Agatha sentía como el extraño liquido verde ensuciaba su ropa y sus zapatos. Ella se movió un poco y la niña hizo más presión en su abrazo, como si no quisiera que su escapase. La niña lloró con más fuerza haciendo que Agatha se pusiera más incómoda. Tanto Anthony, como Gloria se aguantaban la risa.
- Todo esto es una puta mierda.- dijo la niña entre sollozos.
Su nombre era Karina Arévalo,
tenía siete años y murió de un ataque al corazón. No gracias al exceso de
grasas y cigarrillos, sino a una terrible enfermedad hereditaria que su familia
tenía. No era la única que la había sufrido. Su hermano Joaquín también murió
de un ataque al corazón. Tenía 15 años.
La niña estaba
llorando por más de diez minutos, para Agatha fueron diez años. Jamás había
sido muy buen tratando de consolar a una persona desdichada, mucho menos a una
niña. Aun así, decidió intentarlo.
- Descuida, dentro de unos años tus padres se reunirán contigo y juntos serán una familia feliz.
Ese comentario
desatinado aumentó aún más el llanto. Tanto su ropa, como sus zapatos quedaron
inservibles. Las manchas de ectoplasmas (fluidos fantasmales) son imposibles de
quitar.
- Oye, Agatha- comentó un malicioso Anthony-. Este ha sido un mal momento para estrenar tu ropa nueva, ¿No?
- Vete al diablo.
El agarre fue
perdiendo fuerza hasta que la niña soltó a Agatha. Gloria Beltrán le pasó un
pañuelo, que ella tornó verde apenas se limpió la cara. Había venido por una
razón, y no estaba relacionado con su llanto. Tras morir ella decidió quedarse
en casa, acompañando a sus padres, cuyas vidas trataban de recomponer a base de
salir seguido de casa: Visitas al cine, al teatro, clases de baile, clases de
piano, clases de tejido, clases de arte, voluntarios en albergues, cualquier
cosa que los mantenga alejados de casa.
La muerte de dos
hijos no es algo de lo que te recuperas con facilidad.
Joaquín, quien
también se quedó en casa, aprovechó las constantes salidas de sus padres para
apoderarse de la casa. Se alió a una pandilla de fantasmas, que murieron en un
tiroteo con la policía. Ellos se enorgullecían cada vez que contaban como se
habían llevado a tres policías con ellos. La pandilla se mudó a la casa de
Karina Arévalo causando todo tipo de desastres. Cada vez que sus padres
regresaban encontraban la casa hecha un desorden, con polvo en el suelo y las
sillas apiladas encima de la mesa.
Karina sabía que no
podía resolver esto sola, necesitaba ayuda. Encontró un anuncio de “F.G.S.A”
encima de un volante de un niño desaparecido. La frase “Ayudar a los fantasmas”
captó su atención. Se llevó el anuncio y fue volando a visitar a Gloria Beltrán.
Entre los cuatro
acordaron que el 31 de mayo iban a ser la fecha en el que Agatha y Anthony iban
a echar a esos delincuentes de la casa. El 31 de mayo era el aniversario de los
padres de Karina y Joaquín, 25 años de matrimonio. La tradición era irse al
Cusco por una semana, lugar donde el futuro marido le propuso matrimonio a la
futura esposa.
La casa era de dos
pisos, pequeña y acogedora. El primer piso estaba cubierto de mayólicas
marrones, mientras que el segundo piso estaba pintado de blanco. La puerta era
de madera y había una ventana al lado de la puerta, con una bella cortina
purpura. Karina abrió la puerta y los tres entraron. Aun siendo el escenario de
muchas tragedias el interior tenía un aire cautivador. Las paredes estaban
pintadas con colores cálidos: amarillo y durazno. Los muebles eran blancos, y
las paredes estaban adornadas con varios cuadros familiares.
La niña volvió a
llorar. Agatha se escondió detrás de Anthony.
Anthony informó que las
pareces estaban recién pintadas.
- Yo solía pintar las paredes. Pintaba flores y animales. No lo hacía tan mal, mi padre me animaba diciendo que tenía madera de artista.- informó la niña.
Agatha se sintió
incomoda al respecto. Sudaba y le escocían los ojos. Deseó que algo ocurriera y
que rompiera toda esta tensión. Escucharon el sonido de algo rompiéndose en la
cocina.
- Gracias.- dijo Agatha en voz baja.
La pandilla estaba
ahí dentro. Joaquín y otros cinco malandrines que no tenían nada mejor que
hacer con sus vidas eternas. La gran mayoría de los fantasmas que conoció
Agatha fueron muy amables. Ella les ayudaba lo máximo que podía, y ellos le
contaban todo tipo de historias (agradables, divertidas, trágicas y oscuras).
Sin embargo, estos espectros causaban un enorme malestar en Agatha. Los cinco
estaban flotando alrededor de una mesa con las sillas apiladas.
Los cinco tenían una
apariencia amenazante, si estuvieran vivos lo más probable es que fueran más
altos que ella. Todos tenían cortes en el rostro, causados por una vida de
peleas callejeras. Agatha no era una heroína de película de acción. Apenas
podía levantar una pierna para dar una patada.
Agatha se sentía
vulnerable ante esos espectros.
Anthony le chasqueó
los dedos en la cara Agatha.
- Necesitamos a la experta en comunicaciones - le dijo Anthony, quien ocultaba mejor su nerviosismo. Estaba grabando a los objetos flotantes con su celular-. Fascinante.
Uno de los fantasmas
un sujeto de larga cabellera con trenzas estaba haciendo mal abalares con las
tazas. Otro, un calvo muy alto, le iba arrojando más cosas, algunas una taza
cayó al suelo. Agatha la atrapó lanzándose al suelo como un jugador de futbol
americano tratando de atrapar una pelota.
La ausencia de ruido
hizo que los fantasmas se dieran cuenta de la existencia de Agatha y Anthony.
Karina se lo hizo saber a su hermano.
- Mira lo que acabo de traer.- le comentó Karina. Esperando que la presencia de Agatha y Anthony cause miedo en Joaquín.
Su hermano en
entendía nada. Solo veía a una chica tratando de ponerse de pie y a un sujeto
con un celular.
- ¿Quiénes son estos imbéciles?- preguntó su hermano con amargura.
- Estos imbéciles son dos expertos en los paranormal. Los van a echar de aquí inmediatamente.
El líder de la
pandilla (cuando estaban vivos y cuando estaban muertos) se acercó a toda
velocidad hacia donde Karina estaba parada, mucho más decidida y desafiante que
los llamados expertos en lo paranormal.
- Agradece que no golpeamos a niños. Será mejor que te largues a jugar con tus muñecas, o alguna mierda por el estilo y llévate a tus amigos si no quieres que los lastimemos.
Ni Karina, ni sus
“amigos” se movieron. Ella se dirigió a su hermano.
- Se los pedí. Se los supliqué. Váyanse por favor. Están destrozando las cosas de nuestros padres.
- Ellos dejaron de ser mis padres cuando morí- esbozó una sonrisa maligna-. Ahora soy independiente. Solo nos estamos divirtiendo a expensas de unos ancianos que no pueden hacer nada para detenernos.
Para probar su punto
arrojó una licuadora al suelo. El vaso de plástico rebotó y algunas piezas del
motor de separaron de su lugar. La licuadora quedó inservible.
La niña suspiró.
Retrocedió hasta salir de la habitación y cerrar la puerta. Sacó la cabeza por
la puerta y dijo:
- Ustedes háganse cargo.- Agatha y Anthony escucharon con horror como la niña le echaba seguro a la puerta.
Los expertos en lo
paranormal estaban encerrados con los espectros.
Agatha tenía tanta
sed que un vaso de agua en el envase de la licuadora sería una maravilla
descomunal. Ella dejó de pensar en el agua y se enfocó en los fantasmas. Tenía
que deshacerse de ellos.
La pregunta es:
¿Cómo?
No le quedó otra que
improvisar.
Ella dio el primer
paso. Los fantasmas no habían visto a una mujer en años, y alguien tan promedio
como Agatha bastó para encender sus hormonas. Comenzaron a piropearla, con
comentarios cada vez más ofensivos y desagradables. Agatha enrojeció ante la
combinación de palabras que entraban por sus oídos. Trató de ser civilizada y
no mandarlos a la mierda.
Algo mucho más
difícil de lo que pensaba.
Los fantasmas
encontraron a la chica atractiva; el chico, por el otro lado, podía morirse si
quería.
- Buenas tardes- saludó Agatha pensando que un saludo podría servir-. Mi nombre es Agatha Beltrán y él es…
Agatha no pudo
continuar porque uno de los espectros les arrojó una taza. Los dos se agacharon
al mismo tiempo esquivándola. El ruido que causó al romperse fue el mismo de
una granada. Anthony reaccionó furioso, agarró la taza que Agatha había puesto
encima de la mesa y la arrojó al aire. Anthony no podía ver a los fantasmas, no
supo si le había atinado o no.
- ¿Qué estás haciendo?- le increpó Agatha.
- Ellos comenzaron… ¿Al menos le di?
- Son fantasmas. No los podemos lastimar con objetos físicos. Tenemos que…
Nuevamente volvieron
a interrumpir el discurso de Agatha. Uno de los fantasmas le arrojó una
tortilla en la cabeza. Agatha, enfadada, tomó la tortilla y la arrojó de
regreso a los fantasmas.
- ¡Oigan!, ya escucharon a la niña. Váyanse de aquí o sino…
Joaquín voló hasta
estar frente a frente con Agatha. Estaba tan cerca que ella pudo contar cuantas
pecas tenían en la cara. Era un muchacho con las mejillas infladas (parecía una
ardilla acumulando bellotas para el invierno) y ojos pequeños, estos estaban
ocultos ante la grasa de las mejillas.
- ¿Y si no nos vamos, que harán?
Ninguno de los dos
respondió. Agatha miraba a Anthony y viceversa, como si dos estudiantes
intentaran copiar los exámenes del otro; y ninguno de los dos supieras las
respuestas correctas.
- Así es. Nada.
Entre todos
levantaron a Agatha como si fuera una celebridad en un concierto. La levantaron
hasta que su cabeza chocó con el techo. Ella intentaba moverse, pero los
fantasmas la tenían bien agarrada. Los fantasmas la lanzaban hacia arriba, el
cuerpo de Agatha chocaba contra el techo y la atrapaban. Entre todos se
pusieron a dar vueltas sobre el mismo eje mareando a Agatha.
- ¡Ayúdame Anthony!- exclamó desesperada.
Los fantasmas la
imitaron con un tono más burlón. Anthony agarró lo primero que estuvo en su
alcance: un tarro de sal. Lo arrojó con fuerza. El tarro estaba a medio abrir.
Este atravesó a uno de los fantasmas y le dio en el hombro a Agatha, dejándole
una marca que se quedará con ella por semanas.
- Muchas gracias, inútil.- dijo Agatha.
La sal se derramó en
el rostro de uno de los fantasmas. Agatha lo vio y exclamó un grito. Los
fantasmas la soltaron como el si fuera una muñeca de trapo. Agatha cayó encima
de la mesa lastimándose la espalda. Anthony solo vio un cuerpo descender
gracias a la fuerza de la gravedad. Antes de que pudiera si quiera decir “Ouch”
los demás fantasmas la volvieron a agarrar; dos agarraron sus axilas y otros
dos sus piernas. Uno abrió su mano con suma facilidad e introdujo un cuchillo
en su palma. Cerró la mano. La levantaron como si fuera una marioneta. Su
cuerpo flotaba unos centímetros del suelo.
Agatha se acercó a
Anthony moviendo el cuchillo de un lado a otro. Los seis titiriteros manejaban
la marioneta a su antojo. Anthony esquivaba los intentos de apuñalamiento. Eso
no evitaba que recibiera uno o dos cortes. “Lo siento”, susurraba Agatha con
una voz quebrada por el miedo. Anthony no tuvo más espacio para retroceder. Su
espalda chocó contra la puerta. Agatha levantó el brazo lo máximo que pudo y el
cuchillo avanzó con suma velocidad y chocó contra la pared hundiendo la
cuchilla hasta la mitad, muy cerca de la cabeza de Anthony.
Este tocó la puerta
con sus nudillos. La puerta se abrió. Los fantasmas levantaron a Agatha y la
pusieron en posición horizontal como si fuera un tronco, listo para usarse para
abrir una puerta. Los fantasmas hicieron un conteo: Tres, dos, uno.
Y arrojaron a Agatha.
Ella colisionó con
Anthony, quien tenía los brazos abiertos listo para atraparla. Ambos chocaron
mutuamente y salieron bruscamente de la cocina. Anthony también se lastimó la
espalda.
La cabeza de Joaquín
atravesó la puerta.
- Y no regresen. Si lo hacen no seremos tan amables.
Se paso el dedo por
el cuello e hizo un ruido que implicaba que les iba a cortar la cabeza. Anthony
y Agatha entendieron el mensaje y salieron de la casa, ignorando los quejidos
de Karina.
- ¿Eso es todo? ¿Van a rendirse así no más?- preguntó irritada.
No respondieron. Karina
se puso a insultarlos: “Cobardes”, “cerdos”, “maricas”, “idiotas”, “imbéciles”,
“eyaculaciones accidentadas”.
Ese último si captó
la atención de los dos.
- ¿No tiene como siete años?- le preguntó Anthony a su compañera.
Agatha se frotaba la
espalda con la mano (lo que podía alcanzar). Respondió:
- Yo apenas aprendí que era una eyaculación hasta recién entrada la adolescencia. Siempre pensaba que los hombres se ordeñaban solos.
Cinco días después.
Agatha y Anthony
regresaron a la casa. Karina estaba sentada en uno de los escalones. Cuando los
vio su expresión pasó a la sorpresa a la decepción.
- ¿Qué quieren?- preguntó con una voz sollozante.
- ¿Siguen ahí?- preguntó Agatha con un tono serio y profesional.
La niña asintió. El
solo pensar en el estado de su casa la hizo volver a llorar.
- Lo están destruyendo todo.
Entraron a la casa.
Karina recién se dio cuenta de las pesadas mochilas y en la joroba que se le
formando a Agatha en la espalda. La casa parecía abandonada. Las paredes
estaban pintadas; los muebles, rasgados con un tenedor; los cuadros tenían al
padre diciendo: “Soy un estúpido” y a la madre chupando una verga blanca (el
que la dibujó añadió el detalle de las venas).
Agatha levantó la
boca de la aspiradora, conectada a su mochila. Presionó un botón rojo y la sal
comenzó a salir. Anthony hizo lo mismo. Rociaron de sal toda la sala, el
dormitorio, el baño y el resto de la casa. Lo hicieron con el máximo sigilo
posible. Los fantasmas estaban en la cocina, su lugar predilecto.
Ambos estaban parados
frente a la puerta. Anthony agarró la mano de Agatha y le hizo una señal de
asentimiento. Le estaba diciendo que iba a estar con ella hasta el final.
Agatha le dio una patada a la puerta. Esta se abrió suavemente. Los fantasmas
estaban jugando con el microondas, calentando un zapato. Joaquín se dio cuenta
de la presencia de una iracunda Agatha. Esbozó una sonrisa diabólica al verla.
- ¡Chicos! Nuestros juguetes preferidos regresaron- los demás dejaron de prestarle atención al microondas para enfocarse en las indeseables visitas.
Agatha ignoró las
burlas y los piropos. Estaba tan enfadada con ellos que si estuvieran vivos los
mataría. Levantó la aspiradora, apuntando directamente a Joaquín.
- ¿Qué es esa cosa?- preguntó Joaquín entre risas.
- Es una mujer con una aspiradora, ¿Qué esperabas?
- Es verdad.
Joaquín soltó un
plato y este se rompió en pedazos al colisionar contra el suelo.
- Limpia eso.
Agatha disparó y un
montón de sal salió de la boca de la aspiradora. Joaquín quedó cubierta por la
misma. Lo que Anthony vio fue un montón de sal flotando, tenía una apariencia
humanoide. Joaquín soltó un grito de dolor. Los demás veían como la sal hervía
su piel fantasmagórica hasta convertirlo en una sopo grumosa, del cual era casi
imposible distinguir sus rasgos faciales. Joaquín salió volando de la cocina
para darse con la horrible sorpresa que toda la casa estaba cubierta de sal.
Salió de la
casa.
Agatha y Anthony
siguieron disparando sal a los demás fantasmas. Como Anthony no podía verlos
Agatha lo guiaba señalando hacia donde debía disparara. Todos chillaban de
dolor y se derretían. Salieron de la casa para seguir a Joaquín. Una vez con
siguieron sacarlos Agatha y Anthony dejaron de lado la seriedad. Agatha soltó
la mochila al silo y saltó de la alegría, dejó de hacerlo cuando le dio un
calambre en la espalda.
- Ten cuidado. Es una mochila muy sensible.
- ¡Lo hicimos Anthony! ¡Lo hicimos! ¡Yupi!
Agatha agarró la mano
de Anthony y los dos se pusieron a dar vueltas por el jardín como si fueran
niños. Karina también estaba feliz de por fin poder recuperar su hogar.
- No sabía que la sal nos hacia daño.- comentó la niña al ver como unos granos de sal salían de la boca de la aspiradora.
- Y nosotros tampoco. Es algo que nos dimos cuenta recién.- respondió Anthony, contagiado por la alegría de Agatha.
Anthony no vio el
daño que la sal le causó a uno de los espectros, pero Agatha sí. Después del
fracaso de la misión ambos fueron a un restaurante. Apenas se sentaron en la
mesa Agatha se puso a llorar, incomodando a los clientes. Anthony miraba su
reloj de cuando en cuando. Bebía un poco de su milkshake de chocolate.
- Agatha, llevas llorando más de diez minutos. Estas incomodando a la gente.- dijo Anthony con una voz más o menos muerta.
- ¿Quién ordenó las papas fritas?- dijo la mesera.
Agatha levantó la
mano haciendo una señal, mientras cubría su cara con la otra. La mesera solo se
limitó a dejar el plato e irse. Anthony pidió otro milkshake.
- Agatha, llegó tu orden. Será mejor que empieces a comer.- Anthony no sabia como continua la conversación, si ese que había una.
Anthony acercó la
mano para agarrar una papa frita, pero Agatha le dio una manaza débil. Su
llanto sufrió una metamorfosis hasta convertirse en una cruel carcajada. Agatha
agarró el salero y se lo mostró a Anthony, se lo pegó en la cara como si
quisiera que sus moléculas se fusionaran.
- ¡Es la sal!- exclamó con una sonrisa macabra. El maquillaje de sus ojos se había corrido hasta formar dos ojeras negras-. ¡La sal los debilita!
- Agatha, vas a hacer que nos echen… ¿fingiste que estabas llorando por más de diez minutos solo para informarme lo de la sala?
- Sip.- respondió Agatha sacando la lengua.
- ¿Por qué?
- Me gustan las entradas espectaculares.
Anthony solo se
limitó a levantar los hombros. A veces su amiga podía ser un poco rara.
- Explica lo de la sal.
Agatha le explicó
todo lo relacionado con la sal y el efecto en los fantasmas. Anthony lo
encontró muy fascinante. Los dos se pusieron a trabajar en un arma para
detenerlos usando las servilletas del restaurante, trabajaron hasta que los
echaron. Estuvieron trabajando cinco horas.
Ente los dos
fabricaron las mochilas rociadoras de sal durante cuatro días y tres noches
ignorando las llamadas de Gloria Beltrán. Ella les hizo una visita solo para
verlos dormitando después de tanto trabajo.
- Par de flojos.- susurró y cerró la puerta con fuerza. El sonido no bastó para despertarlos.
Agatha y Anthony se
levantaron después de unas cuantas horas de sueño reparados. Listos para
acción. Compraron más sacos de sal de los que necesitaban y salieron, listo
para un contraataque.
- Lo hemos logrado - dijo Agatha. Miraba al horizonte con la intención de ver fantasmas sedientos de venganza. Nada-. Nuestro trabajo aquí ha terminado. Sé que nos extrañaran, pero debemos partir-. Vociferó Agatha como si le hablara a un grupo de personas después de cometer una hazaña heroica propia de los héroes de Marvel. En realidad, su único publico era Karina y deseaba no volverlos a ver.
Karina se los
agradeció desde el fondo de su corazón inexistente.
Agatha y Anthony
caminaron hasta el paradero de autobuses. Llegaron a tiempo, un autobús repleto
de pasajeros se detuvo. Apenas subieron Agatha sugirió.
- Necesitamos un vehículo urgentemente.
Anthony se mostró de
acuerdo con la propuesta. Los dos se fueron.
Agatha puso los pies
encima de la mesa y exclamó satisfecha:
- ¡Lo hicimos!
- Baja tus malditos pies de esa mesa de caoba.- le increpó furiosa Gloria Beltrán.
- Cumplimos la misión, ¿Por qué esta en nuestra corta lista de fracasos?
Para Anthony cuatro
era una lista muy corta.
Alguien tocó la
puerta interrumpiendo la conversación. Gloria presionó un botón y dijo:
“Adelante”. Karina entró cargando unos documentos muy pesados. Miró con rabia a
Agatha, quien levantó la mano para saludarla. Si la niña no tuviera las manos
ocupadas le hubiera mostrados ambos dedos medios. Agatha y Gloria habrían sido
los únicos que podrían verlos.
- Llamó su editor. Quiere que lea y firme estos contratos.
- Déjalos en la mesa - dijo Gloria Beltrán. La fantasma obedeció dejándolos caer cerca a Agatha, quien estaba descansando los ojos. El ruido la despertó-. Llévate estos platos.
Karina asintió. Ahora
que tenía las manos libres le mostró los dos dedos medios a Agatha. Les quitó
las galletas y se fue con la bandeja.
- Primero que nada, gracias por entregarme una empleada gratis de por vida. Y por el otro lado: ustedes, idiotas, hicieron que ella no pudiera entrar a su propia casa al llenarla de sal. Además, que al llevar sus padres y ver todo el desastre salado que causaron decidieron mudarse lo más lejos de aquí. Se fueron a Rusia por el amor a Dios.
- Digamos que fue un éxito a medias- comentó Agatha-. Malagradecida.- susurró.

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