domingo, 27 de junio de 2021

La quinta misión Capitulo 1: Aquella chica que podía ver fantasmas.

 

Un auto se estacionó en un lugar prohibido. Era un Volkswagen amarillo pequeño, parecido a los a
utos de payasos que aparecen en las caricaturas y películas.

- ¿Estás seguro que es buena idea estacionarnos aquí?- preguntó Agatha ahogando un bostezo.

- La reunión no durará mucho.

Del auto amarillo salieron dos payasos, ocho menos de los que solían salir de esos autos. Agatha se golpeó la cabeza con la parte superior de la puerta. Anthony se tuvo que agachar demasiado para poder salir. Era muy alto para ese auto.

Ambos caminaron en cámara lenta, viéndose más serios de lo que realmente son. La ilusión se rompió cuando Agatha pisó una de las muchas babosas que infectaban el jardín. Se resbaló. Anthony reaccionó y la agarró evitando que se estampe la cara contra el suelo. Tenía la mano bien agarrada en su teta derecha.

Una escena digna de ver en cámara lenta.

Agatha Beltran y Anthony Margheritti son dos “expertos en los paranormal”. Anthony es el oficial científico, mientras que Agatha es la experta en comunicaciones. Agatha nació con una habilidad que le ha causado muchos problemas cuando era niña: la habilidad de ver a los muertos. Muy parecida a la del niño de “El sexto sentido”

Con esos poderes ella y su mejor amigo, un ex estudiante de medicina, se dedican a ayudar a los fantasmas en variados problemas que se les presentan. Todos los casos son elegidos por la tía de Agatha, Gloria Beltran.

Caminaron a paso normal hasta la puerta. La ilusión se había roto para siempre. Agatha tocó el timbre después de soltar un enorme bostezo.

- Mataría por una taza de café hirviendo.- dijo ella.

- ¿Te desvelaste anoche?

- No lo sé.

- ¿Dónde estuviste?

- No lo sé.

Agatha sufría de un fuertísimo dolor de cabeza, se frotó las sienes para que se le pase. No funcionó. Se arrepintió de haber venido a la reunión. Su mente formuló un plan de escape; propia de una película de espías, mejor dicho, de una parodia de una película de espías. Le quitaría las llaves del auto a Anthony, siempre las guarda en los anchos bolsillos de su casaca verde oscuro. Eran tan anchos que Agatha podía meter la mitad de su cuerpo sin problemas. Con las llaves en su poder correría al auto y se iría lo más lejos de ahí, eludiendo sus responsabilidades.

Eran un plan perfecto a prueba de tontos.

Salvo por un detalle: Agatha no sabía conducir. Había fallado los cuatro intentos para aprender a conducir. No existía la frase “La quinta es la vencida” así que se rindió. En el cuarto intento fue a dar su examen usando una minifalda que dejaba pocas cosas a la imaginación cuando se sentaba. No le sirvió de nada por el profesor era un homosexual reprimido que decidió salir del armario ese mismo día.

Se lo dijo:

- Muchas gracias. Después de verte me he dado cuenta que los hombres son lo mío.

Agatha no dijo nada.

- No pasaste el examen.

Agatha seguía sin decir nada.

Decidió intentarlo de todas maneras. La fiebre y el deseo de estar echada en una cama, alejada del mundo, se los exigían. Agatha metió la mano en el bolsillo de Anthony con el sigilo de un ninja. El sonido de la trampa para ratones presionando sus dedos bastó para despertarla, mucho más que cuatro tazas de café seguidas.

- ¿Qué estás haciendo?- preguntó Anthony consternado, después de escuchar el “Click” de la trampa para ratones y el “Iiiii…” de Agatha.

- ¿Por qué diablos tienes una trampa para ratones en tu bolsillo?- preguntó Agatha con los ojos llorosos. Los dedos se le habían puesto morados.

- Estoy harto de que me roben la billetera.

Agatha no quería admitir que ese era un buen punto.

La puerta se abrió sola. El fantasma vestido de albañil (jeans sucios y un polo aún más sucio) vio a una joven levantando la mano derecha, una trampa para ratones y unos dedos morados.

- Déjame ayudarte a quitártelo.

- ¡No me toques!- exclamó Agatha-. Cambié de idea. Quítame esta cosa.

Anthony le quitó la trampa para ratones suavemente y la volvió a poner en su bolsillo izquierdo. Había otra más en el derecho. Agatha se soplaba los dedos que seguían estando morados.

- ¿Quieres hielo para esos dedos?- preguntó Eduardo Castro, el fantasma del albañil.

- Hola Eduardo- saludó Agatha, Anthony no podía verlo. Agatha evitó mirarle la cabeza, lo que quedaba de ella. El ladrillo le cayó encima desde el quinto piso. Le hizo mucho daño-. Seria grandioso.

- ¿Vinieron para ver a la señorita Gloria?

- Si.- A Agatha le provocaba mucha gracia que le dijera “señorita” a su tía, teniendo en cuenta que tiene más de sesenta años.

- Pasen por favor.

Agatha y Anthony obedecieron. Anthony se sentía como un vampiro cada vez que entraba a esa casa. Tenía que esperar a que Agatha diera el primer paso para poder entrar. Tenía que esperar a que lo invitaran.

La casa de Gloria Beltry estaba hecha de madera y era de tres pisos. Una de las ventanas del segundo piso estaba cerrada con tablas. Daba la impresión de ser el rostro de una persona tuerta y con una enfermedad en la piel (la madera estaba toda mohosa). Agatha y Anthony pisaron la alfombra roja que cubrían los suelos. Era la lengua de la cara.

Gloria Beltry la compró hace veinte años a una pareja que aseguraba que la casa estaba embrujada.

El exterior alejaba a las personas; mientras que el interior era mucho más acogedor. En los techos había unos candelabros que daban una luz amarillenta, cálida y agradable. La alfombra roja hacía que los invitados sintiesen que caminaban en una nube. Las paredes también eran de madera, pero de una madera barnizada y cuidada. Agatha podía ver su reflejo en ellas (aprovechó para revisar sus dientes). Los muebles eran de color blanco, con cojines marrones y todos estaban ocupados.

Dentro de la casa había personas flotantes. Estaban limpiando, ordenando documentos y cualquier tarea doméstica o administrativa que se le ocurriera a Gloria Beltran, quien también comparte la misma habilidad de ver e interactuar con los espíritus de Agatha.

Ella saludó a los fantasmas y ellos le respondieron el saludo al mismo tiempo. Luego continuaron con sus respectivos trabajos,

Gloria Beltran aprovechó mejor ese poder que su sobrina. Ella era una respetada periodista jubilada y una novelista de éxito. Su saga de novelas de la detective paranormal Gloria Beltry se había convertido en un éxito de ventas en toda Latinoamérica y partes de Europa. Con el éxito de su primer libro: “La casa devoradora”, basada en testimonios (reales y paranormales) de esta misma casa labró una triunfante y lucrativa carrera literaria.

Con ese poder Gloria consiguió las mejores primicias en su trabajo de periodista. Podía entrevistar a las víctimas de los asesinatos de primera mano y descubrir quién era el asesino. Se convirtió en una leyenda del periodismo nacional.

Su reportaje del presidente violador y asesino fue una revolución. Pudo conversar en exclusiva con la víctima, violada y envenenada por el presidente de la Republica (no precisamente en ese orden).

-          Y pensar que yo voté por él.- se dijo Gloria Beltran a sí misma.

Agatha era una fan acérrima de los libros de su tía. Los había devorado con pasión durante su infancia, adolescencia y adultez (Gloria Beltry contaba con 23 libros), figurativa y literalmente. Cuando sus padres le prohibieron leer los libros, por sus diferencias con la tía: ella se negó a concederles un préstamo, ella se comió uno entero en señal de protesta.

Agatha pudo leer más de esos libros en una cama de hospital.

Agatha y su tía compartían los mismos poderes que el niño de El Sexto Sentido, junto con un añadido.

Mejor dicho, una debilidad.

Un fantasma atravesó una puerta cerrada y le dio a Agatha una cachetada.

- ¿Dónde estuviste?- le preguntó la fantasma muy molesta.

Anthony le entregó un pañuelo a Agatha, tenía varios en el bolsillo derecho de su casaca. Ella se limpió la viscosidad verde que le había dejado el espectro en el cachete.

- Te estuve llamando varias veces. Cuando Anthony me dijo que no estabas en la fiesta… dios, creí que iba a morir.- Wendy estuvo en el teléfono casi toda la noche. Los demás fantasmas lo pudieron corroborar. Todos hicieron una fila, esperando a que Wendy termine para que ellos también pudieran llamar. Gloria Beltran pagaba una fortuna en facturas telefónicas.

- Tú estás muerta.

- Es un decir.

Wendy le dio un fuerte abrazo a Agatha. Tenía mucha fuerza. Agatha sentía que le estaba abrazando un luchador profesional, y Wendy era todo lo contrario a un luchador profesional. Agatha le devolvió el abrazo. La habilidad de Agatha le permitía agarrar a los fantasmas, pero también podía recibir palizas de ellos.

Eso fue un problema para Gloria Beltran, sobre todo a la hora de entrevistar asesinos muertos.

- Disculpa que no haya respondido tus llamadas- comentó Agatha-. Ni yo misma sé donde estuve. Pero, descuida. Todo está bien.

- Estaba tan preocupada.

- Lo sé.

Agatha escuchó a Wendy llorar. Hacia los ruidos como si estuviera llorando, como si fuera una cruel parodia de alguien llorando sin posibilidad de consuelo. Los fantasmas no tenían glándulas lacrimales y no podían llorar de verdad.

Wendy era la mejor amiga de Agatha, eran amigas desde que eran niñas. Ella fue la responsable de que Agatha descubriera sus poderes. Ocurrió de una forma nada favorable para ninguna de las dos.

Todo ocurrió hace 17 años, las dos niñas de 8 años estaban jugando en el parque. Un conductor de una camioneta oxidada se estacionó cerca del parque. Le gustaban mucho los niños.

Puso los ojos en Wendy.

Wendy acompañó a Agatha a su casa. Se despidieron y Wendy se fue a la suya, que estaba a unas cuadras a la derecha. Esta fue la última vez que la vio… con vida.

Dos días después de su desaparición Agatha no podía dormir. Ni siquiera podía cerrar los ojos sin pensar en su única amiga y en todo lo que pudo haberle pasado. Tanto los padres de Wendy como la policía hubieran preferido que su destino no tuviera nada que ver con “Camioneta oxidada”, así apodaron al asesino de niños. Que le diera un ataque temporal de Alzheimer y que se perdiera camino a casa, eso hubiera sido mas preferible.

Agatha encendió la televisión para terminar apagándola inmediatamente. Estaban transmitiendo: “La boda de mi mejor amiga”. Agatha se puso a llorar, un tobogán de lagriman caían de sus mejillas regordetas. El día de la desaparición de Wendy estuvieron hablando de como seria su boda ideal.

Agatha optó por un matrimonio civil con un enorme pastel de chocolate. Wendy fue más detallada con su boda soñada. Contó como sería su vestido, la apariencia de su futuro marido, la canción que tocaría la banda, el discurso que quería que Agatha dijera en ese momento.

- ¿Agatha?

Ella levantó la cabeza para ver un montón de oscuridad.  

- ¿Hay alguien?- preguntó con voz temblorosa. No era la primera vez que escuchaba voces raras. Estas se callaban apenas preguntaba si había alguien. Las demás voces eran desconocidas, esta le sonaba familiar.

Agatha encendió la luz de su lampara y vio a una niña flotando. usaba uso pantalones morados y un polo con un corazón estampado. Su cabello era castaño y largo; sus ojos, blancos.

Wendy estaba flotando. Frente a ella.

Agatha se desmayó.

A Agatha le tomó tres días comprender todo lo que estaba ocurriendo. Su mejor amiga estaba muerta (y por lo que le contó tuvo una muerte horrible). Y aun así podía verla y hablar con ella. Agatha sintió con los brazos de Wendy la presionaban cuando le dio un abrazo. Agatha sentía como si la estuviera abrazando un muñeco de nieve, el abrazo mas helado de todos los tiempos.

En las noticias una reportera con exceso de maquillaje informaba que otra niña había desaparecido.

- Sé dónde vive.- dijo Wendy mirándola seriamente.

Wendy se arrepintió de habérselo dicho. Agatha fue a la casa del asesino, con Wendy que es lo mismo que ir sola. Agatha pensó que lo mejor que podía hacer con esta nueva información era averiguar si el asesino seguía viviendo ahí; y si ese era el caso llamaría a la policía. Tenia que confirmar la información.

Frente a ellas había una vieja casa de ladrillos blanca, adornada con varios grafitis de adolescentes que admiraban con pasión a su equipo de futbol favorito, pero no lo suficiente como para escribirlos con buena ortografía. La casa era de solo un piso, pero con un enorme sótano.

- Aquí es. Ahora que ya confirmaste la dirección coge ese celular tan moderno que te regalaron en navidad y llama a la policía.

Agatha se palmó los bolsillos de sus jeans, el único bulto que había era de sus llaves. Los bolsillos de su casaca rosada con estilo estaban repletos de caramelos.

- Olvidé mi celular.- dijo Agatha con una tranquilidad que estresaba a Wendy.

- Me cago en la… ¿Acaso quieres terminar como yo?

- Siempre quise saber que se siente volar.

- Púdrete, esto es horrible… siempre quise probar un kebab.- dijo Wendy con tristeza.

¡Uy! De lo que te perdiste. Debiste haberlos probado antes de morir. Son una delicia.

- Cállate Agatha.- Wendy se estaba esforzando por no llorar.

Una sombra cubrió por completo a Agatha. Se trataba de un sujeto que llevaba una palanca de metal en las manos con guantes negros de cuero. Era un sujeto enorme de cabello corto militar; una larga barba de Santa Claus, cuando tenia 30 años. Sus brazos eran gruesos y con varias serpientes inmortalizadas en sus bíceps musculosos. Usaba una camiseta militar y un buzo militar suelto.  

Sus ojos desbordaban de alegría, no dejaba de salirle baba de la boca.

- Carne fresca.- dijo el asesino.

Wendy recordó con horror las costumbres caníbales del asesino. Se comía sus dedos como si fueran gomitas frente a ella.

Levantó la palanca, listo para darle un buen golpe en la cabeza a Agatha. Sabia que tan fuerte debía golpear para desmayar a sus víctimas, mas no matarlas. Se divertía más cuando sus niñas estaban vivas.

Esta parecía ser una presa fácil. Ni siquiera se movía.

Como Agatha no reaccionaba Wendy lo hizo. La jaló de la capucha de su casaca y la alejó de la palanca. Eso bastó para que Agatha reaccionara. No había traído su celular, pero si había traído otra cosa; y no, no era el auricular de su teléfono fijo. Agatha sacó un cuchillo de su bolsillo y lo clavó con fuerza en la pierna.

El asesino chilló de dolor e insultó a Agatha. La sangre no dejaba de salir. Formaba un pequeño charco rojo en la pista.

Wendy sacó el celular de bolsillo del asesino, le gustaba tomarle fotos a sus victimas desmayadas antes de llevárselas a casa, y se la entregó a Agatha.

El asesino intentaba agarrarla, pero Agatha se alejaba de un salto ágil. El asesino avanzaba moviendo sus rodillas, cada paso que daba le causaba mucho dolor. Quería agarrar a la mocosa y borrarle esa maldita sonrisa de la cara. Le rompería la mandíbula con sus dedos musculosos.

-          ¡Agatha!- le reprimió Wendy-. Deja de tentar a la suerte y ten- le entregó el teléfono-. Llama a la policía.

Agatha recibió el teléfono como si fuera un extraño aparato extraterrestre.

-          Disculpe, señor- le dijo al asesino-. ¿Cuál es el numero de la policía?

-          Cuando te ponga las manos encima desearas no haber nacido.

-          Esta bien. No se enoje.

Agatha dio un paso al frente y se resbaló cayendo de espaldas, cara a cara con el asesino. Se había resbalado con una generosa porción de mierda de perro que estaba en la pista. Sus pantalones quedaron manchados para siempre.

-          Te dije que no tentaras a la suerte.- le dijo Wendy.

El asesino se quitó el cuchillo de la pierna. Esbozó una sonrisa cansada pero llena de satisfacción. Intentó apuñalar a Agatha, pero ella lo esquivó. Escuchó el sonido del cuchillo chocando contra la pista. Eso bastó para que entendiera el concepto de no tentar a la suerte. Se levantó y corrió como si el asesino fuera un maratonista y la estuviera persiguiendo.

Correr no le duró mucho. Se chocó con un sujeto que estaba hablando con su celular. Le quitó el teléfono y colgó la llamada. Agatha se olvidó que tenia un celular en sus manos.

- ¡Oye!- exclamó el sujeto furioso.

- Esto es una emergencia - le respondió Agatha, quien apenas podía contener el aliento. Agatha levantó la cabeza y miró al hombre con ojos llorosos-. ¿Cuál es el numero de la policía?

La policía consiguió apresar al asesino y salvar a la niña perdida, quien tristemente había perdido una pierna. Y no era la única. Al asesino tuvieron que amputarle la pierna (y extraerle un riñón). La puñalada que le dio Agatha apenas atravesó los duros músculos de sus muslos, pero el medico encargado de atenderlo era padre de una de las niñas desaparecidas.

- Ojo por ojo.- susurró antes de iniciar la operación.

El asesino se encuentra recluido en una de las prisiones de máxima seguridad del país. Aprendió a jugar al futbol con una sola pierna, y ahora es uno de los jugadores mas queridos del país. Aún le faltan 20 años mas para cumplir su condena.

- Yo solo pasaba por ahí.- dijo Agatha a la policía, la prensa y cualquiera que le preguntara al respecto.

Agatha y Wendy continuaron su amistad; Agatha detestaba que Wendy fuera tan sobreprotectora, ella entendía el porqué, pero no dejaba de incomodarla.

La puerta del estudio se abrió y salió Gloria Beltran, sus pies descalzos apenas hacían ruido en el suelo alfombrado, pero todos estaban al tanto de su presencia. Ella le dijo a Wendy que terminara de archivar los documentos. Randy se despidió de Agatha y fue a hacer sus deberes.

Gloria había ayudado a muchos fantasmas sin rumbo con algunos trabajos para mantenerlos ocupados. Esto era un beneficio para ambos: Los fantasmas encuentran un propósito, varios de ellos trabajan las 24 horas del día, y Gloria se ahorra la contratación de personal humano.

Los fantasmas son los mejores trabajadores para cualquier jefe explotador.

Agatha y Anthony eran los únicos empleados vivos que tenía en ese momento.

- Ustedes dos, a mi oficina. Ahora.- ordenó Gloria, manteniendo su estatus de jefa. Mientras estuviera en esa casa Agatha no era su sobrina; ni Anthony era un joven con quien se acostó un par de veces. Ambos eran sus empleados y esta era una empresa seria.

Mas o menos con lo último.

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