domingo, 12 de septiembre de 2021

La quinta misión. Capítulo 13: El barco encallado


 

Agatha y Anthony caminaban por el suelo arenoso de la playa. De cuando en cuando pisaban unos inocentes moluscos. Ambos llevaban pesadas bolsas de cuero. Se sentían como unos doctores que iban a hacerle una consulta personal a un paciente, como ocurrían en las películas y series clásicas. Ambos estaban listos para una emergencia que no tenía nada que ver con la medicina.

Anthony era un ex estudiante de medicina. Expulsado de la universidad por traficar con los medicamentos. Después de ese incidente Anthony vagó por la ciudad haciendo todo tipo de trabajados para sobrevivir, hasta que se reencontró con Agatha, una amiga de la infancia, mientras trabajaba de obrero en una construcción. Anthony dejó la carretilla repleta de bolsas de construcción para saludad a su amiga de la infancia.

Ambos habían sido amigos durante la primera y la secundaria. Se distanciaron durante la universidad, tanto porque ambos llevaron dos carreras que no podían ser más opuestas, como que Anthony se tuvo que mudar a otra provincia par completas sus estudios.

Al volverse a mirarse las caras renació la amistad. No se habían visto en casi diez años. Anthony perdió un poco de peso y ganó algo de masa muscular debido a su trabajo de obrero y Agatha también perdió peso y ganó músculos, en las piernas debido a todas las caminatas que tuvo que hacer para ir a varias entrevistas de trabajo.

Mientras tomaban café y comían rebanadas de pie de manzana se pusieron al día. Una de las razones por las cuales su amistad era tan fuerte era por la honestidad que había entre los dos. Ambos se contaron sus miserias sin edulcorar. Hablaron durante horas, hasta que el compañero de trabajo de Anthony lo llamó. Le hizo un Ultimátum diciendo que si no regresaba al trabajo mejor que no regrese.

Se despidieron de un gran abrazo e intercambiaron números.

Pasaron los días y Anthony consiguió mantener su trabajo como obrero, al menos hasta que el edificio de apartamentos este completo. Recibió un mensaje de Agatha, ofreciéndole un trabajo. Anthony lo aceptó sin dudarlo. Gracias a sus aptitudes y unas noches con la tía de Agatha pudo conseguir el trabajo. Anthony se rio pensando que jamás en su vida había pensado en dedicarse en ayudar fantasmas (y eso que era fanático de las películas de los Caza fantasmas). Pero era mucho mejor que trabajar de obrero.

Los dos vieron el barco encallado e inclinado con una ligera confusión.

- ¿Estás seguro que es aquí?- preguntó Agatha.

- Siguiendo las coordenadas de tu tía estoy seguro en un 99,9% de que es aquí.

- ¿Y el 0,1%?

- Siempre hay fallas en las probabilidades.

- ¿Y qué estamos esperando? Empecemos de una vez.

Ambos abrieron sus respectivas maletas de cuero. Gracias a este nuevo trabajo tanto Anthony como Agatha pudieron sacar a la luz una faceta que tenían escondida: la de inventores. Anthony se encargaba del diseño y funcionamiento; y ambos los construyen.

El dúo consiguió crear algunos inventos que les facilitaron las misiones. Anthony sacó un par de lentes negros que tenían un foquito verde en el centro, una lata de pintura, una pequeña aspiradora y una linterna. Agatha sacó dos bates de Baseball.

Los lentes le permitían a Anthony ver a los fantasmas mas no comunicarse con ellos, ese era el trabajo de Agatha. Con los lentes puestos Anthony lo veía todo verde. El rostro verde de su amiga lucía como un espectro, sobre todo por la nariz blanquecino. Agatha agitó la lata de pintura varias y roció el líquido transparente en los bates de Baseball. Le entregó un bate a su amigo. Este le hizo un swing a una pelota imaginaria. De seguro no le dio y fue un strike pensó Agatha sonriendo.

Agatha levantó la aspiradora con suma facilidad. Antes usaban unas pesadas mochilas para esparcir la sal, era uno de sus primeros inventos. Pero lo descartaron a darse cuenta de lo pesados que eran. Ambos iban a terminar con una joroba con forma de media luna si seguían usándola. Después de unas agitadas elecciones y de una votación de dos votos contra cero Agatha y Anthony optaron por usar la pequeña aspiradora en su lugar.

La democracia había ganado.

- Todo parece estar en orden.- dijo Agatha.

Un brillo amarillento le llegó a la cara. Agatha se cubrió los ojos.

- ¿Qué estás haciendo estúpido?

- La linterna funciona a la perfección.

Ambos rezaron antes de entrar, era la costumbre. Nunca había funcionado. Jamás una entidad fuera de la establecida los había ayudado con sus problemas. Jamás habían experimentado lo que muchos llaman: “un milagro”. Solo lo hacían porque los hacia lucir más profesionales. Eso era lo único que les importaban.

Agatha y Anthony entraron al barco.

El dúo se estremeció al escuchar el crujido de la madera al dar el primer paso. Agatha se movió con pasos más cuidadosos como si estuviera moviéndose en la cuerda floja más ancha de la historia. Gracias a la linterna pudieron ver con claridad una parte de la sala del barco. Caminaron hasta uno de los bordes, Agatha encendió la aspiradora y comenzó a rociar sal por los suelos. Ambos hicieron un acuerdo de no separarse por nada del mundo.

Entraron al pasillo y continuaron rociando la sal. Agatha no vio a ningún fantasma, solo madera mohosa. Todo parecía estar tranquilo. Ambos se sintieron aliviados al respecto. La misión era simple y podrían completarla en unos minutos. Aunque Anthony no hubiera tenido problemas con tener un poco de acción. Pero Agatha, gracias a la experiencia de sus anteriores casos, creía que mientras menos acción tuviera mejor.

Mientras caminaban Agatha habló.

- Sé que un barco abandonado es el lugar menos adecuado para decir esto, pero es algo que ha estado dentro de mi durante mucho tiempo y tengo que sacarlo sino me voy a volver loca- Agatha tomó un poco de aire rancio-. Lo conocí cerca de la construcción, estaba comiendo de un platito. Fue amor a primera vista. No pude decírselo a nadie. Lo he guardado mucho tiempo dentro de mí, no pude decírselo a nadie- Agatha sonrió-. Creo que ahora es el momento adecuado- Agatha estaba tan enfrascada en sus palabras que no se dio cuenta que estaba rodeada por la oscuridad-. Quería saber su opinión. Hay un perrito muy hermoso en una tienda de mascotas y quería saber si…

Agatha se golpeó la cara con una pared, era el fin del pasillo. Cualquier intento de conversación había desaparecido de su sistema. Le dolía mucho la nariz. Maldijo a su amigo; unos segundos después lo extrañó. Agatha estaba completamente sola.

- Anthony, inútil ¿Dónde diablos estas?- preguntó con voz temblorosa.

Agatha caminó por el oscuro pasillo, tenía que encontrar a su amigo. La única compañía que tenía eran los ruidos de pasos y el sonido del espeso viento tratando de atravesar la madera. Con la compañía de Anthony los sonidos no la asustaban. Ahora el mínimo murmullo bastaba para convertir su cabello pelirrojo en una mata blanquecina. Hacia demasiado frio, a mala hora decidió ponerse una falda. Las rodillas le temblaban por el horror y viento que pasaba entre sus piernas.

Agatha trataba de calmarse dándose un par de bofetadas y diciéndose a su misma que se comportara de manera profesional al menos una vez en la vida. 

Un soplido en el oído bastó para hacerla temblar. Agatha escuchó risas. Alguien la empujó, Agatha por poco se cae al suelo. Las risas se incrementaron. Agatha miró a todos lados para ver quien la había empujado. Levantó el bate de baseball.

-          ¿Quién anda ahí? Tengo un bate de Baseball y sé como usarlo.- intentó amenazar Agatha.

Todo estaba tan oscuro que si incluso hubiera alguien no podría verlo. Agatha caminaba y escuchaba los sonidos de unos pasos haciendo un compa con los suyos. Agatha temblaba de miedo ante la idea de que hubiera alguien detrás de ella. Agatha se puso de espaldas contra una pared a su derecha. Había soltado la aspiradora cuando se golpeó la cara. Solo tenia el bate de baseball para protegerse.

Agatha recibió una palmada en el lado derecho de la cabeza. Volteo hacia la derecha. No había nadie. Recibió una palmada en el lado izquierdo de la cabeza. Volteó hacia la izquierda. Nadie. Volvió a recibir otra palmada, esta vez en la derecha. Agatha estaba tan asustada como irritada.

-          Basta. Esto no es divertido.

-          ¿Qué tal esto?

Agatha estaba parada detrás de una puerta. Varias manos salieron del otro lado, rompieron la puerta y la rodearon. La agarraron de los brazos y las piernas y la metieron dentro de la habitación con todo y puerta. Agatha soltó el bate, quiso gritar, pero una mano blanca y pegajosa le cubrió toda la cara.

La puerta regresó a su lugar.

Anthony estaba sentado en el suelo con la linterna en su boca. Estaba alumbrando sus pies. Se estaba amarrando los pasadores de sus zapatos. Era mucho más difícil cuando hay muy poca luz disponible. A Anthony le gustaba verse y sentirse elegante, y unos zapatos desamarrados le daban una mala imagen. Tenía que amarrarlos cueste lo que cueste. Después de varios intentos lo consiguió. Se sintió contento de tener unos zapatos bien amarrados.

- ¿Me decías Agatha? ¿Agatha?

Se dio cuenta demasiado tarde que estaba completamente solo en la entrada del pasillo. Se había quitado los lentes negros para poder ver mejor sus pasadores (con los lentes puestos se veían como serpientes deseando aparearse). Se los volvió a ver y alumbró al frente.

¡ESTAMPIDA!

Un hombre obeso y barbudo se acercó a él a excesiva velocidad. Lo golpeó con su hombro de tal forma que lo mandó volando. Anthony se elevó unos centímetros en el aire, esta no era la clase de “elevación” que le gustaba. Cayó de espaldas al suelo. Sintió que algunas de sus vertebras se salieron de su lugar.

Intentó levantarse, pero su mano derecha resbaló con un líquido espeso regresándolo al suelo. Anthony lo iluminó con la linterna. Se trataba de un cuerpo decapitado. Anthony gritó de miedo, solo se calló cuando el hombre obeso le dio un golpe en la cara. El hombre obeso miraba a Anthony divertido. Quería matarlo, pero no quería hacerlo de inmediato. Quería divertirse y Anthony era su juguete. Le causaba gracia el bate de baseball que sostenía. El pobre infeliz pensaba que podía defenderse.

En una pelea entre una persona y un fantasma (cosa que ocurre mucho más seguido de lo que piensan) siempre es el fantasma el que tiene toda la ventaja. El fantasma podía golpear a su oponente, pero el oponente no podía lastimarlo. Mucho menos matarlo.

- Vamos, dame tu mejor golpe flacucho de mierda.- le provocó el obeso barbón.

El obeso barbón se puso en posición de pelea poniendo los puños juntos. A Anthony le recordó mucho a la primera película de Rocky, si esta fuese sobre una pelea de vagabundos y no sobre un combate de boxeo profesional. Anthony no entendía nada de lo que el obeso barbón le decía. Todavía no había perfeccionado ningún dispositivo que le permitiera comunicarse con el espíritu.  

Una señal (el dedo corazón) bastó para que Anthony entendiera lo que el obeso barbón quería. Quería que le diera la paliza de su vida. Anthony levantó el bate de baseball y corrió hacia donde estaba el espectro y le dio un tremendo golpe en la boca. El gordo barbón retrocedió asombrado.

El golpe… el golpe… el golpe fue real.

Sintió como el bate

- Puedes lastimarme. Debo avisar…

El segundo golpe le hizo callarse. El tercero le impidió hablar adecuadamente. El fantasma cayó al suelo. Vio a Anthony parado, con una sonrisa sádica y el bate de Baseball en su hombro. Era la primera vez que una fantasma tenía miedo de una persona. Y Anthony apenas había comenzado.

- Eshpera, eshpera…

- No entiendo nada de lo que dices, pero estoy seguro que esto es lo que quieres.

Anthony siguió golpeándolo. No se detuvo cuando el gordo barbón dejó de moverse. Se detuvo cuando se cansó. Tomó un descanso, tomó su refrigerio (Agatha preparó sándwiches), recuperó la energía y la lluvia de golpes continuó.

No recordaba haber disfrutado tanto golpeando a alguien desde el día que golpeó a Ricardo Ángeles, el abusivo del colegio, varias veces con su lonchera de Spiderman. Se cansó después del golpe número diez. Un compañero le dio un poco de leche chocolatada mientras descansaba sentado en una esquina. Una vez recuperado continuó con dos golpes más.

Hubieran sido tres si el profesor no le hubiera quitado la lonchera. Tenía ocho años y Ricardo Ángeles, trece. Anthony con las justas le llegaba al pecho. Le dio una patada en los huevos para bajar su cabeza a su nivel. Después le golpeó en la cara con la lonchera. Ese fue el único golpe que le dio en la cara, dejándole una pequeña cicatriz en la ceja derecha. Los demás golpes fueron en la espalda, el brazo y el hombro.

Lo castigaron con una suspensión de una semana y un par de horas después de clases. Cuando entró a la sala de castigo se dio cuenta de que no estaba solo. Una niña estaba sentada en una esquina. Se sentó a su lado.

- Hola.

- Hola.  

Después de ese saludo desinteresado ambos quedaron en silencio. La niña estaba leyendo un libro de R.L Stine, un autor de terror infantil y juvenil. La historia era sobre un fantasma que asechaba una escuela.

- ¿Por qué estás aquí?- preguntó Anthony. Estaba tan aburrido que quería hacer una conversación.

- Le jalé los cabellos a María Susana, la niña más caprichosa, egoísta, irritante y fastidiosa que conozco. Wendy me había advertido que primero debí lavarme las manos antes de jalarle los cabellos- la niña se rio un poco-. Es que tenia las manos llenas de pegamento por la clase de arte.   

La niña levantó las manos revelando unos mechones rubios en ambas palmas.

- ¿Y tú porque estás aquí?

- Mas o menos lo mismo. Golpee a un abusivo en la cara con una lonchera.

- Increíble.

Anthony sacó su lonchera y la puso encima de su pupitre. Esta tenia el cierre destruido, una de las esquinas era casi inexistente y el rostro de tu amigable vecino, el hombre araña, destruido. Con un toque abrió la lonchera. Dentro había unos sándwiches de jamón. Le entregó uno a la niña.

- Gracias- le dio una mordida y con la boca llena dijo:-. Soy Agatha.

- Soy Anthony.

Anthony estaba cansado, de nuevo. Del fantasma del gordo barbón solo quedaba un lago verde que burbujeaba constantemente. Anthony jadeaba de la fatiga. Se secó la frente con su manga. Sonrió con levedad, como si fuera una persona enferma tratando de animar a quien lo cuida todos los días.

- Misión cumplida.

Dejó de sonreír cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Si había un fantasma en un lugar abandonado siempre había grandes posibilidades de que hubiera dos, quizá tres. Corrió al interior del pasillo.

- ¡Agatha!

Anthony vio una puerta mal puesta. La abrió de una patada como un policía en una película americana. Lo que vio le hizo querer llamar a unos esfuerzos inexistentes. Unos diez espectros rodeaban a Agatha en forma de media luna. Uno de ellos sostenía su bate de baseball. Ella estaba colgada de una pierna. Parecía una piñata. Su cuerpo tenía algunas magulladuras.

- ¿Podrías ayudarme?- pidió Agatha con una voz de borracha, el estar colgada bocabajo le causaba mareos.

- Suéltenla inmediatamente.- ordenó deseando que no hayan notado el temblor de su voz. 

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