domingo, 25 de agosto de 2019

Pijamada parte 1


Jessica y Charlotte regresaban a casa después de un pesado día en la escuela. Era viernes. Para Charlotte era el comienzo de un fin de semana entero de actividades divertidas. Para Jessica era el único día en el que podía descansar y pensaba aprovecharlo.

Charlotte vivía a 30 minutos de la casa de la casa de Jessica. El largo trayecto colegio-casa les permitió hablar de muchas cosas: Las tareas, las notas, las series que estuvieron viendo.

Y lo más importante de todo: La pijamada que Charlotte había planificado para la noche. Cuando llegaron a la casa de Jessica se despidieron con un fuerte abrazo.

-          -            A las siete, no te olvides. 

      -          ¿Qué crees que soy?- preguntó Jessica con una indignación fingida. 

      -          Una olvidadiza.- respondió Charlotte sin dudarlo-. Te llamaré de todos modos. Chau. 

      Charlotte desapareció del mapa. Cuando la vio alejarse por completo Jessica le sacó la lengua. Abrió la reja como si fuera una ladrona a punto de entrar a una casa ajena. Revisó los bolsillos de su falda en busca de las llaves. Las encontró. Odiaba su llavero era una cruz, ¿Una maldita cruz? ¿Qué era una monja? Jessica sintió un poco de comezón en la palma de la mano. La ignoró. Abrió la puerta y entró. Ella no esperaba ningún ruido al entrar. Sus padres regresaban a casa hasta después de las 9. Sin embargo lo primero que escuchó fueron unos disparan y un hombre gritando:
Cuando Charlotte desapareció de su vista Jessica le sacó la lengua. Su casa tenía una reja con barrotes delgados y negros puestos en forma horizontal. Las odiaba porque hacían ver a su casa como si fuera una cárcel. Revisó los bolsillos de su falda en busca de las llaves. Tenía un sentimiento de amor-odio por su llavero: era una cruz.

Le gustaba por lo bonita que era. Tenía a un Jesús dorado crucificados en una cruz plateada. La odiaba porque siempre le daba comezón cuando la tocaba. A veces dejaba una marca en su palma, debía ser una reacción alérgica. Sus padres le decían que no se preocupara, que ya pasará, y era cierto.

Ignoró la comezón y abrió la puerta. La casa de Jessica tenía un pequeño jardín algo descuidado. La mitad de sus plantas estaban muertas. No esperaba ningún ruido al entrar a su casa. Sus padres regresaban a las 9 de la noche como mínimo.

Unos disparos la hicieron saltar y soltar las llaves, estos cayeron en la alfombra. Jessica los recogió sintiéndose avergonzada por haberse asustado. Esos fueron los disparos de una metralleta. Al menos que el ladrón se haya robado las armas del ejército para cometer robo a barrios de clase media esto no tenía sentido. Debía ser obra de la magia del cine.

-          Maldito.- dijo un Stallone furioso. 

Sus padres estaban en casa viéndolo escalar una montaña. Frente a él un mercenario negro tenía un arma y seguía disparando. Los dos estaban pegados a la pantalla viendo esa película de acción de los 90.

-          ¿Qué están haciendo aquí? ¿No deberían estar trabajando?

Jessica no obtuvo respuesta alguna. Sus padres salieron del trance explosivo cuando comenzó la tanda de comerciales. Como si de robots se tratasen sus padres voltearon al mismo tiempo para ver a su querida hija.

-          Hola Jessica.- la saludó su padre- ¿Cómo te fue en el colegio?

-          Bien.- Jessica repitió sus preguntas. 

-          Nos tomamos el día libre.-le respondió su madre. Llenó su mano de palomitas de un bol rojo y las comió. 

-          Ustedes no pueden hacer eso.- se quejó Jessica. Su plan de irse sin avisar y llamarlos luego se había ido por el caño. 

-          Si podemos.- intervino su padre-. No queríamos ir a trabajar y nos tomamos el día libre. Estamos viendo Máximo Riesgo, ¿Nos quieres acompañar? 

Jessica negó con la cabeza.

-          Eso quiere decir que si un día no quiero ir a la escuela simplemente digo que no quiero y ya. 

-          Tú solo puedes faltar cuando estés enferma o te hayan secuestras.- se formó una sonrisa burlona en el rostro de su madre cuando dijo eso. 

-          Solo los adultos podemos faltar cada vez que queramos.- apoyó su padre-. Los niños tienen que acatar las reglas.

-          ¡No soy una niña!- se quejó Jessica.

-          Las niñas y las jóvenes menores de 18 años tienen que obedecer las reglas de la casa. 

Jessica gruñó como un perro rabioso. Solo le faltaba ladrar. Detestaba que sus padres fueran más listos que ella. Debe ser por la diferencia de edad y mayor experiencia.

-          Como digan.- Jessica estaba enojada. 

-          Como siempre ha sido desde el inicio de los siglos. Los padres siempre tienen la razón. 

-          Amen.- terminó su madre. 

-          Voy a estar en mi cuarto.- les avisó Jessica. 

-          ¿No vas a almorzar? 

-          No tengo hambre.

No era cierto. Su estómago le exigía alimento después de un día difícil en el colegio. Jessica no le prestó atención. Quería tener la última palabra en esta discusión, que pareció haber venido de la nada.

-          Hay milanesa con papas fritas.- gritó su madre. 

Jessica estaba a punto de entrar a su habitación cuando oyó las palabras de su madre: “Hay milanesa con papas fritas”.

Al diablo con la última palabra. El milanesa con papas fritas era su platillo favorito. Bajó de dos en dos las escaleras y entró a la cocina. Su plato estaba tapado con una bandeja de metal. Lo abrió y encontró un plato que consistía en una milanesa tan grande que ocupaba todo el plato, las papas fritas cubrían la mitad de la milanesa formando una pequeña montaña de sabor. Había una insignificante pieza de lechuga que Jessica tiró a la basura. Comida de conejos. Guacala. 

El microondas sonó. Sacó su plato y volvió a subir las escaleras. La película estaba en pleno clímax con el protagonista y el villano enfrentándose cara a cara. Cerró la puerta de su cuarto con sus pies. Encendió su laptop y entró a la página de Netflix. Mientras comía veía un capítulo de Casa de Papel. Trató de no mirar el teclado, le daba asco, lleno de suciedad. Suciedad que provenía de los alimentos.

Jessica tenía unos modales en la mesa atroces, comía con las manos y masticaba con la boca abierta. Sus padres le advirtieron que mejorara sus modales en la mesa. No los escuchó. Charlotte le pidió que lo hiciera. Tampoco la escuchó (y eso que ella escuchaba más a su amiga que a sus padres en lo que a consejos se refiere).

En el caso de Charlotte también añadió un poco de crueldad a la negativa. Recordó una vez ella fue a almorzar a casa de Charlotte. Había pollo a la brasa. La oportunidad perfecta para comer sin recurrir a los cubiertos. Jessica agarró el muslo, las papas y la comida de conejos con las manos desnudas, recién lavadas. Charlotte le dijo:

-          Los cubiertos fueron inventados para algo. 

-          Si, para arrancarle los ojos a los demás.- Jessica le echó mayonesa a una papa y se la comió. 

Charlotte se convirtió en una estatua. Tenía un trozo pequeño de pollo en los labios. Ese trozo cayó en su rodilla, para luego caer cerca de sus zapatos. Lo aplastó.
Charlotte no sabía que responder ante semejante comentario.

-          Lo vi en un documental.- le explicó Jessica, quien notó el cambio de Charlotte ante su comentario. Para no discutir Jessica agarró los cubiertos y no los usó para arrancar los ojos. 

Cambiaron de tema.

Jessica se comía las papas con los dedos. Estaba en su casa, lo que significaba libertad para comer como se le viniera en gana. Cuando Charlotte la invite a almorzar usará los cubiertos y fingirá tener buenos modales.

Si la vuelve a invitar.

Cerró su laptop cuando terminó de comer. Solo vio 15 minutos del episodios, de los cuales solo prestó atención a cinco (su almuerzo era más importante y delicioso). Luego lo verá. 

Se puso un pijama rosa, el pijama que llevará a la pijamada con sus amigas. Fue un regalo de navidad de su abuela hace seis años. Jessica tenía 10 años. Su abuela le dijo:

-          Este regalo lo usarás el resto de tu vida. 

Sonaba a maldición de gitana de tenía razón. Su pijama era tres tallas más grande. La primera vez que se lo puso parecía la protagonista de una película en la que un adulto se convierte en un niño por una maldición o deseo de cumpleaños. Durante los tres primeros años usó el pijama con un cinturón.

El pijama le quedó a la perfección cuando cumplió 16 años. Era un pijama muy bonito. Los pantalones tenían varias estrellas negras y la parte superior tenía una transcripción que decía: “dulces sueños” escrito en el pecho. Puso el despertador a las 5:30 y se echó en la cama. Apenas cerró los ojos se quedó dormida.

El despertador sonó tres horas después. Una mano salió de la cúpula de almohadas para apagar el despertador. En lugar de golpearlo en la cabeza como siempre lo empujó hasta el borde la cómoda, cayó al suelo.  

El despertador era persistente a pesar de la caída siguió sonando. Jessica abrió los ojos con pereza. Todavía tenía sueño, obvio solo había dormido un par de horas. Salió de la cama. Era como una mariposa saliendo de su cúpula, estaba cansada y todavía debía que desenrollar sus alas. Jessica apagó el despertador. La pantalla está rota.

Se dio una ducha rápida para exterminar cualquier rastro de sueño de su sistema. Estaba tan cansada que no se dio cuenta de los cambios de su cuerpo. Sus energías se renovaron gracias a un chapuzón de agua. Jessica se vio en el espejo y los cambios se hicieron notar.

Solo fueron dos cambios.

Suficientes.

De hecho; sobraban dos.

El primero tuvo que ver con su cabello y el segundo con sus dientes.

Dos dientes resaltaban de los demás en la parte superior de su dentadura. Eran como los de un conejo. Hablando de conejos Jessica se revisó las orejas en busca de más pelo o que le hayan crecido más de la cuenta. No pasó nada, eran dos orejas normales. Humanas. 

Su dentista personal arreglará sus dientes, de alguna forma. Pero lo que realmente la sacó de sus casillas fue el cabello. Había crecido de un modo sobrenatural, no lo podía decir de otra forma. Hace solo unas horas su cabello era normal, corto.
El fondo de semana anterior se cortó el cabello. Le había quedado tan bien que abrazó a la peluquera. Ella no supo si debía devolver el abrazo o esperar a que la chica la soltara. Nunca nadie había resaltado su talento con un abrazo. Solo le pedían descuentos y fiados.

El largo cabello negro le cubría los ojos, también negros, ella los tuvo que retirar para verse mejor en el espejo. El cabello era tan largo que le cubría la espalda. Jessica encajaría mejor en Japón, asustando niños con peinados de tazón. 

Jessica comenzó a cepillarse el cabello para calmarse los nervios. Otra de las enseñanzas que su abuela le había dejado: cepillarse el cabello siempre ayudaba a una señorita a calmarse. Jessica se preguntó cómo aplica ese consejo su abuela. Su abuela era una mujer casi calva, que usaba una peluca que recordaba a los jueces de las películas americanas.

¿Cepillará la peluca?

Jessica perdió el interés encontrar una respuesta a esa pregunta.

Cepillarse el cabello estaba funcionando. Encontraba la calma. Aunque tendría que cepillarse unas diez mil veces más para que se calme por completo. El timbre de su celular la hizo soltar el cepillo. Este cayó en el inodoro. Un cepillo que jamás va a usar en su vida.

Contestó el celular.

-          ¿Quién es y qué quieres?- no era su saludo particular pero estaba enojada.  

-          Soy Charlotte. Ya te dije quién soy, ahora te diré lo que quiero. Quiero que vengas a mi casa. 

-          ¿Para qué?- preguntó Jessica. El tratar de acordarse para que solo le provocaba dolor de cabeza. 

-          La pijamada, ¿No te acuerdas? – La palabra “pijamada” la hizo recordar. 

-          Ya me acordé.

-          Te lo dije. Eres muy olvidadiza ¿Vas a venir o no? 

-          Llegaré en media hora. Olvídalo llegaré en una hora. Me acabo de levantar y necesito alistarme.  

-          Ven rápido.- eso fue lo que le dijo antes de colgar. 

Jessica pensó en ir a esa milagrosa peluquería de nuevo. No tenía dinero y no le iba a pedir dinero a sus padres. Jessica se prometió a si misma que ella misma se compraría sus cosas. Y lo ha estado cumpliendo. Trabajo cuatro días a la semana en una tienda. Atiende a los clientes y hace las labores de limpieza.

Se hizo una cola de caballo y la cortó por la mitad con unas tijeras. No tenía la elegancia de ese maravilloso corte de cabello pero tampoco estaba tan mal. Puso su pijama rosa en su mochila. Se cambió poniéndose unos pantalones negros y una blusa blanca con el dibujo de una abeja. 

Abrió la puerta de su cuarto.

Sus padres bloqueaban el camino de Jessica. Ella frunció el ceño. Los dos estaban nerviosos, y no hacían un buen trabajo en esconderlo. Los dos tenían las manos en la espalda. Esto no puede ser bueno.

-          ¿Qué le pasó a tu cabello?- preguntó su padre con una voz robótica. Su sonrisa también tenía ese estado.

-          Me voy, hablamos luego.- Jessica no quería hablar de su cabello. Le daba vergüenza. 

-          ¿Adónde vas?- su padre se acordó que era la máxima autoridad de la familia.

-          A casa de… ¿Qué es eso? 

El arma apuntaba a Jessica en la cabeza. Su madre la sostenía.

-          Mamá baja esa pistola.- dijo Jessica con la boca reseca. 

-          Lo siento cariño. Es por tu propio bien. 

Su madre disparó. En lugar de una bala salió un dardo. Este pasó por la oreja derecha de Jessica y siguió su camino hasta darle a una foto suya. Una foto en la que ella estaba con sus padres en unas vacaciones por Machu Picchu. El dardo se clavó en su rostro.

No se esperaba eso. En la mañana la despidieron dándole un beso en la mejilla cada uno (cosa que Jessica odiaba). En la tarde tuvieron una pequeña discusión y en la noche le disparaban.

¿Le disparaban por esa discusión?

Si no es por eso. Entonces, ¿Por qué?

La expresión de terror de Jessica se quedó grabada en los rostros de sus padres. Escrito con tinta indeleble tenían la expresión “monstruos” bien puesta en la cara.

-          Jessica nosotros…

Jessica se alejó de ellos dándoles un gran empujón. Bajó por las escaleras hasta llegar a la puerta. Escuchó los pasos de sus padres bajar por las escaleras. Otro dardo. No le dieron a Jessica, sino a una foto suya. Esta vez en una foto circular de Jessica a los 12 años con su uniforme escolar.

-          Rosario si vas a seguir disparando al menos dale.- gritó Jonathan. 

Jessica se fue sin cerrar la puerta. La puerta la retenía. No tuvo tiempo de buscar sus llaves, mucho menos de abrir esa puerta. Sin pensarlo dos veces saltó. Su plan era escalar las rejas como si de una ladrona se tratase. Pero el plan le salió bien, demasiado bien. Saltó hasta pasar la reja y aterrizó de pie en el otro lado.

-          Eso fue extraño.- fue lo primero que pasó por la cabeza de Jessica. 

No tuvo tiempo de pensar en rarezas. Siguió corriendo. El matrimonio Arrieta salió de la casa. Ambos preocupados. Rosario señaló al cielo. La noche había llegado.

Cuando la noche llega; llega la luna.

Cuando la luna llega; llega la transformación.

Cuando la transformación llega; llega la muerte.

Muertos que se pueden contar por docenas.

-          Hay que traerla Jonathan. 

-          Antes de que se transforme.

-          Pero sí salimos nos transformaremos. Necesitamos la caja fuerte para pasar la noche. 

Jonathan le mostró una expresión llena de confianza como si le estuviera diciendo: “No, no tendremos que hacer eso cariño. Tengo un plan”.

-          Sígueme. Tengo una sorpresa especial para ti.

Los dos bajaron al sótano. Era como cualquier otro sótano lleno de cajas, cuyo contenido vale poco o nada pero que tiene mucho valor sentimental. Lo que lo diferenciaba de otros sótanos era la puerta de seguridad, era parecida a la de un banco.

Jonathan marcó una clave de nueve cifras. La sabía de memoria. Se la aprendió con la ayuda de una canción que el mismo compuso. Dentro de la caja fuerte habían tres bolsas de dormir, algunos libro apilados, latas de comida y botellas de agua. Los Arrieta pasaban las noches de luna llena dentro de esa caja fuerte y su hija no sabía de su existencia. Siempre le ponían somníferos en el refresco para dormirla. Querían que esto fuera un secreto.

Salvo por esa vez que se olvidaron de planificarlo.

-          Las armas fueron una pésima idea. ¿En que estaba pensando? Debimos usar los somníferos como siempre. 

-          Se nos acabaron. Ahora pensará que somos unos locos asesinos. 

-          Que piense lo que quiera. Lo importante es traerla a casa, a salvo. 

-          ¿Y la sorpresa? 

Jonathan arrastró una caja y entre los dos la abrieron. Había tres trajes aislantes de químicos especializado en material radiactivo.

-          Con estos trajes nos vamos a olvidar de la caja fuerte. 

-          Pero me gusta la caja fuerte. 

-          Si, a mi también. Pero nos puede servir para salir y traer a nuestra hija de vuelta. 
 Se pusieron los trajes amarillos, que les cubrieron todo el cuerpo. Estaban listos para revisar el reactor nuclear y rescatar a Jessica de las garras de la luna llena. 

Caminaron hasta el auto. Rosario estaba avergonzada. Varias de sus amigas Vivian cerca ¿Qué pensarían si la vieran vestida así? ¿Por qué no tuvo que pasar esto en Halloween? Al menos ahí podía decir que se había disfrazado para la ocasión. 

-          ¿No pudiste haber comprado algo más discreto?

-          Por favor Rosario.- dijo Jonathan-. Estos trajes me costaron 500 soles cada uno.  
Los dos subieron al auto. Antes de encender el motor Jonathan le preguntó a su esposa:

-          ¿Tienes alguna idea de donde pudo haber ido?

-          Antes de darle un tiros dijo que se iba a casa de… y se fue. 

-          ¿A casa de quién? 

-          Una vez me contó, de mala gana, que tenía una amiga llamada Carlota, o algo así.

-          No, no se llamaba Carlota.- las voces del matrimonio Arrieta sonaban con un leve eco tras la máscara- se llamaba Charlotte- chasqueó los dedos- ¡Eso es! Se llamaba Charlotte. 

El matrimonio estaba contento de haber recibido su primera pista.

-          ¿Y dónde vive esa tal Carlota, digo Charlotte?- le preguntó Rosario. 

Era una pregunta de un millón de dólares. Había una respuesta pero ellos no la tenían. El matrimonio Arrieta dijo al mismo tiempo:

-          Mierda.











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