Daniela tocó la puerta de una casa, había un timbre, pero ella no lo notó. Una anciana le abrió la puerta. Sus ojos se enfocaron en el calvo de la silla de ruedas y la cicatriz de una cortada en la cabeza.
Daniela le contó la triste historia de su primo y su
leucemia. La historia duró cinco minutos y Daniela no escatimó en los detalles.
Le pidió un poco de dinero para su tratamiento. La anciana tuvo un bolso colgado
en el cuello todo este tiempo. Daniela no le había quitado los ojos de encima. Ella
lo abrió y sacó un monedero grueso. De dicho monedero sacó un billete de 20
soles. A ambos se le hicieron agua en la boca.
- Muchas gracias. Mi hermano y yo estamos eternamente agradecidos.- dijo Daniela cuando el billete estaba a medio camino.
- ¿Hermano? ¿No dijiste que era tu primo?
Daniela se quedó callada, con un rostro que decía: “Ya la he vuelto a cagar”.
- Es mi primo hermano.- dijo Daniela intentando arreglar la situación, pero ya era demasiado tarde. El billete se les había escapado de las manos-
- Daniela eres una…
La puerta se cerró.
- Idiota.- concluyó Esteban, su novio.
Durante todo el día Daniela y Esteban estuvieron tocando de
puerta en puerta, recorriendo mercados con un cartel que decía: “Tengo kancer, ayúdenme”.
Ambos habían terminado la secundaria, pero pensaban que los analfabetos vendían
más.
Varios intentos de estafas fueron arruinados por Daniela; y
otros, por Esteban que se puso de pie para ayudar a una ancianita a buscar su monedero
en su bolsa de compra. Aun así, consiguieron recaudar una cantidad aceptable,
pero nada que ver con los 500 soles diarios que Daniela le había prometido.
- Este país esta repleto de gente amable- explicó Daniela-. Y solo hace falta de dos hijos de puta tan habilidosos que sepan explotar esa amabilidad.
- ¿Y nosotros somos esos hijos de puta?
- Exactamente. En especial tú, digo tu madre literalmente es una…
- No son necesarios los detalles.
- No lo digo con malicia. Si existiera un premio de madres sin escrúpulos la mía lo ganaría. Se dedicaba a vender drogas en las escuelas.
Daniela todavía escuchaba la ultimas palabras que le dijo su
madre, la leucemia se la llevó: “Tienes que hacer lo que sea con tal de conseguir
dinero. En este mundo el dinero es lo más importante.” También le enseñó a
preparar un delicioso pie de limón, eso también le fue mucho más útil.
Después de una jornada de trabajo explotando la amabilidad
peruana la pareja de novios se dio un merecido descanso en una heladería. Daniela
estaba comiendo una banana Split de chocolate, con fudre de chocolate y chispas
de chocolate; y Esteban, un Milkshake de fresa. Se le veía muy incomodo en esa
silla de ruedas.
- Me duele el culo.
- Estoy comiendo.
- No sé de que hablas, si te gusta mirármelo todos los días. Apenas puedo sentarme de tantos pellizcos.
- Que estoy comiendo.
Esteban trató de acomodarse en esa silla de ruedas sin éxito.
- Que incomoda silla, ¿De donde la sacaste?
- Estaba abandona cerca del puente. Solo la tomé.
- Con razón. Debió estar abandonada por algún motivo. Mañana lo usas tú.
- Creo que tú te has convertido en el usuario permanente de esa silla.- dijo Daniela con una sonrisa diabólica. Señaló su calva.
Esteban se imaginaba a si mismo cortándole el cabello negro
y ondulado a su novia hasta dejarla como una bola de billar.
- Podríamos ser “los hermanos leucemia”. Compartimos la enfermedad y compartimos la silla.
- Esa es una buena idea.
- ¿Entonces te vas a afeitar la cabeza?
- Por supuesto que no.
Una camarera con cara de pocos amigos les entregó la cuenta.
Daniela leyó detenidamente lo consumido y los precios. A pesar de que tenia
suficiente dinero para pagar ella se puso de pie y gritó:
- ¡Corre!
Se fue corriendo, Esteban trató de moverse con la silla de ruedas,
pero esta se había atorado. “Maldita chatarra”, pensó.
- ¿Qué diablos estoy haciendo?
Esteban se puso de pie y corrió como si el diablo lo
persiguiera, alcanzó a su novia en unos segundos. Escaparon juntos.
Daniela y Esteban Vivian en un piso pequeño, debían tres
meses de renta. Dos porque con el dinero recaudado pudieron pagar uno. Con lo
que quedaba compraron algo de comida y hierba.
- ¿Por qué diablos hiciste eso? Teníamos dinero para pagar.
- ¿Viste cuanto costaba el Banana Split? ¿Acaso esos tipos piensan que estamos hecho de oro?
- Si, lo vi. Por eso pedí un Milkshake.
Esteban le pasó la pipa a Daniela. Ella lo encendió y aspiró
todo el humo de la mariguana de golpe. Esto la calmó.
- ¿Y ahora como vamos a seguir con el plan?
- Podríamos usar unas escobas como muletas. Nos veríamos más pobres. Te aseguro que así nos darán más dinero.
- Esto va a ser muy incómodo. Necesitamos una silla de ruedas.
- Descuida, soy Daniela Méndez. Estoy acostumbrada a este tipo de problemas. Lo resolveré.
- ¿Se lo vas a robar al vecino?
Daniela se puso la mano en los cachetes como el niño de Mi
Pobre Angelito.
- ¿Soy tan predecible?
El timbre interrumpió su conversación. Ninguno de los dos
sabía que tenían timbre. ¿Este tipo de viviendas tienen timbre? Daniela abrió
la puerta y vio la silla de ruedas, sola. Problema resuelto, pensó.
Ese problema se resolvió y otro más surgió.
La silla se ruedas avanzó a mucha velocidad, como si fuera
un auto de carreras. Con el soporte para las manos golpeó a Daniela en el estómago.
El golpe fue tan fuerte que Daniela se arrodilló, había perdido el aire. La silla
se ruedas se detuvo en el centro de la sala.
- Mira Daniela, la silla de ruedas ha regresado.- dijo Esteban entre risas, de su boca salía un humo espeso.
Daniela todavía se estaba recuperando cuando escuchó los gritos
de auxilio de Esteban.
- ¡Daniela. ¡Ayúdame!
Esteban estaba arrodillado en el asiento de la silla de
ruedas. La silla de ruedas se había chocado con Esteban haciéndolo caer
arrodillas dentro de ella. Daniela corrió lo más rápido que pudo, todavía seguía
con dolor de estómago. La silla giraba y se movía por toda la habitación, chocando
con los humildes muebles y tirando los humildes adornos. Para Esteban esto era
como una atracción de feria, pero sin ninguna de las medidas de seguridad.
La silla de ruedas se detuvo. Daniela agarró a su novio de
la cintura y jaló con todas sus fuerzas.
- Daniela, ayúdame. Algo me retiene.
- Cállate y empuja.
Daniela consiguió liberar a Esteban del fuerte agarre de la
silla de ruedas. Ambos rodearon al aparato medico poniéndose en dos extremos. Agarraron
a la silla de ruedas y la levantaron. La silla de ruedas intentaba liberarse, giraba
sus ruedas cerca de la cara de Daniela. Ella creía que estaba frente a una
lijadora automática. Aun así, se negaba a soltarla. Dieron un paso hacia la
ventana, que estaba permanentemente abierta (era un infierno en invierno). Arrojaron
la silla de ruedas por ahí.
Ambos vieron como la silla de ruedas se hacia pedazos. La pareja
vivía en el quinto piso de un edificio de apartamentos.
- Creo que deberíamos volver a los robos.
- Totalmente de acuerdo.
Ambos se metieron a la cama. No pasó ni cinco minutos antes
de que la silla de ruedas empezara a repararse sola. En diez minutos estaba
completamente reparada. Se quedó ahí, en un callejón, junto a la basura. Esperando.
Ideando un plan. Los gritos de una mujer aterrada interrumpieron sus pensamientos.
Un ladrón amenazaba a una mujer con un cuchillo oxidado, la
mujer abrazaba su cartera con mucha fuerza.
- Entrégame el dinero o te rebano la garganta.
Una figura completamente negra estaba sentada en la silla de
ruedas. Se puso de pie. El ladrón estaba a menos de un metro de la silla de
ruedas, podía alcanzarlo. Se movió con naturalidad, se tomó su tiempo. No le
importaba la mujer. Agarró la cabeza y le rompió el cuello de un giro
acelerado. La mujer soltó un grito y huyó, esta iba a ser una anécdota que contará
por el resto de su vida: Esa noche en la que un negro desnudo le salvó la vida.
La figura negra tomó el cuchillo. Tenia una idea. Tenía un propósito:
sentirse útil.
Daniela durmió más de 13 horas. Este era uno de los efectos
secundarios de fumar hierba en exceso. Abrió los ojos, estiró los brazos y le
dio un beso en la cabeza a su novio. Retiró sus labios de golpe. La cabeza de
su novio estaba helada y tenia un regusto a sangre.
- Amor mío, ¿Estas bien?
Daniela no necesitaba una respuesta, la tenia frente a ella.
Un “NO” en mayúsculas. Esteban estaba echado bocabajo, sangrando y con un cuchillo
clavado en la espalda.
- ¿Esteban? ¿Cariño?- preguntó Daniela en shock y con los ojos bañados en lágrimas.
Escuchó el chillido de la silla de ruedas acercándose a ella.
Daniela temblaba, tanto por la presencia de la silla de ruedas como por la
persona que estaba sentada en ella. No se sabe si se le puede llamar “persona”.
“Ser” es un termino más apropiado.
El ser era negro, calvo, de estatura promedio y una
musculatura aceptable.
- ¿Quién eres tú?- preguntó Daniela, quien todavía estaba en shock.
- Soy una manifestación del dueño de la silla de ruedas. El me construyó, para si mismo porque estaba paralizado de la cintura para abajo. Para mi jodida suerte murió de un derrame cerebral apenas terminó de crearme. Antes de morir me dijo: “encuentra a alguien que te necesite”. Eso es lo que he estado haciendo todos estos años.
- ¿Tu mataste a mi novio?.- preguntó Daniela con la voz quebrada. Sus ojos estaban rojos y sus mejillas se habían convertido en una suave superficie para dos cascadas de lágrimas.
- No quería matarlo, solo quería paralizarlo. Pero, se me pasó la mano y hundí el cuchillo más adentro de lo que debía. Descuida, contigo no me voy a equivocar. Voy…
Daniela lo hizo callarse la boca dándole un fuerte golpe en
la cara. La manifestación se cubrió la boca. Sus ojos, blancos y furiosos, se fijaron
en ella:
- ¡Eso ha dolido!- le dio un puñetazo tan fuerte a Daniela, que la hizo ver todas las estrellas del firmamento. Su labio se hinchó de inmediato.
No le importó a Daniela. Ella corrió y se lanzó encima. Ahora
mismo estaba comprometida, en cuerpo y alma, en matar a esa cosa. La manifestación
la levantó, como si fueran bailarines de ballet, y la arrojó al suelo con
brusquedad. Daniela respiraba con dificultad, todo el cuerpo le dolía.
- Quédate ahí. Me aseguraré de que no te duela.
La manifestación caminó hasta el cuchillo, que estaba en la
espalda de Esteban, y lo retiró sin decoro. Más de la mitad de la hoja estaba
manchada de sangre. Cuando volteó vio que Daniela había desaparecido. La puerta
estaba cerrada así que no salió por ahí, ¿Dónde pudo haber ido?
Daniela salió de la cocina, corriendo y sosteniendo un
extintor. Un extintor que ella y Esteban habían robado del primer piso. Le traía
muchos recuerdos agradables. La manifestación se cubrió el rostro esperando el
golpe. No esperaba que Daniela tuviera otro objetivo a la vista: la silla de
ruedas.
Daniela había perdido la razón, pero conservaba un poco de coherencia.
Sabia que no podía hacer nada contra él, era demasiado poderoso. Así que
decidió atacar a un adversario con el que si tenia una ventaja: la silla de ruedas.
Bajo su lógica si la silla de ruedas quedaba destruida, ya
no podía ser utilizada. Tal vez la manifestación desaparecía, ojalá. Le dio un golpe a una de las ruedas. La manifestación
cayó al suelo. Se presionaba la rodilla como si hubiera recibido un disparo.
- No hagas eso.- le exigió la manifestación.
Una despiadada sonrisa se formó en los labios de Daniela.
- Así que te lastima, ¿Eh?
Daniela golpeó la silla de ruedas repetidas veces con el extintor.
Los ruidos de los golpes y los gritos de dolor de la manifestación se mezclaban
formando una sinfonía agradable para los oídos de Daniela. Los golpes continuaron,
incluso cuando Daniela estuvo mortalmente cansada. Los golpes perdieron fuerza,
pero ella no se detenía. Su insaciable sed de venganza la obligaba a continuar,
aunque su cuerpo pidiera lo contrario.
La silla quedó inservible después de tanto castigo. Las
ruedas quedaron separadas; el asiento, destrozado; el soporte de la espalda, hecho
pedazos. Daniela soltó el extintor, porque sus brazos ya no podían levantarlo,
y este cayó en su pie, en la punta de sus dedos.
Daniela se mordió el labio inferior para evitar gritar, no
era el momento para eso. La manifestación había desaparecido. Daniela cojeo
hasta la cocina y regresó con un costal, de cuando fingían ser ropavejeros. Puso
las piezas de la silla de ruedas en el interior y amarró el costal. Lo arrojó
por la ventana. Antes de salir tomó su abrigo, su cartera, su dinero y salió de
su apartamento. Quería despedirse de Esteban, pero no pudo. Su voz estaba
demasiado quebrada para hablar.
Bajó las escaleras a toda velocidad, de dos en dos. Si esteban
estuviera aquí, vivo, esta seria una competencia para ver quien bajaba las
escaleras más rápido. Casi siempre ganaba Esteban.
- Yo te dejé ganar.- le decía Daniela apenas llegaba al primer piso, jadeando.
- Lo que tu digas, Dani.
Como si fuera una ropavejera Daniela cargó el costal. Vio el
cadáver del ladrón.
- Este barrio si que es peligroso.- dijo.
Se dirigió al basurero más cercano. Aceleró el paso porque
el costal se movía. Era como si tuviera un montón de animales vivos ahí dentro.
El basurero estaba conformado por montañas de basura, un ecosistema de putrefacción
y suciedad. Daniela puso el costal en el suelo.
- Ni creas que te vas a librar de mí. Te encontraré y… ¿Qué es esto?
Daniela vacío casi toda una botella de pisco, se bebió lo
que quedaba. Encendió su encendedor.
- Cuidado, señores cavernícolas. Aquí llega el fuego.
Arrojó el encendedor al costal y este se prendió al
instante. El fuego le cubrió en solo unos segundos. Daniela se hubiera quedado
ahí hasta ver las cenizas. Pero los movimientos desesperados desde dentro del
costal para evitar el fuego, y los gritos ahogados la pusieron nerviosa. Se dio
la vuelta y corrió con sus piernas funcionales.
Epilogo.
Un año después, en una ciudad muy alejada de la capital,
Daniela consiguió rehacer su vida, gracias a una nueva identidad. Ahora se
llamaba María Juana Mundi. Trabajaba como mesera en un restaurante caro y estudiaba
contabilidad por internet. Casi siempre le faltaba dinero. Eso lo solucionaba
robando.
Vivía en un piso parecido al de antes, solo que más pequeño
y con goteras. Se sentó en el sillón húmedo y encendió la televisión. Tenía una
hora libre antes de que empezaran sus clases. Decidió invertirla viendo una
telenovela turca que la tenía enganchada.
Antes de empezar sintió una mano negra le cubrió la boca. Daniela
no pudo gritar. Sintió un pinchazo en el cuello que la adormeció de inmediato.
- Te dije que te iba a encontrar.- le dijo la manifestación.
Soltó a Daniela y ella cayó en el sillón como un costal de
ladrillos. No podía moverse. Este acercó la silla de ruedas, que estaba
escondida detrás del sillón.
- Su asiento esta listo, Madame.
En el asiento de la silla de ruedas había una sierra poco
afilada.
Fin.



