domingo, 25 de julio de 2021

El mordaz cadaver de Armando Joy. Capitulo 2


 

La chica estaba escondida detrás de un anuncio que mostraba a dos personas guapas, saludables y bronceadas sosteniendo una lata de cerveza. Las enormes caderas de la mujer bastaban para esconderla. Ella vio a Alejandro salir de la casa. Esta tenia el cabello mojado y una nueva muda de ropa. Alejandro sacó su celular y se puso a hablar con alguien. La chica no entendía de que hablaban.

La chica esperó a que la figura esbelta de Alejandro desapareciera de su vida. Alejandro era demasiado delgado para esa ropa. Era a lo mucho, tres tallas más grandes. Alejandro tuvo que acomodarse los pantalones (y los calzoncillos) varias veces para vitar que se caigan.

La chica entró a la casa, tenia en su poder una copia de la llave. Encontró botellas, una jeringa y un camino de cosas rotas que la llevaron al sótano. La chica bajó las escaleras y se encontró con el cadáver de Armando Joy, alias Hammer Galbright. El cadáver tenia un corte en el estomago tan preciso que le recordaban a sus días trabajando en el matadero, los intestinos en el cuello y varias marcas en la, antes preciosa, cara del escritor. Palabras en hebreo, Sumerio y árabe. Palabras que eran un canto en honor al diablo y su llegada en las próximas semanas.

La chica silbó de admiración.

- El laberinto del terror. Me dejaste asombrada. Te luciste, querido amigo. Conseguiste imitar a la perfección el estilo de “El asesino satánico”. Te felicito.

Alejandro bebió un poco de agua.

- ¿Cómo sabes todo eso? ¿Conoces los libros de mi padre?

- ¿Conocerlos?- la chica soltó una carcajada retorcida. Como si se estuviera riendo de la hambruna mundial-. Yo, Verónica Santana, soy la fan numero 1 de tu padre. He leído todo lo que ha escrito. Incluso leí su tesis universitaria sobre el papel del horror en el arte. Tu padre es mi escritor favorito. Su muerte me alegra y me entristece al mismo tiempo.

Alejandro no entendía esa lucha de emociones contradictorias que batallaban dentro de la cabeza de Verónica Santana. ¿Cómo algo le puede alegrar y entristecer al mismo tiempo?

­- ¿Qué quieres decir?

- A tu padre quiera matarlo yo. Para eso fui a su casa. No quería imitar su trabajo, ni mandar un mensaje. Solo un balazo en la cabeza y listo. Y tú te me adelantaste. Me quitaste mi venganza.

El “me quitaste mi venganza” lo dijo con una rabia asesina. Alejandro había estado nervioso desde que conoció a Verónica, pero la forma en la que dijo esas palabras bastó para ponerlo en una situación de histeria. Verónica hablaba muy en serio.

­- ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Vas a matarme?- preguntó un Alejandro aterrado.

­- Si.- respondió Verónica como si le hubieran preguntado: ¿Quieres una hamburguesa? Aunque si alguien le hubiera preguntado eso Verónica hubiera respondido mucho más animada.

- ¿Qué te hice yo para que quieras matarme?

- Interrumpiste mi venganza. No es nada personal. Tal vez si nos hubiéramos conocido en otra ocasión seriamos buenos amigos. Mi yo de antes mataría- Verónica soltó una risita siniestra- por conocer al hijo de su escritor favorito.

- ¿De qué te quieres vengar de mi padre? ¿Qué te ha hecho?

Los recuerdos salieron como una cascada después de destruir una presa. Todo comenzó en una firma de libros. El señor Hammer firmaba los libros de sus admiradores. A su lado estaba la portada de su nueva novela “El meteorito purpura” en el que se veía como una mano morada, venosa y aguada clavaba sus uñas en la cabeza de un pobre calvo. La cola era larga y Verónica esperaba impaciente.

Cuando le tocaba no pudo contenerse.

- Su libro es una obra de arte de lo macabro.

El escritor le tocó la mano, estaba caliente y sudorosa. No le importó a Verónica. Hammer usaba unos lentes oscuros que le daban un aspecto vampírico. No te molestes con chuparme la sangre, con gusto te la regalo; pensó Verónica.

- ¿Te gustaría conocer los secretos del horror?- le preguntó con una ambigüedad que hizo que Verónica dijera que si de inmediato.

 “Los secretos del horror” eran pasar una noche entera haciendo el amor utilizando todas las posiciones del Kama Sutra. Hammer volteó una foto mientras cogía con Verónica. Era la foto de una familia de cuatro conformada por él; Jordana Martínez, su esposa que tiene cáncer de mama; y sus dos hijos (Alejandro y Karen).

Hammer y Verónica salieron varias veces durante meses. El sexo era increíble. Para ser un hombre de sesenta años con un marcapaso si que sabia satisfacer a una mujer. Verónica era una mujer 30 años mas joven que el escritor, pero no tenía ningún problema en pasar el resto de su vida con él.

Y la felicidad no terminaba ahí para Verónica. Hammer le había prometido que apenas su esposa muriese se casarían. La relación a escondidas terminaría. Jordana estaba apunto de morir. El cáncer la devoraba a una velocidad acelerada.

- Ya no me atrae.- confesó Armando. Le mostró una foto a Verónica. La imagen de la foto era perfecta para una historia Cyberpunk. Jordana era una mujer calva, encogida y en los puros huesos. Esta cubierta de cables y conectada permanentemente a una maquina de diálisis. Era tan delgada que las maquinas acaparaba todo el espacio de la foto-. Además, que su tratamiento me esta costando un ojo de la cara.

Verónica arrugó la nariz. Encontró un defecto en su hombre perfecto, y apestaba. Verónica quería seguir con él, pero tenia que hacer algunos cambios: dejar de fumar, dejar de beber, comer saludable, dejar los dulces, hacer ejercicios dos horas diarias. Iba a hacer lo posible para evitar contraer esa enfermedad. Lo último que quiere es que alguien como Hammer Galbright la esté cuidando en una situación tan vulnerable.

­- ¿Cuándo nos vamos a volver a ver?- le preguntó Verónica queriendo cambiar el tema.  

- Pronto cariño. Muy pronto. Ahora mismo estamos con el tratamiento. Cuento los minutos que le quedan. Espero que tú también lo estés haciendo.

Ella le mostró su reloj a Hammer. Eran las seis y cincuenta y nueve. Las siente.

- Un minuto menos en este mundo.- le dijo con una sonrisa diabólica.

La esposa de Armando Joy y madre de Alejandro murió dos semanas después. 20,160 minutos. Verónica los contó todos. El día de la muerte de Jordana Martínez había sido uno de celebración para Verónica.

Lamentablemente Armando Joy no pensaba lo mismo

No contestaba sus llamadas. Verónica no sabía si era una buena idea ir a confrontarlo. Esperó un par de días. Verónica arrojaba el juego de llaves y lo atrapaba. Se las había quitado mientras hacían el amor. Les había sacado cuatro copias, regresó las originales a su sitio (encima de una canastita sin que se diera cuenta).

Verónica abrió la puerta de la casa de playa de Armando Joy, su futuro esposo. Ella admiraba la casa. El famoso escritor de terror tenia buen gusto. Las paredes estaban pintadas de color crema, había cuadros de famosos escritores latinos como angloparlantes, los muebles parecían nuevos de lo bien cuidados que estaban. Caminó de puntillas por la sala. Verónica sostenía una botella de vino y un paquete de jamón del país, el favorito de Armando. No le alcanzaba dinero para el pan, el queso y los condimentos. Estaba segura que él tenia esos ingredientes para preparar un delicioso sándwich.

La cocina. La sala. El baño. Vacíos. Verónica encontró unos calzoncillos encima de una mesa. Hombres, siempre tan desordenados, pensó divertida. Ella se hubiera escandalizado si hubiera visto el condón usado y los calzones debajo de la cama. Verónica siguió recorriendo la casa sintiéndose culpable al respecto. Aunque fueran novios no debería recorrer su casa sin permiso.

Solo faltaba el dormitorio y el sótano. Optó por el dormitorio primero, un lugar muy conocido para ella. Le faltaría dedos (en las manos y los pies) para contar las veces que estuvo ahí.

Abrió la puerta; vio algo que se quedará con ella el resto de su vida, marcado con hierro ardiente. Entre tanto desorden estaba el famoso escritor de terror en cuatro patas mientras una mujer en topless que usaba una mascara de payaso le estaba dando por el culo.

Cada vez que movía su cuerpo para introducir el pene de goma mas adentro del cuerpo de Armando sus tetas se movían de arriba hacia abajo.

Verónica se quedó mirando el espectáculo por un minuto completo. Pensó en sacar su celular y tomar unas fotos. Descartó la idea, tristemente su celular estaba en casa cargando. Armando Joy usaba una mascara de Hockey. Sus ojos se dilataron al ver a Verónica, ¿Cuánto tiempo estuvo ahí? Armando Joy se levantó haciendo que la mujer perdiera el equilibrio y cayera de espaldas en la cama. La mujer agarró una almohada y se la arrojó molesta al escritor. Le dio en la espalda.

- ¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó Armando-. ¿Cómo entraste a mi casa?

Verónica no dejaba de mirar el pene erecto del escritor. Era tan grande que sobresalía de su panza. Una vez había salido con un hombre obeso y su pene se escondía como una tortuga asustada.

- Yo debería hacerte la misma pregunta- dijo Verónica, tratando de no mirar el miembro de la persona con la que estaba discutiendo-. La primera, no la segunda.  

Armando Joy esbozó una sonrisa juguetona. Verónica no pudo verla por culpa de la mascara de hockey.

- Estoy divirtiéndome. Celebrando una de las despedidas mas grandes de mi vida. Mi esposa se ha ido y soy libre.

Verónica no sabía que decir al respecto. Decidió continuar por lo sano.

- ¿Por qué no respondiste mis llamadas?

Armando Joy desapareció esa sonrisa juguetona. Se rascó los huevos antes de responder.

- Nos hemos divertido mucho, Vero y te quiero. Pero al ver el cuerpo podrido de mi esposa, quien era menos de la sombra de la mujer hermosa de la que me enamoré, pensé en ti- Verónica no encontraba nada de eso halagador-. Vi tu rostro mezclándose con la cara cadavérica de mi esposa- sonrió diabólicamente-, mejor dicho, mi ex esposa y me dije a mi mismo: ¿Quiero repetir el proceso? Encontrar otra alma gemela, cansarnos, tener más hijos, que le de cáncer y que se muera. Pues no. No quiero. Lo siento cariño, el sexo fue placentero, pero creo que es el momento que cada uno vaya por su propio camino. 

- ¿Qué quieres decir?- preguntó Verónica con los ojos bañados en lágrimas.

- Que te estoy mandando al carajo. Eso es lo que quiero decir. Perdona que sea tan brusco, es que no entiendes y eso me molesta.

Armando Joy pasó sus manos por los labios de Verónica y le formó una sonrisita.

­ - No te pongas así. Sonríe. Fueron maravillosos los meses que estuvimos juntos. Pero hemos terminado y quiero que te largues de mi casa.

Verónica le arrojó la botella de vino. Armando Joy se agachó. La mujer con la mascara de payaso la atrapó y la arrojó con mas fuerza de regreso a Verónica. La botella explotó contra la pared llenándolo de champan muy caro.

- Es campeona nacional de lanzamiento de jabalina, ¿A que no es increíble?

Verónica le dio una cachetada, se lastimó la mano. La mascara de Hockey era demasiado dura. Antes que se fuera Armando Joy le ordenó que le entregara las llaves. Verónica sacó las llaves de su bolsillo y las arrojó al suelo.

Se fue de la casa dando un portazo que hizo temblar las ventanas.

- Loca.- susurró el escritor.

Pasaron meses en los que Verónica estuvo llorando a moco tendido. Lo amaba y él la mandó a la mierda. Pensó en una forma de chantaje, se arrepintió de no haberle tomado una foto mientras estaban en esa posición tan comprometedora. Internet hubiera explotado con un solo clic.

Verónica tuvo una idea.

Le tomó una foto a la panza de su prima Fernanda, quien estaba embarazada de ocho meses. Le mandó la foto por wasap a Armando con el mensaje: ¿Qué vas a hacer al respecto?

Armando le respondió unos minutos después:

“Mándame el numero de tu cuenta bancaria para depositarte el costo del aborto. Conozco a un amigo, lo hace a mitad de precio, pero te saca a medio bebé.”

Verónica recordó un relato corto suyo titulado “Las pinzas”, sobre una mujer embarazada que quería abortar, pero el feto se negaba. Verónica supuso que hizo ese amigo durante la investigación. Verónica arrojó el celular por la ventana. Vivía en el sexto piso de un edificio de apartamentos. No le importó su celular. Lo único que le importaba era la venganza. Iba a matar a ese infeliz. Si no era de ella, no era de nadie.

- Vaya…- comentó Alejandro después de escuchar semejante historia.

Un par de lágrimas se le escaparon de los ojos a Verónica. Se las limpió de inmediato.

­- Yo también salí en su libro.

- No sabía que papá tuviera esos fetiches tan extraños. Debiste tomarle unas fotos.

- El mayor error de mi vida; después de haber conocido a ese cerdo.

Armando bebió otro poco de agua y se acomodó en el asiento. No le importaba que alguien llamara “Cerdo” a su padre. Era verdad.

- Era más justo que lo mataras tú. Se que esto no va a cambiar la situación, pero disculpa. Lo siento por haberte quitado tu venganza.

- Yo voy a obtener mi venganza, te gusto o no. Por cierto, ¿Por qué mataste a tu padre? Es un cerdo asqueroso, pero no pensé que fuera serlo con sus propios hijos.

Alejandro se sintió avergonzado. Si lo decía en voz alta sonaba demasiado estúpido, sin embargo, consideraba que era una razón valida para matar a alguien.

- ¿Leíste “El laberinto del terror”?

- Por supuesto. Fue la primera novela de tu padre. Un policía persigue a un asesino que mata de formas horribles en nombre de satanás. Se llama “El laberinto del terror” porque el clímax final transcurre en un laberinto, ¿Qué hay con eso?

Alejandro tenía la boca seca a pesar de haber tomado agua.

- Pagina uno.

Verónica lo recordó todo. La primera victima del asesino satánico era un joven fotógrafo llamado “Alejandro Martínez”. Murió de una forma horrible. Muy parecida a la forma en la que Alejandro mató a Armando Joy.

Verónica chasqueó los dedos. El sonido despertó a Alejandro.

- Como no me había fijado- dijo ella-. Tú eras la primera victima en la novela. Tu padre usó tu nombre en una muerte tan grotesca. Siéndote sincera no es para tanto. Yo también fui un personaje en uno de sus libros. Durante un tiempo lo consideré un honor hasta que me di cuenta de las implicaciones que traían un personaje llamado: Vero, la reina de las putas.

Ambos se rieron al mismo tiempo.

- Esa maldita escena me jodió la adolescencia. Tuvo que escribirla cuando tenia quince años. Cuando le confesé que quería ser fotógrafo. Varios de mis compañeros de colegio eran unos fanáticos de los libros de Hammer Galbright y al percatarse del parecido entre yo y el Alejandro de la novela comenzaron los insultos y las palizas. Lo peor fue cuando me quitaron la cámara y la arrojaron a una carretera transitada. La cámara se enrolló con una de las ruedas causando un accidente.

Los dos se quedaron en silencio.

- Me hubiera gustado tener mi cámara para inmortalizar esa escena. Durante años estuve planeado la muerte de mi padre. Recién tuve el valor hace una semana. No podía dejar que se saliera con la suya. Ese hombre es un desgraciado.

- Estoy de acuerdo.

- Se que no tengo salvación, puede que solo me queden unas horas de vida- Alejandro hablaba como si los minutos que le quedaban avanzaran de dos en dos-. Lo tengo que preguntar, ¿Cómo te vas a vengar?

Verónica se demoró en responder, cosa que molestó a Alejandro. Se molestó aun mas con la ventana permanentemente abierta. Intentó cerrarla, pero no podía. El viento entraba como Pedro por su casa. La ropa negra de Verónica la protegía del frio hasta cierto punto. Alejandro se dio un abrazo a si mismo para darse un poco de calor. No fue suficiente. Deseó haber traído una manta. Otra cosa mas en su lista de malas decisiones.

- Pienso ir a su funeral y matar a una persona de ahí. Quiero que lo veas, cuando hayas visto a dicha persona morir (puede ser cualquiera) te llevaré muy lejos y te mataré. Tan simple como eso. 

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