Alejandra se levantó de la cama, se puso la mochila en la espalda y se dirigió a la puerta.
- ¿Adónde vas?- le preguntó Sandra.
- ¿Adónde crees? Me voy a mi casa. No estoy de humor para escuchar tonterías. Por cierto, gracias por el pollo.
- No puedes irte. Eres la elegida. Eso lo dice la profecía.
Sandra sacó una bolsa
de cuero de debajo de su cama. Esta contenía un libro forrado en pie, que a
Alejandra le recordó al Necronomicón de la Saga de Evil Dead, unas tizas y una
botella casi vacía de un extraño liquido morado y espeso. Junto a esas cosas también
había un rollo de papel amarillento muy antiguo. Sandra lo abrió, se aclaró la
garganta y comenzó a leerlo.
- Una joven aldeana- se señaló a si misma-, yo, debe buscar a un héroe- señaló a Alejandra-, tú. Para encontrarlo debe cumplir estos patrones. En primer lugar, el héroe es un artista, dispuesta a romper las reglas para avanzar en su arte; pero impedido a completarlo. Es entonces que la joven aldeana debe ayudarlo a completar su obra.
“El héroe no solo debe tener el alma de un artista. Su corazón también debe ser puro, puesto que hay muchos artistas con el corazón corrompido y lleno de oscuridad. Para poder estar segura la aldeana tendrá que presenciar un actor heroico y desinteresado por parte del héroe.”
Sandra miró a
Alejandra muy feliz. Alejandra estaba empezando a tener nauseas.
- Todo cuadra.
- Vete al diablo. Nada cuadra.- Alejandra tenia los brazos cruzados. No entendía porque seguía semejante cumulo de patrañas.
- Todo cuadra. Piénsalo por un momento. En la escuela estuviste haciendo un dibujo (arte), lo estuviste haciendo en medio de una clase (rompiendo las reglas), se te rompió la punta de tu lápiz y me pediste un tajador (eso quiere decir que la aldeana, o sea yo, te ayudé a completar tu dibujo). Todo cuadra.- repitió.
Tantas coincidencias
no podrían caber en tan pocas horas.
- Sobre el acto heroico… bueno, tuve que improvisar.- Sandra lo dijo con un tono de auto elogio.
- ¿Quieres decir que nunca estuviste en peligro y me ensucié la ropa para nada?
- Exactamente.- dijo una Sandra feliz. Alejandra por fin lo estaba entendiendo.
Alejandra soltó un suspiro
y dijo:
- Me largo de aquí.
Alejandra no pudo dar
dos pasos hacia a la puerta porque Sandra se paró frente a ella impidiéndole el
paso. Alejandra le mostró los dientes como un animal rabioso. Sandra tenía un
cuello grueso, el sueño húmedo de un vampiro. Por un micro segundo Alejandra
pensó en darle una buena mordida.
- Has el favor de hacerte a un lado.
Sandra se mordió el
labio. Alejandra lo interpretó como: “No quiero hacerte daño, pero lo haré si
es necesario”. Esto la asustó. Sandra era mucho más grande y fuerte que
Alejandra, eso era un hecho. Alejandra no tenia mucha posibilidad si se
enfrentaba a una pelea cuerpo a cuerpo.
- Espera, por favor. Todavía me falta la regla concluyente. La que determinará si eres el héroe que estoy buscando. Si no lo eres, nuestros caminos se tendrán que separar.- esa ultima frase la dijo con mucha melancolía.
Muy en el fondo de su
mente una vocecita le decía a Alejandra: Empújala y corre hacia la libertad. La
ignoró.
- ¿De qué se trata?
Sandra se aclaró la
garganta y recitó la frase, la había memorizado.
- Nuestro héroe tiene muchos apodos, debido a la infinidad de vidas que ha salvado y a los cientos de enemigos que ha combatido. Pero el más conocido era: “El guerrero de las manos rojas”. Eso se debía a que, durante las distintas batallas que libró a lo largo de su vida, se vio obligado a matar a sus enemigos con sus propias manos.
- Sus manos se quedaron manchadas de sangre roja y el héroe decidió mantenerlas de ese color como un sello de toda una vida dedicada a las batallas. Así que el héroe al encontrar debe tener las manos rojas.
La mención de las
palabras “Manos rojas” hicieron que Alejandra se asustara y pusiera sus manos en
su espalda. Alejandra maldijo en tres idiomas distintos (inglés, español y japonés,
solo sabía japonés porque veía mucho anime).
¿Para que tuve que
preguntar?, se preguntó a si misma.
El día de ayer
Alejandra se estuvo pintando las uñas de los pies con un nuevo esmalte color rojo
sangre. El proceso fue un desastre. Sus sabanas, su ropa, el suelo y sus manos
quedaron manchadas.
Pero sus pies
quedaron fabulosos. El rojo era su color.
Alejandra se dio
cuenta con horror del nuevo color de sus dedos al día siguiente. Estos no
salieron cuando estuvo en la ducha (le dio más prioridad a la limpieza de sus
manos que al resto de su cuerpo). Sus dedos estaban tan rojos que daban la
impresión de que ella hubiera puesto las manos en el interior de las entrañas
de algún animal o persona.
Fue a la escuela
usando guantes.
- Enséñame tus manos.
- Vete a la mierda.- dijo Alejandra con la voz quebrada. Sandra sonrió. Esto causó que Alejandra frunciera el ceño-. Borra esa sonrisa de tu cara. Ahora mismo.
- ¡Mira! Hay un Gorlax de tres cabezas y cinco patas.- dijo Sandra señalando a la esquina derecha de su cuarto.
- ¿Un qué?- preguntó Alejandra mirando hacia la misma dirección. No veía nada más que pared.
Sandra le pisó el pie
a Alejandra. Ella chilló de dolor y retiró las manos de la espalda, con mucha
velocidad y elegancia Sandra le agarró la mano, que estaba cerrada en un puño.
No le fue muy difícil abrirlo. Su sonrisa era tan grande que necesitaban dos
caras para sostenerla.
- Me atrapaste. Lo admito. Tengo las malditas manos rojas. Pero están rojas porque me pinté las uñas de forma espantosa.
- ¿Con la sangre de tus enemigos?- preguntó Sandra agitada.
- ¡Con esmalte para uñas!- casi grita Alejandra, se calmó de inmediato-. Estuve en peleas, pero en ninguna me han dejado las manos sangrantes.
Con los pies
sangrantes si estuvo una vez. Fue con un abusivo al que Alejandra le dejó sin la
posibilidad de procrear con una patada en los huevos. La hizo con tanta fuerza
que la punta de su zapatilla blanca quedó manchada de sangre.
Alejandra continuó.
- Y si ese fuera el caso me las lavaría de inmediato. ¡Dios mío! Me imagino a tu héroe muriendo a los treinta años de una infección.
- El punto es que tienes las manos rojas. Eso dice la profecía. Eres mi heroína. No puedo creerlo, estoy tan contenta. Muero de ganas de presentarte a…
Alejandra la
interrumpió con un gruñido. Se frotó las sienes. Todo lo que estaba escuchado
sonaba tan irreal… no quería admitirlo, pero también sonaba tan plausible.
Sandra creía en cada una de las palabras que estaba diciendo. Todo era tan
extraño. Tan grotesco.
- Mira. Voy a tratar de razonar contigo por un momento. En primera, suéltame la mano. Llevas agarrándomela por cinco minutos.
- Lo siento.
Sandra le soltó la mano a Alejandra.
- Supongamos que soy tu heroína, la persona profetizada para poder ayudarte a salvar al tal Mr. Altman de tus padres o alguna mierda por el estilo.
- Es al revés.
- Como sea. Solo te diré una cosa: ¡MIRAME! ¿Acaso parezco una heroína?- Alejandra escaneó la habitación y encontró un poster de un caballero de armadura plateada, enorme escudo y sentado encima de un caballo negro. Gracias a la perspectiva el caballero parecía medir unos cinco metros en comparación de los otros soldados y del enemigo-. ¿Acaso parezco esto?
Sandra ya tenía la
respuesta en la punta de la lengua.
- En ningún lado de la profecía se especificó la apariencia del héroe, ni su género. Así que no tuve ningún problema en asumir que mi héroe o heroína podría ser cualquiera.
Alejandra era una
joven delgada, poco atlética y pálida por pasar mucho tiempo encerrada. Sus
pecas se dejaban notar como si un doctor muy malvado le hubiera pintado la cara
con un marcador permanente cinco segundos después de nacer. Unas manos muy
grandes que las ayudaban a cargar las bolsas del mandado y unos pies pequeños
que la cansaban después de correr por unos minutos.
- No tengo material de heroína. Además, imaginemos que aceptara. No lo estoy haciendo. ¿Cómo piensas que vamos a salvar a tus padres? Estamos desarmados.
Sandra sonrió de una forma
que solo se podría describir como diabólica. Alejandra tragó saliva. Sandra
quería mostrarle algo, pensando que eso la haría feliz. Simplemente no podía
contenerse.
- De eso no te preocupes, heroína.
- ¡No me llames así!- por alguna razón Alejandra pensó en la película Trainspoitting.
Sandra se hizo a un
lado, dejando la salida libre. Se puso a buscar debajo de su cama. Alejandra pensó
que este sería el momento más adecuado para escapar. Pero no lo hizo, todo esto
la intrigaba. Sabia que esto podría llegar a ser peligroso, como seguir
avanzando por un pantano, siguiendo una luz que en cualquier momento se va a apagar.
Sandra salió de la
cama arrastrando una pesada bolsa deportiva. La abrió y dentro había todo tipo
de armas de fuego.
- ¿De dónde carajos…?
La realización la
hizo retroceder, se cubrió la cara como si fuera Superman y lo que hubiera
dentro de la bolsa fuera un enorme piedrín de kriptonita. Alejandra se acordó
del reportaje de la mañana. Recordó estar muy asustada y disgustada por el
horror y la matanza. Comenzó a temblar y sudar.
- ¿No me digas que fuiste tú…? ¿Fuiste tú la del crimen en el almacén?
- Si y no. Pagué por estas armas, pero ellos se mostraron mucho más resistentes de lo que había planeado y…
Sandra levantó los
hombros.
- ¡Suficiente! Me
largo de aquí. Lo ultimo que quiero es involucrarme en un crimen. De nuevo gracias
por el pollo, aunque conociendo a mi estomago lo más probable es que lo termine
devolviendo apenas llegue a casa. No quiero volver a verte. Estas completamente
loca.
Alejandra salió del
cuarto de Sandra. Se sentía libre, más ligera. ¿No se habrá olvidado algo? A la
mierda. Mejor irse de una vez. El pasillo se veía mucho más largo de lo normal,
era como recorrer kilómetros. Los ojos de las mascaras y los adornos la miraban
de forma acusadora, como si estuviera evadiendo sus responsabilidades.
Alejandra los mandó a la mierda.
- Solo serían unos cincuenta pasos aproximadamente y toda esta locura habrá terminado.- se dijo a sí misma.
Esto estaba muy lejos
de terminar.
Una flecha se clavó a
pocos centímetros por encima de su cabeza. Alejandra se quedó congelada, todo había
sido muy rápido. Solo pudo escuchar el sonido de la punta de la flecha clavándose
en la pared. Un poco de arenilla cayó encima de su cabello.
- Falle.- reconoció un hombre enorme de armadura plateada.
Eran dos y ambos cubrían
la única salida de la casa. El otro hombre cerró la puerta.

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