domingo, 4 de julio de 2021

La quinta misión Capitulo 5: Invasores indeseables


 

Agatha sentía como el extraño liquido verde ensuciaba su ropa y sus zapatos. Ella se movió un poco y la niña hizo más presión en su abrazo, como si no quisiera que su escapase. La niña lloró con más fuerza haciendo que Agatha se pusiera más incómoda. Tanto Anthony, como Gloria se aguantaban la risa.

-          Todo esto es una puta mierda.- dijo la niña entre sollozos.

Su nombre era Karina Arévalo, tenía siete años y murió de un ataque al corazón. No gracias al exceso de grasas y cigarrillos, sino a una terrible enfermedad hereditaria que su familia tenía. No era la única que la había sufrido. Su hermano Joaquín también murió de un ataque al corazón. Tenía 15 años. 

La niña estaba llorando por más de diez minutos, para Agatha fueron diez años. Jamás había sido muy buen tratando de consolar a una persona desdichada, mucho menos a una niña. Aun así, decidió intentarlo.

-          Descuida, dentro de unos años tus padres se reunirán contigo y juntos serán una familia feliz.

Ese comentario desatinado aumentó aún más el llanto. Tanto su ropa, como sus zapatos quedaron inservibles. Las manchas de ectoplasmas (fluidos fantasmales) son imposibles de quitar.

-          Oye, Agatha- comentó un malicioso Anthony-. Este ha sido un mal momento para estrenar tu ropa nueva, ¿No?

-          Vete al diablo.

El agarre fue perdiendo fuerza hasta que la niña soltó a Agatha. Gloria Beltrán le pasó un pañuelo, que ella tornó verde apenas se limpió la cara. Había venido por una razón, y no estaba relacionado con su llanto. Tras morir ella decidió quedarse en casa, acompañando a sus padres, cuyas vidas trataban de recomponer a base de salir seguido de casa: Visitas al cine, al teatro, clases de baile, clases de piano, clases de tejido, clases de arte, voluntarios en albergues, cualquier cosa que los mantenga alejados de casa.

La muerte de dos hijos no es algo de lo que te recuperas con facilidad.

Joaquín, quien también se quedó en casa, aprovechó las constantes salidas de sus padres para apoderarse de la casa. Se alió a una pandilla de fantasmas, que murieron en un tiroteo con la policía. Ellos se enorgullecían cada vez que contaban como se habían llevado a tres policías con ellos. La pandilla se mudó a la casa de Karina Arévalo causando todo tipo de desastres. Cada vez que sus padres regresaban encontraban la casa hecha un desorden, con polvo en el suelo y las sillas apiladas encima de la mesa.

Karina sabía que no podía resolver esto sola, necesitaba ayuda. Encontró un anuncio de “F.G.S.A” encima de un volante de un niño desaparecido. La frase “Ayudar a los fantasmas” captó su atención. Se llevó el anuncio y fue volando a visitar a Gloria Beltrán.

Entre los cuatro acordaron que el 31 de mayo iban a ser la fecha en el que Agatha y Anthony iban a echar a esos delincuentes de la casa. El 31 de mayo era el aniversario de los padres de Karina y Joaquín, 25 años de matrimonio. La tradición era irse al Cusco por una semana, lugar donde el futuro marido le propuso matrimonio a la futura esposa.

La casa era de dos pisos, pequeña y acogedora. El primer piso estaba cubierto de mayólicas marrones, mientras que el segundo piso estaba pintado de blanco. La puerta era de madera y había una ventana al lado de la puerta, con una bella cortina purpura. Karina abrió la puerta y los tres entraron. Aun siendo el escenario de muchas tragedias el interior tenía un aire cautivador. Las paredes estaban pintadas con colores cálidos: amarillo y durazno. Los muebles eran blancos, y las paredes estaban adornadas con varios cuadros familiares.

La niña volvió a llorar. Agatha se escondió detrás de Anthony.

Anthony informó que las pareces estaban recién pintadas.

- Yo solía pintar las paredes. Pintaba flores y animales. No lo hacía tan mal, mi padre me animaba diciendo que tenía madera de artista.- informó la niña.

Agatha se sintió incomoda al respecto. Sudaba y le escocían los ojos. Deseó que algo ocurriera y que rompiera toda esta tensión. Escucharon el sonido de algo rompiéndose en la cocina.

-          Gracias.- dijo Agatha en voz baja.

La pandilla estaba ahí dentro. Joaquín y otros cinco malandrines que no tenían nada mejor que hacer con sus vidas eternas. La gran mayoría de los fantasmas que conoció Agatha fueron muy amables. Ella les ayudaba lo máximo que podía, y ellos le contaban todo tipo de historias (agradables, divertidas, trágicas y oscuras). Sin embargo, estos espectros causaban un enorme malestar en Agatha. Los cinco estaban flotando alrededor de una mesa con las sillas apiladas.

Los cinco tenían una apariencia amenazante, si estuvieran vivos lo más probable es que fueran más altos que ella. Todos tenían cortes en el rostro, causados por una vida de peleas callejeras. Agatha no era una heroína de película de acción. Apenas podía levantar una pierna para dar una patada.

Agatha se sentía vulnerable ante esos espectros.

Anthony le chasqueó los dedos en la cara Agatha.

- Necesitamos a la experta en comunicaciones - le dijo Anthony, quien ocultaba mejor su nerviosismo. Estaba grabando a los objetos flotantes con su celular-. Fascinante.

Uno de los fantasmas un sujeto de larga cabellera con trenzas estaba haciendo mal abalares con las tazas. Otro, un calvo muy alto, le iba arrojando más cosas, algunas una taza cayó al suelo. Agatha la atrapó lanzándose al suelo como un jugador de futbol americano tratando de atrapar una pelota.

La ausencia de ruido hizo que los fantasmas se dieran cuenta de la existencia de Agatha y Anthony. Karina se lo hizo saber a su hermano.

- Mira lo que acabo de traer.- le comentó Karina. Esperando que la presencia de Agatha y Anthony cause miedo en Joaquín.

Su hermano en entendía nada. Solo veía a una chica tratando de ponerse de pie y a un sujeto con un celular.

- ¿Quiénes son estos imbéciles?- preguntó su hermano con amargura.

- Estos imbéciles son dos expertos en los paranormal. Los van a echar de aquí inmediatamente.

El líder de la pandilla (cuando estaban vivos y cuando estaban muertos) se acercó a toda velocidad hacia donde Karina estaba parada, mucho más decidida y desafiante que los llamados expertos en lo paranormal.

- Agradece que no golpeamos a niños. Será mejor que te largues a jugar con tus muñecas, o alguna mierda por el estilo y llévate a tus amigos si no quieres que los lastimemos.

Ni Karina, ni sus “amigos” se movieron. Ella se dirigió a su hermano.

- Se los pedí. Se los supliqué. Váyanse por favor. Están destrozando las cosas de nuestros padres.

- Ellos dejaron de ser mis padres cuando morí- esbozó una sonrisa maligna-. Ahora soy independiente. Solo nos estamos divirtiendo a expensas de unos ancianos que no pueden hacer nada para detenernos.

Para probar su punto arrojó una licuadora al suelo. El vaso de plástico rebotó y algunas piezas del motor de separaron de su lugar. La licuadora quedó inservible.

La niña suspiró. Retrocedió hasta salir de la habitación y cerrar la puerta. Sacó la cabeza por la puerta y dijo:

- Ustedes háganse cargo.- Agatha y Anthony escucharon con horror como la niña le echaba seguro a la puerta.

Los expertos en lo paranormal estaban encerrados con los espectros.

Agatha tenía tanta sed que un vaso de agua en el envase de la licuadora sería una maravilla descomunal. Ella dejó de pensar en el agua y se enfocó en los fantasmas. Tenía que deshacerse de ellos.

La pregunta es: ¿Cómo?

No le quedó otra que improvisar.  

Ella dio el primer paso. Los fantasmas no habían visto a una mujer en años, y alguien tan promedio como Agatha bastó para encender sus hormonas. Comenzaron a piropearla, con comentarios cada vez más ofensivos y desagradables. Agatha enrojeció ante la combinación de palabras que entraban por sus oídos. Trató de ser civilizada y no mandarlos a la mierda.

Algo mucho más difícil de lo que pensaba.

Los fantasmas encontraron a la chica atractiva; el chico, por el otro lado, podía morirse si quería.

-          Buenas tardes- saludó Agatha pensando que un saludo podría servir-. Mi nombre es Agatha Beltrán y él es…

Agatha no pudo continuar porque uno de los espectros les arrojó una taza. Los dos se agacharon al mismo tiempo esquivándola. El ruido que causó al romperse fue el mismo de una granada. Anthony reaccionó furioso, agarró la taza que Agatha había puesto encima de la mesa y la arrojó al aire. Anthony no podía ver a los fantasmas, no supo si le había atinado o no.

-          ¿Qué estás haciendo?- le increpó Agatha.

-          Ellos comenzaron… ¿Al menos le di?

-          Son fantasmas. No los podemos lastimar con objetos físicos. Tenemos que…

Nuevamente volvieron a interrumpir el discurso de Agatha. Uno de los fantasmas le arrojó una tortilla en la cabeza. Agatha, enfadada, tomó la tortilla y la arrojó de regreso a los fantasmas.

- ¡Oigan!, ya escucharon a la niña. Váyanse de aquí o sino…

Joaquín voló hasta estar frente a frente con Agatha. Estaba tan cerca que ella pudo contar cuantas pecas tenían en la cara. Era un muchacho con las mejillas infladas (parecía una ardilla acumulando bellotas para el invierno) y ojos pequeños, estos estaban ocultos ante la grasa de las mejillas.

- ¿Y si no nos vamos, que harán?

Ninguno de los dos respondió. Agatha miraba a Anthony y viceversa, como si dos estudiantes intentaran copiar los exámenes del otro; y ninguno de los dos supieras las respuestas correctas.

- Así es. Nada.

Entre todos levantaron a Agatha como si fuera una celebridad en un concierto. La levantaron hasta que su cabeza chocó con el techo. Ella intentaba moverse, pero los fantasmas la tenían bien agarrada. Los fantasmas la lanzaban hacia arriba, el cuerpo de Agatha chocaba contra el techo y la atrapaban. Entre todos se pusieron a dar vueltas sobre el mismo eje mareando a Agatha.

- ¡Ayúdame Anthony!- exclamó desesperada.

Los fantasmas la imitaron con un tono más burlón. Anthony agarró lo primero que estuvo en su alcance: un tarro de sal. Lo arrojó con fuerza. El tarro estaba a medio abrir. Este atravesó a uno de los fantasmas y le dio en el hombro a Agatha, dejándole una marca que se quedará con ella por semanas.

- Muchas gracias, inútil.- dijo Agatha.

La sal se derramó en el rostro de uno de los fantasmas. Agatha lo vio y exclamó un grito. Los fantasmas la soltaron como el si fuera una muñeca de trapo. Agatha cayó encima de la mesa lastimándose la espalda. Anthony solo vio un cuerpo descender gracias a la fuerza de la gravedad. Antes de que pudiera si quiera decir “Ouch” los demás fantasmas la volvieron a agarrar; dos agarraron sus axilas y otros dos sus piernas. Uno abrió su mano con suma facilidad e introdujo un cuchillo en su palma. Cerró la mano. La levantaron como si fuera una marioneta. Su cuerpo flotaba unos centímetros del suelo.

Agatha se acercó a Anthony moviendo el cuchillo de un lado a otro. Los seis titiriteros manejaban la marioneta a su antojo. Anthony esquivaba los intentos de apuñalamiento. Eso no evitaba que recibiera uno o dos cortes. “Lo siento”, susurraba Agatha con una voz quebrada por el miedo. Anthony no tuvo más espacio para retroceder. Su espalda chocó contra la puerta. Agatha levantó el brazo lo máximo que pudo y el cuchillo avanzó con suma velocidad y chocó contra la pared hundiendo la cuchilla hasta la mitad, muy cerca de la cabeza de Anthony.

Este tocó la puerta con sus nudillos. La puerta se abrió. Los fantasmas levantaron a Agatha y la pusieron en posición horizontal como si fuera un tronco, listo para usarse para abrir una puerta. Los fantasmas hicieron un conteo: Tres, dos, uno.

Y arrojaron a Agatha.

Ella colisionó con Anthony, quien tenía los brazos abiertos listo para atraparla. Ambos chocaron mutuamente y salieron bruscamente de la cocina. Anthony también se lastimó la espalda.

La cabeza de Joaquín atravesó la puerta.

- Y no regresen. Si lo hacen no seremos tan amables.

Se paso el dedo por el cuello e hizo un ruido que implicaba que les iba a cortar la cabeza. Anthony y Agatha entendieron el mensaje y salieron de la casa, ignorando los quejidos de Karina.

- ¿Eso es todo? ¿Van a rendirse así no más?- preguntó irritada.

No respondieron. Karina se puso a insultarlos: “Cobardes”, “cerdos”, “maricas”, “idiotas”, “imbéciles”, “eyaculaciones accidentadas”.

Ese último si captó la atención de los dos.

- ¿No tiene como siete años?- le preguntó Anthony a su compañera.

Agatha se frotaba la espalda con la mano (lo que podía alcanzar). Respondió:

- Yo apenas aprendí que era una eyaculación hasta recién entrada la adolescencia. Siempre pensaba que los hombres se ordeñaban solos.

Cinco días después.

Agatha y Anthony regresaron a la casa. Karina estaba sentada en uno de los escalones. Cuando los vio su expresión pasó a la sorpresa a la decepción.

- ¿Qué quieren?- preguntó con una voz sollozante.

- ¿Siguen ahí?- preguntó Agatha con un tono serio y profesional.

La niña asintió. El solo pensar en el estado de su casa la hizo volver a llorar.

- Lo están destruyendo todo.

Entraron a la casa. Karina recién se dio cuenta de las pesadas mochilas y en la joroba que se le formando a Agatha en la espalda. La casa parecía abandonada. Las paredes estaban pintadas; los muebles, rasgados con un tenedor; los cuadros tenían al padre diciendo: “Soy un estúpido” y a la madre chupando una verga blanca (el que la dibujó añadió el detalle de las venas).

Agatha levantó la boca de la aspiradora, conectada a su mochila. Presionó un botón rojo y la sal comenzó a salir. Anthony hizo lo mismo. Rociaron de sal toda la sala, el dormitorio, el baño y el resto de la casa. Lo hicieron con el máximo sigilo posible. Los fantasmas estaban en la cocina, su lugar predilecto.

Ambos estaban parados frente a la puerta. Anthony agarró la mano de Agatha y le hizo una señal de asentimiento. Le estaba diciendo que iba a estar con ella hasta el final. Agatha le dio una patada a la puerta. Esta se abrió suavemente. Los fantasmas estaban jugando con el microondas, calentando un zapato. Joaquín se dio cuenta de la presencia de una iracunda Agatha. Esbozó una sonrisa diabólica al verla.

- ¡Chicos! Nuestros juguetes preferidos regresaron- los demás dejaron de prestarle atención al microondas para enfocarse en las indeseables visitas.

Agatha ignoró las burlas y los piropos. Estaba tan enfadada con ellos que si estuvieran vivos los mataría. Levantó la aspiradora, apuntando directamente a Joaquín.

- ¿Qué es esa cosa?- preguntó Joaquín entre risas.

- Es una mujer con una aspiradora, ¿Qué esperabas?

- Es verdad.

Joaquín soltó un plato y este se rompió en pedazos al colisionar contra el suelo.

-          Limpia eso.

Agatha disparó y un montón de sal salió de la boca de la aspiradora. Joaquín quedó cubierta por la misma. Lo que Anthony vio fue un montón de sal flotando, tenía una apariencia humanoide. Joaquín soltó un grito de dolor. Los demás veían como la sal hervía su piel fantasmagórica hasta convertirlo en una sopo grumosa, del cual era casi imposible distinguir sus rasgos faciales. Joaquín salió volando de la cocina para darse con la horrible sorpresa que toda la casa estaba cubierta de sal.

Salió de la casa. 

Agatha y Anthony siguieron disparando sal a los demás fantasmas. Como Anthony no podía verlos Agatha lo guiaba señalando hacia donde debía disparara. Todos chillaban de dolor y se derretían. Salieron de la casa para seguir a Joaquín. Una vez con siguieron sacarlos Agatha y Anthony dejaron de lado la seriedad. Agatha soltó la mochila al silo y saltó de la alegría, dejó de hacerlo cuando le dio un calambre en la espalda.

- Ten cuidado. Es una mochila muy sensible.

- ¡Lo hicimos Anthony! ¡Lo hicimos! ¡Yupi!

Agatha agarró la mano de Anthony y los dos se pusieron a dar vueltas por el jardín como si fueran niños. Karina también estaba feliz de por fin poder recuperar su hogar.

- No sabía que la sal nos hacia daño.- comentó la niña al ver como unos granos de sal salían de la boca de la aspiradora.

- Y nosotros tampoco. Es algo que nos dimos cuenta recién.- respondió Anthony, contagiado por la alegría de Agatha.

Anthony no vio el daño que la sal le causó a uno de los espectros, pero Agatha sí. Después del fracaso de la misión ambos fueron a un restaurante. Apenas se sentaron en la mesa Agatha se puso a llorar, incomodando a los clientes. Anthony miraba su reloj de cuando en cuando. Bebía un poco de su milkshake de chocolate.

-          Agatha, llevas llorando más de diez minutos. Estas incomodando a la gente.- dijo Anthony con una voz más o menos muerta.

-          ¿Quién ordenó las papas fritas?- dijo la mesera.

Agatha levantó la mano haciendo una señal, mientras cubría su cara con la otra. La mesera solo se limitó a dejar el plato e irse. Anthony pidió otro milkshake.

-          Agatha, llegó tu orden. Será mejor que empieces a comer.- Anthony no sabia como continua la conversación, si ese que había una.

Anthony acercó la mano para agarrar una papa frita, pero Agatha le dio una manaza débil. Su llanto sufrió una metamorfosis hasta convertirse en una cruel carcajada. Agatha agarró el salero y se lo mostró a Anthony, se lo pegó en la cara como si quisiera que sus moléculas se fusionaran.

-          ¡Es la sal!- exclamó con una sonrisa macabra. El maquillaje de sus ojos se había corrido hasta formar dos ojeras negras-. ¡La sal los debilita!

-          Agatha, vas a hacer que nos echen… ¿fingiste que estabas llorando por más de diez minutos solo para informarme lo de la sala?

-          Sip.- respondió Agatha sacando la lengua.

-          ¿Por qué?

-          Me gustan las entradas espectaculares.

Anthony solo se limitó a levantar los hombros. A veces su amiga podía ser un poco rara.

-          Explica lo de la sal.

Agatha le explicó todo lo relacionado con la sal y el efecto en los fantasmas. Anthony lo encontró muy fascinante. Los dos se pusieron a trabajar en un arma para detenerlos usando las servilletas del restaurante, trabajaron hasta que los echaron. Estuvieron trabajando cinco horas.

Ente los dos fabricaron las mochilas rociadoras de sal durante cuatro días y tres noches ignorando las llamadas de Gloria Beltrán. Ella les hizo una visita solo para verlos dormitando después de tanto trabajo.

- Par de flojos.- susurró y cerró la puerta con fuerza. El sonido no bastó para despertarlos.

Agatha y Anthony se levantaron después de unas cuantas horas de sueño reparados. Listos para acción. Compraron más sacos de sal de los que necesitaban y salieron, listo para un contraataque.

- Lo hemos logrado - dijo Agatha. Miraba al horizonte con la intención de ver fantasmas sedientos de venganza. Nada-. Nuestro trabajo aquí ha terminado. Sé que nos extrañaran, pero debemos partir-. Vociferó Agatha como si le hablara a un grupo de personas después de cometer una hazaña heroica propia de los héroes de Marvel. En realidad, su único publico era Karina y deseaba no volverlos a ver.

Karina se los agradeció desde el fondo de su corazón inexistente.

Agatha y Anthony caminaron hasta el paradero de autobuses. Llegaron a tiempo, un autobús repleto de pasajeros se detuvo. Apenas subieron Agatha sugirió.

- Necesitamos un vehículo urgentemente.

Anthony se mostró de acuerdo con la propuesta. Los dos se fueron.

Agatha puso los pies encima de la mesa y exclamó satisfecha:

- ¡Lo hicimos!

- Baja tus malditos pies de esa mesa de caoba.- le increpó furiosa Gloria Beltrán.

- Cumplimos la misión, ¿Por qué esta en nuestra corta lista de fracasos?

Para Anthony cuatro era una lista muy corta.

Alguien tocó la puerta interrumpiendo la conversación. Gloria presionó un botón y dijo: “Adelante”. Karina entró cargando unos documentos muy pesados. Miró con rabia a Agatha, quien levantó la mano para saludarla. Si la niña no tuviera las manos ocupadas le hubiera mostrados ambos dedos medios. Agatha y Gloria habrían sido los únicos que podrían verlos.

- Llamó su editor. Quiere que lea y firme estos contratos.

- Déjalos en la mesa - dijo Gloria Beltrán. La fantasma obedeció dejándolos caer cerca a Agatha, quien estaba descansando los ojos. El ruido la despertó-. Llévate estos platos.

Karina asintió. Ahora que tenía las manos libres le mostró los dos dedos medios a Agatha. Les quitó las galletas y se fue con la bandeja.

- Primero que nada, gracias por entregarme una empleada gratis de por vida. Y por el otro lado: ustedes, idiotas, hicieron que ella no pudiera entrar a su propia casa al llenarla de sal. Además, que al llevar sus padres y ver todo el desastre salado que causaron decidieron mudarse lo más lejos de aquí. Se fueron a Rusia por el amor a Dios.

- Digamos que fue un éxito a medias- comentó Agatha-. Malagradecida.- susurró.

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