El escritor de terror Hammer Galbright (seudónimo de Alejandro Joy) fue encontrado muerto en su casa de playa ubicada en Asia. El autor de “El laberinto del terror”, “El despertar de la bestia”, “Monstruosa abominación”, entre otros fue asesinado. La policía lo encontró bocabajo con el estomago abierto y los intestinos rodeando su rostro desfigurado. La policía sospecha que el asesino es un fan acérrimo del prolífico escritor. Ya que su muerte es igual a la de Alejandro Martínez, el fotógrafo que muere en las primeras páginas de “El laberinto del terror”. La policía continua con las investigaciones.
Alejandro estaba
echado en el asiento trasero de un auto blanco y sucio. El auto estaba en medio
de la nada, al lado de un gigantesco poste de luz. Estaban en una carretera que
parecía ir al infinito, a ese lugar Alejandro se dirigía. Alejandro había
manejado mas de doce horas sin descanso. Su cuerpo no podía más. Cerró los ojos
unos segundos y casi se choca con un camión. No encontró ningún hospedaje así
que decidió tomar una siesta en su auto.
“Solo serán unas horas”, se dijo. Alejandro
durmió tranquilo pensando en que su huida había sido exitosa y que estaba a
salvo. Se encontraba en medio de la nada. Nadie podía hacerle daño.
Eso creía.
Una persona estaba
colgada debajo de su auto, viajando de polizón sin que el conductor se diera
cuenta. Cortó los cables y se dejó llevar por la gravedad. Se golpeó la espalda.
Dio un par de vueltas para salir del auto. No sentía los brazos ni las piernas.
Era un tronco humano. La persona estuvo echada en medio de la pista durante
media hora esperando a que el entumecimiento de sus extremidades desaparezca.
Rezaba para que ningún
auto pase y la convierta en un tubo de pasta de dientes aplastada. Apenas
recuperó la movilidad se puso de pie y caminó hacia el auto. Acercó la cara por
la ventana para ver a Alejandro, quien dormía sin molestar a nadie.
Molestaba a la
persona.
La persona usaba un
pantalón negro, una chompa negra y un pasamontaña negro. Era una sombra. Pensó
en romper la luna con una piedra cuando notó que esta estaba semiabierta. Uno
de los varios defectos del auto, junto con el motor ruidoso y el exceso de humo
que expulsaba el tubo de escape (eso ultimo lo sufrió la persona en carne
propia). Metió la mano por la ventana y el quitó el seguro a la puerta. La
abrió. Sacó un cuchillo y se introdujo dentro del auto.
Los asientos traseros
eran demasiado pequeños para los dos.
Alejandro sentía una
presión innecesaria en las piernas. Le incomodaba. Abrió los ojos y se encontró
con unos ojos oscuros y una lengua humedeciendo unos labios sonrientes. La
sombra tenia un cuchillo en la mano. Le persona intentó atacar a Alejandro,
pero este consiguió evitar el ataque agarrando ambas manos. La empujó hacia
atrás. La persona no dejaba de amenazarlo.
- Voy a matarte, me bañaré en tu sangre, devoraré tu carne y le daré de comer tus tripas a mi perro. Destruiré todo lo que amas, te arrancaré los ojos con los dientes, me orinaré en tu cadáver agusanado…- Alejandro me mostró un arma- te dejaré en paz, no te haré daño, me iré a ver si ya puso…
- Cállate.- le ordenó Alejandro.
- No sabía que tenías un arma.
La persona comenzó a
reírse. Su era macabra, propia de alguien que amenazaba a otra persona con
darle de comer sus tripas a su perro.
- Yo también tengo un arma. Lo olvidé.
La persona comenzó a
revisar los bolsillos de sus pantalones. No había ningún arma. El pasamontaña
se estaba humedeciendo por el sudor.
- No tengo ningún arma- levantó las manos y soltó el cuchillo-. Creo que estoy a tu merced.
- Quítate la máscara, quiero ver a la persona a la que voy a matar.
La persona se quitó
la máscara. Era una chica con cabello corto negro, de mirada penetrante y una
nariz aplastada. Alguien se la había roto de un golpe hace poco tiempo. Sus
labios expresaban una eterna expresión de desagrado.
- No sé quién eres y no me interesa- Alejandro bostezó-. No me gusta que me despierten a mitad de la noche, en especial cuando no he dormido nada en 24 horas.
La chica estaba
pensando en un plan.
- Sube al auto y conduce. Solo sigue de frente. Vas a ser mi rehén desde ahora.
La chica obedeció. El
auto avanzó lentamente. Sintió una presión en la cabeza. Era el cañón de la
pistola. Solo tenia una capa de hueso que protegía su cerebro de unas balas tan
rápidas que apenas podía verlas.
- Intenta algo chistoso y te mato.
Alejandro odiaba a la
chica, había interrumpido ese sueño que tanto necesitaba. Pensó en matarla y
continuar durmiendo.
¿Dormir al lado de un
cadáver?
No podía hacer eso.
El olor sería insoportable. Obligar a la chica a manejar era una pésima idea.
Ahora tenia que vigilarla, lo que significaba que debía mantenerse despierto.
La chica se puso a
cantar una canción. Su voz había sufrido una metamorfosis, cuando lo amenazaba
su voz era una tortura para los oídos, pero al cantar su voz se convertía en
una belleza que lo relajaba.
- ¿Qué estás haciendo?
- Estoy cantando, ¿Te gusta?
- Cállate. Solo conduce.
- Siempre canto cuando conduzco- era una vil mentira-. Si no lo hago me pongo nerviosa y no te gustaría verme nerviosa mientras conduzco.
La chica soltó el
volante y el auto se puso a patinar por el mismo carril. Alejandro abrazó su
arma como si fuera un amuleto de la buena suerte. Estuvieron a punto de choca
con una tumba de una persona desconocida, había varias en ambos lados de la
carretera. La chica giró el volante con precisión regresando al auto a la
carretera.
- ¿Qué diablos pasa contigo?- gritó furioso.
- Ya te lo dije, si no canto nos vamos a la mierda. ¿Puedo cantar?
Alejandro no
respondió, solo se acomodó en el asiento trasero. La chica continuó con su
canto. Era una canción de cuna que su abuela le cantaba todas las noches antes
de dormir. Con su canto era suficiente para mandarla a dormir ocho horas
diarias. Cuando su abuela murió de un paro cardiaco (muchos picarones con miel)
la chica no pudo dormir mas de cuatro horas seguidas.
La presión en su
cabeza desapareció. Escuchó el sonido del arma cayendo al suelo. La chica
sonrió con malicia, se agachó y recogió la pistola. La chica siguió manejando.
Tomó otro carril.
Alejandro estaba
soñando que estaba en una playa soleada hasta que vino un tsunami y lo destrozó
todo. Alejandro pudo sobrevivir, solo para ver que otra ola gigante se le venia
encima. Alejandro sintió el agua golpeando su cara. Despertó viendo una escena
familia: el cañón de su arma apuntando, esta vez en su cara. La chica sonrió,
tenia unos dientes de conejo. Estaba comiendo una hamburguesa con mucho
kétchup. Tenia la boca tan roja que daba la impresión que en lugar de comerse
una hamburguesa le hubiera dado un mordisco a una vaca viva.
Alejandro se quedó
quieto y callado al ver la pistola balanceándose en los dedos de la chica.
- He decidido tomar un desvío. Tu quieres salir del país y yo no quiero salir del país, simple- la chica le dio otro mordisco a su hamburguesa, no había comido nada en un día. A sus ojos esa hamburguesa venia del cielo y no de un restaurante barato con carne cuestionable-. Tú y yo vamos a ir a un funeral.
Por un segundo Alejandro pensó: “Tú y yo
iremos juntos a un funeral: al tuyo. BANG”
La chica terminó su
hamburguesa y arrojó la envoltura por la carretera. Los postes de luz eran
pilares que alumbraba su camino a su perdición, y la chica era la mensajera que
llevaría a Alejandro al infierno.
- Te pareces mucho a él.- comentó la chica. Esas cinco palabras bastaron para que Alejandro regresara a la realidad, prefería sus fantasías infernales.
- ¿De que estas hablando?
- A Hammer Galbright, el autor de horror. El que murió.
- Soy su hijo.- confesó Alejandro.
- Eso ya lo sé.- le dijo la chica haciendo que Alejandro levante la cabeza del asiento-. También sé que fuiste tu el que lo mató.
¿Cómo pudo suceder?
Alejandro se aseguró
de que el crimen fuera seguro, que nadie pudiera verlo hasta que se fuera del
país. Alejandro lo recordaba todo. Una astilla se le incrustó en su nudillo
cuando tocó la puerta de madera de la casa de playa de su padre. Este le
recibió con desdén, muy habitual de su parte.
Sin saludarle le
preguntó:
- ¿Cuánto quieres?
Alejandro lo miró con
odio.
- No me mires así. Habla rápido, ¿Cuánto quieres?
Alejandro no
respondió.
- Tengo mucho trabajo. Si has venido para hacerme perder el tiempo entonces lárgate.
Antes de cerrarle la
puerta en la cara susurró:
- ¿Cómo pude fallar dos veces como padre?
Alejandro se
convenció con esas palabras. Su padre debía morir. Le mostró una pistola, eso
bastó para que lo dejara entrar. Hammer se resbaló con su propia alfombra
lastimándose la espalda. Los dos escucharon el crujir de sus vertebras.
Alejandro sacó una jeringa. Intentaba mantener una carencia de expresión, pero
una sonrisa despiadada se le escapaba. Le inyectó el liquido transparente en la
pierna a su padre.
Hammer Galbright se
quedó dormido en un sueño muy profundo. La fecha limite era en dos semanas y le
faltaban 100 paginas por escribir.
Hammer despertó, le
pesaban los ojos y le dolía la cabeza. No tenia idea de cuanto tiempo estuvo
durmiendo. Pudieron ser minutos o horas. Se dio cuenta con horror donde estaba.
Hammer Galbright estaba colgado bocabajo como un jamón, amarrado de los
tobillos con unas gruesas cuerdas. El sótano se veía muy diferente cuando lo
miraba de cabeza.
Su hijo estaba
sentado en una silla vieja con un cuchillo en la mano. Era un cuchillo de
cocina con escarchas de colores en la misma. Era muy parecido al cuchillo que
usó el asesino de la novela “El laberinto del terror”. La máscara también era
la misma.
- ¿Recuerdas esto papá?
- Desgraciado. Bájame de aquí.
- Así murió uno de tus personajes- dijo Alejandro con un odio ardiente. Le dolía la garganta de solo hablar-. ¿Cómo se llamaba tu personaje? Ya me acordé. Se llamaba Alejandro. Como tu hijo. ¿Cómo crees que…?
- Si te vas a poner a llorar porque le puse tu nombre a uno de mis personajes ve al cementerio. La tumba de tu madre debe estar por ahí. Si tanto quieres matarme hazlo de una vez. No me cuentes tus estupideces porque no me interesan.
- Eres mi padre, mis estupideces deberían interesarte.
- No soy tu padre, maldito bastardo…
El cuchillo cortó las
palabras de su padre. Alejandro cortó el cuchillo de su padre. La sangre bañó
su cara. Hammer Galbright intentó hablar, pero cada intento solo llenaba sus
pulmones de sangre. El padre de Alejandro murió quince segundos después de que
su hijo dibujara una línea en su garganta.
Alejandro hizo
distintos cortes en su cara. Le abrió el estomago y retiró los intestinos de su
viejo. Con sus tripas amarró el cuello de su padre como si fuera una grotesca
chalina.
Se dio una ducha,
puso su ropa en una bolsa de basura y se cambió poniéndose algo de la ropa de
su padre. Salió de la casa de playa mucho más contento, se había quitado un
peso de encima.
Ahora tenía que hacer
un gran viaje.
- ¿Cómo lo sabes?- le preguntó Alejandro con la boca reseca. La chica le pasó una botella de agua. Alejandro tomó un gran trago.
- Yo estuve ahí.- le contesto la chica.

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