mi televisión, sino también porque sus ojos eran dos huevos blancos que lloraban sangre negra. El cuerpo se fue levantando poco a poco.

Las chicas gritaron, y los chicos llenaron el mausoleo de groserías.
-          - Mi medallón.- dijo el muerto con voz cadavérica. Sonaba como la clásica voz de ultratumba que uno escucha en las películas viejas en blanco y negro.
     
     Michelle abrazó el medallón en su pecho. Todos salieron del mausoleo. Estaban tan asustados que corrieron hacia distintos lados del cementerio. Era un gravísimo error por su parte, además de un cliché muy usado. Ahora el asesino, un abuelo zombie, los va a cazar un por uno.

El chico de los lentes corrió rápidamente. Será la persona que más ve pero no consiguió ver una de las tumbas. Se tropezó y se golpeó la cara con una roca. Se rompió la nariz, comenzó a sangrar. Era una sangre rara, rosada. Eso no fue lo más desafortunado que le pasó. Sus anteojos se rompieron en pedazos. El muchacho los buscó a rastras, cuando los encontró se llevó una gran decepción.  

Se los puso. Su visión no mejoró. El ambiente borroso seguía ahí. Una mano le agarró el cabello. El chico dijo: “Mierda”. No era necesario voltear para “ver” quien le agarraba. El zombie volvió a golpear su rostro contra la pierda, el golpe fue más fuerte que la caída involuntaria.

Repitió el proceso varias veces.

Debo darle crédito al encargado de la edición de sonido. Hizo que los golpes se sintieran más dolorosos.  Terminé revisando mi propio rostro en busca de deformaciones a base de golpes. Los había pero la película no tenía nada que ver.

Después del décimo golpe el rostro del muchacho había quedado irreconocible. 

Perdió todos los dientes, su nariz estaba tan hundida que solo pude ver la punta, y uno de sus ojos estaba fuera de su órbita. De su boca solo salía escupitajos de sangre. La roca estaba manchada de sangre y trocitos de cráneo. El zombie le golpeó por última vez. Su cara quedó pegada a la roca.

La segunda víctima fue la otra chica, no recuerdo como se llama. Todos los personajes de esta película son tan olvidables que solo puedo recordar como mueren. La otra chica usaba pantalones rojos, que parecían ser dos tallas más grandes, y una blusa blanca con el dibujo de una flecha en el centro. La moda de los 80 sí que es rara.

Un trago más.

Pudo ver la puerta del cementerio, una celda metálica, oxidada, de garrotes delgados que terminaban en punta. Un primer plano de su rostro mostrando una sonrisa aliviada. Por fin esta pesadilla había terminado. Jamás irá a un cementerio en su vida. Ni siquiera a los funerales de sus amigos, a los que piensa abandonar sin resentimiento alguno.

El zombie la perseguía. Para ser alguien muy viejo, según la película, corría muy rápido. Me recordaba a esos zombies que corren en las películas actuales.
¿Esta película habrá creado esa tendencia?

No creo. La que creó esa tendencia fue la película 28 días después. “coincidencia” fue la primera palabra que pasó por mi cerebro. De todas maneras estas películas solo las vemos yo y otros tres sujetos más que sufrimos los mismos problemas que menciona Bart y somos demasiado cobardes para empezar a consumir drogas.
La puerta era de lo más descuidado de todo el cementerio, y eso ya era decir mucho. La chica vio la cerradura, su piel palideció más de lo que debía.  Estaba cerrada, había cadenas y el candado más grande que había visto.

Esto me hizo recordar que debo comprar una cerradura nueva para mi casa. Me han “robado” dos veces en lo que va del mes. En realidad solo vinieron de visita. Soy tan pobre que no hay nada que valga la pena robar. Dudo mucho que los ladrones se vayan a romper la espalda por levantar un televisor pesado y anticuado. Lo compré por menos de 100 soles, es probable que lo vendan por mucho menos.

El zombie se acercaba más y más a su víctima. La chica no dejaba de gritar, se podía sentir el terror en sus expresiones. Era la mejor actriz de la película. Era la primera vez que sentía algo de empatía por un personaje. Lloraba desconsoladamente, se le corría el maquillaje y su voz se quebraba con las palabras: ¡Ayúdame!, ¡Auxilio!

El asesino la alcanzó. Como dije antes el zombie era altísimo, le superaba a la chica por una cabeza. El zombie sostenía una barra de acero, no me pregunten de donde la sacó. No lo sé. La chica suplicaba piedad, la expresión de asesino no cambió. Seguía teniendo esa perpetua sonrisa cargada de sadismo. En sus tiempos de vida debió ser una persona horrible.

Esa persona horrible clavó la barra de acero en el pecho de la chica, la hizo retroceder. El asesino avanzo mientras la barra se introducía más adentro. La sangre escapaba del cuerpo de la chica. No solo de la herida, sino también de la boca. El asesino no se contentó con apuñalar a la chica con la barra, eso es solo el principio. 

La levantó hacia arriba. La chica, quien estaba agonizando, dio el último grito de dolor.

Los efectos especiales son increíbles. Esta es una de las escenas de asesinatos más realistas que he visto en mi vida. Casi tanto como la chica empalada en Holocausto Caníbal. Diablos, ¿Esta no será una de esas películas en las que matan a sus víctimas con la intención de crear escenas de muerte más realistas?

Espero que no.

Espero que solo sea la magia del cine.

El cuerpo de la chica fue descendiendo lentamente. La barra de metal ennegrecía más y más a medida que el cuerpo bajaba. Hace tiempo que se murió. Es la primera que no me muestro apático, o me rio a carcajadas por este tipo de escenas. Pueden ser tan exageradas que no producen ningún impacto, o solo risa.

La víctima número tres era el más fuerte del grupo. El asesino tendrá alguien con quien luchar. Era el sujeto de la cabeza afeitada, era el más extrovertido del grupo. 
Siempre lanzaba bromas a los demás miembros de la familia.

Se le veía más decidido que asustado. No quería escapar de ese monstruo, quería darle una emboscada y volverlo a mandar al infierno, de donde nunca debió haber salido.

Mientras corría miraba constantemente hacia atrás, cosa que era un error porque nunca saber lo que te puedes encontrar adelante. Me refiero a una pared de madera. Se golpeó con dicha pared y cayó al suelo.

Se limpió la sangre de su nariz con su playera negra, de algún grupo de Heavy Metal desconocido, pudo ser inventado por producción.

Se chocó con un cuarto de herramientas. Debía pertenecer a uno de los trabajadores, que se dedica a pulir las lapidas, cavar tumbas y otras cosas necesarias para hacer que los muertos tengan un mejor descanso.

El chico entró. Los dos nos quedamos maravillados por las herramientas: serruchos, sierras, palas, martillos, etc. Era una maldita ferretería, tendría éxito si tuviera otra ubicación.

Lo que captó su atención, y la mía, era una motosierra eléctrica, con dientes bien afilados. Las demás herramientas eran superfluas por comparación. Agarró la motosierra y sintió un placer sadista, de esos que yo siento cuando las victimas mal actuadas sufren en un slasher. La encendió, el ruido fue una delicia.

¿Quién sabe cuánto tiempo no ha sido utilizada? El óxido era una evidencia delatante. El instrumento que desea con toda su alma metálica servir de algo y empezar a cortar madera. En este caso cortar extremidades, cabezas y torsos.

Por suerte el asesino apareció. Era hora de una escena de acción.

Terminé mi cerveza. Dejé la botella y el vaso en el sillón, al lado. Goteaba un poco de cerveza en el cojín.

El asesino se movía lentamente, cosa normal en las películas de terror. Lo hacen para imponer terror en sus víctimas. Incluso aunque estas estuvieran armadas. La victima numero 3 levantó la motosierra, dispuesto a atacar. La sierra hizo un ruido despiadado. Lista para cortar y yo, para disfrutar. Eso pasaría si mi cuerpo no fuera tan cruel conmigo.

Me entraron ganas de ir al baño. Era urgente. Si me aguantaba un segundo más mis pantalones no lo contarían.

Fui corriendo al baño para orinar. Me tomé mi tiempo, no porque pensara que el acto de orinar era sagrado y uno tiene que hacerlo con calma. Sino porque el meado salía como una ducha abierta en su máxima capacidad.

El ruido de la “ducha” le ganaba al de la película, la puse en bajo volumen para no despertar a nadie. Suelo ser considerado con las personas que trabajan y tienen que dormir sus ocho horas.

Aun así se escuchó un grito, salpicado de dolor. Esperé a terminar porque no quería ensuciarme los pantalones. Dejé caer las últimas gotas. Me acomodé los calzoncillos y me subí el cierre. Regresé para darme cuenta de que la pelea terminó. Me desplomé en el sillón. Uno de los resortes me golpeó con fuerza en las nalgas.

El zombie sostenía la cabeza del chico fuerte, lo hacía agarrándole del cuello. Mejor dicho; agarrándole de la mitad de su columna vertebral. Parecía una pelota amarrada a una cuerda, el asesino comenzó a darle vueltas a la cabeza encima de la suya. Era la versión macabra de un juguete para niños.

La columna se rompió y alejó la cabeza lejos de su decapitador.

No pude evitarlo. Me perdí la escena de pelea pero me divirtió mucho ver al villano jugando con ese juguete grotesco, fabricado a mano.

Si alguien me hubiera tomado una foto y la hubiera subido a internet la mayoría de los comentarios hablarían de mi sonrisa de asesino. Los demás de mi fealdad y un poco de mi peinado. Me aconsejarían que me corte el cabello. Tomaría ese consejo en consideración.

De la cuarta víctima solo recuerdo su peinado, un afro horrible, que le queda mil veces peor a alguien que no es negro.

Los realizadores de la película se percataron de lo efectivo que era ese afro para el humor más oscuro. El asesino agarró su afro con sus manos, con uñas muy largas y muy negras. Lo arrancó como si fuera la envoltura de un tarro de leche dejando el cráneo al descubierto.

El chico estaba muerto. Un hilo de saliva sangriento salía de su boca. El asesino golpeó con fuerza su cráneo rompiéndolo en pedazos. Mostrando el cerebro de su víctima. Era blanco.

Como si fuera plastilina el zombie lo moldeaba con sus dedos sucios. Con cada movimiento de manos el sujeto movía la boca. Era el control remoto más cruel de la historia.

Ahora el muchacho se convirtió en un juguete. Un juguete que le aburrió demasiado rápido porque dejó de jugar con él y comenzó a comerse su cerebro.

Pasó de ser su juguete a su comida. El cerebro, seguramente gelatina, se veía muy viscoso y ver como trozos del mismo se escapan de sus labios me dio mucho asco. La escena fue muy generosa con su duración: cinco minutos.

La película estaba a punto de terminar. Solo faltaba una víctima. La nieta, la chica final. Creo que se llamaba Michelle.

El medallón se movía al ritmo de sus pasos. Constantes primeros planos al invaluable objeto, que valía un viaje a Europa. El medallón de plástico no me interesaba, lo que captaba mi atención eran esos pechos juveniles moviéndose de arriba hacia abajo.

Una sonrisa lasciva apareció en mi rostro. La sonrisa se sentía sola así que la acompañó una erección y una respiración agitada.  

El asesino se teletansportó frente a ella. La chica del medallón se chocó con él. Su rostro se pegó con el pecho del monstruo. La chica retrocedió a pasos torpes. Un primer plano a los labios del monstruo, estaba sonriendo.

 -          ¡Mierda!- exclamó Michelle. 

El zombie sostenía la silla eléctrica, la levantó y gruñó de manera familia. Me recordó a Leatherface de La matanza de Texas, mi película de horror favorita. La chica del medallón comenzó a correr hacia el otro lado. Hubo un plano general que nos mostraba lo enorme que era el cementerio, todo el espacio que tenía Michelle para huir. Maldita sea, que lugar tan enorme.

¿Cuánta gente se muerte en este lugar de ubicación desconocido?

Una piedra, puesta por un guionista despiadado, se topó en el camino de Michelle haciéndola caer. Algo parecido a lo que le pasó al chico de los lentes. La única diferencia es que no le destrozaron la cara, solo se rompió un tobillo. Soltó un grito de dolor abismal. Con un eco incluido y unos pájaros volando hacia el norte en busca de un lugar donde puedan dormir más tranquilos.

Unas manos fuertes la agarraron de los hombros. No era su padre, o alguien que la pueda confortar. Era su asesino. La volteó, poniéndola boca arriba. Quería que le viera la cara antes de matarla.

 -          Tómalo. Toma el maldito medallón.- dijo la chica. 

El zombie entendió el mensaje a pesar de que le faltaran ambas orejas. Le quitó el medallón y se lo puso. La chica se mostró aliviada. Todos sus amigos estaban muertes, pero ella no. Ella era la chica final y la chica final siempre sobrevive.

O no.

Esta vez no. El guionista se sentía inspirado y deseaba hacer una subversión de género y romper todos los clichés posibles.

El abuelo era un asesino malvado, asesinó a cuatro personas sin piedad. Dudo mucho que le importe la vida de su nieta. Encendió la sierra eléctrica. Michelle solo pudo gritar y tratar de cubrirse el rostro. Fue inútil porque su abuelo la partió por la mitad, se tomó su tiempo en hacerlo. Quería disfrutar el proceso. Personalmente siento que alargaron la escena a niveles absurdos, haciéndola tediosa al instante.
Murió. Eso quiere decir que la película se acabó. A esperar los créditos y que la voz de Vincent Price nos diga que va a empezar otra película, que no voy a ver porque tengo sueño.

Los créditos pasaron mostrándonos cientos de nombres americanos genéricos (por ejemplo: Mark Smith). El abuelo debería regresar a su mausoleo y volver a dormir, esperando que otro pariente quiera robarle su medallón.

El zombie deambulaba por un cementerio vacío, ¿Qué diablos está ocurriendo? (ahora que lo pienso esa pregunta debí guardármela para después). Tal parece que el asesino está buscando más víctimas. Ha probado el sabor de la carne, literalmente, y ahora quiere más.

Pero ¿De dónde la va a conseguir?

El medallón comenzó a brillar, era el brillo de una luciérnaga. El brillo fue aumentando en intensidad hasta cubrir toda la pantalla. Era un brillo amarillento. Era como mirar al sol. El brillo era tan fuerte que hizo que me ardieran los ojos.
El brillo se fue tan rápido como llegó y la película continuó con su transmisión habitual. El zombie miraba fijamente a la cámara. Sus ojos blanquecinos tenían un nuevo objetivo: Yo.

Esto es una alucinación provocada por un año de mi vida decidido exclusivamente a las películas de terror.

El zombie se acercó a la pantalla, como si estuviera consciente de que hay una.
Su mano salió del televisor. El olor a muerto llegó a mi nariz, dispuesto a darle un puñetazo a mi sentido del olfato. El olor se intensificó cuando salió la otra mano. Usó ambas manos para impulsarse y sacar la cabeza hasta el cuello. Su rostro era más asqueroso cuando lo tienes cerca de ti. Vomitó en el suelo de mi puso, mi pequeño lugar en este mundo. Eran gusanos blancos bañados en un líquido amarillo de origen desconocido. Los gusanos se arrastraron tan rápido como pudieron alejándose de distintas direcciones.

Yo estaba temblando de terror. El muerto puso sus manos marrones en el suelo, aplastando a uno de los gusanos. Las movía hacia adelante lentamente. Estaba tratando de salir del televisor.

Ya tenía la mitad de su cuerpo en mi habitación. No quería seguir viendo esto. Apagué el televisor y toda la pesadilla había acabado.

Más o menos.

El televisor se apagó, la transferencia se interrumpió pero el avancé no desapareció. La mitad seguía ahí, conmigo. El monstruo chillaba agonizante. El corte fue perfecto como si en lugar de un televisor se tratase de una guillotina.

Levantó su cabeza, me miró. La persona responsable de partirlo a la mitad. La persona que jamás en su vida había estado tan asustada.

 -          Tú.- dijo. Su voz fue débil, pero seguía dando miedo. 

Grité de terror.

Grité hasta que mis pulmones dijeron basta.

Grité hasta que mi vecino me dijo que me callara, que estaba tratando de dormir.

El vecino.

Salté del sillón. Escapé de sus garras. Salí de mi piso dejando la puerta entreabierta, corriendo al piso de al lado. Nuestros pisos se diferenciaban por unos pasos. La puerta de si habitación era igual a la mía, salvo por una señal que decía: “No molestar” ¿Qué es esto? ¿Un hotel?

Toqué la puerta con impaciencia. Al diablo con su señal. La puerta quedó entreabierta, todo gracias a una cadenita. Pude ver el ojo cansado de mi vecino, Fernando.

 -          ¿Tienes idea de que hora es?

 -          Solo sé que es muy tarde.- Le respondí. Soné muy calmado pero estaba al borde de la desesperación. 

-          Es tardísimo. Lárgate que quiero dormir. 

Le conté todo lo que pasó. Lo hice con detalle. Si seguíamos teniendo la conversación de antes no íbamos a llegar a ningún lado.

Fernando iba a cerrar la puerta. Al parecer estaba cansado de mis estupideces. Si invirtiéramos los papeles y un loco me visitara y me contara una historia de esa naturaleza. Yo lo invitaría a pasar y a tomar un café (si es que aún me queda). Le pediría que me contase cada detalle de esa historia. Podría servirme de algo, para un libro por ejemplo.

-          Sé que no me crees, pero…

-          Creo que eres un idiota. Solo vete. 

-          Al menos podrías prestarme tu cuchillo eléctrico. Es para un bocadillo de medianoche. 

-          Con tal de que dejes de molestarme.- cerró la puerta.

Me entregó el cuchillo eléctrico. Era azul y el metal tenía rastros de óxido y unas manchitas de comida a medio lavar.

-          Gracias. 

-          Ojala te cortes un dedo.- cerró la puerta definitivamente, impidiendo cualquier oportunidad de una respuesta. 

Luego le diré lo que pienso. Ahora tengo problemas más importantes. Regresé a mi habitación y cerré la puerta. Mi invitado sigue ahí. Se había movido hacia adelante sin tener una dirección clara. La sangre se había acumulado considerablemente en el suelo de madera. La madera absorbió la mayoría de la sangre. Qué bueno que no compré alfombras.

Conecté el cuchillo eléctrico. Lo encendí. Ronroneaba como un gatito. Me acerqué a la criatura con la intensión de hacerle daño.

-          Esto no te dolerá. 

Salí de mi piso con un paquete en la mano y el cuchillo eléctrico en la otra. Toqué la puerta de Fernando. Esta vez fue un poco más civilizado. Quitó la cadenita y me abrió la puerta. Creo que quería golpearme en la cara por despertarlo tres veces. Retrocedí al verlo.  

-          ¿Por qué retrocedes? No te voy a hacer nada.- su voz estaba cargada de odio. 

Un odio provocado por la falta de sueño. 

El paquete lo escondí en mi espalda. Más que un paquete era una sorpresa.

-          Vine a devolverte tu cuchillo eléctrico. 

-          ¿Tan rápido?- me preguntó. Le entregué el cuchillo.

-          ¡Sorpresa!

El paquete era la mano del zombie. Fernando retrocedió al verla, se tropezó con su sillón y se cayó en la suave superficie.

-          ¿Qué diablos te pasa?

Entré al piso riéndome y sosteniendo la mano.  

-          ¿Ahora me crees?

-          Por favor dime que es una mano falsa, no me obligues a llamar a la policía. 

-          No, no es real. Bueno si es real… sobre la historia que te conté. 

-          Esa del zombie que salta de una película al mundo real. 

-          Si esa, es real y quería que me creyeras. Por eso te traje una prueba. 

-          A lo mucho eso es una mano de plástico que… ¡Dios mío!

Los dedos marrones de esa mano se movieron y no eran animatronicos. Sus uñas se clavaron en mi piel. Solté la mano. Está se movió por todos los rincones del piso, que no era un gran espacio. 

-          Cierra la puerta. 

Eso hice y empezamos la búsqueda.

Mientras dos hombres adultos buscan una mano zombie. El abuelo zombie, ahora manco, sigue arrastrándose. Resulta que el zombie si tenía una dirección, mejor dicho un objetivo: el control de mi televisor. Vio lo que hice y los poderes de extraño aparato.

Araño la base del sofá dejando salir su relleno. Consiguió agarrar el control con su garra. Tuvo que agarrarlo con la mano izquierda porque yo cercené la derecha, y lo volvería a hacer. Presionó todos los botones en busca de un resultado. Lo consiguió presionando el botón rojo, el televisor se encendió. El cementerio seguía ahí, baldío y deprimente. La mitad del cuerpo zombie seguía ahí. Unas piernas acompañadas de un torso bien rebanado.

Arrojó el control, ya no le servía de nada. Este rebotó levemente y sus baterías se fueron a diferentes direcciones. El medio zombie levantó su medallón, volvió a brillar. 

El brillo fue hacia una dirección: el televisor. Se cambió de plano mostrando un infinito número de tumbas. El zombie dijo unas palabras extrañas, en un idioma raro, 
posiblemente muerto.

Algunas manos salieron de sus tumbas, solo pocas tenían los cinco dedos completos. Varios cuerpos salieron de sus tumbas. No todos tenían ojos pero vieron hacia donde tenían que ir. Un gigantesco cuadrado que les invitaba a un nuevo mundo, uno donde la carne es abundante.

Cruzar fue fácil, esta vez no había nadie quien apagara el televisor.

-          Apuñálalo con ese destornillador.- me dijo Fernando, mientras agarraba la mano. Trataba de hacer maravillas para no soltarla. Esta no dejaba de mover sus dedos hacia todas las direcciones. 

-          ¿Por qué tengo que hacerlo yo?- Sentía que el destornillador se resbalaba por todo el sudor que mi mano expulsaba.

-          Porque tienes experiencia en esto, ¿No le cortaste la mano al muerto con un cuchillo eléctrico?

-          Buen punto. 

-          Por cierto recuérdame que no te vuelva a prestar nada en mi vida. 

-          Aquí vamos. 

Apuñalé a la mano repetidas veces. Después de la décima me cansé, al menos me aseguré de que la mano dejara de moverse.

-          Lo logramos.- jamás en mi vida me había sentido tan cansado, siento como si hubiera luchado una batalla con cientos de miles de criaturas mitológicas. 

-          ¿De qué estás hablando? Tenemos que ir a tu casa y matar a ese muerto. 

Quería decirle que estaba siendo redundante. No lo hice. Tenía razón.

-          No vaya a causar una infección o algo peor. 

-          No recuerdo que haya un apocalipsis zombie en la película. Puede ocurrir, la película no explica nada. 

Fernando agarró un bate de baseball, el arma de todos los vecinos del complejo de apartamentos para defendernos de los ladrones. No vivimos en un barrio amigable. 

Yo era el único que no tenía un bate de Baseball, pero si una navaja que rara vez uso.

La puerta de mi habitación estaba cerrada. Saqué mi llave y la abrí.

Desearía no haberlo hecho.

-          ¿Qué demonios?- Fernando hablaba como si tuviera un bulto en la garganta- ¿No dijiste que solo había uno? La mitad de uno. 

Moví la cabeza de arriba hacia abajo. Esa era mi forma de decir: Eso era lo que creía.
Toda mi habitación estaba repleta de zombies. En diferentes tipos de putrefacción y tipos de olores desagradables. Rostros sin ojos se enfocaron en mí. Estaba paralizado. Voltee a la derecha para ver si tenía algo de ayuda. Eso era pedir demasiado. Fernando había desaparecido, probablemente regresó a su habitación.

No lo culpo, solo diré: “Cobarde de mierda”

Varios zombies corrieron hacia mí, dispuestos a devorarme. Estaba desarmado. Mi plan era ir por la navaja mientras Fernando le abría la cabeza a base batazos. Fernando no me dejó su bate. Se tomó en serio eso de que no me iba a prestar nada en su vida.

Los zombies se me echaron encima. Retrocedí hasta que mi espalda chocó con la barandilla. Al igual que todo el edificio la barandilla estaba en mal estado y podría romperse con cualquier cosa.

Como el repentino aumento de peso.

Se rompió en pedazos. Los zombies y yo caímos varios pisos hasta el suelo. La caída dura menos de lo que uno se limpia la nariz. Fue tan corta que no tuve tiempo de ver toda mi vida frente a mis ojos. Solo mi primer recuerdo: Cuando vomité el primer día de la escuela.

Lo último que vi antes de morir fueron unos dientes negros mordiéndome las mejillas. El golpe llegó. No sé cuentos se fueron conmigo, espero que hayan sido muchos.

Y pensar que todo comenzó con una película. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario