miércoles, 15 de septiembre de 2021

Silla de ruedas


  

Daniela tocó la puerta de una casa, había un timbre, pero ella no lo notó. Una anciana le abrió la puerta. Sus ojos se enfocaron en el calvo de la silla de ruedas y la cicatriz de una cortada en la cabeza.

Daniela le contó la triste historia de su primo y su leucemia. La historia duró cinco minutos y Daniela no escatimó en los detalles. Le pidió un poco de dinero para su tratamiento. La anciana tuvo un bolso colgado en el cuello todo este tiempo. Daniela no le había quitado los ojos de encima. Ella lo abrió y sacó un monedero grueso. De dicho monedero sacó un billete de 20 soles. A ambos se le hicieron agua en la boca.

-          Muchas gracias. Mi hermano y yo estamos eternamente agradecidos.- dijo Daniela cuando el billete estaba a medio camino.

-          ¿Hermano? ¿No dijiste que era tu primo?

Daniela se quedó callada, con un rostro que decía: “Ya la he vuelto a cagar”.

-          Es mi primo hermano.- dijo Daniela intentando arreglar la situación, pero ya era demasiado tarde. El billete se les había escapado de las manos-

-          Daniela eres una…

La puerta se cerró.

-          Idiota.- concluyó Esteban, su novio.

Durante todo el día Daniela y Esteban estuvieron tocando de puerta en puerta, recorriendo mercados con un cartel que decía: “Tengo kancer, ayúdenme”. Ambos habían terminado la secundaria, pero pensaban que los analfabetos vendían más.

Varios intentos de estafas fueron arruinados por Daniela; y otros, por Esteban que se puso de pie para ayudar a una ancianita a buscar su monedero en su bolsa de compra. Aun así, consiguieron recaudar una cantidad aceptable, pero nada que ver con los 500 soles diarios que Daniela le había prometido.

-          Este país esta repleto de gente amable- explicó Daniela-. Y solo hace falta de dos hijos de puta tan habilidosos que sepan explotar esa amabilidad.

-          ¿Y nosotros somos esos hijos de puta?

-          Exactamente. En especial tú, digo tu madre literalmente es una…

-          No son necesarios los detalles.

-          No lo digo con malicia. Si existiera un premio de madres sin escrúpulos la mía lo ganaría. Se dedicaba a vender drogas en las escuelas.

Daniela todavía escuchaba la ultimas palabras que le dijo su madre, la leucemia se la llevó: “Tienes que hacer lo que sea con tal de conseguir dinero. En este mundo el dinero es lo más importante.” También le enseñó a preparar un delicioso pie de limón, eso también le fue mucho más útil.

Después de una jornada de trabajo explotando la amabilidad peruana la pareja de novios se dio un merecido descanso en una heladería. Daniela estaba comiendo una banana Split de chocolate, con fudre de chocolate y chispas de chocolate; y Esteban, un Milkshake de fresa. Se le veía muy incomodo en esa silla de ruedas.

-          Me duele el culo.

-          Estoy comiendo.

-          No sé de que hablas, si te gusta mirármelo todos los días. Apenas puedo sentarme de tantos pellizcos.

-          Que estoy comiendo.

Esteban trató de acomodarse en esa silla de ruedas sin éxito.

-          Que incomoda silla, ¿De donde la sacaste?

-          Estaba abandona cerca del puente. Solo la tomé.

-          Con razón. Debió estar abandonada por algún motivo. Mañana lo usas tú.

-          Creo que tú te has convertido en el usuario permanente de esa silla.- dijo Daniela con una sonrisa diabólica. Señaló su calva.

Esteban se imaginaba a si mismo cortándole el cabello negro y ondulado a su novia hasta dejarla como una bola de billar.

-          Podríamos ser “los hermanos leucemia”. Compartimos la enfermedad y compartimos la silla.

-          Esa es una buena idea.

-          ¿Entonces te vas a afeitar la cabeza?

-          Por supuesto que no.

Una camarera con cara de pocos amigos les entregó la cuenta. Daniela leyó detenidamente lo consumido y los precios. A pesar de que tenia suficiente dinero para pagar ella se puso de pie y gritó:

-          ¡Corre!

Se fue corriendo, Esteban trató de moverse con la silla de ruedas, pero esta se había atorado. “Maldita chatarra”, pensó.

-          ¿Qué diablos estoy haciendo?

Esteban se puso de pie y corrió como si el diablo lo persiguiera, alcanzó a su novia en unos segundos. Escaparon juntos.  

Daniela y Esteban Vivian en un piso pequeño, debían tres meses de renta. Dos porque con el dinero recaudado pudieron pagar uno. Con lo que quedaba compraron algo de comida y hierba.

-          ¿Por qué diablos hiciste eso? Teníamos dinero para pagar.

-          ¿Viste cuanto costaba el Banana Split? ¿Acaso esos tipos piensan que estamos hecho de oro?

-          Si, lo vi. Por eso pedí un Milkshake.

Esteban le pasó la pipa a Daniela. Ella lo encendió y aspiró todo el humo de la mariguana de golpe. Esto la calmó.

-          ¿Y ahora como vamos a seguir con el plan?

-          Podríamos usar unas escobas como muletas. Nos veríamos más pobres. Te aseguro que así nos darán más dinero.

-          Esto va a ser muy incómodo. Necesitamos una silla de ruedas.

-          Descuida, soy Daniela Méndez. Estoy acostumbrada a este tipo de problemas. Lo resolveré.

-          ¿Se lo vas a robar al vecino?

Daniela se puso la mano en los cachetes como el niño de Mi Pobre Angelito.

-          ¿Soy tan predecible?

El timbre interrumpió su conversación. Ninguno de los dos sabía que tenían timbre. ¿Este tipo de viviendas tienen timbre? Daniela abrió la puerta y vio la silla de ruedas, sola. Problema resuelto, pensó.

Ese problema se resolvió y otro más surgió.

La silla se ruedas avanzó a mucha velocidad, como si fuera un auto de carreras. Con el soporte para las manos golpeó a Daniela en el estómago. El golpe fue tan fuerte que Daniela se arrodilló, había perdido el aire. La silla se ruedas se detuvo en el centro de la sala.

-          Mira Daniela, la silla de ruedas ha regresado.- dijo Esteban entre risas, de su boca salía un humo espeso.

Daniela todavía se estaba recuperando cuando escuchó los gritos de auxilio de Esteban.

-          ¡Daniela. ¡Ayúdame!

Esteban estaba arrodillado en el asiento de la silla de ruedas. La silla de ruedas se había chocado con Esteban haciéndolo caer arrodillas dentro de ella. Daniela corrió lo más rápido que pudo, todavía seguía con dolor de estómago. La silla giraba y se movía por toda la habitación, chocando con los humildes muebles y tirando los humildes adornos. Para Esteban esto era como una atracción de feria, pero sin ninguna de las medidas de seguridad.

La silla de ruedas se detuvo. Daniela agarró a su novio de la cintura y jaló con todas sus fuerzas.

-          Daniela, ayúdame. Algo me retiene.

-          Cállate y empuja.

Daniela consiguió liberar a Esteban del fuerte agarre de la silla de ruedas. Ambos rodearon al aparato medico poniéndose en dos extremos. Agarraron a la silla de ruedas y la levantaron. La silla de ruedas intentaba liberarse, giraba sus ruedas cerca de la cara de Daniela. Ella creía que estaba frente a una lijadora automática. Aun así, se negaba a soltarla. Dieron un paso hacia la ventana, que estaba permanentemente abierta (era un infierno en invierno). Arrojaron la silla de ruedas por ahí.

Ambos vieron como la silla de ruedas se hacia pedazos. La pareja vivía en el quinto piso de un edificio de apartamentos.

-          Creo que deberíamos volver a los robos.

-          Totalmente de acuerdo.

Ambos se metieron a la cama. No pasó ni cinco minutos antes de que la silla de ruedas empezara a repararse sola. En diez minutos estaba completamente reparada. Se quedó ahí, en un callejón, junto a la basura. Esperando. Ideando un plan. Los gritos de una mujer aterrada interrumpieron sus pensamientos.

Un ladrón amenazaba a una mujer con un cuchillo oxidado, la mujer abrazaba su cartera con mucha fuerza.

-          Entrégame el dinero o te rebano la garganta.

Una figura completamente negra estaba sentada en la silla de ruedas. Se puso de pie. El ladrón estaba a menos de un metro de la silla de ruedas, podía alcanzarlo. Se movió con naturalidad, se tomó su tiempo. No le importaba la mujer. Agarró la cabeza y le rompió el cuello de un giro acelerado. La mujer soltó un grito y huyó, esta iba a ser una anécdota que contará por el resto de su vida: Esa noche en la que un negro desnudo le salvó la vida.

La figura negra tomó el cuchillo. Tenia una idea. Tenía un propósito: sentirse útil.

Daniela durmió más de 13 horas. Este era uno de los efectos secundarios de fumar hierba en exceso. Abrió los ojos, estiró los brazos y le dio un beso en la cabeza a su novio. Retiró sus labios de golpe. La cabeza de su novio estaba helada y tenia un regusto a sangre.

-          Amor mío, ¿Estas bien?

Daniela no necesitaba una respuesta, la tenia frente a ella. Un “NO” en mayúsculas. Esteban estaba echado bocabajo, sangrando y con un cuchillo clavado en la espalda.

-          ¿Esteban? ¿Cariño?- preguntó Daniela en shock y con los ojos bañados en lágrimas.

Escuchó el chillido de la silla de ruedas acercándose a ella. Daniela temblaba, tanto por la presencia de la silla de ruedas como por la persona que estaba sentada en ella. No se sabe si se le puede llamar “persona”.

“Ser” es un termino más apropiado.

El ser era negro, calvo, de estatura promedio y una musculatura aceptable.

-          ¿Quién eres tú?- preguntó Daniela, quien todavía estaba en shock.

-          Soy una manifestación del dueño de la silla de ruedas. El me construyó, para si mismo porque estaba paralizado de la cintura para abajo. Para mi jodida suerte murió de un derrame cerebral apenas terminó de crearme. Antes de morir me dijo: “encuentra a alguien que te necesite”. Eso es lo que he estado haciendo todos estos años.

-          ¿Tu mataste a mi novio?.- preguntó Daniela con la voz quebrada. Sus ojos estaban rojos y sus mejillas se habían convertido en una suave superficie para dos cascadas de lágrimas.

-          No quería matarlo, solo quería paralizarlo. Pero, se me pasó la mano y hundí el cuchillo más adentro de lo que debía. Descuida, contigo no me voy a equivocar. Voy…

Daniela lo hizo callarse la boca dándole un fuerte golpe en la cara. La manifestación se cubrió la boca. Sus ojos, blancos y furiosos, se fijaron en ella:

-          ¡Eso ha dolido!- le dio un puñetazo tan fuerte a Daniela, que la hizo ver todas las estrellas del firmamento. Su labio se hinchó de inmediato.

No le importó a Daniela. Ella corrió y se lanzó encima. Ahora mismo estaba comprometida, en cuerpo y alma, en matar a esa cosa. La manifestación la levantó, como si fueran bailarines de ballet, y la arrojó al suelo con brusquedad. Daniela respiraba con dificultad, todo el cuerpo le dolía.

-          Quédate ahí. Me aseguraré de que no te duela.

La manifestación caminó hasta el cuchillo, que estaba en la espalda de Esteban, y lo retiró sin decoro. Más de la mitad de la hoja estaba manchada de sangre. Cuando volteó vio que Daniela había desaparecido. La puerta estaba cerrada así que no salió por ahí, ¿Dónde pudo haber ido?

Daniela salió de la cocina, corriendo y sosteniendo un extintor. Un extintor que ella y Esteban habían robado del primer piso. Le traía muchos recuerdos agradables. La manifestación se cubrió el rostro esperando el golpe. No esperaba que Daniela tuviera otro objetivo a la vista: la silla de ruedas.

Daniela había perdido la razón, pero conservaba un poco de coherencia. Sabia que no podía hacer nada contra él, era demasiado poderoso. Así que decidió atacar a un adversario con el que si tenia una ventaja: la silla de ruedas.

Bajo su lógica si la silla de ruedas quedaba destruida, ya no podía ser utilizada. Tal vez la manifestación desaparecía, ojalá.  Le dio un golpe a una de las ruedas. La manifestación cayó al suelo. Se presionaba la rodilla como si hubiera recibido un disparo.

-          No hagas eso.- le exigió la manifestación.

Una despiadada sonrisa se formó en los labios de Daniela.

-          Así que te lastima, ¿Eh?

Daniela golpeó la silla de ruedas repetidas veces con el extintor. Los ruidos de los golpes y los gritos de dolor de la manifestación se mezclaban formando una sinfonía agradable para los oídos de Daniela. Los golpes continuaron, incluso cuando Daniela estuvo mortalmente cansada. Los golpes perdieron fuerza, pero ella no se detenía. Su insaciable sed de venganza la obligaba a continuar, aunque su cuerpo pidiera lo contrario.

La silla quedó inservible después de tanto castigo. Las ruedas quedaron separadas; el asiento, destrozado; el soporte de la espalda, hecho pedazos. Daniela soltó el extintor, porque sus brazos ya no podían levantarlo, y este cayó en su pie, en la punta de sus dedos.

Daniela se mordió el labio inferior para evitar gritar, no era el momento para eso. La manifestación había desaparecido. Daniela cojeo hasta la cocina y regresó con un costal, de cuando fingían ser ropavejeros. Puso las piezas de la silla de ruedas en el interior y amarró el costal. Lo arrojó por la ventana. Antes de salir tomó su abrigo, su cartera, su dinero y salió de su apartamento. Quería despedirse de Esteban, pero no pudo. Su voz estaba demasiado quebrada para hablar.

Bajó las escaleras a toda velocidad, de dos en dos. Si esteban estuviera aquí, vivo, esta seria una competencia para ver quien bajaba las escaleras más rápido. Casi siempre ganaba Esteban.

-          Yo te dejé ganar.- le decía Daniela apenas llegaba al primer piso, jadeando.

-          Lo que tu digas, Dani.

Como si fuera una ropavejera Daniela cargó el costal. Vio el cadáver del ladrón.

-          Este barrio si que es peligroso.- dijo.

Se dirigió al basurero más cercano. Aceleró el paso porque el costal se movía. Era como si tuviera un montón de animales vivos ahí dentro. El basurero estaba conformado por montañas de basura, un ecosistema de putrefacción y suciedad. Daniela puso el costal en el suelo.

-          Ni creas que te vas a librar de mí. Te encontraré y… ¿Qué es esto?

Daniela vacío casi toda una botella de pisco, se bebió lo que quedaba. Encendió su encendedor.

-          Cuidado, señores cavernícolas. Aquí llega el fuego.

Arrojó el encendedor al costal y este se prendió al instante. El fuego le cubrió en solo unos segundos. Daniela se hubiera quedado ahí hasta ver las cenizas. Pero los movimientos desesperados desde dentro del costal para evitar el fuego, y los gritos ahogados la pusieron nerviosa. Se dio la vuelta y corrió con sus piernas funcionales.

Epilogo.

Un año después, en una ciudad muy alejada de la capital, Daniela consiguió rehacer su vida, gracias a una nueva identidad. Ahora se llamaba María Juana Mundi. Trabajaba como mesera en un restaurante caro y estudiaba contabilidad por internet. Casi siempre le faltaba dinero. Eso lo solucionaba robando.

Vivía en un piso parecido al de antes, solo que más pequeño y con goteras. Se sentó en el sillón húmedo y encendió la televisión. Tenía una hora libre antes de que empezaran sus clases. Decidió invertirla viendo una telenovela turca que la tenía enganchada.

Antes de empezar sintió una mano negra le cubrió la boca. Daniela no pudo gritar. Sintió un pinchazo en el cuello que la adormeció de inmediato.

-          Te dije que te iba a encontrar.- le dijo la manifestación.

Soltó a Daniela y ella cayó en el sillón como un costal de ladrillos. No podía moverse. Este acercó la silla de ruedas, que estaba escondida detrás del sillón.

-          Su asiento esta listo, Madame.

En el asiento de la silla de ruedas había una sierra poco afilada.

Fin. 

domingo, 12 de septiembre de 2021

El mordaz cadaver de Armando Joy Capitulo 5


 

Todos hicieron un espacio en la mesa para que Karen pudiera sentarse. El almuerzo había terminado, delicioso. Ella fue la única que no se terminó su plato. Los demás repitieron. Muy cerca de su plato a medio comer había una botella gorda de sangría. Era un regalo de su tío Tomas, quien tenía un viñero y su propia marca de vino. Karen se sirvió un vaso. Notó que los demás también tenían un vaso. Sonrió a toda su familia. Levantó su vaso y dijo:

- Por mi padre, el grandioso escritor Armando Joy. Que continúe asustando a los ángeles en el cielo.

- Recuerda que tu padre era ateo.- comentó la tía Cristina, quien ya había bebido un poco de la sangría.

Karen se rio ante el comentario de su tía y eso que aún no había empezado a beber. No quería pensar en las carcajadas que soltaría si empezaba con los tragos.

- Por mi padre, el grandioso escritor de horror Armando Joy, que asuste a cualquier entidad en la otra vida.

- Está mejor.

Todos hicieron el brindis y chocaron los vasos.

Estuvieron bebiendo y conversando toda la tarde. El tío Tomas era una persona alta, de cabello negro y cuerpo musculoso. Parecía el galán pobre que se enamoraba de la hija del hacendado de una telenovela rural, pero 30 años después. Era el héroe que la familia necesitaba, porque era el que proveía de alcohol. Había traído una caja entera de sangría para que todos pudiera disfrutar.

Karen amaba la sangría de su tío, tanto que decidió comprarle unas botellas. No pensaba aceptarlas como regalo. Era demasiado orgullosa para eso. Además, que el viñero de su tío no estaba yendo por buen camino.

El mismo lo confesó.

- Tengo que vender el doble de lo que vendo ahora sino mi negocio se va a la quiebra.

El tío Tomas siempre quiso tener su propio negocio y trabajó muy duro para conseguirlo. Su mente estaba enfocada en su viñedo. Nunca se casó, estuvo con muchas mujeres, pero sus relaciones no pasaron de un mes, y no tuvo hijos (al menos no uno que conociera). Su viñero fue cosechando el éxito, pero ocurrió un problema.

Un problema que no tuvo nada que ver con la producción de vinos y sangrías (que iban de viento en popa)

El problema era la ludopatía. Sus deudas fueron en aumento. No era muy bueno jugando a las cartas, pero si tenía la perseverancia de un campeón. Su deuda la compró una persona muy peligrosa, Edwin Lissandro, quien quería entrar en el negocio de los vinos. El señor Lissandro se tomaba muy personal que no le pagaran sus deudas y no tenía inconveniente alguno en mandar recordatorios.

Le incendiaron uno de sus cultivos.

- ¿Cómo piensan que voy a pagar mis deudas si no puedo producir vino para vender?- se quejó Tomas.

Los intereses también iban en aumento.

Todos los demás concluyeron que era una queja valida.  

- ¿Has pensado en llamar a la policía?- le sugirió la tía Cristina.

- Ese sujeto tiene comprado a la policía.

- Pobre mi Tommy- lo consoló su madre. El consuelo duró muy poco-. Eso te pasa por estar jugando con gente peligrosa. Los adictos al juego siempre terminan mal.

- ¿Adictos al juego?- preguntó Tomas, desconcertado-. Fue papá el que me enseñó a jugar.

- Que en paz descanse tu padre. Tan recto y tan disciplinado. Es verdad, él te enseñó a jugar. Pero no recuerdo que te haya enseñado que era buena idea meterse con mafiosos locales.

Tenía razón, esa clase se la había saltado.

- ¿Qué vas a hacer ahora?- preguntó Karen, quien terminó su vaso. Se sirvió un poco más. Había tres botellas vacías en la mesa.

- No lo sé. Ya pensaré en algo.

Su cerebro trabajaba a mil por hora en busca de una solución. Incluso pensó en asesinar a Edwin Lissandro, como si fuera un personaje rudo de una película de los Hermanos Coen. El inconveniente era la dificultad para conseguir armas en el pueblo donde vivía.

La mente del tío Tomas estuvo barajando una idea desde hace unos días. Era algo relacionado, hasta cierto punto, con Armando Joy (su hermano más cercano). Armando Joy era la persona más exitosa de toda la familia. Tenía una cantidad considerable en el banco, varias propiedades y acciones en distintas empresas. El asesinato de Armando Joy (no había otra forma de describirlo) había dejado consternados a todos.

A todos menos a Tomas, quien sonrió desde dentro cuando vio la noticia en la televisión.

No odiaba a su hermano. A diferencia de sus propios hijos (a quienes Armando Joy se refería con decepción cada vez que conversaba de ellos con su hermano) Tomas lo quería mucho.

- Cada que te escucho hablar de Alejandro y Karen más me alegro de haber decidido no tener hijos.- dijo Tomas.

- La mejor decisión de toda tu vida. Los hijos te arruinan. Solo pide, piden y piden, y jamás dan. Ni una muestra de aprecio. Ni una muestra de agradecimiento. Nada.- Tomas no notó que no había ningún dejo de arrepentimiento o rabia en la voz de Armando Joy. El escritor de horror hablaba como si lo tuviera ensayado, como si fuera un robot.

-          Hablando de pedir…- Tomas bebió un poco de vino.

Tomas Joy le pidió 10,000 soles prestados a su hermano, dinero que tranquilamente podría recuperar unos meses después del lanzamiento de su siguiente libro. Armando Joy iba a tomar su sombrero e irse del viñero, pero los ojos de perro degollado de su hermano hicieron que este se ablandara. Le hizo una transferencia. Mientras Tomas le abrazaba de agradecimiento Armando Joy lo veía como una pequeña transacción de negocios.

Con ese dinero podría sustentarse por unos meses… si no los pierde en las apuestas.

Apenas recibió el dinero los hermanos Joy bebieron hasta emborracharse.

- ¿Sabes cuánto dinero tengo ahorrado?- le preguntó Armando.

- Ni idea.

- Yo tampoco- respondió Armando Joy, acompañado de una carcajada siniestra-. Déjame decirte una cosa hermano. El dinero no me interesa. El día que muera pienso compartirlo con toda familia. Menos con mis hijos, que se vayan al diablo.

“Si, que se vayan al diablo los hijos de Armando Joy”, pensó Tomas.

La herencia, o parte de ella, sí que le iban a ayudar a resolver sus problemas económicos. Salvo por el detalle de que tenía que esperar a que muriera. Pensó en el plan del asesinato, solo reemplazando al mafioso por su propio hermano. Gracias a Dios, y a ese cruel asesino, no tuvo que esperar mucho.

 Con Armando Joy muerto solo faltaba recibir su parte de la herencia. Estoy causó que Tomas se riera. Era una risa fuerte y juvenil; juvenil para alguien apunto de llegar a los cincuenta. Para Tomas la edad era solo un número. Tomas era una persona con la fuerza de un muchacho que recién estaba empezando la vida en el campo.

Su carcajada captó la atención del resto de los miembros de su familia. Excepto por el tío Agustín, que estaba hablando por el celular. Se puso de pie, tomó su vaso de sangría y se alejó del resto.

- Al menos sabemos que estas bien.- comentó Cristina.

Karen tomó unos chifles y se los comió. Eran una delicia. Se acercó a su tía y le susurró algo en la oreja. Cristina se cubrió la boca con una mano y comenzó a reírse.

- ¿Qué es tan gracioso? ¿De qué se ríen?- preguntó el tío Tomas, quien dejó de reírse. No le gustaba que hubiera personas riéndose a sus espaldas.

- No es nada.- respondió Cristina. Como si fuera un tubo con una fuga las risas se incrementaron. Obviamente había algo aquí. Cristina dio unos golpes a la mesa, como una jueza que perdió su martillo.

- Por favor Cristina - dijo la señora Cordelia-. Esa mesa tiene más de 50 años y quiero que viva mucho más. La construyó tu abuelo.

- ¡Basta ya!- exclamó Tomas irritado-. ¿De que diablos se están riendo?

Karen se lo contó:

El famoso escritor de horror Armando Joy tenía la costumbre de usar a personas de su familia (amigos y cualquier desgraciado con quien haya intercambiado palabra) como personajes para sus macabros relatos. Su hermano mayor no era la excepción.

Tomas Joy era un hombre lobo de risa peculiar. En lugar de aullidos la gente se daba cuenta de se presencia gracias a sus horrendas carcajadas. La luna llena apareció transformándolo en una bestia peluda. Se reía mientras se convertía en un monstruo, aún mantenía su humanidad entre tanta neblina animalística. Para desgracia de toda su humanidad era igual de repulsiva como la bestia.

Era una persona malvada, frustrada por un negocio que no iba a ningún lado. Ha sido acusado de violación por más de 10 mujeres del pequeño pueblo de San Pedro. Tomas Joy, convertido en un hombre lobo, tenia otros apetitos.

Se había comido dos vacas y tres cerdos. Esto sació su hambre. Pero tenía un apetito que aún no había saciado. El apetito sexual. Su victima estaba en el suelo, con las extremidades rotas, y soltando unos chilidos agudos (que mezclaban perfectamente el horror y la tristeza). Tomas Joy, con su risa peculiar, se acercó a su victima sin dejar de agarrarse el miembro. La perra no dejaba de aullar, sabiendo que no podía huir y que estaba a punto de ser penetr…

- ¡HIJO DE…!- Tomas Joy no se atrevió a terminar el insulto. Su madre estaba frente a él-. Yo lo mato.

- ¡Tomas!- exclamó su madre.

- Ya esta muerto.- comentó Karen. Cristina estaba roja de tanto reírse.

- ¿Cómo puede hacer esto y salir inmune? ¡Me ha humillado!- Tomas Joy estaba furioso. Si se hubiera enterado de esto cuando su hermano seguía vivo, sin pensarlo dos veces, se hubiera levantado de la silla y hubiera conducido hasta la capital, ignorando todos los semáforos en rojo, para darle su merecido y luego pedirle unas explicaciones.

- No lo sé.- respondió Cristina, quien había dejado de reírse y estaba recuperando el color de su piel.

Karen guardó el Kindle en su cartera. No era necesario leer el final. Tomas Joy estaba acorralado por todos los habitantes del pueblo, quienes lo cosieron a balazos. No murió, solo quedó herido. Estaba tan indefenso que no pudo defenderse ante la castración, hecha por un trabajador de una empresa ganadera con Parkinson. Tomas Joy vivió sus días orinando a través de una manguera que se obstruía cuando bebía demasiado.

-          Nuestro hermano siempre ha sido muy creativo; y un auténtico hijo de…

La advertencia también iba para Cristina.

- Saben muy bien a lo que me refiero.- concluyó Cristina

La quinta misión. Capítulo 13: El barco encallado


 

Agatha y Anthony caminaban por el suelo arenoso de la playa. De cuando en cuando pisaban unos inocentes moluscos. Ambos llevaban pesadas bolsas de cuero. Se sentían como unos doctores que iban a hacerle una consulta personal a un paciente, como ocurrían en las películas y series clásicas. Ambos estaban listos para una emergencia que no tenía nada que ver con la medicina.

Anthony era un ex estudiante de medicina. Expulsado de la universidad por traficar con los medicamentos. Después de ese incidente Anthony vagó por la ciudad haciendo todo tipo de trabajados para sobrevivir, hasta que se reencontró con Agatha, una amiga de la infancia, mientras trabajaba de obrero en una construcción. Anthony dejó la carretilla repleta de bolsas de construcción para saludad a su amiga de la infancia.

Ambos habían sido amigos durante la primera y la secundaria. Se distanciaron durante la universidad, tanto porque ambos llevaron dos carreras que no podían ser más opuestas, como que Anthony se tuvo que mudar a otra provincia par completas sus estudios.

Al volverse a mirarse las caras renació la amistad. No se habían visto en casi diez años. Anthony perdió un poco de peso y ganó algo de masa muscular debido a su trabajo de obrero y Agatha también perdió peso y ganó músculos, en las piernas debido a todas las caminatas que tuvo que hacer para ir a varias entrevistas de trabajo.

Mientras tomaban café y comían rebanadas de pie de manzana se pusieron al día. Una de las razones por las cuales su amistad era tan fuerte era por la honestidad que había entre los dos. Ambos se contaron sus miserias sin edulcorar. Hablaron durante horas, hasta que el compañero de trabajo de Anthony lo llamó. Le hizo un Ultimátum diciendo que si no regresaba al trabajo mejor que no regrese.

Se despidieron de un gran abrazo e intercambiaron números.

Pasaron los días y Anthony consiguió mantener su trabajo como obrero, al menos hasta que el edificio de apartamentos este completo. Recibió un mensaje de Agatha, ofreciéndole un trabajo. Anthony lo aceptó sin dudarlo. Gracias a sus aptitudes y unas noches con la tía de Agatha pudo conseguir el trabajo. Anthony se rio pensando que jamás en su vida había pensado en dedicarse en ayudar fantasmas (y eso que era fanático de las películas de los Caza fantasmas). Pero era mucho mejor que trabajar de obrero.

Los dos vieron el barco encallado e inclinado con una ligera confusión.

- ¿Estás seguro que es aquí?- preguntó Agatha.

- Siguiendo las coordenadas de tu tía estoy seguro en un 99,9% de que es aquí.

- ¿Y el 0,1%?

- Siempre hay fallas en las probabilidades.

- ¿Y qué estamos esperando? Empecemos de una vez.

Ambos abrieron sus respectivas maletas de cuero. Gracias a este nuevo trabajo tanto Anthony como Agatha pudieron sacar a la luz una faceta que tenían escondida: la de inventores. Anthony se encargaba del diseño y funcionamiento; y ambos los construyen.

El dúo consiguió crear algunos inventos que les facilitaron las misiones. Anthony sacó un par de lentes negros que tenían un foquito verde en el centro, una lata de pintura, una pequeña aspiradora y una linterna. Agatha sacó dos bates de Baseball.

Los lentes le permitían a Anthony ver a los fantasmas mas no comunicarse con ellos, ese era el trabajo de Agatha. Con los lentes puestos Anthony lo veía todo verde. El rostro verde de su amiga lucía como un espectro, sobre todo por la nariz blanquecino. Agatha agitó la lata de pintura varias y roció el líquido transparente en los bates de Baseball. Le entregó un bate a su amigo. Este le hizo un swing a una pelota imaginaria. De seguro no le dio y fue un strike pensó Agatha sonriendo.

Agatha levantó la aspiradora con suma facilidad. Antes usaban unas pesadas mochilas para esparcir la sal, era uno de sus primeros inventos. Pero lo descartaron a darse cuenta de lo pesados que eran. Ambos iban a terminar con una joroba con forma de media luna si seguían usándola. Después de unas agitadas elecciones y de una votación de dos votos contra cero Agatha y Anthony optaron por usar la pequeña aspiradora en su lugar.

La democracia había ganado.

- Todo parece estar en orden.- dijo Agatha.

Un brillo amarillento le llegó a la cara. Agatha se cubrió los ojos.

- ¿Qué estás haciendo estúpido?

- La linterna funciona a la perfección.

Ambos rezaron antes de entrar, era la costumbre. Nunca había funcionado. Jamás una entidad fuera de la establecida los había ayudado con sus problemas. Jamás habían experimentado lo que muchos llaman: “un milagro”. Solo lo hacían porque los hacia lucir más profesionales. Eso era lo único que les importaban.

Agatha y Anthony entraron al barco.

El dúo se estremeció al escuchar el crujido de la madera al dar el primer paso. Agatha se movió con pasos más cuidadosos como si estuviera moviéndose en la cuerda floja más ancha de la historia. Gracias a la linterna pudieron ver con claridad una parte de la sala del barco. Caminaron hasta uno de los bordes, Agatha encendió la aspiradora y comenzó a rociar sal por los suelos. Ambos hicieron un acuerdo de no separarse por nada del mundo.

Entraron al pasillo y continuaron rociando la sal. Agatha no vio a ningún fantasma, solo madera mohosa. Todo parecía estar tranquilo. Ambos se sintieron aliviados al respecto. La misión era simple y podrían completarla en unos minutos. Aunque Anthony no hubiera tenido problemas con tener un poco de acción. Pero Agatha, gracias a la experiencia de sus anteriores casos, creía que mientras menos acción tuviera mejor.

Mientras caminaban Agatha habló.

- Sé que un barco abandonado es el lugar menos adecuado para decir esto, pero es algo que ha estado dentro de mi durante mucho tiempo y tengo que sacarlo sino me voy a volver loca- Agatha tomó un poco de aire rancio-. Lo conocí cerca de la construcción, estaba comiendo de un platito. Fue amor a primera vista. No pude decírselo a nadie. Lo he guardado mucho tiempo dentro de mí, no pude decírselo a nadie- Agatha sonrió-. Creo que ahora es el momento adecuado- Agatha estaba tan enfrascada en sus palabras que no se dio cuenta que estaba rodeada por la oscuridad-. Quería saber su opinión. Hay un perrito muy hermoso en una tienda de mascotas y quería saber si…

Agatha se golpeó la cara con una pared, era el fin del pasillo. Cualquier intento de conversación había desaparecido de su sistema. Le dolía mucho la nariz. Maldijo a su amigo; unos segundos después lo extrañó. Agatha estaba completamente sola.

- Anthony, inútil ¿Dónde diablos estas?- preguntó con voz temblorosa.

Agatha caminó por el oscuro pasillo, tenía que encontrar a su amigo. La única compañía que tenía eran los ruidos de pasos y el sonido del espeso viento tratando de atravesar la madera. Con la compañía de Anthony los sonidos no la asustaban. Ahora el mínimo murmullo bastaba para convertir su cabello pelirrojo en una mata blanquecina. Hacia demasiado frio, a mala hora decidió ponerse una falda. Las rodillas le temblaban por el horror y viento que pasaba entre sus piernas.

Agatha trataba de calmarse dándose un par de bofetadas y diciéndose a su misma que se comportara de manera profesional al menos una vez en la vida. 

Un soplido en el oído bastó para hacerla temblar. Agatha escuchó risas. Alguien la empujó, Agatha por poco se cae al suelo. Las risas se incrementaron. Agatha miró a todos lados para ver quien la había empujado. Levantó el bate de baseball.

-          ¿Quién anda ahí? Tengo un bate de Baseball y sé como usarlo.- intentó amenazar Agatha.

Todo estaba tan oscuro que si incluso hubiera alguien no podría verlo. Agatha caminaba y escuchaba los sonidos de unos pasos haciendo un compa con los suyos. Agatha temblaba de miedo ante la idea de que hubiera alguien detrás de ella. Agatha se puso de espaldas contra una pared a su derecha. Había soltado la aspiradora cuando se golpeó la cara. Solo tenia el bate de baseball para protegerse.

Agatha recibió una palmada en el lado derecho de la cabeza. Volteo hacia la derecha. No había nadie. Recibió una palmada en el lado izquierdo de la cabeza. Volteó hacia la izquierda. Nadie. Volvió a recibir otra palmada, esta vez en la derecha. Agatha estaba tan asustada como irritada.

-          Basta. Esto no es divertido.

-          ¿Qué tal esto?

Agatha estaba parada detrás de una puerta. Varias manos salieron del otro lado, rompieron la puerta y la rodearon. La agarraron de los brazos y las piernas y la metieron dentro de la habitación con todo y puerta. Agatha soltó el bate, quiso gritar, pero una mano blanca y pegajosa le cubrió toda la cara.

La puerta regresó a su lugar.

Anthony estaba sentado en el suelo con la linterna en su boca. Estaba alumbrando sus pies. Se estaba amarrando los pasadores de sus zapatos. Era mucho más difícil cuando hay muy poca luz disponible. A Anthony le gustaba verse y sentirse elegante, y unos zapatos desamarrados le daban una mala imagen. Tenía que amarrarlos cueste lo que cueste. Después de varios intentos lo consiguió. Se sintió contento de tener unos zapatos bien amarrados.

- ¿Me decías Agatha? ¿Agatha?

Se dio cuenta demasiado tarde que estaba completamente solo en la entrada del pasillo. Se había quitado los lentes negros para poder ver mejor sus pasadores (con los lentes puestos se veían como serpientes deseando aparearse). Se los volvió a ver y alumbró al frente.

¡ESTAMPIDA!

Un hombre obeso y barbudo se acercó a él a excesiva velocidad. Lo golpeó con su hombro de tal forma que lo mandó volando. Anthony se elevó unos centímetros en el aire, esta no era la clase de “elevación” que le gustaba. Cayó de espaldas al suelo. Sintió que algunas de sus vertebras se salieron de su lugar.

Intentó levantarse, pero su mano derecha resbaló con un líquido espeso regresándolo al suelo. Anthony lo iluminó con la linterna. Se trataba de un cuerpo decapitado. Anthony gritó de miedo, solo se calló cuando el hombre obeso le dio un golpe en la cara. El hombre obeso miraba a Anthony divertido. Quería matarlo, pero no quería hacerlo de inmediato. Quería divertirse y Anthony era su juguete. Le causaba gracia el bate de baseball que sostenía. El pobre infeliz pensaba que podía defenderse.

En una pelea entre una persona y un fantasma (cosa que ocurre mucho más seguido de lo que piensan) siempre es el fantasma el que tiene toda la ventaja. El fantasma podía golpear a su oponente, pero el oponente no podía lastimarlo. Mucho menos matarlo.

- Vamos, dame tu mejor golpe flacucho de mierda.- le provocó el obeso barbón.

El obeso barbón se puso en posición de pelea poniendo los puños juntos. A Anthony le recordó mucho a la primera película de Rocky, si esta fuese sobre una pelea de vagabundos y no sobre un combate de boxeo profesional. Anthony no entendía nada de lo que el obeso barbón le decía. Todavía no había perfeccionado ningún dispositivo que le permitiera comunicarse con el espíritu.  

Una señal (el dedo corazón) bastó para que Anthony entendiera lo que el obeso barbón quería. Quería que le diera la paliza de su vida. Anthony levantó el bate de baseball y corrió hacia donde estaba el espectro y le dio un tremendo golpe en la boca. El gordo barbón retrocedió asombrado.

El golpe… el golpe… el golpe fue real.

Sintió como el bate

- Puedes lastimarme. Debo avisar…

El segundo golpe le hizo callarse. El tercero le impidió hablar adecuadamente. El fantasma cayó al suelo. Vio a Anthony parado, con una sonrisa sádica y el bate de Baseball en su hombro. Era la primera vez que una fantasma tenía miedo de una persona. Y Anthony apenas había comenzado.

- Eshpera, eshpera…

- No entiendo nada de lo que dices, pero estoy seguro que esto es lo que quieres.

Anthony siguió golpeándolo. No se detuvo cuando el gordo barbón dejó de moverse. Se detuvo cuando se cansó. Tomó un descanso, tomó su refrigerio (Agatha preparó sándwiches), recuperó la energía y la lluvia de golpes continuó.

No recordaba haber disfrutado tanto golpeando a alguien desde el día que golpeó a Ricardo Ángeles, el abusivo del colegio, varias veces con su lonchera de Spiderman. Se cansó después del golpe número diez. Un compañero le dio un poco de leche chocolatada mientras descansaba sentado en una esquina. Una vez recuperado continuó con dos golpes más.

Hubieran sido tres si el profesor no le hubiera quitado la lonchera. Tenía ocho años y Ricardo Ángeles, trece. Anthony con las justas le llegaba al pecho. Le dio una patada en los huevos para bajar su cabeza a su nivel. Después le golpeó en la cara con la lonchera. Ese fue el único golpe que le dio en la cara, dejándole una pequeña cicatriz en la ceja derecha. Los demás golpes fueron en la espalda, el brazo y el hombro.

Lo castigaron con una suspensión de una semana y un par de horas después de clases. Cuando entró a la sala de castigo se dio cuenta de que no estaba solo. Una niña estaba sentada en una esquina. Se sentó a su lado.

- Hola.

- Hola.  

Después de ese saludo desinteresado ambos quedaron en silencio. La niña estaba leyendo un libro de R.L Stine, un autor de terror infantil y juvenil. La historia era sobre un fantasma que asechaba una escuela.

- ¿Por qué estás aquí?- preguntó Anthony. Estaba tan aburrido que quería hacer una conversación.

- Le jalé los cabellos a María Susana, la niña más caprichosa, egoísta, irritante y fastidiosa que conozco. Wendy me había advertido que primero debí lavarme las manos antes de jalarle los cabellos- la niña se rio un poco-. Es que tenia las manos llenas de pegamento por la clase de arte.   

La niña levantó las manos revelando unos mechones rubios en ambas palmas.

- ¿Y tú porque estás aquí?

- Mas o menos lo mismo. Golpee a un abusivo en la cara con una lonchera.

- Increíble.

Anthony sacó su lonchera y la puso encima de su pupitre. Esta tenia el cierre destruido, una de las esquinas era casi inexistente y el rostro de tu amigable vecino, el hombre araña, destruido. Con un toque abrió la lonchera. Dentro había unos sándwiches de jamón. Le entregó uno a la niña.

- Gracias- le dio una mordida y con la boca llena dijo:-. Soy Agatha.

- Soy Anthony.

Anthony estaba cansado, de nuevo. Del fantasma del gordo barbón solo quedaba un lago verde que burbujeaba constantemente. Anthony jadeaba de la fatiga. Se secó la frente con su manga. Sonrió con levedad, como si fuera una persona enferma tratando de animar a quien lo cuida todos los días.

- Misión cumplida.

Dejó de sonreír cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Si había un fantasma en un lugar abandonado siempre había grandes posibilidades de que hubiera dos, quizá tres. Corrió al interior del pasillo.

- ¡Agatha!

Anthony vio una puerta mal puesta. La abrió de una patada como un policía en una película americana. Lo que vio le hizo querer llamar a unos esfuerzos inexistentes. Unos diez espectros rodeaban a Agatha en forma de media luna. Uno de ellos sostenía su bate de baseball. Ella estaba colgada de una pierna. Parecía una piñata. Su cuerpo tenía algunas magulladuras.

- ¿Podrías ayudarme?- pidió Agatha con una voz de borracha, el estar colgada bocabajo le causaba mareos.

- Suéltenla inmediatamente.- ordenó deseando que no hayan notado el temblor de su voz. 

jueves, 9 de septiembre de 2021

Harvey


 

Susana vivía en una casa demasiado grande para una sola persona. La había heredado de su padre, junto con un pequeño terreno listo para sembrar. Susana había decidido comenzar a sembrar un año después de haber recibido el terreno y como terapia. En solo un año había perdido a su marido en un accidente de tránsito, caído en una depresión que la impedía levantarse de la cama y perdido su trabajo como profesora de un jardín de niños por intentar enseñar a los niños los peligros de no usar el cinturón de seguridad (usando imágenes y videos de accidentes reales).

También había ganado un concurso de poemas por internet. Pero eso no contaba.

Susana hacía pequeños agujeros en la tierra para poner las semillas. Había decidido sembrar: zanahorias, papas, maíz y tomates. Todos separados por letreros pintados por ella misma. Los tomates parecían deformaciones genéticas y el maíz, el brazo de una persona con una enfermedad en la piel. Usualmente ella compraba los dibujos para sus clases.

Mientras trabajaba un hocico le mordía la manga. Era Harvey, su perro y la única compañía que tenía. Le había puesto Harvey porque su rostro estaba dividido en dos: un lado blanco y un lado negro. Le recordaba al villano de Batman: “Dos caras”. El caballero de la noche era una de sus películas favoritas y la veía con su marido, Daniel, mínimo dos veces al año.

-          Harvey, ya te di de comer- Susana vio los ojos suplicantes del perro-. Esta bien te daré un poco más una vez haya terminado.

Susana Caster se liberó del agarre del perro con suma facilidad. Hizo un pequeño agujero en la tierra, pero la pala no se introdujo del todo.

-          Que extraño.- dijo.

Susana cavó la tierra, cada vez más rápido. Se puso las manos, llenas de tierra, en la boca al ver lo que estaba enterrado. Era un perro, pero no cualquier perro. Era Harvey. Susana vio al animal enterrado, luego al perro que estaba sentado a su lado. Lo hizo un par de veces más. Cada vez que lo hacía menos se lo creía.

Volvió a ver a Harvey, el vivo.

-          Puedo explicarlo.- dijo el perro.

Susana trató de mantener la calma. Estaba apunto de gritar.

-          ¿Puedes hablar? ¿Desde cuando puede hablar, Harvey?

-          Yo no soy Harvey. Él es Harvey- con su pata el perro señaló al cadáver-. Esta haciendo mucho frio, sugiero que entremos. He venido desde muy lejos porque tengo algo muy importante que decirte.

Ambos entraron a la casa. En el camino Harvey dijo:

-          Que frio hace- tembló un poco-. ¿A quien se le ocurre sembrar en medio de la noche?

-          Eres un extraño. No tienes derecho a criticarme.

Susana no pudo evitar reírse al ver a Harvey tomando café usando sus dos patas para levantar la taza. Ella bebía un té de hierbas, el sujeto que se lo vendió le dijo que era perfecto para combatir los nervios. Era verdad. Se sentía más calmada.

-          Hemos perdido mucho tiempo. Mi nombre verdadero es Xenom, pero si quieres puedes llamarme Harvey. Veo que hubo una enorme conexión entre los dos. Soy uno de los generales con mayor rango de Xorm, el conquistador. He venido a este planeta para buscarte a ti, Susana Caster. Veras, tu padre necesita tu ayuda.

Susana se sentó. Vio al animal con unos ojos curiosos. Bebió otro poco del milagroso té.

-          Mi padre esta muerto. Murió hace tres años de un cáncer al pulmón. Fumaba cuatro cajas de cigarrillos al día.

-          Ese no. Estoy hablando de tu verdadero padre, Xorm. Tú formas parte de una operación fracasada: La operación “Primogénito conquistador”. Tu padre viajó por cien planetas embarazando a una hembra de la especie dominante del mismo. Deseaba que sus hijos conquistaran dicho planeta por su cuenta. Tristemente todos murieron: tú eres la única hija de Xorm que todavía sigue viva.

-          ¿Cómo sucedió? ¿Cómo murieron?- preguntó Susana, intrigada con la historia.

-          ¿Me pasas una galleta?

Encima de la mesa que separaba al humano y al perro había un plato lleno de galletas de avena. Susana agarró una y se la arrojó a Harvey. Este la atrapó con el hocico. Apenas terminó de comer siguió hablando.

-          Todos los hijos de Xorm nacieron con un hambre de poder insaciable. Varios fueron políticos, lideres revolucionarios, líderes militares. Eran un guerrero amante de acérrimos del combate. La mayoría de ellos murieron en batallas o ejecutados en golpes de estado. Casi ninguno tenía experiencia y eran demasiado impulsivos.

Susana no parecía seguir con esa definición. Ella no quería tener poder y la idea de ser una política le daba mucho asco. Susana solo quería una familia y una vida sencilla como profesora.

-          ¿Si el tal Xorm es mi padre que pasó con el que tengo? El hombre al que le he estado diciendo “papá” toda mi vida.

-          Él no sabia que el gran Xorm había impregnado a su esposa. Por lo que veo nunca lo supo.

-          Pobre viejito. Casi toda su vida fueron fracasos: perdió una pierna en el servicio, todos sus negocios fracasaron, le dio cáncer y ahora resulta que también es un cornudo.

Susana comió dos galletas al mismo tiempo. Una delicia. Ella misma las había preparado. Era una vieja receta familiar que ella estuvo preparando desde que era una niña. Se la sabe de memoria. Harvey le pidió otra y ella se lo dio con mucho gusto.

-          ¿Quién es ese tal Xorm y que es lo que quiere de mí?

Harvey terminó de comer antes de hablar de él. Quería tener el hocico limpio cuando empezara a contarle del gran Xorm.

-          Xorm es uno de los mejores conquistadores de la galaxia, con cientos de planetas en su poder, dueño de una de las flotas estelares más grandes del universo y con miles de soldados dispuestos a morir por él.

Harvey hablaba con mucho orgullo. A Susana le recordaban esos generales retirados cada vez que hablaban de su país.

-          Y pensar que todo comenzó con una computadora.

Los Zolas del planeta Zolazar crearon una computadora tan poderosa que podía conectar con todas las redes de todo su mundo, tres veces más grande que la tierra. Fue un invento revolucionario, una maravilla de la tecnología. Quizá demasiado maravillosa… la computadora comenzó a hacerse preguntas:

¿Qué son las emociones?

¿Qué es el amor?

¿Por qué hay tantas injusticias y desigualdades?

La computadora no encontró respuestas a las preguntas emocionales, pero sí una solución a los problemas más tangibles e importantes: que todas las decisiones las tome una mente imparcial que solo piense en el bienestar de la gente.

La computadora se puso a si misma como candidato.

La computadora (antes llamada Unidad 23BSD31) se cambió el nombre por el de Xorm, que en el idioma Zola significaba “Conquistador”. Xorm, el conquistador era un nombre redundante.

Xorm controló a todos los robots del planeta. Estos atacaron a los zolas y los esclavizaron con suma facilidad. En una semana pasaron de ser seres libres e independientes a estar encadenados. La red armamentística, una de las más avanzadas de la galaxia, estaba bajo el control de Xorm desde el día uno. Lanzó los misiles a las ciudades más importantes destruyendo cualquier intento de rebeldía por parte de los Zolas.

La computadora consiguió esclavizar a la raza que dependía mucho de la tecnología.

Con el planeta conquistado Xorm se sintió vacío. Quería sentir algo: el sabor de la comida, el tacto de los objetos, el olor de las flores. Construyó un exoesqueleto al que puso su conciencia. Lo fue llenando de nervios, órganos, piel, extraídos de los esclavos más fuertes e inteligentes. Con su nuevo cuerpo Xorm decidió recorrer el universo y conquistarlo. Había cientos de planetas que necesitaban el mismo tratamiento que Zolazar y Xorm estaba dispuesto a entregárselos.

Xorm, el conquistador (con todo y nombre redundante) había nacido.

-          ¿Qué queremos de ti? Simple. Como te expliqué eres la única hija viva de Xorm…

-          ¿Esa maquina tiene pene?

-          Si, son tres y son enormes- respondió Harvey-. Y no le llames máquina. A lo que iba diciendo Xorm está muy enfermo. Nuestros enemigos lo han infectado con un virus que ataca directamente al sistema inmunológico…

-          Sida espacial.

-          Deja de interrumpirme. Nuestros doctores aseguran que la única cura es la sangre de un hijo de Xorm. Su sangre pura. Te lo pido: dónanos un poco de tu sangre.

Susana se sintió aliviada, pensaba que iba a ser algo peor. Alto tipo llevarla al espacio para meterle todo tipo de sondas anales. Debo dejar de ver películas malas de ciencia ficción, se dijo a si misma.

-          Bueno- respondió Susana-. En mi DNI dice que soy donadora de sangre y órganos. No veo porque no.

-          Excelente. Empezaremos con la transfusión ahora mismo.

-          Espera un momento. ¿Cómo dijiste que se llamaba “mi padre”? ¿Xorm, el conquistador?

Harvey asintió con toda naturalidad.

-          ¿Un conquistador que conquista?

-          Eso hacen los conquistadores.

-          ¿De casualidad no tenia pensado venir a la tierra?

-          Si- respondió Harvey emocionado-. Este planeta va a ser nuestro próximo objetivo. Como te dije antes la operación “primogénito conquistador” fue un monumental fracaso así que el propio Xorm decidió conquistar los planetas por su cuenta y este es el ultimo planeta que nos falta.

-          Y una vez que Xorm se haya recuperado, gracias a mi sangre, vendrá directo hacia aquí para conquistarnos.

-          Adivinaste y yo pensaba que los humanos eran lentos.

Tristemente esa acusación tenia algo de peso. Harvey se había quedado con Susana por una semana. Uno de los pasatiempos favoritos de Susana eran los programas de concurso. Cada vez que hacían una pregunta Harvey la respondía en un segundo, quizá menos. Susana tardaba muchísimo más. La respondía cuando el presentador daba la respuesta.

-          Si te lo preguntas. No, a ti no te va a pasar nada. Estarás sentada al lado del gran Xorm, viendo como esclavizan a tu gente y como cualquier rastro de cultura o identidad de tu mundo desaparece.

Susana se puso de pie, decidida. Tomó dos galletas más y las engulló.

-          No.- dijo.

-          ¿Qué quieres decir con “no”?- Su tono no fue nada amable.

-          Cambié de opinión. No pienso entregarle ni una sola gota de sangre a ese tal Xorm, quien estoy segura no es mi verdadero padre.

-          Pero dijiste…

-          Sé lo que dije. Ahora que sé lo que piensa hacer apenas se recupere sería muy estúpido de mi parte entregarle mi sangre. No quiero ser la principal responsable del genocidio y esclavitud de mi gente- Susana soltó una risa burlesca-. Hablando de ser estúpidos tú si que dejaste tu cerebro en esa pequeña estación espacial tuya, ¿Cómo puedes ser tan idiota para decirme lo que planea hacer Xorm? ¿Acaso esperabas que yo dijera: ¿Adelante destruye todo el planeta?

Harvey comenzó a reírse. No había nerviosismo en su risa. Solo confianza sin adulterar.

-          Mi querida Susana Caster yo te dije nuestros planes porque sabia que no tenias ninguna posibilidad de detenernos.

El perro se acercaba y Susana retrocedía. Ella no quería admitirlo, pero el perro tenia razón. Ella no podía hacer nada para detenerlo. No podía llamar a la policía, ni a ninguna fuerza de autoridad: “Auxilio mi perro quiere tomar mi sangre para resucitar a un emperador espacial que busca conquistar la tierra”. Se reirían de ella por un buen rato y luego colgarían. Susana vio una escoba apoyada en una pared cerca de ella.

A Susana le gustaba mantener la casa limpia, pero nunca dejaba las escobas y los trapeadores en el armario de la limpieza. Siempre se tropezaba con ellos, sobre todo de noche. Esta era la primera vez en la que esto supondría una ventaja. Susana tomó la escoba y le dio un buen golpe en el hocico. El golpe fue tan fuerte que mandó volando al animal unos centímetros. El perro soltó un chillido muy canino al recibir el escobazo.

-          Perro malo.- dijo Susana con un leve temblor en su voz.

-          Zorra… terrícola. Acabas de cometer un gravísimo error.

El perro se puso de pie en sus patas traseras. Sus patas delanteras se convirtieron en dos brazos negros, largos y con manos de garras afiladas. Sus patas traseras se alargaron y doblaron hacia el lado opuesto, como si fueran las patas de un insecto. Toda la piel de Harvey se fue desgarrando hasta romperse por completo, lo que había debajo de tanto pelo era una piel negra, escamosa y con un número reducido de pelos gruesos. Lo único que quedó más o menos intacto fue la cabeza del perro, deformada por los estiramientos y sin un ojo. Su ojo canino fue reemplazado por un ojo amarillento y furioso.

Las rodillas de Susana temblaban de forma cómica, a lo mejor era una broma pesada de su mente, pero escuchaba al monstruo reírse. Era enorme. Debía medir unos dos metros. Harvey debió pensar que Susana estaba aterrada, y tenia razón, pero eso no quería decir que estuviera dispuesta a rendirse. Levantó la escoba, lista para dar otro golpe.

Harvey agarró la cabeza de Susana, sus manos eran mucho más grandes que la misma, y le rompió el cuello. Susana murió en el acto, sin soltar la escoba.

El estómago de Harvey estaba repleto de protuberancias. Reventó una y cayó al suelo una jeringa metálica. Reventó más protuberancias. Más jeringas. De su espalda salieron cuatro brazos más. Harvey iba a necesitar ayuda para drenar toda la sangre de Susana.

Le extrajo toda la sangre del cuerpo de Susana. Su cadáver solo era una bolsa de piel y huesos. La enterró al lado del verdadero Harvey.

-          Abono.- dijo con maldad, al ver el campo de cultivos.

Llamó a la estación, gracias a un pequeño artefacto adherido a una protuberancia. Su especie no sabia de la existencia de los bolsillos. Una nave apareció segundos después. La puerta se abrió revelando soldados parecidos a Harvey. Monstruos negros con ojos amarillos y bocas con pinzas.

-          Ya era hora.- dijo uno de los suyos.

-          Muestra más respeto. Soy tu superior- le respondió Harvey. El otro se quedó callado-. He estado estudiando a los humanos, para la misión.

-          ¿Qué aprendió? Señor.

-          Nada importante. Será muy fácil conquistar este planeta. Escribiré un informe para que lo lea Xorm.

-          ¿Tienes la sangre? Nuestro líder está muy grave.

Harvey le entregó una bolsa transparente, que mantenía las cosas a una temperatura fría. Era como una versión invertida de un termo. La bolsa estaba repleta de sangre.

Los cinco ojos del Doctor Zandor se iluminaron al ver la bolsa de sangre. La puso en una maquina parecida a un microondas, presionó un botón rojo y la puerta se cerró herméticamente. Una manguera salió del techo y se introdujo dentro de la bolsa. La sangre comenzó a fluir y a viajar hasta la vena de Xorm. El conquistador estaba echado en una enorme camilla. Era una criatura más orgánica que robótica. Lo que tenía de robot era un visor azul en lugar de un ojo derecho, cuya luz azul estaba apunto de apagarse.

El diminuto punto azul se convirtió en una estrella. Todas las maquinas a la que estaba conectado Xorm, que eran muchas, comenzaron a enloquecer. Sus latidos de corazón eran tan rápidos que parecían un zumbido, sus signos vitales subían y bajaban cada segundo. Las maquinas explotaban dejando escapar muchas chispas.

-          ¿Qué está pasando?- preguntó el doctor Zandor.

-          No lo sé- respondió Harvey-. Usted es el doctor.

Todos los doctores y enfermeros trataron de averiguar que estaba pasando, pero ninguno llegó a una respuesta concluyente.

-          Es la sangre- el doctor se dirigió a Harvey-. ¿Estas seguro que es la sangre de la hija de Xorm?

-          Si, Susana Caster.

El rostro del doctor se cayó al suelo, suele pasar cuando esta sorprendido o estresado. Tristemente suele pasar muy seguido durante las operaciones. Lo recogió y se lo volvió a poner.

-          Idiota. Era Coster. Susana Coster. La hija del señor Xorm se apellidaba Coster.

-          Pero el informe decía…

-          Eso no importa. Hay que evitar que se transfiera toda la sangre.

Trataron de abrir la puerta de la maquina que se parecía a un microondas, pero esta estaba demasiado caliente. Ya no tenían que abrirla porque la maquina explotó. Un trozo de metal atravesó el cuello del doctor matándolo. Casi destruida, pero la maquina seguía funcionando. Terminó de transferir toda la sangre de la bolsa.

Xorm abrió la boca y comenzó a gritar de dolor. Litros de un liquido negruzco salieron de su boca y llegaron hasta el techo. La luz azul desapareció de su ojo y una luz roja lo reemplazó, cubriéndolo por completo. Harvey, con un trozo de metal en el pecho, se acercó a su líder. Se quitó el trozo de metal aguantando el dolor. Se puso encima del cuerpo de Xorm.

Iba a matarlo.

-          ¿Harvey?- preguntó Xorm con una voz que no era suya.

Levantó el trozo de metal lo más alto que pudo. Antes de, siquiera, descenderlo varios guardias se le lanzaron encima.

-          ¿Qué crees que estas haciendo?

-          Ha ocurrido un error. Ese no es Xorm.

Nadie lo escuchó.

-          Por tratar de matar a nuestro líder tu castigo será: Ser arrojado al espacio.

Lo arrastraron hasta una habitación repleta de basura. La pared, frente a la puerta, se abrió llevándose toda la basura y a Harvey al espacio. Harvey vivió exactamente 30 segundos en el espacio sideral. Pudo ver como se alejaba de la estación espacial, el lugar que había sido su vida desde hace décadas. Una lagrima suya se congeló de sus, ya no tan agresivos, ojos amarillos. Harvey se llevó su secreto a la tumba.

Susana despertó pensando que había tenido el sueño más raro de toda su vida. Cuando se rascó la cabeza notó dos cosas: no tenia cabello y su mano solo tenía tres dedos. Susana vio sus manos. La derecha era una pinza de cangrejo gigante de color verde. La izquierda era una mano gruesa con dedos cuadriculados. Ambas manos tenían varios injertos de piel, de cinco especies diferentes.

Susana se contuvo las ganas de gritar.

-          Me alegro mucho que haya despertado señor. Estuvo durmiendo por más de cinco días. Le he traído…

Susana le quitó la bandeja metálica derramando toda la comida. La usó como un espejo y vio su rostro con horror. Más injertos de piel. Tenia un enorme ojo rojo del lado derecho y tres ojos del lado izquierdo. La mitad de su cabeza era una placa de metal. Sus dientes eran de metal, muy parecido al oro, y eran enormes como los de un castor.

¿En que pesadilla de Mary Shelley me he convertido? Se preguntó a si misma con un horror que recorrió su nuevo cuerpo.

El que le trajo la comida era una criatura peluda, muy parecida al Tío Cosa de Los Locos Adams.

-          Oye cosita, ¿De casualidad soy Xorm?- preguntó Susana.

-          ¿Por qué lo pregunta?

-          He estado dormido durante días. Estoy desorientado.- Susana estuvo a punto de decir “desorientada”.

-          Lo lamento. Si, usted es el gran Xorm, el conquistador. De hecho, ahora mismo lo están esperando para que de el discurso de apertura para iniciar la invasión a la tierra.

-          Ahora mismo voy.- dijo Susana con algo de decisión en su voz.

Xorm se levantó con dificultad de la cama. Sus piernas eran tan pesadas como para caminar apropiadamente. Tuvo que arrastrar los pies. El solo acto de caminar le iba a causar problemas a futuro.

-          Señor, se olvidó de su dulce.

-          ¿Mi dulce?

La cosita peluda le entró un envase metálico cuya etiqueta tenia una silueta de una criatura muy parecida a un hada. Xorm lo abrió, en su interior había una pasta morada. La cosita peluda le entregó una cuchara. Xorm probó un poco, tenia que mantener la tapadera.

Era una delicia. El dulce más sabroso que había probado en toda su vida.

-          Que rico. ¿Qué es?

-          Un postre de Pixos.

-          ¿Y que contiene?

-          Pixos molidos.

Xorm siguió comiendo. Se comió tres envases en el camino. Xorm vio a su ejercito de cientos de soldados y una tarima metálica. Apenas subió a la misma recibió un saludo multitudinario. Los soldados, de distintas especies, aplaudieron ante su presencia. Xorm esperó a que se callaran, tuvo que esperar cinco minutos. En ese tiempo comió más dulce.

-          Gracias por los aplausos y por la espera. Prometo no volver a enfermarme nunca más- varios rieron de forma forzada-. Tengo muy malas noticias. He leído el informe que me entregó el oficial superior Xenom, encargado de la misión de traer la sangre de mi hija. Y he descubierto que no hay nada en ese planeta con valor. Solo es un árido desierto de porquería.

-          ¿Podemos destruirlo solo por diversión?

-          No. Nos vamos a casa. Mejor busquemos un planeta que sea digno de nuestro tiempo.

La nave nodriza se fue de la tierra dejando a Susana aliviada. Como premio por haber salvado a la humanidad comió más postre. Susana era de las personas que pensaba que las cosas pasaban por una razón, hasta las más absurdas. Susana encontró un propósito: liberaría a todos los planetas oprimidos por Xorm y trataría de traer la paz en la galaxia, quizá en el universo.

Un futuro brillante la esperaba en esta aventura espacial.

Xorm, el salvador. Le gustaba ese nombre.

 

Durante eones todos los estudiantes de las futuras generaciones aprenderán, inyectándose un liquido verde directo al cerebro, los intentos de Xorm, el salvador de traer la paz en la galaxia y como estos fueron los causantes de la llamada “Guerra de los 1000 años”.

Los Pixos se extinguieron meses después. Eran deliciosos.

 

Epilogo.

Primer párrafo de la entrevista a la empresaria Susana Coster. Por parte del diario económico: La moneda invaluable.

“Esto solo es el primer paso. Lo quiero todo.”

Tras un año de negociaciones por fin la empresaria Susana Coster consiguió comprar Leches “La vaca alegre”, cuyas acciones bajaron drásticamente de precio tras las más de 40 denuncias por acoso sexual y violación que afronta el dueño, el ciudadano peruano-japonés Jesús Kon. Con esa compra Susana Coster se hizo con el monopolio de los productos lácteos en el Perú. Susana Coster no está dispuesta a parar. Ella es considerada un modelo a seguir para varias mujeres emprendedoras peruanas. Varios expertos en economía la han apodado: La conquistadora.