domingo, 11 de julio de 2021

La quinta misión Capitulo 6: El vouyerista



En esta cuarta y última misión los expertos en los paranormal se involucraron en otro desalojo. También era la primera misión involucrada con personas vivas. Se trataba de una joven que sufría constantes ataques paranormales en su propia casa. Causados por el espíritu de Vicente Aguilar, un prisionero que se suicidó en la cárcel después de haber sido condenado a 25 años de cárcel al cuadrado por el envenenamiento de toda su familia con la intención de quedarse con la herencia familiar.

Vicente se suicidó amarrando una bolsa de plástico que consiguió gracias a un trueque (unos caramelos, una cajetilla de cigarros y dos sobrecitos de café por la bolsa). Fue un cambio justo.

No tan justo como pensó ya que tuvo que cambiar otra cajetilla de cigarros por un poco de cinta adhesiva. En la mitad de la noche se suicidó poniendo la bolsa en su cabeza y amarrándola con cinta adhesiva. Su muerte fue instantánea, después de dos minutos de agonía.

Escapó de la cárcel siendo un fantasma. Lo cual era genial. Podía hacer lo que quisiera y nadie podía hacer nada para evitarlo.

Ahí entró Sofia Maldonado, de 25 años. Ella consiguió una promoción en su trabajo como encargada de las relaciones publicas de una empresa de refrescos. Sus nuevos ingresos bastaron para conseguir un pequeño apartamento y obtener esa independencia que tanto quería.

El problema era que Vicente también vio ese apartamento como su nuevo hogar y al mudarse no se llevaron nada bien. Sofia encontraba su ropa fuera de los cajones, sentía constantes pellizcos en distintas partes de su cuerpo y una noche le cortaron el cabello porque a Vincent le gustaban las chicas con el cabello corto.

Sofia no confiaba en los anuncios de internet. Solo eran promesas para ser millonario, aprender inglés fluido en tres días o perder cincuenta kilos en un mes. Todo sin esfuerzo o sacrificio. Sofia lo veía como un insulto. Ella tuvo que sacrificar mucho para llegar a donde estaba.

Sin embargo, el anuncio de F.G.S.A llamó su atención. Una chica bajita con un traje de oficina que parecía ser de su hermano mayor y unos lentes gruesos, que usaría una abuela para leer libros con letras diminutas, gritaba ante la presencia de un fantasma, que era una marioneta agrandada que se movía con efectos de Stop Motion.

- Que simpático.- comentó Sofia. La chica gritaba de terror, era más un bostezo que un grito.

Un hombre apareció, vestía un horrible uniforme y llevaba una mochila parecida a la de Los Cazafantasmas. Disparó al fantasma con un rayo blanquecino. Este se alejó. Eso era lo que buscaba Sofia. Pero le costaba decidirse sobre si contratarlos o no.

Se levantó para tomar un poco de agua cuando sintió un ventarrón que le subió la falda.

- ¿Por qué me puse una falda?- se preguntó. Había llegado a tal extremo que Sofia tenía miedo de usar la ropa que quería en su propia casa.

Esto ya era demasiado.

Sofia marcó el número de teléfono.

Esperó impacientemente hasta que escuchó los golpes a la puerta. Al abrirla se topó con la actriz que bostezaba en lugar de gritar y el héroe de acción más inexpresivo de todos los tiempos. Ambos seguían luciendo esos uniformes horribles. Era un chaleco blanco con el logo de la empresa y unos pantalones negros muy ajustados. Se notaba que no tenían la talla para el chico alto y la enana tuvo que recortarlos un poco.

- ¿Ustedes son de F.G.S.A?- Preguntó Sofia. Ya se estaba arrepintiendo de haberlos llamado. Sofia no era de las personas que juzgaban a los demás por su apariencia, pero estos tipos no eran capaces de resolver sus problemas.

Aun así, decidió darles el beneficio de la duda.

- Así es.- respondió Agatha, trataba de ocultar su nerviosismo. Era la primera vez que hablaba con un cliente humano. Señaló el logo de su pecho.

- Ya nos informaron de su problema - Anthony también problemas de fingir ser más profesional de lo que realmente era-. Estamos aquí para ayudar. 

Sofia los invitó a pasar. Agatha se quedó asombrada por la preciosidad de la sala. Con las paredes pintadas de color crema de leche, con un gigantesco cuadro de una ensalada de frutas encima de un sillón negro y una mesa de vidrio, que tenía un tazón repleto de frutas de cera.

- Que sala tan bonita tienes.- dijo Agatha, hizo unas notas mentales de las cosas que debería tener en su sala cuando regrese.

- Y me salió barato- confesó Sofia-. Soy capaz de hacer maravillas con poco presupuesto.

Ambos estuvieron de acuerdo. Sofia era una fanática de las novelas románticas. Había una pequeña colección de novelas de Danielle Steel en el mismo mueble donde estaba la televisión. Agatha no había leído nada de ella, pero su atractivo nombre le causaba curiosidad. Es probable que no le guste. Lo suyo eran las novelas policiales o de aventuras. No suele leer o ver películas de terror, con su propia vida y las cosas que tiene que lidiar son suficientes.

Anthony no les prestó atención a los gustos literarios de Sofia, o de Agatha. No suele leer ficción.

Ambos ajustaron sus mochilas. Sofia recién se dio cuenta que las tenían puestas en su espalda.

- ¿Para qué son esas mochilas?- le preguntó a Agatha.

Agatha respondió su pregunta con otra pregunta.

- ¿De casualidad eres alérgica a la sal?

La pregunta tomó a Sofia por sorpresa.

- No.- respondió con nerviosismo y deseando que esto no avance a mayores.

Agatha y Anthony se pusieron a rociar el suelo con la sal en pequeñas cantidades y en las esquinas. Habían aprendido de sus errores en la misión de Karina.

- La sal molesta a los fantasmas.- comentó Agatha.

Sofia asintió frustrada. De haberlo sabido ella misma habría comprado la sal y la hubiera esparcido por su cuenta. Se calmó pensando que el precio por contratarlos era más barato de lo que esperaba, pero no tanto como lo que hubiera gastado si lo hubiera resuelto por su cuenta.

Rociaron la sal por todo el apartamento. La sala. La cocina. El baño. Agatha abrió la puerta del dormitorio, el único lugar que no estaba salado. La cerró de inmediato y con suavidad.

- ¿Esta ahí?- preguntó Anthony.

Agatha asintió.

- Bien.- respondió este.

Sofia pensó que iba a continuar el baño de sal, pero se horrorizó cuando vio los bates de baseball. Agatha sacó una lata de pintura de color rojo y Anthony, unos ridículos lentes verdes.

- No se les ocurra hacer pintadas en mi casa.- les advirtió Sofia.

- Esa no es nuestra intención.- le respondió Anthony con una sonrisa encantadora.

La lata era roja; pero el líquido, transparente. Lo rociaron en los bates de Baseball. La madera se fue oscureciendo con la pintura.

- ¿Qué van a hacer?- preguntó Sofia con algo de pánico. Se dio cuenta que ha dejado entrar a dos sujetos con dos bates de baseball. Esto no podía llegar a una buena dirección.   

Anthony le entregó un par de esos lentes verdes. Le pidió que se los pusiera. Sofia obedeció y Anthony le ayudó a ajustárselos.

-          Te aseguro que esto te va a gustar.- le dijo Agatha con una sonrisa cruel que no le gustó nada a Sofia.

Antes de entrar Sofia le ordenó que se limpiara los pies en un tapete que decía: “bienvenido”. Agatha fue la primera en entrar, se movió de puntillas por el nuevo territorio. El dormitorio era el lugar más limpio de toda la casa. Para Sofía el dormitorio era una especie de templo en el que podía relajarse después de un duro día en el trabajo.

Podía.

Hoy en día es imposible relajarse cuando hay un fantasma gordo y calvo revisando tu cajón de ropa interior. Agatha estaba cerca del fantasma, tenía un olor desagradable. No es que los fantasmas se caracterizasen por tener un precioso aroma, pero este se llevaba las palmas en lo que a mal olor se refería. Era muy probable que en vida tuviera un olor corporal tan horrible que las flores se marchitaban ante su presencia. Agatha levantó el bate de baseball, lista para dar el primer golpe.

El fantasma detectó la presencia de Agatha y le dio un golpe en el estómago antes de que ella pudiera atacar. Agatha no fue tan sigilosa como creía, estuvo arrastrando un juguete antiestrés mientras caminaba. El golpe la hizo perder el aire, pero no soltó el bate. Este se sentía más pesado y resbaladizo en sus dedos. Intentó levantarlo de nuevo pero un nuevo golpe llegó con fuerza y en el mismo lugar.

Agatha cayó de rodillas y soltó el bate. El fantasma cerró la puerta para divertirse un poco con la joven adolorida. Tenía tantos planes en su retorcida cabeza. Dichos planes tendrían que esperar otros mil años porque Anthony abrió la puerta de una patada.

- Tengo una llave.- le dijo Sofia y le mostró la evidencia.

- Lo lamento.

- imbécil - le dijo Sofia en voz baja. Sofia gritó al ver al fantasma flotando muy cerca de Agatha, quien había vomitado en su alfombra nueva.

Anthony corrió para darle un buen golpe al fantasma. Pero este lo esquivó varias veces. Anthony era demasiado lento y el fantasma, muy escurridizo. En fantasma le arrojó un reloj despertador. Anthony lo esquivó. El reloj se hizo pedazos en la puerta, por suerte Sofia la cerró sino le hubiera caído justo en la cara.

El fantasma le arrojó todo lo que estaba a su alcance: una almohada, estuches de maquillaje, un viejo adorno con forma de toro, una caja de hisopos. Pero la cosa que consiguió lastimar a Anthony fue un consolador negro que estaba en el fondo del cajón de la ropa interior de Sara. Ella enrojeció cuando vio que el pene de goma golpeaba a Anthony como si fuera un látigo.

Anthony retrocedió para evitar más golpes con el consolador. Se resbaló con una almohada y cayó de espaldas. El fantasma se puso encima de él. Tenía otro consolador en la mano (un rosado con varias luces de navidad). El fantasma era muy fuerte, le abrió la boca a Anthony y le introdujo el consolador en la boca. Lo encendió y el interior de la boca de Anthony se convirtió en un 25 de diciembre, pero en lugar de unos villancicos sonaba una canción sobre la masturbación, daba la impresión de ser cantada por un viejo de sesenta años, admirador de Bob Dylan.

El fantasma siguió golpeándolo con el otro consolador. Se detuvo de golpe y soltó el consolador negro. El fantasma había recibido un fuerte golpe en la cabeza con el bate de baseball. Sofia no podía continuar viendo este vergonzoso espectáculo así que decidió cortar por lo sano.

El fantasma cayó al suelo.

- Con ese aerosol podemos lastimarlos - informó Anthony. Se agarró las fosas nasales para evitar que estas sigan sangrando-. No sé si sienten dolor. Solo sé que podemos lastimarlos.

Sofia no había escuchado las explicaciones de Anthony. Estaba empeñada en seguir golpeando al fantasma hasta convertirlo en un charco blanquecino de dudosa procedencia. Con la mirada Anthony buscó a Agatha, no estaba en la habitación. La vio entrar de nuevo. Estaba comiendo un sándwich de jamón.

- ¿Qué estás haciendo?- le preguntó Anthony.

- Ese maldito fantasma me hizo expulsar hasta la papilla. Después de tomar un poco de enjuague bucal para quitarme el sabor a vomito de la boca me dio hambre, así que me preparé algo de comer.

Anthony vio con hambre el emparedado que estaba comiendo Agatha.

- ¿Puedo comer un poco? – le preguntó a Agatha.

- Hay bastante en la cocina. Prepárate uno si quieres.  

Agatha y Anthony comían y bebían (gaseosa) mientras disfrutaban el espectáculo. Sofia golpeaba al fantasma con fuerza, no se mostraba cansada. Estuvo yendo al gimnasio por varias horas todos los días, para escapar del desagradable fantasma. Todo ese ejercicio valió la pena, no solo en los cinco kilos que perdió.

- 101

- 102

- 103

Apostaron a que llegaría a los 200 golpes. Para la mala suerte de Agatha se detuvo en el golpe 159. Le debía a Anthony 20 soles. Sofia soltó el bate de baseball, sudaba y tenía una sonrisa de satisfacción en la cara. Nada como acabar con tus problemas a golpes. Cuando volteó para verlos Agatha apuró su sándwich. Se lo tragó casi sin masticar. Anthony siguió comiendo tranquilamente. Prefería que lo atraparan a tener problemas en el estómago.

- Hemos tomado unos sándwiches. Descuida, los pagaremos.

- Olvídenlo. Olvídenlo. La casa invita- Sofia se rio de su comentario. Ninguno de sus dos oyentes encontró la gracia.

Levantó el bate de Baseball. Sofia estaba teniendo problemas para recuperar el aliento.

- Lo necesitaba- golpeó el suelo blanco de nuevo-. Este desgraciado no ha hecho más que causarme problemas.

Sofia se sentó en su cama, en medio de los dos expertos en los paranormal. Agatha se alejó, no podía soportar a una persona demasiado sudorosa.

- ¿A cuánto me lo venden? El bate y un poco de ese aerosol.

- No está a la…

Agatha le cubrió la boca a Anthony.

- Cien soles por los dos. Están de oferta, usualmente los vendemos más caro.

En el suelo estaba su billetera. Sofia le entregó 200 soles a Agatha. 100 por la consulta y 100 por el bate. Sofia no pudo convencer a Anthony para que le vendiera el par extra de lentes verdes; pero su pudo convencerlo de que se lo regale. Todo a cambio de una cena juntos. Agatha tomó al fantasma con las manos y lo tiró lejos del edificio. Iba a volver, pero Sofia tenía un arma para defenderse y eso aliviaba a Agatha.

Se despidieron. Sofia les dio las gracias por partida doble y se fueron.

- Tenemos más dinero- le comentó Sofia-. Con esta nueva riqueza podremos divertirnos un poco este fin de semana.

 “Con 100 soles no alcanza ni para un gramo”, pensó Anthony.

- ¿Me puedes explicar cómo fue eso un fracaso?- preguntó Agatha-. Cumplimos la misión y nos quedamos con un cliente satisfecho.

- Demasiado satisfecho- respondió Gloria molesta-. Al venderle el bate de baseball hicieron que ya no nos necesite. Por eso la misión fue un fracaso.

Agatha miró a Anthony con unos ojos acusadores.

- ¿Le dijiste algo? Acordamos dejarlo en secreto.

 “¿De qué diablos está hablando está loca?”, se preguntó Anthony confundido.

- Fuiste tú la que habló sobre el tema. Lo escribiste en tu reporte.- Gloria Beltrán añadió una risa maliciosa.

 “La venta del bate de Baseball y el aerosol fue una gran idea, obviamente lo fue. Se me ocurrió a mí. Anthony trató de impedir la venta, pero esta se concretó de todos modos. Anthony es una persona maravillosa, pero le falta una visión empresarial. Sus inventos pueden ser muy rentables. Mientras recorríamos la ciudad yo le dije que lo mantuviéramos en secreto. No quería saber como reaccionaria al respecto. Lo más seguro es que no le guste.”

- Y tienes toda la maldita razón.- dijo Gloria Beltrán con el ceño fruncido. Estaba muy irritada.  

A pesar de la evidencia presentada Agatha seguía sin creer que ella había escrito eso. Se frotaba la cabeza como si esa fuera una forma de activar su cerebro y abrir su banco de recuerdos. Con el dinero extra compraron hierba. Ella se puso a escribir en su computadora mientras se reía a carcajadas de las palabras aparecidas en la pantalla. Anthony fumaban hierba para encontrar las comedias de Seth Rogen más divertidas de lo que realmente son.

 “Para estar drogada redacto muy bien”, se dijo a si misma.

Gloria Beltrán presionó otro botón y en la pantalla aparecieron un par de pendientes azules. 

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