Todos hicieron un espacio en la mesa para que Karen pudiera sentarse. El almuerzo había terminado, delicioso. Ella fue la única que no se terminó su plato. Los demás repitieron. Muy cerca de su plato a medio comer había una botella gorda de sangría. Era un regalo de su tío Tomas, quien tenía un viñero y su propia marca de vino. Karen se sirvió un vaso. Notó que los demás también tenían un vaso. Sonrió a toda su familia. Levantó su vaso y dijo:
- Por mi padre, el grandioso escritor Armando Joy. Que continúe asustando a los ángeles en el cielo.
- Recuerda que tu padre era ateo.- comentó la tía Cristina, quien ya había bebido un poco de la sangría.
Karen se rio ante el
comentario de su tía y eso que aún no había empezado a beber. No quería pensar
en las carcajadas que soltaría si empezaba con los tragos.
- Por mi padre, el grandioso escritor de horror Armando Joy, que asuste a cualquier entidad en la otra vida.
- Está mejor.
Todos hicieron el
brindis y chocaron los vasos.
Estuvieron bebiendo y
conversando toda la tarde. El tío Tomas era una persona alta, de cabello negro
y cuerpo musculoso. Parecía el galán pobre que se enamoraba de la hija del
hacendado de una telenovela rural, pero 30 años después. Era el héroe que la
familia necesitaba, porque era el que proveía de alcohol. Había traído una caja
entera de sangría para que todos pudiera disfrutar.
Karen amaba la sangría
de su tío, tanto que decidió comprarle unas botellas. No pensaba aceptarlas
como regalo. Era demasiado orgullosa para eso. Además, que el viñero de su tío
no estaba yendo por buen camino.
El mismo lo confesó.
- Tengo que vender el doble de lo que vendo ahora sino mi negocio se va a la quiebra.
El tío Tomas siempre quiso
tener su propio negocio y trabajó muy duro para conseguirlo. Su mente estaba
enfocada en su viñedo. Nunca se casó, estuvo con muchas mujeres, pero sus
relaciones no pasaron de un mes, y no tuvo hijos (al menos no uno que
conociera). Su viñero fue cosechando el éxito, pero ocurrió un problema.
Un problema que no
tuvo nada que ver con la producción de vinos y sangrías (que iban de viento en
popa)
El problema era la
ludopatía. Sus deudas fueron en aumento. No era muy bueno jugando a las cartas,
pero si tenía la perseverancia de un campeón. Su deuda la compró una persona
muy peligrosa, Edwin Lissandro, quien quería entrar en el negocio de los vinos.
El señor Lissandro se tomaba muy personal que no le pagaran sus deudas y no tenía
inconveniente alguno en mandar recordatorios.
Le incendiaron uno de
sus cultivos.
- ¿Cómo piensan que voy a pagar mis deudas si no puedo producir vino para vender?- se quejó Tomas.
Los intereses también
iban en aumento.
Todos los demás
concluyeron que era una queja valida.
- ¿Has pensado en llamar a la policía?- le sugirió la tía Cristina.
- Ese sujeto tiene comprado a la policía.
- Pobre mi Tommy- lo consoló su madre. El consuelo duró muy poco-. Eso te pasa por estar jugando con gente peligrosa. Los adictos al juego siempre terminan mal.
- ¿Adictos al juego?- preguntó Tomas, desconcertado-. Fue papá el que me enseñó a jugar.
- Que en paz descanse tu padre. Tan recto y tan disciplinado. Es verdad, él te enseñó a jugar. Pero no recuerdo que te haya enseñado que era buena idea meterse con mafiosos locales.
Tenía razón, esa
clase se la había saltado.
- ¿Qué vas a hacer ahora?- preguntó Karen, quien terminó su vaso. Se sirvió un poco más. Había tres botellas vacías en la mesa.
- No lo sé. Ya pensaré en algo.
Su cerebro trabajaba
a mil por hora en busca de una solución. Incluso pensó en asesinar a Edwin
Lissandro, como si fuera un personaje rudo de una película de los Hermanos
Coen. El inconveniente era la dificultad para conseguir armas en el pueblo
donde vivía.
La mente del tío
Tomas estuvo barajando una idea desde hace unos días. Era algo relacionado,
hasta cierto punto, con Armando Joy (su hermano más cercano). Armando Joy era
la persona más exitosa de toda la familia. Tenía una cantidad considerable en
el banco, varias propiedades y acciones en distintas empresas. El asesinato de
Armando Joy (no había otra forma de describirlo) había dejado consternados a
todos.
A todos menos a
Tomas, quien sonrió desde dentro cuando vio la noticia en la televisión.
No odiaba a su
hermano. A diferencia de sus propios hijos (a quienes Armando Joy se refería
con decepción cada vez que conversaba de ellos con su hermano) Tomas lo quería
mucho.
- Cada que te escucho hablar de Alejandro y Karen más me alegro de haber decidido no tener hijos.- dijo Tomas.
- La mejor decisión de toda tu vida. Los hijos te arruinan. Solo pide, piden y piden, y jamás dan. Ni una muestra de aprecio. Ni una muestra de agradecimiento. Nada.- Tomas no notó que no había ningún dejo de arrepentimiento o rabia en la voz de Armando Joy. El escritor de horror hablaba como si lo tuviera ensayado, como si fuera un robot.
- Hablando de pedir…- Tomas bebió un poco de vino.
Tomas Joy le pidió
10,000 soles prestados a su hermano, dinero que tranquilamente podría recuperar
unos meses después del lanzamiento de su siguiente libro. Armando Joy iba a
tomar su sombrero e irse del viñero, pero los ojos de perro degollado de su
hermano hicieron que este se ablandara. Le hizo una transferencia. Mientras
Tomas le abrazaba de agradecimiento Armando Joy lo veía como una pequeña
transacción de negocios.
Con ese dinero podría
sustentarse por unos meses… si no los pierde en las apuestas.
Apenas recibió el
dinero los hermanos Joy bebieron hasta emborracharse.
- ¿Sabes cuánto dinero tengo ahorrado?- le preguntó Armando.
- Ni idea.
- Yo tampoco- respondió Armando Joy, acompañado de una carcajada siniestra-. Déjame decirte una cosa hermano. El dinero no me interesa. El día que muera pienso compartirlo con toda familia. Menos con mis hijos, que se vayan al diablo.
“Si, que se vayan al
diablo los hijos de Armando Joy”, pensó Tomas.
La herencia, o parte
de ella, sí que le iban a ayudar a resolver sus problemas económicos. Salvo por
el detalle de que tenía que esperar a que muriera. Pensó en el plan del
asesinato, solo reemplazando al mafioso por su propio hermano. Gracias a Dios,
y a ese cruel asesino, no tuvo que esperar mucho.
Con Armando Joy muerto solo faltaba recibir su parte de la herencia.
Estoy causó que Tomas se riera. Era una risa fuerte y juvenil; juvenil para
alguien apunto de llegar a los cincuenta. Para Tomas la edad era solo un número.
Tomas era una persona con la fuerza de un muchacho que recién estaba empezando
la vida en el campo.
Su carcajada captó la
atención del resto de los miembros de su familia. Excepto por el tío Agustín,
que estaba hablando por el celular. Se puso de pie, tomó su vaso de sangría y
se alejó del resto.
- Al menos sabemos que estas bien.- comentó Cristina.
Karen tomó unos
chifles y se los comió. Eran una delicia. Se acercó a su tía y le susurró algo
en la oreja. Cristina se cubrió la boca con una mano y comenzó a reírse.
- ¿Qué es tan gracioso? ¿De qué se ríen?- preguntó el tío Tomas, quien dejó de reírse. No le gustaba que hubiera personas riéndose a sus espaldas.
- No es nada.- respondió Cristina. Como si fuera un tubo con una fuga las risas se incrementaron. Obviamente había algo aquí. Cristina dio unos golpes a la mesa, como una jueza que perdió su martillo.
- Por favor Cristina - dijo la señora Cordelia-. Esa mesa tiene más de 50 años y quiero que viva mucho más. La construyó tu abuelo.
- ¡Basta ya!- exclamó Tomas irritado-. ¿De que diablos se están riendo?
Karen se lo contó:
El famoso escritor de
horror Armando Joy tenía la costumbre de usar a personas de su familia (amigos
y cualquier desgraciado con quien haya intercambiado palabra) como personajes
para sus macabros relatos. Su hermano mayor no era la excepción.
Tomas Joy era un
hombre lobo de risa peculiar. En lugar de aullidos la gente se daba cuenta de
se presencia gracias a sus horrendas carcajadas. La luna llena apareció
transformándolo en una bestia peluda. Se reía mientras se convertía en un
monstruo, aún mantenía su humanidad entre tanta neblina animalística. Para
desgracia de toda su humanidad era igual de repulsiva como la bestia.
Era una persona
malvada, frustrada por un negocio que no iba a ningún lado. Ha sido acusado de
violación por más de 10 mujeres del pequeño pueblo de San Pedro. Tomas Joy,
convertido en un hombre lobo, tenia otros apetitos.
Se había comido dos
vacas y tres cerdos. Esto sació su hambre. Pero tenía un apetito que aún no había
saciado. El apetito sexual. Su victima estaba en el suelo, con las extremidades
rotas, y soltando unos chilidos agudos (que mezclaban perfectamente el horror y
la tristeza). Tomas Joy, con su risa peculiar, se acercó a su victima sin dejar
de agarrarse el miembro. La perra no dejaba de aullar, sabiendo que no podía
huir y que estaba a punto de ser penetr…
- ¡HIJO DE…!- Tomas Joy no se atrevió a terminar el insulto. Su madre estaba frente a él-. Yo lo mato.
- ¡Tomas!- exclamó su madre.
- Ya esta muerto.- comentó Karen. Cristina estaba roja de tanto reírse.
- ¿Cómo puede hacer esto y salir inmune? ¡Me ha humillado!- Tomas Joy estaba furioso. Si se hubiera enterado de esto cuando su hermano seguía vivo, sin pensarlo dos veces, se hubiera levantado de la silla y hubiera conducido hasta la capital, ignorando todos los semáforos en rojo, para darle su merecido y luego pedirle unas explicaciones.
- No lo sé.- respondió Cristina, quien había dejado de reírse y estaba recuperando el color de su piel.
Karen guardó el Kindle
en su cartera. No era necesario leer el final. Tomas Joy estaba acorralado por
todos los habitantes del pueblo, quienes lo cosieron a balazos. No murió, solo
quedó herido. Estaba tan indefenso que no pudo defenderse ante la castración,
hecha por un trabajador de una empresa ganadera con Parkinson. Tomas Joy vivió
sus días orinando a través de una manguera que se obstruía cuando bebía
demasiado.
- Nuestro hermano siempre ha sido muy creativo; y un auténtico hijo de…
La advertencia
también iba para Cristina.
- Saben muy bien a lo que me refiero.- concluyó Cristina.

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