domingo, 25 de agosto de 2019

Pijamada parte 1


Jessica y Charlotte regresaban a casa después de un pesado día en la escuela. Era viernes. Para Charlotte era el comienzo de un fin de semana entero de actividades divertidas. Para Jessica era el único día en el que podía descansar y pensaba aprovecharlo.

Charlotte vivía a 30 minutos de la casa de la casa de Jessica. El largo trayecto colegio-casa les permitió hablar de muchas cosas: Las tareas, las notas, las series que estuvieron viendo.

Y lo más importante de todo: La pijamada que Charlotte había planificado para la noche. Cuando llegaron a la casa de Jessica se despidieron con un fuerte abrazo.

-          -            A las siete, no te olvides. 

      -          ¿Qué crees que soy?- preguntó Jessica con una indignación fingida. 

      -          Una olvidadiza.- respondió Charlotte sin dudarlo-. Te llamaré de todos modos. Chau. 

      Charlotte desapareció del mapa. Cuando la vio alejarse por completo Jessica le sacó la lengua. Abrió la reja como si fuera una ladrona a punto de entrar a una casa ajena. Revisó los bolsillos de su falda en busca de las llaves. Las encontró. Odiaba su llavero era una cruz, ¿Una maldita cruz? ¿Qué era una monja? Jessica sintió un poco de comezón en la palma de la mano. La ignoró. Abrió la puerta y entró. Ella no esperaba ningún ruido al entrar. Sus padres regresaban a casa hasta después de las 9. Sin embargo lo primero que escuchó fueron unos disparan y un hombre gritando:
Cuando Charlotte desapareció de su vista Jessica le sacó la lengua. Su casa tenía una reja con barrotes delgados y negros puestos en forma horizontal. Las odiaba porque hacían ver a su casa como si fuera una cárcel. Revisó los bolsillos de su falda en busca de las llaves. Tenía un sentimiento de amor-odio por su llavero: era una cruz.

Le gustaba por lo bonita que era. Tenía a un Jesús dorado crucificados en una cruz plateada. La odiaba porque siempre le daba comezón cuando la tocaba. A veces dejaba una marca en su palma, debía ser una reacción alérgica. Sus padres le decían que no se preocupara, que ya pasará, y era cierto.

Ignoró la comezón y abrió la puerta. La casa de Jessica tenía un pequeño jardín algo descuidado. La mitad de sus plantas estaban muertas. No esperaba ningún ruido al entrar a su casa. Sus padres regresaban a las 9 de la noche como mínimo.

Unos disparos la hicieron saltar y soltar las llaves, estos cayeron en la alfombra. Jessica los recogió sintiéndose avergonzada por haberse asustado. Esos fueron los disparos de una metralleta. Al menos que el ladrón se haya robado las armas del ejército para cometer robo a barrios de clase media esto no tenía sentido. Debía ser obra de la magia del cine.

-          Maldito.- dijo un Stallone furioso. 

Sus padres estaban en casa viéndolo escalar una montaña. Frente a él un mercenario negro tenía un arma y seguía disparando. Los dos estaban pegados a la pantalla viendo esa película de acción de los 90.

-          ¿Qué están haciendo aquí? ¿No deberían estar trabajando?

Jessica no obtuvo respuesta alguna. Sus padres salieron del trance explosivo cuando comenzó la tanda de comerciales. Como si de robots se tratasen sus padres voltearon al mismo tiempo para ver a su querida hija.

-          Hola Jessica.- la saludó su padre- ¿Cómo te fue en el colegio?

-          Bien.- Jessica repitió sus preguntas. 

-          Nos tomamos el día libre.-le respondió su madre. Llenó su mano de palomitas de un bol rojo y las comió. 

-          Ustedes no pueden hacer eso.- se quejó Jessica. Su plan de irse sin avisar y llamarlos luego se había ido por el caño. 

-          Si podemos.- intervino su padre-. No queríamos ir a trabajar y nos tomamos el día libre. Estamos viendo Máximo Riesgo, ¿Nos quieres acompañar? 

Jessica negó con la cabeza.

-          Eso quiere decir que si un día no quiero ir a la escuela simplemente digo que no quiero y ya. 

-          Tú solo puedes faltar cuando estés enferma o te hayan secuestras.- se formó una sonrisa burlona en el rostro de su madre cuando dijo eso. 

-          Solo los adultos podemos faltar cada vez que queramos.- apoyó su padre-. Los niños tienen que acatar las reglas.

-          ¡No soy una niña!- se quejó Jessica.

-          Las niñas y las jóvenes menores de 18 años tienen que obedecer las reglas de la casa. 

Jessica gruñó como un perro rabioso. Solo le faltaba ladrar. Detestaba que sus padres fueran más listos que ella. Debe ser por la diferencia de edad y mayor experiencia.

-          Como digan.- Jessica estaba enojada. 

-          Como siempre ha sido desde el inicio de los siglos. Los padres siempre tienen la razón. 

-          Amen.- terminó su madre. 

-          Voy a estar en mi cuarto.- les avisó Jessica. 

-          ¿No vas a almorzar? 

-          No tengo hambre.

No era cierto. Su estómago le exigía alimento después de un día difícil en el colegio. Jessica no le prestó atención. Quería tener la última palabra en esta discusión, que pareció haber venido de la nada.

-          Hay milanesa con papas fritas.- gritó su madre. 

Jessica estaba a punto de entrar a su habitación cuando oyó las palabras de su madre: “Hay milanesa con papas fritas”.

Al diablo con la última palabra. El milanesa con papas fritas era su platillo favorito. Bajó de dos en dos las escaleras y entró a la cocina. Su plato estaba tapado con una bandeja de metal. Lo abrió y encontró un plato que consistía en una milanesa tan grande que ocupaba todo el plato, las papas fritas cubrían la mitad de la milanesa formando una pequeña montaña de sabor. Había una insignificante pieza de lechuga que Jessica tiró a la basura. Comida de conejos. Guacala. 

El microondas sonó. Sacó su plato y volvió a subir las escaleras. La película estaba en pleno clímax con el protagonista y el villano enfrentándose cara a cara. Cerró la puerta de su cuarto con sus pies. Encendió su laptop y entró a la página de Netflix. Mientras comía veía un capítulo de Casa de Papel. Trató de no mirar el teclado, le daba asco, lleno de suciedad. Suciedad que provenía de los alimentos.

Jessica tenía unos modales en la mesa atroces, comía con las manos y masticaba con la boca abierta. Sus padres le advirtieron que mejorara sus modales en la mesa. No los escuchó. Charlotte le pidió que lo hiciera. Tampoco la escuchó (y eso que ella escuchaba más a su amiga que a sus padres en lo que a consejos se refiere).

En el caso de Charlotte también añadió un poco de crueldad a la negativa. Recordó una vez ella fue a almorzar a casa de Charlotte. Había pollo a la brasa. La oportunidad perfecta para comer sin recurrir a los cubiertos. Jessica agarró el muslo, las papas y la comida de conejos con las manos desnudas, recién lavadas. Charlotte le dijo:

-          Los cubiertos fueron inventados para algo. 

-          Si, para arrancarle los ojos a los demás.- Jessica le echó mayonesa a una papa y se la comió. 

Charlotte se convirtió en una estatua. Tenía un trozo pequeño de pollo en los labios. Ese trozo cayó en su rodilla, para luego caer cerca de sus zapatos. Lo aplastó.
Charlotte no sabía que responder ante semejante comentario.

-          Lo vi en un documental.- le explicó Jessica, quien notó el cambio de Charlotte ante su comentario. Para no discutir Jessica agarró los cubiertos y no los usó para arrancar los ojos. 

Cambiaron de tema.

Jessica se comía las papas con los dedos. Estaba en su casa, lo que significaba libertad para comer como se le viniera en gana. Cuando Charlotte la invite a almorzar usará los cubiertos y fingirá tener buenos modales.

Si la vuelve a invitar.

Cerró su laptop cuando terminó de comer. Solo vio 15 minutos del episodios, de los cuales solo prestó atención a cinco (su almuerzo era más importante y delicioso). Luego lo verá. 

Se puso un pijama rosa, el pijama que llevará a la pijamada con sus amigas. Fue un regalo de navidad de su abuela hace seis años. Jessica tenía 10 años. Su abuela le dijo:

-          Este regalo lo usarás el resto de tu vida. 

Sonaba a maldición de gitana de tenía razón. Su pijama era tres tallas más grande. La primera vez que se lo puso parecía la protagonista de una película en la que un adulto se convierte en un niño por una maldición o deseo de cumpleaños. Durante los tres primeros años usó el pijama con un cinturón.

El pijama le quedó a la perfección cuando cumplió 16 años. Era un pijama muy bonito. Los pantalones tenían varias estrellas negras y la parte superior tenía una transcripción que decía: “dulces sueños” escrito en el pecho. Puso el despertador a las 5:30 y se echó en la cama. Apenas cerró los ojos se quedó dormida.

El despertador sonó tres horas después. Una mano salió de la cúpula de almohadas para apagar el despertador. En lugar de golpearlo en la cabeza como siempre lo empujó hasta el borde la cómoda, cayó al suelo.  

El despertador era persistente a pesar de la caída siguió sonando. Jessica abrió los ojos con pereza. Todavía tenía sueño, obvio solo había dormido un par de horas. Salió de la cama. Era como una mariposa saliendo de su cúpula, estaba cansada y todavía debía que desenrollar sus alas. Jessica apagó el despertador. La pantalla está rota.

Se dio una ducha rápida para exterminar cualquier rastro de sueño de su sistema. Estaba tan cansada que no se dio cuenta de los cambios de su cuerpo. Sus energías se renovaron gracias a un chapuzón de agua. Jessica se vio en el espejo y los cambios se hicieron notar.

Solo fueron dos cambios.

Suficientes.

De hecho; sobraban dos.

El primero tuvo que ver con su cabello y el segundo con sus dientes.

Dos dientes resaltaban de los demás en la parte superior de su dentadura. Eran como los de un conejo. Hablando de conejos Jessica se revisó las orejas en busca de más pelo o que le hayan crecido más de la cuenta. No pasó nada, eran dos orejas normales. Humanas. 

Su dentista personal arreglará sus dientes, de alguna forma. Pero lo que realmente la sacó de sus casillas fue el cabello. Había crecido de un modo sobrenatural, no lo podía decir de otra forma. Hace solo unas horas su cabello era normal, corto.
El fondo de semana anterior se cortó el cabello. Le había quedado tan bien que abrazó a la peluquera. Ella no supo si debía devolver el abrazo o esperar a que la chica la soltara. Nunca nadie había resaltado su talento con un abrazo. Solo le pedían descuentos y fiados.

El largo cabello negro le cubría los ojos, también negros, ella los tuvo que retirar para verse mejor en el espejo. El cabello era tan largo que le cubría la espalda. Jessica encajaría mejor en Japón, asustando niños con peinados de tazón. 

Jessica comenzó a cepillarse el cabello para calmarse los nervios. Otra de las enseñanzas que su abuela le había dejado: cepillarse el cabello siempre ayudaba a una señorita a calmarse. Jessica se preguntó cómo aplica ese consejo su abuela. Su abuela era una mujer casi calva, que usaba una peluca que recordaba a los jueces de las películas americanas.

¿Cepillará la peluca?

Jessica perdió el interés encontrar una respuesta a esa pregunta.

Cepillarse el cabello estaba funcionando. Encontraba la calma. Aunque tendría que cepillarse unas diez mil veces más para que se calme por completo. El timbre de su celular la hizo soltar el cepillo. Este cayó en el inodoro. Un cepillo que jamás va a usar en su vida.

Contestó el celular.

-          ¿Quién es y qué quieres?- no era su saludo particular pero estaba enojada.  

-          Soy Charlotte. Ya te dije quién soy, ahora te diré lo que quiero. Quiero que vengas a mi casa. 

-          ¿Para qué?- preguntó Jessica. El tratar de acordarse para que solo le provocaba dolor de cabeza. 

-          La pijamada, ¿No te acuerdas? – La palabra “pijamada” la hizo recordar. 

-          Ya me acordé.

-          Te lo dije. Eres muy olvidadiza ¿Vas a venir o no? 

-          Llegaré en media hora. Olvídalo llegaré en una hora. Me acabo de levantar y necesito alistarme.  

-          Ven rápido.- eso fue lo que le dijo antes de colgar. 

Jessica pensó en ir a esa milagrosa peluquería de nuevo. No tenía dinero y no le iba a pedir dinero a sus padres. Jessica se prometió a si misma que ella misma se compraría sus cosas. Y lo ha estado cumpliendo. Trabajo cuatro días a la semana en una tienda. Atiende a los clientes y hace las labores de limpieza.

Se hizo una cola de caballo y la cortó por la mitad con unas tijeras. No tenía la elegancia de ese maravilloso corte de cabello pero tampoco estaba tan mal. Puso su pijama rosa en su mochila. Se cambió poniéndose unos pantalones negros y una blusa blanca con el dibujo de una abeja. 

Abrió la puerta de su cuarto.

Sus padres bloqueaban el camino de Jessica. Ella frunció el ceño. Los dos estaban nerviosos, y no hacían un buen trabajo en esconderlo. Los dos tenían las manos en la espalda. Esto no puede ser bueno.

-          ¿Qué le pasó a tu cabello?- preguntó su padre con una voz robótica. Su sonrisa también tenía ese estado.

-          Me voy, hablamos luego.- Jessica no quería hablar de su cabello. Le daba vergüenza. 

-          ¿Adónde vas?- su padre se acordó que era la máxima autoridad de la familia.

-          A casa de… ¿Qué es eso? 

El arma apuntaba a Jessica en la cabeza. Su madre la sostenía.

-          Mamá baja esa pistola.- dijo Jessica con la boca reseca. 

-          Lo siento cariño. Es por tu propio bien. 

Su madre disparó. En lugar de una bala salió un dardo. Este pasó por la oreja derecha de Jessica y siguió su camino hasta darle a una foto suya. Una foto en la que ella estaba con sus padres en unas vacaciones por Machu Picchu. El dardo se clavó en su rostro.

No se esperaba eso. En la mañana la despidieron dándole un beso en la mejilla cada uno (cosa que Jessica odiaba). En la tarde tuvieron una pequeña discusión y en la noche le disparaban.

¿Le disparaban por esa discusión?

Si no es por eso. Entonces, ¿Por qué?

La expresión de terror de Jessica se quedó grabada en los rostros de sus padres. Escrito con tinta indeleble tenían la expresión “monstruos” bien puesta en la cara.

-          Jessica nosotros…

Jessica se alejó de ellos dándoles un gran empujón. Bajó por las escaleras hasta llegar a la puerta. Escuchó los pasos de sus padres bajar por las escaleras. Otro dardo. No le dieron a Jessica, sino a una foto suya. Esta vez en una foto circular de Jessica a los 12 años con su uniforme escolar.

-          Rosario si vas a seguir disparando al menos dale.- gritó Jonathan. 

Jessica se fue sin cerrar la puerta. La puerta la retenía. No tuvo tiempo de buscar sus llaves, mucho menos de abrir esa puerta. Sin pensarlo dos veces saltó. Su plan era escalar las rejas como si de una ladrona se tratase. Pero el plan le salió bien, demasiado bien. Saltó hasta pasar la reja y aterrizó de pie en el otro lado.

-          Eso fue extraño.- fue lo primero que pasó por la cabeza de Jessica. 

No tuvo tiempo de pensar en rarezas. Siguió corriendo. El matrimonio Arrieta salió de la casa. Ambos preocupados. Rosario señaló al cielo. La noche había llegado.

Cuando la noche llega; llega la luna.

Cuando la luna llega; llega la transformación.

Cuando la transformación llega; llega la muerte.

Muertos que se pueden contar por docenas.

-          Hay que traerla Jonathan. 

-          Antes de que se transforme.

-          Pero sí salimos nos transformaremos. Necesitamos la caja fuerte para pasar la noche. 

Jonathan le mostró una expresión llena de confianza como si le estuviera diciendo: “No, no tendremos que hacer eso cariño. Tengo un plan”.

-          Sígueme. Tengo una sorpresa especial para ti.

Los dos bajaron al sótano. Era como cualquier otro sótano lleno de cajas, cuyo contenido vale poco o nada pero que tiene mucho valor sentimental. Lo que lo diferenciaba de otros sótanos era la puerta de seguridad, era parecida a la de un banco.

Jonathan marcó una clave de nueve cifras. La sabía de memoria. Se la aprendió con la ayuda de una canción que el mismo compuso. Dentro de la caja fuerte habían tres bolsas de dormir, algunos libro apilados, latas de comida y botellas de agua. Los Arrieta pasaban las noches de luna llena dentro de esa caja fuerte y su hija no sabía de su existencia. Siempre le ponían somníferos en el refresco para dormirla. Querían que esto fuera un secreto.

Salvo por esa vez que se olvidaron de planificarlo.

-          Las armas fueron una pésima idea. ¿En que estaba pensando? Debimos usar los somníferos como siempre. 

-          Se nos acabaron. Ahora pensará que somos unos locos asesinos. 

-          Que piense lo que quiera. Lo importante es traerla a casa, a salvo. 

-          ¿Y la sorpresa? 

Jonathan arrastró una caja y entre los dos la abrieron. Había tres trajes aislantes de químicos especializado en material radiactivo.

-          Con estos trajes nos vamos a olvidar de la caja fuerte. 

-          Pero me gusta la caja fuerte. 

-          Si, a mi también. Pero nos puede servir para salir y traer a nuestra hija de vuelta. 
 Se pusieron los trajes amarillos, que les cubrieron todo el cuerpo. Estaban listos para revisar el reactor nuclear y rescatar a Jessica de las garras de la luna llena. 

Caminaron hasta el auto. Rosario estaba avergonzada. Varias de sus amigas Vivian cerca ¿Qué pensarían si la vieran vestida así? ¿Por qué no tuvo que pasar esto en Halloween? Al menos ahí podía decir que se había disfrazado para la ocasión. 

-          ¿No pudiste haber comprado algo más discreto?

-          Por favor Rosario.- dijo Jonathan-. Estos trajes me costaron 500 soles cada uno.  
Los dos subieron al auto. Antes de encender el motor Jonathan le preguntó a su esposa:

-          ¿Tienes alguna idea de donde pudo haber ido?

-          Antes de darle un tiros dijo que se iba a casa de… y se fue. 

-          ¿A casa de quién? 

-          Una vez me contó, de mala gana, que tenía una amiga llamada Carlota, o algo así.

-          No, no se llamaba Carlota.- las voces del matrimonio Arrieta sonaban con un leve eco tras la máscara- se llamaba Charlotte- chasqueó los dedos- ¡Eso es! Se llamaba Charlotte. 

El matrimonio estaba contento de haber recibido su primera pista.

-          ¿Y dónde vive esa tal Carlota, digo Charlotte?- le preguntó Rosario. 

Era una pregunta de un millón de dólares. Había una respuesta pero ellos no la tenían. El matrimonio Arrieta dijo al mismo tiempo:

-          Mierda.











martes, 7 de mayo de 2019

La mascota de Angela.



Ángela estuvo regresando a su casa a las 6 de la tarde desde hace una semana. Se reunía a casa de su amiga Elena para hacer un trabajo de historia.

No sabía que estaba siendo observada.

Un hombre que viste unos jeans rasgados y una casaca gruesa la observaba desde una esquina bebiendo una botella de coca cola. Ángela sería su víctima número 4 y esta noche iba a atacar.

Era medianoche. El hombre entró a la casa, usó una copia de las llaves. Tenía todas las llaves de la casa. El día anterior entró a la casa para conocer el terreno. Encontró las llaves encima de una mesita en la sala.

Fue un día de mucha suerte.

La habitación de Ángela no fue difícil de encontrar. La habitación rosada, con varios posters de K Pop daba muchas pistas. Primero entró a la habitación de los padres de Ángela, dos figuras dormidas e inofensivas.

El asesino solo quería a la chica. No quería que los padres se metieran. Les robó los celulares, que se encontraban encima de una cómoda llena de maquillaje.  
Los apagó y los guardó en el bolsillo derecho de su casaca.

Cerró la puerta con seguro.

Entró sigilosamente al cuarto de Ángela, sus zapatos aprueba de ruido ayudaban bastante. Ella dormía bocarriba del lado izquierdo. El asesino cerró la puerta, quería privacidad. Vio cómo su estómago se expandía y encogía cada vez que respiraba.

Ese era el objetivo.  

La joven de 14 años roncaba.

El asesino puso una almohada encima de la cabeza de Ángela. Pudo ver por unos segundos el rostro de sorpresa de la chica. Ella se retorció tratando de escapar del agarre de su captor, el asesino era mucho más fuerte. Incluso con una mano. Con la otra sacó un cuchillo y la apuñaló en la barriga.

Ángela dejó de moverse.

Retiró el cuchillo. Limpió la sangre. Y guardó el arma homicida en su bolsillo. El asesino se sentía realizado después de haber asesinado a Ángela. Pensó en hacerlo más seguido, pero el trabajo y el tener que dormir 8 horas diarias se lo impedían.
Se dispuso a irse pero el ruido de una mano golpeando una cómoda lo detuvo.
Dio la vuelta y vio un cuerpo levantándose de la cama, la almohada se cayó de su rostro y la mancha de sangre creció con el mínimo movimiento.

Con movimientos robóticos Ángela retiró la frazada. Una criatura herida que yacía en su regazo. Una masa negruzca que parecía una mancha de petróleo, pero más dura.
-        
         -  Lo mataste.- dijo Ángela, después de darle un par de golpes con sus dedos.

     El asesino enmudeció, ¿Qué era esa cosa?


La criatura se movía lentamente. Su herida se fue cerrando poco a poco hasta desaparecer.

-         ¿Estás bien?- le preguntó Ángela, ignorando la presencia de su asesino. Este seguía sin creer lo que estaba ocurriendo.

La criatura levantó su cuello para mostrar unos ojos rojos y observar al responsable de su agresión. Esa era su forma de decir que se encontraba bien. 

Abrió su boca para exhibir unos colmillos pequeños. La criatura gruñó haciendo que el asesino se golpeara la espalda con la puerta.

Sacó las llaves pero estas se resbalaron de sus manos, junto con la navaja y un paquete de chicles. Varias de ellas tintinearon al chocar en el suelo. Trató de recogerlas pero estas se resbalaban. Se había convertido en una máquina de premios defectuosa.

La criatura se arrastró a su asesino. Esto le recordó a una película sobre una masa que devoraba a todo aquel que se cruzara en su camino.

-         La ventana está abierta.- le informó Ángela, señalando la ventana que se encontraba a su lado.

De un salto esquivó a la criatura y estaba listo para dar otro. Saltó de la ventana. 

El ser regresó a las manos de Ángela, lo acarició, era como tocar cuero. Salió de la cama y vio como el asesino, que había saltado del segundo piso, trataba de escapar arrastrando una pierna.

Ángela llamó a la policía. Con esa pierna sería fácil de atrapar. Su mascota se limitó a lamerle la mano. 

miércoles, 1 de mayo de 2019

Pelicula de medianoche



Bart: ¿Quién ve televisión a las tres de la mañana?

Homero: Los alcohólicos, los desempleados, los solitarios…

No es mi chiste favorito de Los Simpson, pero si uno de los que más me define, sobre todo ahora. Tengo un poco de las tres características mencionadas. Hay días en los que resalta uno en comparación con los demás.

Caminé arrastrando los pies hasta el refrigerador más grande que pude comprar. Tiene el tamaño de ese enano que todos se burlan en ese programa cómico del canal 2. Al igual que el enano funciona a la mitad de su capacidad. Saqué una botella de cerveza, fría pero no helada. Era suficiente para mí. Tengo flemas en la garganta y con el frio de la noche bastaba para un diagnóstico de gripe.

También agarré un vaso de vidrio. No me gusta tomar directamente de la botella. Ese y todos los pocos platos que tengo están lavados. No solo eso; todo mi piso está impecable. Que sea un vago sin futuro no quiere decir que tenga que vivir en un cuchitril.

No son las tres de la mañana.

Es medianoche y es hora del ciclo de películas: Horror de medianoche. Todas las noches el canal 5 pasa un ciclo de películas de horror que transcurre entre la medianoche y las cinco de la mañana.

Son películas antiguas de horror, en su mayoría muy malas, pero al mismo tiempo, muy divertidas. Son clásicos del cine de explotación ochentero donde la violencia, las tripas y el sexo carnal tienen más peso que la historia y la caracterización de los personajes.

Me senté en mi sillón viejo. Uno de los resortes me golpeó el trasero. Me acomodé para al menos pretender que estoy cómodo y encendí la televisión.  La televisión se quemaba. Había fuego en la pantalla, llamas del infierno. En el centro apareció el título: Horror a medianoche, escrito con sangre digital.

Una voz parecida a la de Vincent Price en Thriller nos explicó acerca de nuestro próximo viaje al infierno. Era una película sobre un grupo de adolescentes que va a un cementerio a celebrar una fiesta sin saber el horror que les espera.  

Es todo lo que necesito saber.

La película comenzó con una canción de Rock, un auto rojo y cinco adolescentes (dos chicas y tres chicos), interpretados por adultos de 30 años. Se dirigen al cementerio mientras hacen todos los chistes sexuales posibles. Todos dieron en el blanco, me estaba riendo de lo lindo. Me serví un vaso de cerveza y bebí la mitad.

Llegaron al cementerio. Todos entraron trepando la reja, a los chicos les resultó más fácil que a las chicas. Uno de ellos saltó como si fuera el Capitán América en una de sus películas, no recuerdo cual.

Eso fue estúpido, me encantó. Los jóvenes adultos armaron una fiesta improvisada con música Rock, bocadillos, cerveza y baile. Una de las chicas se quitó la blusa revelando un sostén rojo sangre. Se besaba apasionadamente con uno de los chicos.  
El chico de lentes, apuesto cinco soles a que es el primer en morir, vomitó en una tumba. El vómito era tan verde que me recordó a El exorcista, ¿No estará poseído por algún demonio?

La explosión de hedonismo, sexo y alcohol duró diez minutos. No podía estar más contento. Es muy aburrido ver a la gente divirtiéndose y no participar en ello. La chica del sostén rojo les dijo que este cementerio guardaba un tesoro invaluable. Su abuelo, que estaba sepultado ahí, tenía un medallón valioso que habían encontrado en unas ruinas en Perú.

Me gusta la idea de ser representado en una película de terror de hace más de 30 años. Me hace sentir especial. La chica del sostén rojo les dijo que dicho medallón podría valer un número de 6 cifras. Si lo venden a la persona indicada podrían tener el suficiente dinero para ir a Europa.

Convenció a todos. La chica se volvió a poner la blusa, no va a profanar una tumba en ropa interior. Fueron a un mausoleo más cutre que he visto en mi vida, era un rectángulo de piedra con una puerta cerrada, a medias. El lugar parecía más grande por dentro que por fuera. La tumba estaba en el centro del mausoleo, otro rectángulo de piedra.

Uno de ellos removió el polvo con su palma, para ver de quien se trataba: Richard Edison Smith 1889 – 1980.

Los hombres fueron los responsables de quitar la tapa.

El cadáver de Richard estaba en proceso de descomposición. La mitad de su cara era hueso, le faltaba uno de sus parpados. Ese ojo muerto observaba a esos profanadores. Era un alto, un gigante. De los pocos ancianos físicamente conservados. No llevaba un terno negro, como suele ocurrir con los cadáveres. 

Llevaba puesto unos pantalones café y una camisa Beige, encima de su cabeza tenía un sombrero Fedora. Era el cadáver de Indiana Jones. Michelle, la nieta, nos explicó que su última voluntad era que lo enterraran con su ropa de arqueólogo.

Nada de eso importaba. El medallón era lo crucial, colgaba en su cuello.

Michelle quitó el medallón fácilmente. La cuerda que lo sostenía cooperó y no causó problemas. Ella lo limpió usando su blusa, dejando una mancha en la parte inferior. 

Era un medallón con forma de estrella, con un rostro que indicaba divinidad.

Una mano pegajosa tocó la muñeca de la otra chica. Ella chilló de miedo. Los demás se alejaron, ella se puso a centímetros de la puerta. Quería escapar.

Richard abrió el otro ojo. Me era imposible determinar el color de ojos de Richard, no solo por la calidad de mierda de mi televisión, sino también porque sus ojos eran dos huevos blancos que lloraban sangre negra. El cuerpo se fue levantando poco a poco.

Las chicas gritaron, y los chicos llenaron el mausoleo de groserías.
-          - Mi medallón.- dijo el muerto con voz cadavérica. Sonaba como la clásica voz de ultratumba que uno escucha en las películas viejas en blanco y negro.
     
     Michelle abrazó el medallón en su pecho. Todos salieron del mausoleo. Estaban tan asustados que corrieron hacia distintos lados del cementerio. Era un gravísimo error por su parte, además de un cliché muy usado. Ahora el asesino, un abuelo zombie, los va a cazar un por uno.

El chico de los lentes corrió rápidamente. Será la persona que más ve pero no consiguió ver una de las tumbas. Se tropezó y se golpeó la cara con una roca. Se rompió la nariz, comenzó a sangrar. Era una sangre rara, rosada. Eso no fue lo más desafortunado que le pasó. Sus anteojos se rompieron en pedazos. El muchacho los buscó a rastras, cuando los encontró se llevó una gran decepción.  

Se los puso. Su visión no mejoró. El ambiente borroso seguía ahí. Una mano le agarró el cabello. El chico dijo: “Mierda”. No era necesario voltear para “ver” quien le agarraba. El zombie volvió a golpear su rostro contra la pierda, el golpe fue más fuerte que la caída involuntaria.

Repitió el proceso varias veces.

Debo darle crédito al encargado de la edición de sonido. Hizo que los golpes se sintieran más dolorosos.  Terminé revisando mi propio rostro en busca de deformaciones a base de golpes. Los había pero la película no tenía nada que ver.

Después del décimo golpe el rostro del muchacho había quedado irreconocible. 

Perdió todos los dientes, su nariz estaba tan hundida que solo pude ver la punta, y uno de sus ojos estaba fuera de su órbita. De su boca solo salía escupitajos de sangre. La roca estaba manchada de sangre y trocitos de cráneo. El zombie le golpeó por última vez. Su cara quedó pegada a la roca.

La segunda víctima fue la otra chica, no recuerdo como se llama. Todos los personajes de esta película son tan olvidables que solo puedo recordar como mueren. La otra chica usaba pantalones rojos, que parecían ser dos tallas más grandes, y una blusa blanca con el dibujo de una flecha en el centro. La moda de los 80 sí que es rara.

Un trago más.

Pudo ver la puerta del cementerio, una celda metálica, oxidada, de garrotes delgados que terminaban en punta. Un primer plano de su rostro mostrando una sonrisa aliviada. Por fin esta pesadilla había terminado. Jamás irá a un cementerio en su vida. Ni siquiera a los funerales de sus amigos, a los que piensa abandonar sin resentimiento alguno.

El zombie la perseguía. Para ser alguien muy viejo, según la película, corría muy rápido. Me recordaba a esos zombies que corren en las películas actuales.
¿Esta película habrá creado esa tendencia?

No creo. La que creó esa tendencia fue la película 28 días después. “coincidencia” fue la primera palabra que pasó por mi cerebro. De todas maneras estas películas solo las vemos yo y otros tres sujetos más que sufrimos los mismos problemas que menciona Bart y somos demasiado cobardes para empezar a consumir drogas.
La puerta era de lo más descuidado de todo el cementerio, y eso ya era decir mucho. La chica vio la cerradura, su piel palideció más de lo que debía.  Estaba cerrada, había cadenas y el candado más grande que había visto.

Esto me hizo recordar que debo comprar una cerradura nueva para mi casa. Me han “robado” dos veces en lo que va del mes. En realidad solo vinieron de visita. Soy tan pobre que no hay nada que valga la pena robar. Dudo mucho que los ladrones se vayan a romper la espalda por levantar un televisor pesado y anticuado. Lo compré por menos de 100 soles, es probable que lo vendan por mucho menos.

El zombie se acercaba más y más a su víctima. La chica no dejaba de gritar, se podía sentir el terror en sus expresiones. Era la mejor actriz de la película. Era la primera vez que sentía algo de empatía por un personaje. Lloraba desconsoladamente, se le corría el maquillaje y su voz se quebraba con las palabras: ¡Ayúdame!, ¡Auxilio!

El asesino la alcanzó. Como dije antes el zombie era altísimo, le superaba a la chica por una cabeza. El zombie sostenía una barra de acero, no me pregunten de donde la sacó. No lo sé. La chica suplicaba piedad, la expresión de asesino no cambió. Seguía teniendo esa perpetua sonrisa cargada de sadismo. En sus tiempos de vida debió ser una persona horrible.

Esa persona horrible clavó la barra de acero en el pecho de la chica, la hizo retroceder. El asesino avanzo mientras la barra se introducía más adentro. La sangre escapaba del cuerpo de la chica. No solo de la herida, sino también de la boca. El asesino no se contentó con apuñalar a la chica con la barra, eso es solo el principio. 

La levantó hacia arriba. La chica, quien estaba agonizando, dio el último grito de dolor.

Los efectos especiales son increíbles. Esta es una de las escenas de asesinatos más realistas que he visto en mi vida. Casi tanto como la chica empalada en Holocausto Caníbal. Diablos, ¿Esta no será una de esas películas en las que matan a sus víctimas con la intención de crear escenas de muerte más realistas?

Espero que no.

Espero que solo sea la magia del cine.

El cuerpo de la chica fue descendiendo lentamente. La barra de metal ennegrecía más y más a medida que el cuerpo bajaba. Hace tiempo que se murió. Es la primera que no me muestro apático, o me rio a carcajadas por este tipo de escenas. Pueden ser tan exageradas que no producen ningún impacto, o solo risa.

La víctima número tres era el más fuerte del grupo. El asesino tendrá alguien con quien luchar. Era el sujeto de la cabeza afeitada, era el más extrovertido del grupo. 
Siempre lanzaba bromas a los demás miembros de la familia.

Se le veía más decidido que asustado. No quería escapar de ese monstruo, quería darle una emboscada y volverlo a mandar al infierno, de donde nunca debió haber salido.

Mientras corría miraba constantemente hacia atrás, cosa que era un error porque nunca saber lo que te puedes encontrar adelante. Me refiero a una pared de madera. Se golpeó con dicha pared y cayó al suelo.

Se limpió la sangre de su nariz con su playera negra, de algún grupo de Heavy Metal desconocido, pudo ser inventado por producción.

Se chocó con un cuarto de herramientas. Debía pertenecer a uno de los trabajadores, que se dedica a pulir las lapidas, cavar tumbas y otras cosas necesarias para hacer que los muertos tengan un mejor descanso.

El chico entró. Los dos nos quedamos maravillados por las herramientas: serruchos, sierras, palas, martillos, etc. Era una maldita ferretería, tendría éxito si tuviera otra ubicación.

Lo que captó su atención, y la mía, era una motosierra eléctrica, con dientes bien afilados. Las demás herramientas eran superfluas por comparación. Agarró la motosierra y sintió un placer sadista, de esos que yo siento cuando las victimas mal actuadas sufren en un slasher. La encendió, el ruido fue una delicia.

¿Quién sabe cuánto tiempo no ha sido utilizada? El óxido era una evidencia delatante. El instrumento que desea con toda su alma metálica servir de algo y empezar a cortar madera. En este caso cortar extremidades, cabezas y torsos.

Por suerte el asesino apareció. Era hora de una escena de acción.

Terminé mi cerveza. Dejé la botella y el vaso en el sillón, al lado. Goteaba un poco de cerveza en el cojín.

El asesino se movía lentamente, cosa normal en las películas de terror. Lo hacen para imponer terror en sus víctimas. Incluso aunque estas estuvieran armadas. La victima numero 3 levantó la motosierra, dispuesto a atacar. La sierra hizo un ruido despiadado. Lista para cortar y yo, para disfrutar. Eso pasaría si mi cuerpo no fuera tan cruel conmigo.

Me entraron ganas de ir al baño. Era urgente. Si me aguantaba un segundo más mis pantalones no lo contarían.

Fui corriendo al baño para orinar. Me tomé mi tiempo, no porque pensara que el acto de orinar era sagrado y uno tiene que hacerlo con calma. Sino porque el meado salía como una ducha abierta en su máxima capacidad.

El ruido de la “ducha” le ganaba al de la película, la puse en bajo volumen para no despertar a nadie. Suelo ser considerado con las personas que trabajan y tienen que dormir sus ocho horas.

Aun así se escuchó un grito, salpicado de dolor. Esperé a terminar porque no quería ensuciarme los pantalones. Dejé caer las últimas gotas. Me acomodé los calzoncillos y me subí el cierre. Regresé para darme cuenta de que la pelea terminó. Me desplomé en el sillón. Uno de los resortes me golpeó con fuerza en las nalgas.

El zombie sostenía la cabeza del chico fuerte, lo hacía agarrándole del cuello. Mejor dicho; agarrándole de la mitad de su columna vertebral. Parecía una pelota amarrada a una cuerda, el asesino comenzó a darle vueltas a la cabeza encima de la suya. Era la versión macabra de un juguete para niños.

La columna se rompió y alejó la cabeza lejos de su decapitador.

No pude evitarlo. Me perdí la escena de pelea pero me divirtió mucho ver al villano jugando con ese juguete grotesco, fabricado a mano.

Si alguien me hubiera tomado una foto y la hubiera subido a internet la mayoría de los comentarios hablarían de mi sonrisa de asesino. Los demás de mi fealdad y un poco de mi peinado. Me aconsejarían que me corte el cabello. Tomaría ese consejo en consideración.

De la cuarta víctima solo recuerdo su peinado, un afro horrible, que le queda mil veces peor a alguien que no es negro.

Los realizadores de la película se percataron de lo efectivo que era ese afro para el humor más oscuro. El asesino agarró su afro con sus manos, con uñas muy largas y muy negras. Lo arrancó como si fuera la envoltura de un tarro de leche dejando el cráneo al descubierto.

El chico estaba muerto. Un hilo de saliva sangriento salía de su boca. El asesino golpeó con fuerza su cráneo rompiéndolo en pedazos. Mostrando el cerebro de su víctima. Era blanco.

Como si fuera plastilina el zombie lo moldeaba con sus dedos sucios. Con cada movimiento de manos el sujeto movía la boca. Era el control remoto más cruel de la historia.

Ahora el muchacho se convirtió en un juguete. Un juguete que le aburrió demasiado rápido porque dejó de jugar con él y comenzó a comerse su cerebro.

Pasó de ser su juguete a su comida. El cerebro, seguramente gelatina, se veía muy viscoso y ver como trozos del mismo se escapan de sus labios me dio mucho asco. La escena fue muy generosa con su duración: cinco minutos.

La película estaba a punto de terminar. Solo faltaba una víctima. La nieta, la chica final. Creo que se llamaba Michelle.

El medallón se movía al ritmo de sus pasos. Constantes primeros planos al invaluable objeto, que valía un viaje a Europa. El medallón de plástico no me interesaba, lo que captaba mi atención eran esos pechos juveniles moviéndose de arriba hacia abajo.

Una sonrisa lasciva apareció en mi rostro. La sonrisa se sentía sola así que la acompañó una erección y una respiración agitada.  

El asesino se teletansportó frente a ella. La chica del medallón se chocó con él. Su rostro se pegó con el pecho del monstruo. La chica retrocedió a pasos torpes. Un primer plano a los labios del monstruo, estaba sonriendo.

 -          ¡Mierda!- exclamó Michelle. 

El zombie sostenía la silla eléctrica, la levantó y gruñó de manera familia. Me recordó a Leatherface de La matanza de Texas, mi película de horror favorita. La chica del medallón comenzó a correr hacia el otro lado. Hubo un plano general que nos mostraba lo enorme que era el cementerio, todo el espacio que tenía Michelle para huir. Maldita sea, que lugar tan enorme.

¿Cuánta gente se muerte en este lugar de ubicación desconocido?

Una piedra, puesta por un guionista despiadado, se topó en el camino de Michelle haciéndola caer. Algo parecido a lo que le pasó al chico de los lentes. La única diferencia es que no le destrozaron la cara, solo se rompió un tobillo. Soltó un grito de dolor abismal. Con un eco incluido y unos pájaros volando hacia el norte en busca de un lugar donde puedan dormir más tranquilos.

Unas manos fuertes la agarraron de los hombros. No era su padre, o alguien que la pueda confortar. Era su asesino. La volteó, poniéndola boca arriba. Quería que le viera la cara antes de matarla.

 -          Tómalo. Toma el maldito medallón.- dijo la chica. 

El zombie entendió el mensaje a pesar de que le faltaran ambas orejas. Le quitó el medallón y se lo puso. La chica se mostró aliviada. Todos sus amigos estaban muertes, pero ella no. Ella era la chica final y la chica final siempre sobrevive.

O no.

Esta vez no. El guionista se sentía inspirado y deseaba hacer una subversión de género y romper todos los clichés posibles.

El abuelo era un asesino malvado, asesinó a cuatro personas sin piedad. Dudo mucho que le importe la vida de su nieta. Encendió la sierra eléctrica. Michelle solo pudo gritar y tratar de cubrirse el rostro. Fue inútil porque su abuelo la partió por la mitad, se tomó su tiempo en hacerlo. Quería disfrutar el proceso. Personalmente siento que alargaron la escena a niveles absurdos, haciéndola tediosa al instante.
Murió. Eso quiere decir que la película se acabó. A esperar los créditos y que la voz de Vincent Price nos diga que va a empezar otra película, que no voy a ver porque tengo sueño.

Los créditos pasaron mostrándonos cientos de nombres americanos genéricos (por ejemplo: Mark Smith). El abuelo debería regresar a su mausoleo y volver a dormir, esperando que otro pariente quiera robarle su medallón.

El zombie deambulaba por un cementerio vacío, ¿Qué diablos está ocurriendo? (ahora que lo pienso esa pregunta debí guardármela para después). Tal parece que el asesino está buscando más víctimas. Ha probado el sabor de la carne, literalmente, y ahora quiere más.

Pero ¿De dónde la va a conseguir?

El medallón comenzó a brillar, era el brillo de una luciérnaga. El brillo fue aumentando en intensidad hasta cubrir toda la pantalla. Era un brillo amarillento. Era como mirar al sol. El brillo era tan fuerte que hizo que me ardieran los ojos.
El brillo se fue tan rápido como llegó y la película continuó con su transmisión habitual. El zombie miraba fijamente a la cámara. Sus ojos blanquecinos tenían un nuevo objetivo: Yo.

Esto es una alucinación provocada por un año de mi vida decidido exclusivamente a las películas de terror.

El zombie se acercó a la pantalla, como si estuviera consciente de que hay una.
Su mano salió del televisor. El olor a muerto llegó a mi nariz, dispuesto a darle un puñetazo a mi sentido del olfato. El olor se intensificó cuando salió la otra mano. Usó ambas manos para impulsarse y sacar la cabeza hasta el cuello. Su rostro era más asqueroso cuando lo tienes cerca de ti. Vomitó en el suelo de mi puso, mi pequeño lugar en este mundo. Eran gusanos blancos bañados en un líquido amarillo de origen desconocido. Los gusanos se arrastraron tan rápido como pudieron alejándose de distintas direcciones.

Yo estaba temblando de terror. El muerto puso sus manos marrones en el suelo, aplastando a uno de los gusanos. Las movía hacia adelante lentamente. Estaba tratando de salir del televisor.

Ya tenía la mitad de su cuerpo en mi habitación. No quería seguir viendo esto. Apagué el televisor y toda la pesadilla había acabado.

Más o menos.

El televisor se apagó, la transferencia se interrumpió pero el avancé no desapareció. La mitad seguía ahí, conmigo. El monstruo chillaba agonizante. El corte fue perfecto como si en lugar de un televisor se tratase de una guillotina.

Levantó su cabeza, me miró. La persona responsable de partirlo a la mitad. La persona que jamás en su vida había estado tan asustada.

 -          Tú.- dijo. Su voz fue débil, pero seguía dando miedo. 

Grité de terror.

Grité hasta que mis pulmones dijeron basta.

Grité hasta que mi vecino me dijo que me callara, que estaba tratando de dormir.

El vecino.

Salté del sillón. Escapé de sus garras. Salí de mi piso dejando la puerta entreabierta, corriendo al piso de al lado. Nuestros pisos se diferenciaban por unos pasos. La puerta de si habitación era igual a la mía, salvo por una señal que decía: “No molestar” ¿Qué es esto? ¿Un hotel?

Toqué la puerta con impaciencia. Al diablo con su señal. La puerta quedó entreabierta, todo gracias a una cadenita. Pude ver el ojo cansado de mi vecino, Fernando.

 -          ¿Tienes idea de que hora es?

 -          Solo sé que es muy tarde.- Le respondí. Soné muy calmado pero estaba al borde de la desesperación. 

-          Es tardísimo. Lárgate que quiero dormir. 

Le conté todo lo que pasó. Lo hice con detalle. Si seguíamos teniendo la conversación de antes no íbamos a llegar a ningún lado.

Fernando iba a cerrar la puerta. Al parecer estaba cansado de mis estupideces. Si invirtiéramos los papeles y un loco me visitara y me contara una historia de esa naturaleza. Yo lo invitaría a pasar y a tomar un café (si es que aún me queda). Le pediría que me contase cada detalle de esa historia. Podría servirme de algo, para un libro por ejemplo.

-          Sé que no me crees, pero…

-          Creo que eres un idiota. Solo vete. 

-          Al menos podrías prestarme tu cuchillo eléctrico. Es para un bocadillo de medianoche. 

-          Con tal de que dejes de molestarme.- cerró la puerta.

Me entregó el cuchillo eléctrico. Era azul y el metal tenía rastros de óxido y unas manchitas de comida a medio lavar.

-          Gracias. 

-          Ojala te cortes un dedo.- cerró la puerta definitivamente, impidiendo cualquier oportunidad de una respuesta. 

Luego le diré lo que pienso. Ahora tengo problemas más importantes. Regresé a mi habitación y cerré la puerta. Mi invitado sigue ahí. Se había movido hacia adelante sin tener una dirección clara. La sangre se había acumulado considerablemente en el suelo de madera. La madera absorbió la mayoría de la sangre. Qué bueno que no compré alfombras.

Conecté el cuchillo eléctrico. Lo encendí. Ronroneaba como un gatito. Me acerqué a la criatura con la intensión de hacerle daño.

-          Esto no te dolerá. 

Salí de mi piso con un paquete en la mano y el cuchillo eléctrico en la otra. Toqué la puerta de Fernando. Esta vez fue un poco más civilizado. Quitó la cadenita y me abrió la puerta. Creo que quería golpearme en la cara por despertarlo tres veces. Retrocedí al verlo.  

-          ¿Por qué retrocedes? No te voy a hacer nada.- su voz estaba cargada de odio. 

Un odio provocado por la falta de sueño. 

El paquete lo escondí en mi espalda. Más que un paquete era una sorpresa.

-          Vine a devolverte tu cuchillo eléctrico. 

-          ¿Tan rápido?- me preguntó. Le entregué el cuchillo.

-          ¡Sorpresa!

El paquete era la mano del zombie. Fernando retrocedió al verla, se tropezó con su sillón y se cayó en la suave superficie.

-          ¿Qué diablos te pasa?

Entré al piso riéndome y sosteniendo la mano.  

-          ¿Ahora me crees?

-          Por favor dime que es una mano falsa, no me obligues a llamar a la policía. 

-          No, no es real. Bueno si es real… sobre la historia que te conté. 

-          Esa del zombie que salta de una película al mundo real. 

-          Si esa, es real y quería que me creyeras. Por eso te traje una prueba. 

-          A lo mucho eso es una mano de plástico que… ¡Dios mío!

Los dedos marrones de esa mano se movieron y no eran animatronicos. Sus uñas se clavaron en mi piel. Solté la mano. Está se movió por todos los rincones del piso, que no era un gran espacio. 

-          Cierra la puerta. 

Eso hice y empezamos la búsqueda.

Mientras dos hombres adultos buscan una mano zombie. El abuelo zombie, ahora manco, sigue arrastrándose. Resulta que el zombie si tenía una dirección, mejor dicho un objetivo: el control de mi televisor. Vio lo que hice y los poderes de extraño aparato.

Araño la base del sofá dejando salir su relleno. Consiguió agarrar el control con su garra. Tuvo que agarrarlo con la mano izquierda porque yo cercené la derecha, y lo volvería a hacer. Presionó todos los botones en busca de un resultado. Lo consiguió presionando el botón rojo, el televisor se encendió. El cementerio seguía ahí, baldío y deprimente. La mitad del cuerpo zombie seguía ahí. Unas piernas acompañadas de un torso bien rebanado.

Arrojó el control, ya no le servía de nada. Este rebotó levemente y sus baterías se fueron a diferentes direcciones. El medio zombie levantó su medallón, volvió a brillar. 

El brillo fue hacia una dirección: el televisor. Se cambió de plano mostrando un infinito número de tumbas. El zombie dijo unas palabras extrañas, en un idioma raro, 
posiblemente muerto.

Algunas manos salieron de sus tumbas, solo pocas tenían los cinco dedos completos. Varios cuerpos salieron de sus tumbas. No todos tenían ojos pero vieron hacia donde tenían que ir. Un gigantesco cuadrado que les invitaba a un nuevo mundo, uno donde la carne es abundante.

Cruzar fue fácil, esta vez no había nadie quien apagara el televisor.

-          Apuñálalo con ese destornillador.- me dijo Fernando, mientras agarraba la mano. Trataba de hacer maravillas para no soltarla. Esta no dejaba de mover sus dedos hacia todas las direcciones. 

-          ¿Por qué tengo que hacerlo yo?- Sentía que el destornillador se resbalaba por todo el sudor que mi mano expulsaba.

-          Porque tienes experiencia en esto, ¿No le cortaste la mano al muerto con un cuchillo eléctrico?

-          Buen punto. 

-          Por cierto recuérdame que no te vuelva a prestar nada en mi vida. 

-          Aquí vamos. 

Apuñalé a la mano repetidas veces. Después de la décima me cansé, al menos me aseguré de que la mano dejara de moverse.

-          Lo logramos.- jamás en mi vida me había sentido tan cansado, siento como si hubiera luchado una batalla con cientos de miles de criaturas mitológicas. 

-          ¿De qué estás hablando? Tenemos que ir a tu casa y matar a ese muerto. 

Quería decirle que estaba siendo redundante. No lo hice. Tenía razón.

-          No vaya a causar una infección o algo peor. 

-          No recuerdo que haya un apocalipsis zombie en la película. Puede ocurrir, la película no explica nada. 

Fernando agarró un bate de baseball, el arma de todos los vecinos del complejo de apartamentos para defendernos de los ladrones. No vivimos en un barrio amigable. 

Yo era el único que no tenía un bate de Baseball, pero si una navaja que rara vez uso.

La puerta de mi habitación estaba cerrada. Saqué mi llave y la abrí.

Desearía no haberlo hecho.

-          ¿Qué demonios?- Fernando hablaba como si tuviera un bulto en la garganta- ¿No dijiste que solo había uno? La mitad de uno. 

Moví la cabeza de arriba hacia abajo. Esa era mi forma de decir: Eso era lo que creía.
Toda mi habitación estaba repleta de zombies. En diferentes tipos de putrefacción y tipos de olores desagradables. Rostros sin ojos se enfocaron en mí. Estaba paralizado. Voltee a la derecha para ver si tenía algo de ayuda. Eso era pedir demasiado. Fernando había desaparecido, probablemente regresó a su habitación.

No lo culpo, solo diré: “Cobarde de mierda”

Varios zombies corrieron hacia mí, dispuestos a devorarme. Estaba desarmado. Mi plan era ir por la navaja mientras Fernando le abría la cabeza a base batazos. Fernando no me dejó su bate. Se tomó en serio eso de que no me iba a prestar nada en su vida.

Los zombies se me echaron encima. Retrocedí hasta que mi espalda chocó con la barandilla. Al igual que todo el edificio la barandilla estaba en mal estado y podría romperse con cualquier cosa.

Como el repentino aumento de peso.

Se rompió en pedazos. Los zombies y yo caímos varios pisos hasta el suelo. La caída dura menos de lo que uno se limpia la nariz. Fue tan corta que no tuve tiempo de ver toda mi vida frente a mis ojos. Solo mi primer recuerdo: Cuando vomité el primer día de la escuela.

Lo último que vi antes de morir fueron unos dientes negros mordiéndome las mejillas. El golpe llegó. No sé cuentos se fueron conmigo, espero que hayan sido muchos.

Y pensar que todo comenzó con una película.