domingo, 18 de julio de 2021

La quinta misión. Capitulo 7: Una reunion despues de medianoche



La quinta misión era muy sencilla, aunque viendo como estaban las cosas nada lo era. Algo tan “sencillo” como bajar a un gato de un árbol se había vuelto en algo complicado y doloroso.

Tenían que viajar a “La costa de las conchas negras”, un pequeño pueblo ubicado a unas horas de la capital.

Ahí había un barco encallado en el fondo de una playa.

Dentro del barco había una habitación, la más arreglada de todo el barco.

Dentro de la habitación hay dos pendientes con forma de búho y un brillo rojo en los ojos.

La misión era conseguir esos pendientes y traerlos a casa.

- ¿Eso es todo?- preguntó Agatha.

Gloria asintió.

- ¿Podrán hacerlo?- preguntó ella, tenía una respuesta en su cabeza. Una respuesta poco favorable.

- ¡Claro que sí!- dijo Agatha muy animada-. Nosotros nunca fallamos en nuestras misiones.

- Comenzando por ahora.- concluyó Anthony, contagiado por la energía de Agatha.

- Vayan ahora mismo. Quiero esos pendientes en mis manos para mañana.

Gloria Beltrán les mostró unas manos con palmas suaves, casi sin arrugas y unas uñas con una manicura perfecta. Parecían las manos de una mujer veinte años más joven. Hasta Agatha tenía las manos con unas arrugas de más. Ambas compartían los callos en los dedos y nudillos por lo mucho que escribían.

Agatha bostezó. Abrió tanto la boca que Gloria Beltrán pudo ver un par de caries que necesitaban un tratamiento urgente.

- ¿No puede ser mañana? Ahora mismo tengo tanto sueño.- dijo Agatha.

- ¡Santo Dios!, ¿Dónde estuviste anoche?- le preguntó Gloria al ver los ojos de su sobrina.

Agatha se frotaba los ojos mientras respondía: “No lo sé”. Miró a Gloria Beltrán. Sus ojos rojos con tantas bolsas le recordaban a un buldog de caricatura que había estado llorando por horas.

- Nadie lo sabe.- comentó Anthony con un tono tétrico y moviendo los brazos.

Ambos pensaron que esto ablandaría el corazón de Gloria hasta convertirlo en una masa llena de amor y comprensión. No lo hizo. Su corazón estaba cubierto por un escudo anti excusas.

- Quiero esos pendientes para mañana.

- ¿Para qué quieres los pendientes tan pronto?- preguntó Agatha irritada.

- Eso no es asunto tuyo- Gloria Beltrán golpeó la mesa, solo ella podía hacerlo. Una vez Agatha golpeó la mesa y ella amenazó con cortarle la mano- ¡MAÑANA!

Agatha y Anthony salieron de la casa. Agatha se despidió de Wendy dándole un pequeño abrazo que casi la hace tirar la bandeja con vasos de limonada. Al salir se llevaron una gran sorpresa que les cayó como un globo de agua, arrojado desde el piso cincuenta de un enorme edificio. Agatha, la primera en recuperarse, le dio un golpecito juguetón en las costillas a Anthony.

- Te dije que no te estacionaras ahí.

Una grúa se estaba llevando el auto amarillo. Anthony corrió gritando: “Deténgase. Ese auto es mío”. Agatha lo siguió con la mano en su boca, tratando de aguantarse la risa. Después de una discusión y unos sobornos consiguieron recuperar el auto. Anthony condujo hasta el apartamento que compartía con Agatha y que era propiedad de Gloria Beltrán. Agatha no quería depender tanto de ella.

Estuvo buscando ofertas de vivienda en internet con mucha ilusión.

La ilusión murió al ver los costos de alquiler y venta. Su estado financiero actual hacía que la posibilidad de costear esos pagos fuera virtualmente imposibles.

Agatha se contentó de vivir en un lugar cómodo en un barrio más o menos respetable. Te roban, pero solo los fines de semana. El apartamento era de 100 metros cuadrados, pintado de blanco y con varios retratos de corte abstracto colgados en las paredes. Agatha los había comprado, alegando que le daban un ambiente único a la casa.

Anthony pensaba lo contrario. La presencia de esos cuadros le daban la impresión que el ambiente era falso y artificial, como si viviera en un comercial de televisión en lugar de un hogar.

Agatha llenó su mochila con la primera ropa que encontró de los cajones. Anthony hizo lo mismo. Este añadió en su equipaje un maletín negro de cuero, sus herramientas para trabajos como este. Debajo de su cama había una caja metálica de bombones, dentro no había bombones ni agujas e hilos.

Dentro había un arma.

Anthony puso la pistola en una pistolera de su cinturón. “Siempre hay que estar preparado”, pensó. “Solo para emergencias”, pensó.

Con las cosas en el auto Agatha y Anthony subieron a su Bumblebee personal. Ella se echó en los asientos traseros mientras Anthony encendía el auto.

- Llegaremos en tres horas aproximadamente.- le informó a su amiga/compañera de trabajo.

- Excelente. Tres horas para dormir.

El auto avanzó. Anthony encendió el GPS de su celular para seguir indicaciones. Agatha se quedó dormida en esos asientos de cuero. Ambas ventanas estaban abiertas, servían para combatir el molesto sol. Agatha intentaba recordar que pasó anoche. Su cerebro armaba el rompecabezas poco a poco, en un inicio parecía imposible debido a la falta de piezas.

Agatha y Anthony fueron invitados a una fiesta de un viejo amigo llamado Joshua. Anthony fue con unos pantalones negros y una casaca marrón; y Agatha con unos jeans ajustados y una blusa que decía: “I love fun”, escrita con letras enormes que abarcaban sus pechos y parte de su estómago.

Joshua recibió a Agatha con alegría, no conocía a Anthony. Se saludaron con poca naturalidad. Agatha aclaró que Anthony no era su novio y entraron a la fiesta. Solo tuvieron que estar ahí por diez minutos para darse cuenta que la fiesta no era tan divertida como esperaban, de hecho, era muy aburrida.  

La música era experimental y el cantante cantaba en un idioma que no era español ni inglés. Agatha pensó que era francés y Anthony, alemán. Los demás conversaban cómodamente, estaban tan inmersos en su propia conversación que era muy difícil para Agatha y Anthony poder unirse. Joshua los presentó con mucho ruido, unos segundos después volvieron al anonimato.

A diferencia de Agatha, Anthony decidió romper con ese anonimato y hacerse conocer. tres chicas estaban hablando sobre sus problemas laborales. La primera sospechaba que iba a ser despedida, La segunda estaba ansiosa porque su contrato iba a terminar (y sospechaba que no se lo iban a renovar) y la tercera sabía que su jefe (casado y con tres hijos) se acostaba con su secretaria. Pensaba chantajearlo.

Anthony se introdujo en la conversación saludando cordialmente.

Les habló de su experiencia laboral (sin contar su trabajo actual). No había mucho que decir. Si hablara de todos los trabajos que tuvo sin parar su discurso no pasaría de los tres minutos. Se lo tuvo que inventar todo. Anthony no tuvo muchos problemas, ya tenía experiencia mintiendo desde niño. A veces era muy difícil determinar que hechos de la vida de Anthony eran reales y que eran falsos.

- Esta fiesta es tan aburrida.- dijo la primera. Le añadió unas veinte “enes” al “tan”.

- Es cierto. Yo solo vine porque Joshua era un amigo de la familia- respondió la segunda-. Solo espero que no intenten emparejarme.

Antes de que pudieran preguntar Anthony habló:

- Y yo porque soy amigo de un amigo de la familia de Joshua.

Todos bebieron un trago de cerveza al mismo tiempo.

- ¿Quieren divertirse un poco?

Como si fuera un traficante, durante un tiempo lo fue, abrió su casaca y les mostró una camisa arrugada. Eso no fue importante para las chicas. Lo que captaba su interés eran los bolsillos (había muchos) y estaban llenos de bolsitas de marihuana y una con un polvillo blanco difícil de determinar.

Las tres chicas se rieron. Anthony lo tomó como un indudable sí. Sin añadir más los cuatro subieron al segundo piso, donde estaban los dormitorios. Agatha estaba sentada en un sillón cómodo, al lado de una pareja que se besaba con pasión. Agatha creía que en cualquier momento uno se iba a comer la cabeza del otro. Agatha quería seguir mirando, pero no quería que los demás la vieran como una pervertida.

Agatha bebió un trago de cerveza.

-          ¿Disfrutando de la fiesta?- le preguntó Joshua.

Agatha bebió otro poco de cerveza. Pensaba que si se emborrachaba podría disfrutar mucho más de la fiesta. Joshua quiso armarle un poco de conversación. Joshua era un empresario de mediano éxito que estudió en la misma universidad que Agatha. Con la diferencia que él si la terminó. Se graduó con honores y con la ayuda de sus padres fundó una tienda de computadoras. Gracias a sus conocimientos de administración de empresas supo mantenerla a flote.

Le habló de su balance anual, que no fue muy bueno en comparación con el año pasado. Pero no llegó a sufrir de perdidas. Agatha no escuchaba lo que decía. Hasta que sus oídos se activaron cuando Joshua dijo esto:

- Siento que estoy hablando solo. ¿Qué fue de tu vida?

Agatha tuvo que inventarse algo. Después de dejar la universidad y pasarse a estudiar secretariado no ha tenido un trabajo que dure más de tres meses. Tal vez si le hablaba de su nuevo trabajo… su tía nunca le dijo que tenía que mantenerlo en secreto.

- Joshua, ¿Puedes venir?- un joven rubio le llamó.

- Ahorita mismo voy- se dirigió a Agatha. Tiene unos bonitos ojos color miel, pensó ella-. Tengo que dejarte. Hablamos más tarde.

Joshua se fue. Había engordado un poco desde la última vez que lo vio (mucho). Agatha no dejaba de mirarle el trasero pensando: “Es mucho más grande que el mío”.

Hablando de traseros…

- Disculpa, ¿Puedo sentarme?

Agatha levantó la mirada para ver a una chica con el cabello del mismo color que su cerveza. Agatha quería responderle con dureza: ¿No ves que los asientos están ocupados?

Para su sorpresa no lo estaban. La pareja se había ido hace mucho.

- ¿Esos cuando se fueron?- preguntó.

La chica se sentó con delicadeza. Usaba un vestido blanco, cuya falda les llegaba a los tobillos, junto con unas sandalias igual de blancas. Bebió un poco de su cerveza y soltó un gran bostezo.

- Que fiesta más aburrida- dijo. Miró a Agatha a los ojos para darle a entender que estaba hablando con ella.

- Si, de las más aburridas a las que he ido en toda mi vida.

Agatha no había ido a muchas fiestas en su vida, y aun así esta fiesta se ganaba la medalla de oro al aburrimiento y al tedio. La más divertida fue en la universidad, cuando un amigo de su novio (que era estudiante de cine) la invitó a una fiesta que homenajeaba al director Quentin Tarantino. Ellos fueron disfrazados de Vincent y Mia, respectivamente. El amigo de su novio apareció con el rostro pintado de negro y con una peluca afro. Todo fue diversión, bailes icónicos, música pegadiza y tragos hasta que Agatha se dio cuenta de una horrible verdad: Jules y Vincent eran más que amigos.

Eso no mató su diversión. Agatha se ligó a otro negro, uno vestido de vaquero.

- ¿Te gustaría ir a una fiesta mucho más divertida?- preguntó la joven. Le mostró una sonrisa tan bella. Agatha se preguntó: ¿Así sonríen los ángeles?-. Casi lo olvido. Mi nombre es María.

Agatha le dio la mano. Las manos de María eran tan suaves que se sentían como si uno aplastase Mashmellows. Agatha quería preguntarle qué tipo de crema usaba. Las manos de Agatha eran papel de lija en comparación.

- No, gracias. Ya me iba.- Agatha buscó a Anthony con la mirada. No estaba por ningún lado. Agatha lo maldijo. El idiota tiene las llaves.

María bebió de su vaso rojo. Agatha vio la bebida con asombro. No recordaba que estuvieran sirviendo jugo de fresa. Le gustaba más el jugo de fresa que la cerveza.

- ¿Qué estas bebiendo?- preguntó Agatha a María.

- ¿Quieres probar?

Ella le acercó el vaso rojo a la cara. No era jugo de fres, tenía un olor más fuerte. Al entrar a sus fosas nasales el olor aniquiló algunos vellos. Agatha bebió un trago largo. Agatha se levantó del sillón tambaleándose.

-          Me tengo que ir, gracias por la bebida. Estuvo deliciosa- Agatha hizo otra revisión en busca de Anthony. Este siguió sin aparecer-. Tomaré un taxi.

Agatha revisó sus bolsillos para darse cuenta que solo tenía dos soles. Perfecto. Un sol para el viaje y el otro, para propina. Si le tomó una hora en llegar hasta aquí entonces debería costarle un sol. ¿Eso tiene sentido? La mente de Agatha trabajaba de una forma más errática de lo normal.

Agatha se sentía pesada, como si hubiera subido 120 kilos después de haberse comido 120 pasteles de manzana ella sola. Dio el primer paso y cayó al suelo. Por suerte María estaba ahí para atraparla sino esta sería una estrepitosa caída.

María la arrastró hasta la puerta de la casa, cualquiera que preguntase recibía la respuesta que era su amiga, se sentía muy mal y quería que la llevaran a casa.

- ¿No es así, amiga?

- Si.- respondió Agatha arrastrando la vocal.

- ¿Lo ven?

- Si mamá. Quiero subirme primero a la montaña rusa y luego a los carritos chocones.

Los jóvenes ebrios sospechaban. María era demasiado joven como para ser la mamá de Agatha. Podría ser su madrastra, pero…

- Solo abran la puerta - Agatha se sostenía con dificultad en los hombros de María. Agatha cayó con la mano bien agarrada en el hombro del vestido destrozándolo y dejando al descubierto el brasier blanco de María. Los invitados no sabían si enfocarse en el pecho descubierto o en la joven que acababa de caer.- No se queden ahí parados como idiotas. Ayúdenme.- exclamó una acalorada María, quien se cubría el pecho lo máximo que podía.

Entre tres personas consiguieron subir a Agatha al auto, un vehículo blanco casi nuevo. La echaron en los asientos traseros.

-          Esta cama es ideal para masturbarse y vomitar.- dijo una drogada Agatha.

María hizo como que no escuchó eso y cerró la puerta. Si esa chica se atreve a vomitar la meto dentro de la cajuela, pensó María recordando todos los pagos que tenía que hacer. María adoraba ese auto, siempre había querido tener un auto propio. Lo que más le gustaba eran los elogios de sus amigas por el hecho de tenerlo. Como si fuera un llamado del destino su celular sonó. Decía número privado.

Mientras contestaba arrancó el auto alejándose de la fiesta para unirse a otra.

- ¿Tienes a alguien?- preguntó la voz femenina del otro lado de la línea.

- Si, ahora mismo voy a la reunión- dijo María. La conversación terminó tan rápido como comenzó. Colgaron-. Eso fue muy estresante- expresó María-. La próxima vez traeré huérfanas e indigentes.

El viaje duró unas horas. Agatha estuvo durmiendo como un bebé durante todo el viaje. Cuando el auto se detuvo despertó, si contamos el abrir su ojo un cuarto de su capacidad como “despertar” entonces sí. Despertó. Su visión era borrosa, solo veía manchas sin sentidas. Esto le recordaba a una visita a un museo de arte moderno que tuvo hace unos días.

Agatha estaba en medio de un bosque, solo que no lo sabía. Escuchó unos silbidos (y algo parecido a un ladrido). No podía ver a una figura completa, pero se sintió rodeada de personas, quienes alabaron el auto blanco. Abrieron la puerta y sacaron a Agatha. Ella sintió como las manos la agarraban y la sacaban del auto con suma facilidad. La levantaron como si fuera una celebridad en crecimiento.

La sentaron a una silla y la amarraron. Estaba rodeada de un circulo de unas quince personas.

Cerca del circulo había una cosa enorme cubierta de una sábana blanca y que se movía de forma constante. Escuchó un gruñido venir de detrás de la sabana. Frente al círculo había una tarima improvisada, hecha con cajas de frutas y una tela amarilla. Detrás de la tarima había una cruz. El crucificado tenía la cabeza de un lobo.

Las chicas hablaban de diversos temas. Algunas se quejaban de que tenían mucho trabajo. Otra sospechaba que su marido la engañaba con su secretaria. Y un par discutía del último episodio de la telenovela turca del momento.

- No sabía que Yissad era Yissod disfrazado.

- Esa peluca era demasiado obvia como para no sospechar.

Las conversaciones pararon cuando escucharon los martillazos. Una mujer de unos 60 años, la mayor del culto, estaba golpeando la tarima con su martillo.

­- ¡Chicas! ¡Chicas!- exclamó la anciana. Dejó el martillo de madera a un lado y golpeó suavemente el micrófono para que las demás la escuchen-. Bienvenidas todas a la reunión número 50 del culto al licántropo. Estoy muy contenta de tenerlas a ustedes aquí. Como sabrán nosotras hemos rechazado a la trinidad para rendirle culto al único dios capaz de gobernar a la naturaleza.

Todas se pusieron a abuchear a la trinidad. Algunas tenían llaveritos y collares con la cruz. Se las quitaron y las escupieron y pisotearon con rabia. Luego se las volvieron a poner. Eran las llaves de sus casas y sus respectivas parejas se los regalaron con mucho amor.

- Nosotras le rendimos tributo al lobo en todas sus formas. El lobo es la única criatura capaz de entregarnos la tan ansiada inmortalidad.

Todas aplaudieron al sujeto crucificado. Le rezaron. Una le arrojó un billete de 100 soles. La anciana recogió el dinero y lo guardó el dinero. El hombre crucificado con la cabeza de lobo despertó y comenzó a retorcerse. Estaba tan drogado que no sentía los clavos en sus manos y pies. La anciana sacó una daga de su túnica, esta tenía un mango con la forma de un hocico de lobo. Apuñaló al hombre en el pecho matándolo al instante. Se bañó la cara con su sangre.

- ¡Declaro la reunión inaugurada!

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