En esta cuarta y última misión los expertos en los paranormal se involucraron en otro desalojo. También era la primera misión involucrada con personas vivas. Se trataba de una joven que sufría constantes ataques paranormales en su propia casa. Causados por el espíritu de Vicente Aguilar, un prisionero que se suicidó en la cárcel después de haber sido condenado a 25 años de cárcel al cuadrado por el envenenamiento de toda su familia con la intención de quedarse con la herencia familiar.
Vicente se suicidó
amarrando una bolsa de plástico que consiguió gracias a un trueque (unos
caramelos, una cajetilla de cigarros y dos sobrecitos de café por la bolsa).
Fue un cambio justo.
No tan justo como
pensó ya que tuvo que cambiar otra cajetilla de cigarros por un poco de cinta
adhesiva. En la mitad de la noche se suicidó poniendo la bolsa en su cabeza y
amarrándola con cinta adhesiva. Su muerte fue instantánea, después de dos
minutos de agonía.
Escapó de la cárcel
siendo un fantasma. Lo cual era genial. Podía hacer lo que quisiera y nadie podía
hacer nada para evitarlo.
Ahí entró Sofia
Maldonado, de 25 años. Ella consiguió una promoción en su trabajo como
encargada de las relaciones publicas de una empresa de refrescos. Sus nuevos
ingresos bastaron para conseguir un pequeño apartamento y obtener esa
independencia que tanto quería.
El problema era que
Vicente también vio ese apartamento como su nuevo hogar y al mudarse no se
llevaron nada bien. Sofia encontraba su ropa fuera de los cajones, sentía
constantes pellizcos en distintas partes de su cuerpo y una noche le cortaron
el cabello porque a Vincent le gustaban las chicas con el cabello corto.
Sofia no confiaba en
los anuncios de internet. Solo eran promesas para ser millonario, aprender inglés
fluido en tres días o perder cincuenta kilos en un mes. Todo sin esfuerzo o
sacrificio. Sofia lo veía como un insulto. Ella tuvo que sacrificar mucho para
llegar a donde estaba.
Sin embargo, el
anuncio de F.G.S.A llamó su atención. Una chica bajita con un traje de oficina
que parecía ser de su hermano mayor y unos lentes gruesos, que usaría una
abuela para leer libros con letras diminutas, gritaba ante la presencia de un
fantasma, que era una marioneta agrandada que se movía con efectos de Stop
Motion.
- Que simpático.- comentó Sofia. La chica gritaba de terror, era más un bostezo que un grito.
Un hombre apareció, vestía
un horrible uniforme y llevaba una mochila parecida a la de Los Cazafantasmas. Disparó
al fantasma con un rayo blanquecino. Este se alejó. Eso era lo que buscaba
Sofia. Pero le costaba decidirse sobre si contratarlos o no.
Se levantó para tomar
un poco de agua cuando sintió un ventarrón que le subió la falda.
- ¿Por qué me puse una falda?- se preguntó. Había llegado a tal extremo que Sofia tenía miedo de usar la ropa que quería en su propia casa.
Esto ya era
demasiado.
Sofia marcó el número
de teléfono.
Esperó
impacientemente hasta que escuchó los golpes a la puerta. Al abrirla se topó
con la actriz que bostezaba en lugar de gritar y el héroe de acción más
inexpresivo de todos los tiempos. Ambos seguían luciendo esos uniformes
horribles. Era un chaleco blanco con el logo de la empresa y unos pantalones
negros muy ajustados. Se notaba que no tenían la talla para el chico alto y la enana
tuvo que recortarlos un poco.
- ¿Ustedes son de F.G.S.A?- Preguntó Sofia. Ya se estaba arrepintiendo de haberlos llamado. Sofia no era de las personas que juzgaban a los demás por su apariencia, pero estos tipos no eran capaces de resolver sus problemas.
Aun así, decidió
darles el beneficio de la duda.
- Así es.- respondió Agatha, trataba de ocultar su nerviosismo. Era la primera vez que hablaba con un cliente humano. Señaló el logo de su pecho.
- Ya nos informaron de su problema - Anthony también problemas de fingir ser más profesional de lo que realmente era-. Estamos aquí para ayudar.
Sofia los invitó a
pasar. Agatha se quedó asombrada por la preciosidad de la sala. Con las paredes
pintadas de color crema de leche, con un gigantesco cuadro de una ensalada de
frutas encima de un sillón negro y una mesa de vidrio, que tenía un tazón repleto
de frutas de cera.
- Que sala tan bonita tienes.- dijo Agatha, hizo unas notas mentales de las cosas que debería tener en su sala cuando regrese.
- Y me salió barato- confesó Sofia-. Soy capaz de hacer maravillas con poco presupuesto.
Ambos estuvieron de
acuerdo. Sofia era una fanática de las novelas románticas. Había una pequeña
colección de novelas de Danielle Steel en el mismo mueble donde estaba la
televisión. Agatha no había leído nada de ella, pero su atractivo nombre le
causaba curiosidad. Es probable que no le guste. Lo suyo eran las novelas
policiales o de aventuras. No suele leer o ver películas de terror, con su
propia vida y las cosas que tiene que lidiar son suficientes.
Anthony no les prestó
atención a los gustos literarios de Sofia, o de Agatha. No suele leer ficción.
Ambos ajustaron sus
mochilas. Sofia recién se dio cuenta que las tenían puestas en su espalda.
- ¿Para qué son esas mochilas?- le preguntó a Agatha.
Agatha respondió su
pregunta con otra pregunta.
- ¿De casualidad eres alérgica a la sal?
La pregunta tomó a
Sofia por sorpresa.
- No.- respondió con nerviosismo y deseando que esto no avance a mayores.
Agatha y Anthony se
pusieron a rociar el suelo con la sal en pequeñas cantidades y en las esquinas.
Habían aprendido de sus errores en la misión de Karina.
- La sal molesta a los fantasmas.- comentó Agatha.
Sofia asintió
frustrada. De haberlo sabido ella misma habría comprado la sal y la hubiera
esparcido por su cuenta. Se calmó pensando que el precio por contratarlos era
más barato de lo que esperaba, pero no tanto como lo que hubiera gastado si lo
hubiera resuelto por su cuenta.
Rociaron la sal por
todo el apartamento. La sala. La cocina. El baño. Agatha abrió la puerta del
dormitorio, el único lugar que no estaba salado. La cerró de inmediato y con
suavidad.
- ¿Esta ahí?- preguntó Anthony.
Agatha asintió.
- Bien.- respondió este.
Sofia pensó que iba a
continuar el baño de sal, pero se horrorizó cuando vio los bates de baseball.
Agatha sacó una lata de pintura de color rojo y Anthony, unos ridículos lentes
verdes.
- No se les ocurra hacer pintadas en mi casa.- les advirtió Sofia.
- Esa no es nuestra intención.- le respondió Anthony con una sonrisa encantadora.
La lata era roja;
pero el líquido, transparente. Lo rociaron en los bates de Baseball. La madera
se fue oscureciendo con la pintura.
- ¿Qué van a hacer?- preguntó Sofia con algo de pánico. Se dio cuenta que ha dejado entrar a dos sujetos con dos bates de baseball. Esto no podía llegar a una buena dirección.
Anthony le entregó un
par de esos lentes verdes. Le pidió que se los pusiera. Sofia obedeció y
Anthony le ayudó a ajustárselos.
- Te aseguro que esto te va a gustar.- le dijo Agatha con una sonrisa cruel que no le gustó nada a Sofia.
Antes de entrar Sofia
le ordenó que se limpiara los pies en un tapete que decía: “bienvenido”. Agatha
fue la primera en entrar, se movió de puntillas por el nuevo territorio. El
dormitorio era el lugar más limpio de toda la casa. Para Sofía el dormitorio
era una especie de templo en el que podía relajarse después de un duro día en
el trabajo.
Podía.
Hoy en día es
imposible relajarse cuando hay un fantasma gordo y calvo revisando tu cajón de
ropa interior. Agatha estaba cerca del fantasma, tenía un olor desagradable. No
es que los fantasmas se caracterizasen por tener un precioso aroma, pero este
se llevaba las palmas en lo que a mal olor se refería. Era muy probable que en
vida tuviera un olor corporal tan horrible que las flores se marchitaban ante
su presencia. Agatha levantó el bate de baseball, lista para dar el primer
golpe.
El fantasma detectó
la presencia de Agatha y le dio un golpe en el estómago antes de que ella
pudiera atacar. Agatha no fue tan sigilosa como creía, estuvo arrastrando un
juguete antiestrés mientras caminaba. El golpe la hizo perder el aire, pero no
soltó el bate. Este se sentía más pesado y resbaladizo en sus dedos. Intentó
levantarlo de nuevo pero un nuevo golpe llegó con fuerza y en el mismo lugar.
Agatha cayó de
rodillas y soltó el bate. El fantasma cerró la puerta para divertirse un poco
con la joven adolorida. Tenía tantos planes en su retorcida cabeza. Dichos
planes tendrían que esperar otros mil años porque Anthony abrió la puerta de
una patada.
- Tengo una llave.- le dijo Sofia y le mostró la evidencia.
- Lo lamento.
- imbécil - le dijo Sofia en voz baja. Sofia gritó al ver al fantasma flotando muy cerca de Agatha, quien había vomitado en su alfombra nueva.
Anthony corrió para
darle un buen golpe al fantasma. Pero este lo esquivó varias veces. Anthony era
demasiado lento y el fantasma, muy escurridizo. En fantasma le arrojó un reloj
despertador. Anthony lo esquivó. El reloj se hizo pedazos en la puerta, por
suerte Sofia la cerró sino le hubiera caído justo en la cara.
El fantasma le arrojó
todo lo que estaba a su alcance: una almohada, estuches de maquillaje, un viejo
adorno con forma de toro, una caja de hisopos. Pero la cosa que consiguió
lastimar a Anthony fue un consolador negro que estaba en el fondo del cajón de
la ropa interior de Sara. Ella enrojeció cuando vio que el pene de goma
golpeaba a Anthony como si fuera un látigo.
Anthony retrocedió
para evitar más golpes con el consolador. Se resbaló con una almohada y cayó de
espaldas. El fantasma se puso encima de él. Tenía otro consolador en la mano
(un rosado con varias luces de navidad). El fantasma era muy fuerte, le abrió
la boca a Anthony y le introdujo el consolador en la boca. Lo encendió y el
interior de la boca de Anthony se convirtió en un 25 de diciembre, pero en
lugar de unos villancicos sonaba una canción sobre la masturbación, daba la
impresión de ser cantada por un viejo de sesenta años, admirador de Bob Dylan.
El fantasma siguió
golpeándolo con el otro consolador. Se detuvo de golpe y soltó el consolador
negro. El fantasma había recibido un fuerte golpe en la cabeza con el bate de
baseball. Sofia no podía continuar viendo este vergonzoso espectáculo así que
decidió cortar por lo sano.
El fantasma cayó al
suelo.
- Con ese aerosol podemos lastimarlos - informó Anthony. Se agarró las fosas nasales para evitar que estas sigan sangrando-. No sé si sienten dolor. Solo sé que podemos lastimarlos.
Sofia no había
escuchado las explicaciones de Anthony. Estaba empeñada en seguir golpeando al
fantasma hasta convertirlo en un charco blanquecino de dudosa procedencia. Con
la mirada Anthony buscó a Agatha, no estaba en la habitación. La vio entrar de
nuevo. Estaba comiendo un sándwich de jamón.
- ¿Qué estás haciendo?- le preguntó Anthony.
- Ese maldito fantasma me hizo expulsar hasta la papilla. Después de tomar un poco de enjuague bucal para quitarme el sabor a vomito de la boca me dio hambre, así que me preparé algo de comer.
Anthony vio con
hambre el emparedado que estaba comiendo Agatha.
- ¿Puedo comer un poco? – le preguntó a Agatha.
- Hay bastante en la cocina. Prepárate uno si quieres.
Agatha y Anthony
comían y bebían (gaseosa) mientras disfrutaban el espectáculo. Sofia golpeaba
al fantasma con fuerza, no se mostraba cansada. Estuvo yendo al gimnasio por
varias horas todos los días, para escapar del desagradable fantasma. Todo ese
ejercicio valió la pena, no solo en los cinco kilos que perdió.
- 101
- 102
- 103
Apostaron a que
llegaría a los 200 golpes. Para la mala suerte de Agatha se detuvo en el golpe
159. Le debía a Anthony 20 soles. Sofia soltó el bate de baseball, sudaba y tenía
una sonrisa de satisfacción en la cara. Nada como acabar con tus problemas a
golpes. Cuando volteó para verlos Agatha apuró su sándwich. Se lo tragó casi
sin masticar. Anthony siguió comiendo tranquilamente. Prefería que lo atraparan
a tener problemas en el estómago.
- Hemos tomado unos sándwiches. Descuida, los pagaremos.
- Olvídenlo. Olvídenlo. La casa invita- Sofia se rio de su comentario. Ninguno de sus dos oyentes encontró la gracia.
Levantó el bate de
Baseball. Sofia estaba teniendo problemas para recuperar el aliento.
- Lo necesitaba- golpeó el suelo blanco de nuevo-. Este desgraciado no ha hecho más que causarme problemas.
Sofia se sentó en su
cama, en medio de los dos expertos en los paranormal. Agatha se alejó, no podía
soportar a una persona demasiado sudorosa.
- ¿A cuánto me lo venden? El bate y un poco de ese aerosol.
- No está a la…
Agatha le cubrió la
boca a Anthony.
- Cien soles por los dos. Están de oferta, usualmente los vendemos más caro.
En el suelo estaba su
billetera. Sofia le entregó 200 soles a Agatha. 100 por la consulta y 100 por
el bate. Sofia no pudo convencer a Anthony para que le vendiera el par extra de
lentes verdes; pero su pudo convencerlo de que se lo regale. Todo a cambio de
una cena juntos. Agatha tomó al fantasma con las manos y lo tiró lejos del
edificio. Iba a volver, pero Sofia tenía un arma para defenderse y eso aliviaba
a Agatha.
Se despidieron. Sofia
les dio las gracias por partida doble y se fueron.
- Tenemos más dinero- le comentó Sofia-. Con esta nueva riqueza podremos divertirnos un poco este fin de semana.
“Con 100 soles no alcanza ni para un gramo”,
pensó Anthony.
- ¿Me puedes explicar cómo fue eso un fracaso?- preguntó Agatha-. Cumplimos la misión y nos quedamos con un cliente satisfecho.
- Demasiado satisfecho- respondió Gloria molesta-. Al venderle el bate de baseball hicieron que ya no nos necesite. Por eso la misión fue un fracaso.
Agatha miró a Anthony
con unos ojos acusadores.
- ¿Le dijiste algo? Acordamos dejarlo en secreto.
“¿De qué diablos está hablando está loca?”, se
preguntó Anthony confundido.
- Fuiste tú la que
habló sobre el tema. Lo escribiste en tu reporte.- Gloria Beltrán añadió una
risa maliciosa.
“La venta del bate de Baseball y el aerosol
fue una gran idea, obviamente lo fue. Se me ocurrió a mí. Anthony trató de
impedir la venta, pero esta se concretó de todos modos. Anthony es una persona
maravillosa, pero le falta una visión empresarial. Sus inventos pueden ser muy
rentables. Mientras recorríamos la ciudad yo le dije que lo mantuviéramos en
secreto. No quería saber como reaccionaria al respecto. Lo más seguro es que no
le guste.”
- Y tienes toda la maldita razón.- dijo Gloria Beltrán con el ceño fruncido. Estaba muy irritada.
A pesar de la
evidencia presentada Agatha seguía sin creer que ella había escrito eso. Se
frotaba la cabeza como si esa fuera una forma de activar su cerebro y abrir su
banco de recuerdos. Con el dinero extra compraron hierba. Ella se puso a
escribir en su computadora mientras se reía a carcajadas de las palabras
aparecidas en la pantalla. Anthony fumaban hierba para encontrar las comedias
de Seth Rogen más divertidas de lo que realmente son.
“Para estar drogada redacto muy bien”, se dijo
a si misma.
Gloria Beltrán
presionó otro botón y en la pantalla aparecieron un par de pendientes azules.

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