La quinta misión era muy sencilla, aunque viendo como estaban las cosas nada lo era. Algo tan “sencillo” como bajar a un gato de un árbol se había vuelto en algo complicado y doloroso.
Tenían que viajar a
“La costa de las conchas negras”, un pequeño pueblo ubicado a unas horas de la
capital.
Ahí había un barco
encallado en el fondo de una playa.
Dentro del barco había
una habitación, la más arreglada de todo el barco.
Dentro de la
habitación hay dos pendientes con forma de búho y un brillo rojo en los ojos.
La misión era
conseguir esos pendientes y traerlos a casa.
- ¿Eso es todo?- preguntó Agatha.
Gloria asintió.
- ¿Podrán hacerlo?- preguntó ella, tenía una respuesta en su cabeza. Una respuesta poco favorable.
- ¡Claro que sí!- dijo Agatha muy animada-. Nosotros nunca fallamos en nuestras misiones.
- Comenzando por ahora.- concluyó Anthony, contagiado por la energía de Agatha.
- Vayan ahora mismo. Quiero esos pendientes en mis manos para mañana.
Gloria Beltrán les
mostró unas manos con palmas suaves, casi sin arrugas y unas uñas con una
manicura perfecta. Parecían las manos de una mujer veinte años más joven. Hasta
Agatha tenía las manos con unas arrugas de más. Ambas compartían los callos en
los dedos y nudillos por lo mucho que escribían.
Agatha bostezó. Abrió
tanto la boca que Gloria Beltrán pudo ver un par de caries que necesitaban un
tratamiento urgente.
- ¿No puede ser mañana? Ahora mismo tengo tanto sueño.- dijo Agatha.
- ¡Santo Dios!, ¿Dónde estuviste anoche?- le preguntó Gloria al ver los ojos de su sobrina.
Agatha se frotaba los
ojos mientras respondía: “No lo sé”. Miró a Gloria Beltrán. Sus ojos rojos con
tantas bolsas le recordaban a un buldog de caricatura que había estado llorando
por horas.
- Nadie lo sabe.- comentó Anthony con un tono tétrico y moviendo los brazos.
Ambos pensaron que
esto ablandaría el corazón de Gloria hasta convertirlo en una masa llena de amor
y comprensión. No lo hizo. Su corazón estaba cubierto por un escudo anti
excusas.
- Quiero esos pendientes para mañana.
- ¿Para qué quieres los pendientes tan pronto?- preguntó Agatha irritada.
- Eso no es asunto tuyo- Gloria Beltrán golpeó la mesa, solo ella podía hacerlo. Una vez Agatha golpeó la mesa y ella amenazó con cortarle la mano- ¡MAÑANA!
Agatha y Anthony
salieron de la casa. Agatha se despidió de Wendy dándole un pequeño abrazo que
casi la hace tirar la bandeja con vasos de limonada. Al salir se llevaron una
gran sorpresa que les cayó como un globo de agua, arrojado desde el piso
cincuenta de un enorme edificio. Agatha, la primera en recuperarse, le dio un
golpecito juguetón en las costillas a Anthony.
- Te dije que no te estacionaras ahí.
Una grúa se estaba
llevando el auto amarillo. Anthony corrió gritando: “Deténgase. Ese auto es mío”.
Agatha lo siguió con la mano en su boca, tratando de aguantarse la risa. Después
de una discusión y unos sobornos consiguieron recuperar el auto. Anthony condujo
hasta el apartamento que compartía con Agatha y que era propiedad de Gloria Beltrán.
Agatha no quería depender tanto de ella.
Estuvo buscando
ofertas de vivienda en internet con mucha ilusión.
La ilusión murió al
ver los costos de alquiler y venta. Su estado financiero actual hacía que la
posibilidad de costear esos pagos fuera virtualmente imposibles.
Agatha se contentó de
vivir en un lugar cómodo en un barrio más o menos respetable. Te roban, pero
solo los fines de semana. El apartamento era de 100 metros cuadrados, pintado
de blanco y con varios retratos de corte abstracto colgados en las paredes.
Agatha los había comprado, alegando que le daban un ambiente único a la casa.
Anthony pensaba lo
contrario. La presencia de esos cuadros le daban la impresión que el ambiente
era falso y artificial, como si viviera en un comercial de televisión en lugar
de un hogar.
Agatha llenó su
mochila con la primera ropa que encontró de los cajones. Anthony hizo lo mismo.
Este añadió en su equipaje un maletín negro de cuero, sus herramientas para
trabajos como este. Debajo de su cama había una caja metálica de bombones,
dentro no había bombones ni agujas e hilos.
Dentro había un arma.
Anthony puso la
pistola en una pistolera de su cinturón. “Siempre hay que estar preparado”,
pensó. “Solo para emergencias”, pensó.
Con las cosas en el
auto Agatha y Anthony subieron a su Bumblebee personal. Ella se echó en los
asientos traseros mientras Anthony encendía el auto.
- Llegaremos en tres horas aproximadamente.- le informó a su amiga/compañera de trabajo.
- Excelente. Tres horas para dormir.
El auto avanzó.
Anthony encendió el GPS de su celular para seguir indicaciones. Agatha se quedó
dormida en esos asientos de cuero. Ambas ventanas estaban abiertas, servían
para combatir el molesto sol. Agatha intentaba recordar que pasó anoche. Su
cerebro armaba el rompecabezas poco a poco, en un inicio parecía imposible
debido a la falta de piezas.
Agatha y Anthony
fueron invitados a una fiesta de un viejo amigo llamado Joshua. Anthony fue con
unos pantalones negros y una casaca marrón; y Agatha con unos jeans ajustados y
una blusa que decía: “I love fun”, escrita con letras enormes que abarcaban sus
pechos y parte de su estómago.
Joshua recibió a
Agatha con alegría, no conocía a Anthony. Se saludaron con poca naturalidad.
Agatha aclaró que Anthony no era su novio y entraron a la fiesta. Solo tuvieron
que estar ahí por diez minutos para darse cuenta que la fiesta no era tan divertida
como esperaban, de hecho, era muy aburrida.
La música era
experimental y el cantante cantaba en un idioma que no era español ni inglés.
Agatha pensó que era francés y Anthony, alemán. Los demás conversaban cómodamente,
estaban tan inmersos en su propia conversación que era muy difícil para Agatha
y Anthony poder unirse. Joshua los presentó con mucho ruido, unos segundos
después volvieron al anonimato.
A diferencia de
Agatha, Anthony decidió romper con ese anonimato y hacerse conocer. tres chicas
estaban hablando sobre sus problemas laborales. La primera sospechaba que iba a
ser despedida, La segunda estaba ansiosa porque su contrato iba a terminar (y
sospechaba que no se lo iban a renovar) y la tercera sabía que su jefe (casado
y con tres hijos) se acostaba con su secretaria. Pensaba chantajearlo.
Anthony se introdujo
en la conversación saludando cordialmente.
Les habló de su
experiencia laboral (sin contar su trabajo actual). No había mucho que decir.
Si hablara de todos los trabajos que tuvo sin parar su discurso no pasaría de
los tres minutos. Se lo tuvo que inventar todo. Anthony no tuvo muchos
problemas, ya tenía experiencia mintiendo desde niño. A veces era muy difícil
determinar que hechos de la vida de Anthony eran reales y que eran falsos.
- Esta fiesta es tan aburrida.- dijo la primera. Le añadió unas veinte “enes” al “tan”.
- Es cierto. Yo solo vine porque Joshua era un amigo de la familia- respondió la segunda-. Solo espero que no intenten emparejarme.
Antes de que pudieran
preguntar Anthony habló:
- Y yo porque soy amigo de un amigo de la familia de Joshua.
Todos bebieron un
trago de cerveza al mismo tiempo.
- ¿Quieren divertirse un poco?
Como si fuera un
traficante, durante un tiempo lo fue, abrió su casaca y les mostró una camisa
arrugada. Eso no fue importante para las chicas. Lo que captaba su interés eran
los bolsillos (había muchos) y estaban llenos de bolsitas de marihuana y una
con un polvillo blanco difícil de determinar.
Las tres chicas se
rieron. Anthony lo tomó como un indudable sí. Sin añadir más los cuatro
subieron al segundo piso, donde estaban los dormitorios. Agatha estaba sentada
en un sillón cómodo, al lado de una pareja que se besaba con pasión. Agatha
creía que en cualquier momento uno se iba a comer la cabeza del otro. Agatha
quería seguir mirando, pero no quería que los demás la vieran como una
pervertida.
Agatha bebió un trago
de cerveza.
- ¿Disfrutando de la fiesta?- le preguntó Joshua.
Agatha bebió otro
poco de cerveza. Pensaba que si se emborrachaba podría disfrutar mucho más de
la fiesta. Joshua quiso armarle un poco de conversación. Joshua era un
empresario de mediano éxito que estudió en la misma universidad que Agatha. Con
la diferencia que él si la terminó. Se graduó con honores y con la ayuda de sus
padres fundó una tienda de computadoras. Gracias a sus conocimientos de
administración de empresas supo mantenerla a flote.
Le habló de su
balance anual, que no fue muy bueno en comparación con el año pasado. Pero no
llegó a sufrir de perdidas. Agatha no escuchaba lo que decía. Hasta que sus oídos
se activaron cuando Joshua dijo esto:
- Siento que estoy hablando solo. ¿Qué fue de tu vida?
Agatha tuvo que
inventarse algo. Después de dejar la universidad y pasarse a estudiar
secretariado no ha tenido un trabajo que dure más de tres meses. Tal vez si le
hablaba de su nuevo trabajo… su tía nunca le dijo que tenía que mantenerlo en
secreto.
- Joshua, ¿Puedes venir?- un joven rubio le llamó.
- Ahorita mismo voy- se dirigió a Agatha. Tiene unos bonitos ojos color miel, pensó ella-. Tengo que dejarte. Hablamos más tarde.
Joshua se fue. Había
engordado un poco desde la última vez que lo vio (mucho). Agatha no dejaba de
mirarle el trasero pensando: “Es mucho más grande que el mío”.
Hablando de traseros…
- Disculpa, ¿Puedo sentarme?
Agatha levantó la
mirada para ver a una chica con el cabello del mismo color que su cerveza.
Agatha quería responderle con dureza: ¿No ves que los asientos están ocupados?
Para su sorpresa no
lo estaban. La pareja se había ido hace mucho.
- ¿Esos cuando se fueron?- preguntó.
La chica se sentó con
delicadeza. Usaba un vestido blanco, cuya falda les llegaba a los tobillos,
junto con unas sandalias igual de blancas. Bebió un poco de su cerveza y soltó
un gran bostezo.
- Que fiesta más aburrida- dijo. Miró a Agatha a los ojos para darle a entender que estaba hablando con ella.
- Si, de las más aburridas a las que he ido en toda mi vida.
Agatha no había ido a
muchas fiestas en su vida, y aun así esta fiesta se ganaba la medalla de oro al
aburrimiento y al tedio. La más divertida fue en la universidad, cuando un
amigo de su novio (que era estudiante de cine) la invitó a una fiesta que
homenajeaba al director Quentin Tarantino. Ellos fueron disfrazados de Vincent
y Mia, respectivamente. El amigo de su novio apareció con el rostro pintado de
negro y con una peluca afro. Todo fue diversión, bailes icónicos, música
pegadiza y tragos hasta que Agatha se dio cuenta de una horrible verdad: Jules
y Vincent eran más que amigos.
Eso no mató su
diversión. Agatha se ligó a otro negro, uno vestido de vaquero.
- ¿Te gustaría ir a una fiesta mucho más divertida?- preguntó la joven. Le mostró una sonrisa tan bella. Agatha se preguntó: ¿Así sonríen los ángeles?-. Casi lo olvido. Mi nombre es María.
Agatha le dio la
mano. Las manos de María eran tan suaves que se sentían como si uno aplastase
Mashmellows. Agatha quería preguntarle qué tipo de crema usaba. Las manos de
Agatha eran papel de lija en comparación.
- No, gracias. Ya me iba.- Agatha buscó a Anthony con la mirada. No estaba por ningún lado. Agatha lo maldijo. El idiota tiene las llaves.
María bebió de su
vaso rojo. Agatha vio la bebida con asombro. No recordaba que estuvieran
sirviendo jugo de fresa. Le gustaba más el jugo de fresa que la cerveza.
- ¿Qué estas bebiendo?- preguntó Agatha a María.
- ¿Quieres probar?
Ella le acercó el
vaso rojo a la cara. No era jugo de fres, tenía un olor más fuerte. Al entrar a
sus fosas nasales el olor aniquiló algunos vellos. Agatha bebió un trago largo.
Agatha se levantó del sillón tambaleándose.
- Me tengo que ir, gracias por la bebida. Estuvo deliciosa- Agatha hizo otra revisión en busca de Anthony. Este siguió sin aparecer-. Tomaré un taxi.
Agatha revisó sus
bolsillos para darse cuenta que solo tenía dos soles. Perfecto. Un sol para el
viaje y el otro, para propina. Si le tomó una hora en llegar hasta aquí
entonces debería costarle un sol. ¿Eso tiene sentido? La mente de Agatha
trabajaba de una forma más errática de lo normal.
Agatha se sentía
pesada, como si hubiera subido 120 kilos después de haberse comido 120 pasteles
de manzana ella sola. Dio el primer paso y cayó al suelo. Por suerte María
estaba ahí para atraparla sino esta sería una estrepitosa caída.
María la arrastró hasta
la puerta de la casa, cualquiera que preguntase recibía la respuesta que era su
amiga, se sentía muy mal y quería que la llevaran a casa.
- ¿No es así, amiga?
- Si.- respondió Agatha arrastrando la vocal.
- ¿Lo ven?
- Si mamá. Quiero subirme primero a la montaña rusa y luego a los carritos chocones.
Los jóvenes ebrios
sospechaban. María era demasiado joven como para ser la mamá de Agatha. Podría
ser su madrastra, pero…
- Solo abran la puerta - Agatha se sostenía con dificultad en los hombros de María. Agatha cayó con la mano bien agarrada en el hombro del vestido destrozándolo y dejando al descubierto el brasier blanco de María. Los invitados no sabían si enfocarse en el pecho descubierto o en la joven que acababa de caer.- No se queden ahí parados como idiotas. Ayúdenme.- exclamó una acalorada María, quien se cubría el pecho lo máximo que podía.
Entre tres personas
consiguieron subir a Agatha al auto, un vehículo blanco casi nuevo. La echaron
en los asientos traseros.
- Esta cama es ideal para masturbarse y vomitar.- dijo una drogada Agatha.
María hizo como que
no escuchó eso y cerró la puerta. Si esa chica se atreve a vomitar la meto
dentro de la cajuela, pensó María recordando todos los pagos que tenía que
hacer. María adoraba ese auto, siempre había querido tener un auto propio. Lo
que más le gustaba eran los elogios de sus amigas por el hecho de tenerlo. Como
si fuera un llamado del destino su celular sonó. Decía número privado.
Mientras contestaba
arrancó el auto alejándose de la fiesta para unirse a otra.
- ¿Tienes a alguien?- preguntó la voz femenina del otro lado de la línea.
- Si, ahora mismo voy a la reunión- dijo María. La conversación terminó tan rápido como comenzó. Colgaron-. Eso fue muy estresante- expresó María-. La próxima vez traeré huérfanas e indigentes.
El viaje duró unas
horas. Agatha estuvo durmiendo como un bebé durante todo el viaje. Cuando el
auto se detuvo despertó, si contamos el abrir su ojo un cuarto de su capacidad
como “despertar” entonces sí. Despertó. Su visión era borrosa, solo veía
manchas sin sentidas. Esto le recordaba a una visita a un museo de arte moderno
que tuvo hace unos días.
Agatha estaba en
medio de un bosque, solo que no lo sabía. Escuchó unos silbidos (y algo
parecido a un ladrido). No podía ver a una figura completa, pero se sintió
rodeada de personas, quienes alabaron el auto blanco. Abrieron la puerta y
sacaron a Agatha. Ella sintió como las manos la agarraban y la sacaban del auto
con suma facilidad. La levantaron como si fuera una celebridad en crecimiento.
La sentaron a una
silla y la amarraron. Estaba rodeada de un circulo de unas quince personas.
Cerca del circulo había
una cosa enorme cubierta de una sábana blanca y que se movía de forma
constante. Escuchó un gruñido venir de detrás de la sabana. Frente al círculo había
una tarima improvisada, hecha con cajas de frutas y una tela amarilla. Detrás
de la tarima había una cruz. El crucificado tenía la cabeza de un lobo.
Las chicas hablaban
de diversos temas. Algunas se quejaban de que tenían mucho trabajo. Otra
sospechaba que su marido la engañaba con su secretaria. Y un par discutía del último
episodio de la telenovela turca del momento.
- No sabía que Yissad era Yissod disfrazado.
- Esa peluca era demasiado obvia como para no sospechar.
Las conversaciones
pararon cuando escucharon los martillazos. Una mujer de unos 60 años, la mayor
del culto, estaba golpeando la tarima con su martillo.
- ¡Chicas! ¡Chicas!- exclamó la anciana. Dejó el martillo de madera a un lado y golpeó suavemente el micrófono para que las demás la escuchen-. Bienvenidas todas a la reunión número 50 del culto al licántropo. Estoy muy contenta de tenerlas a ustedes aquí. Como sabrán nosotras hemos rechazado a la trinidad para rendirle culto al único dios capaz de gobernar a la naturaleza.
Todas se pusieron a
abuchear a la trinidad. Algunas tenían llaveritos y collares con la cruz. Se
las quitaron y las escupieron y pisotearon con rabia. Luego se las volvieron a
poner. Eran las llaves de sus casas y sus respectivas parejas se los regalaron
con mucho amor.
- Nosotras le rendimos tributo al lobo en todas sus formas. El lobo es la única criatura capaz de entregarnos la tan ansiada inmortalidad.
Todas aplaudieron al
sujeto crucificado. Le rezaron. Una le arrojó un billete de 100 soles. La
anciana recogió el dinero y lo guardó el dinero. El hombre crucificado con la
cabeza de lobo despertó y comenzó a retorcerse. Estaba tan drogado que no sentía
los clavos en sus manos y pies. La anciana sacó una daga de su túnica, esta tenía
un mango con la forma de un hocico de lobo. Apuñaló al hombre en el pecho
matándolo al instante. Se bañó la cara con su sangre.
- ¡Declaro la reunión inaugurada!

No hay comentarios:
Publicar un comentario