Esas palabras hicieron temblar a Agatha. Esperaba que fuera uno de esos chistes que hacía Anthony. Anthony no era lo que uno consideraría como “una persona graciosa”. Su humor se acciones o situaciones que solo él encontraría graciosas. Y este caso podría ser un ejemplo particular.
- Dios mío, ¿Dónde tienes los ojos?- preguntó Agatha. Anthony había dicho que había atropellado algo con toda la seriedad del mundo. Cualquier especulación de que esto podría tratarse de una broma se estaba evaporando.
Anthony no respondió.
Salió del auto. Agatha lo siguió, sentía una pesadez en el estómago que parecía
recorrer el resto de los órganos de su cuerpo. Ahora sentía una pesadez en los
pulmones, le costaba respirar. La pesadez llegó a sus piernas haciendo que cada
paso sea difícil. Agatha sentía que sus piernas estaban atadas a un pesado
bloque de cemento, como ocurrían en las películas de mafiosos.
“Que sea un perro, quesea un perro, queseaun
perro, queseaunperro”, se repetía a sí misma. No odiaba a los perros. Los
amaba. Pero este sistema legal era más permisivo con el atropello a un animal
que a un humano. Agatha prefería pagar una multa que pasar una década en la
cárcel.
Sus oraciones fueron
escuchadas. Había un perro muerto cerca de las ruedas traseras. Había sido un
perro blanco en vida; ahora tenía el color de la bandera del Perú.
- Está muerto.- dijo el doctor Anthony después de tomarle el pulso.
- ¿Qué hacemos ahora?
Anthony esbozó una
sonrisa que hizo que Agatha se frotara las sienes. Ella sabía de donde venia
esa expresión y que era lo que su diabólico amigo tenía planeado hacer. Agatha tenía
una respuesta al respecto.
- ¡No, no y NO! No vamos a hacer eso.
- Por favor, Agatha. La oportunidad está aquí, en bandeja.
Anthony abrió su
casaca revelando seis inyecciones de un líquido amarillento en su casaca.
- Tú misma lo viste. Funcionan de verdad.- Dijo Anthony. Se emocionaba con cada palabra que añadía.
- No solo lo vi. Lo sentí -Agatha se frotaba el cuello para sustentar aún más su punto. Hace una semana había un collarín ahí-. Y no quiero volver a sentirlo- se alejó un poco del cadáver-. Así que olvídalo- concluyó Agatha con firmeza.
- Pero Agatha. Piensa en la ciencia.- suplicó Anthony. Hablaba como un yonqui que deseaba su segunda dosis.
- Por favor Anthony. ¿Qué ha hecho la ciencia por nosotros?- preguntó Agatha mientras revisaba su celular.
- ¿Estás hablando en serio?
- Solo trae la pala.
- Aguafiestas.- le dijo Anthony entre dientes.
Anthony sacó una pala
del maletero del auto. Dentro había otras herramientas como un gato, una
pistola de silicona y una rueda de repuesto (con un tenedor clavado y que se sostenía
solo). Fue Anthony el encargado de hacer el agujero. Era lo justo, ya que él lo
había matado. Agatha tuvo que cargarlo y enterrarlo. A mala hora se puso una
casaca que le gustaba. Cuando puso al pobre perrito dentro de su tumba se dio
cuenta del manchón rojo que cubría casi toda la casaca.
Agatha maldijo a
todos los familiares callejeros del perro.
- Creo que algo no está bien.- comentó Anthony.
La cabeza del perro sobresalía
del agujero, como si fuera una zanahoria madura y lista para recoger.
- ¿Tú crees?- preguntó Agatha.
Anthony cavó una
tumba más profunda y consiguieron enterrar al perro apropiadamente. Con dos
ramas y un poco de silicona hicieron una cruz. Ambos hicieron una oración y
continuaron su viaje.
Agatha se volvió a
echar.
- ¿Dónde estamos?
Anthony miró su GPS.
- Llegaremos en una hora.
Agatha bostezó por un
minuto muy largo.
- Una hora más para dormir.
- ¿Qué soñaste?- le preguntó Anthony mientras buscaba una estación decente sin éxito.
Agatha le contó todo
lo que se acordaba. Como suelen ocurrir con los sueños, hay detalles que uno
olvida. Con ayuda de un poco de cemento mental Agatha consiguió llenar los
agujeros de su historia.
- ¿Qué te parece?
- Que debemos bajarle un poquito al consumo de drogas- dijo Anthony sin poner ninguna inflexión en su voz-. Todavía me pregunto, ¿Dónde estuviste ayer por la noche? No te encontré en la fiesta así que pensé que habías ido a casa. Cuando llegué a casa te encontré dormida con una ropa que no era tuya.
Anthony se quedó
callado unos segundos.
- ¿Sabes qué? Olvídalo. Esas son cosas demasiado personales. No me quiero entrometer.
Agatha le agradeció
sin estar segura de que le estaba agradeciendo. Tampoco se acordaba de nada. Agatha
se quedó dormida después de esa corta conversación. Agatha estuvo durmiendo
tranquila, soñando con algo que involucraba dar patadas, hasta que el sonido de
un poderoso claxon la despertó y la hizo gritar. Aunque no tan fuerte como la
pesadilla.
- ¿Qué carajos Anthony?
- No se me ocurrió otra forma de despertarte.- dijo Anthony aguantándose la risa. Dentro de su cabeza había unas cincuenta maneras de despertarla, pero esta era la más divertida ante sus ojos.
- Eres un idiota, ¿Lo sabias?
- Me lo han dicho varias veces, incluso miembros de mi propia familia.
- Pues yo estoy aquí para confirmarlo. Eres un idiota, además ¿Por qué me despiertas de esa manera? Estaba teniendo un sueño delicioso. Soñaba que le daba de patadas a una pizza gigante para luego comérmela.
- No voy a preguntar nada… hemos llegado.
Después de pagar un
peaje de seis soles entraron a “La costa de las conchas negras”, un pueblito
costeño ubicado en el norte del Perú. Famoso por la playa de los pies
ardientes. Se le llamaba así porque era preferible que todos fueran con zapatos
o sandalias. La arena esta tan repleta de cascarones de moluscos que es
virtualmente imposible no pisarlos y lastimarse los pies. La gente va por la
claridad de sus aguas y la fiereza de sus olas, es perfecta para el surf.
También es famoso por
sus ceviches (sobre todo por los ceviches de conchas negras), y por contar con
una de las mayores representaciones de moluscos de todo el país. Contando con
más de cincuenta especies diferentes de moluscos, del mar a tu mesa.
Agatha se sentía más
descansada. Esas tres horas le sirvieron mucho.
Su fauna marina y sus
arenas destroza plantas no eran los únicos atractivos del pueblo. El amor que
tenían los habitantes de este pueblo a los peces era fascinante. Todas las
paredes de las casas, negocios, e incluso la municipalidad tenían dibujos muy
hermosos de peces nadando por un mar blanco. Había distintas formas, tamaños y
especies.
Agatha miraba con
suma admiración las paredes, debe ser de los pocos lugares donde el grafiti es
legal. No solo se reflejaba el amor hacia el pescado en los dibujos, también en
la comida. Solo había cevicherías.
- No todos son cevicherías. Mira.- dijo Agatha señalando a un vendedor de chicharrones de cerdo. Su local no tenia nada relacionado con el pescado, salvo por una playera de Bob Esponja. Freía los chicharrones con tanto aceite que cubría casi toda la sartén. El olor llegó a la nariz de Agatha haciendo que su estomago rugiera. No había probado bocado en muchas horas. Y al parecer no era la única que tenia hambre. El local del chicharrón tenia una cola enorme.
- Esto ya se esta poniendo raro.- comentó Agatha.
Anthony no respondió
nada. Sus ojos buscaban un hotel donde hospedarse. Tuvo que salir del mercado
central, especializado en la venta de pescados y otras cosas menos importantes
que el pescado, para llegar a la plaza de Armas. Encontraron un hospedaje al
lado de una tienda de artesanías con pocos clientes. Vendían rascadores de
espaldas hechos con huesos de pescado.
Era otoño, el sol calienta,
pero no quema. El clima era agradable, pero no tanto como para atraer a más
turistas (ellos preferían el verano). El hotel tenia habitaciones disponibles.
El hotel no tenia un aspecto agradable. Era otro de esos lugares con dibujos de
pescados en las paredes, pero con otras libertades artísticas añadidas (como grafitis
ofensivos y volantes de los candidatos a alcalde).
Se registraron de
todas formas, ninguno de los dos esperaba un hotel de cinco estrellas. Solo se
iban a quedar un día, ¿Qué importaba? Importaba mucho. Los pasillos estaban
sucios con basura acumulada en las esquinas. Agatha miraba al techo para
encontrarse con una mancha de moho que parecía alguna entidad creada por
Lovecraft, un dios durmiente esperando a despertar y acabar con la humanidad
como la conocemos.
Abrieron la puerta de
su habitación (la 237) y las cosas cambiaron drásticamente. La habitación
estaba pintada de rosado claro, había un suelo alfombrado, un par de camas con frazadas
rojas y una mesita cuadriculada encima de ellas. El control remoto estaba
encima de la mesa. Frente a las camas había un televisor pantalla plana de
veinte pulgadas.
- Voy a extrañar los pescados.- comentó Agatha con sarcasmo. Anthony rio.
La pesadilla higiénica
regresó cuando dieron el primer paso. Los pescados regresaron. Agatha aplastó
un pescado que estaba en el suelo. Agatha lo vio con repulsión. Los pescados
solo son buenos cuando están en tu plato. Agatha levantó el pie e intentó
moverse a saltitos. Saltaba sobre su propio eje, el olor a pescado era
desagradable, una tortura para su nariz.
Agatha se resbaló con
el mismo pescado. Perdió el equilibrio y cayó encima de la cama.
Su enojo y repulsión
desaparecieron por unos segundos.
- Es una cama de agua.- comentó Agatha al quitarse los zapatos. Se quitó los zapatos y revisó su maleta. El enojo regresó- ¡Puta madre! Solo traje un par de zapatos.
- Yo me pregunto que hacia un pescado en el suelo.
- Y yo que sé. Tal vez los usan como preservativos.
- Tenemos que hablar con el dueño urgentemente.
Anthony entró al baño
pensando que lo mejor sería posponer la ducha hasta llegar a casa, pero Agatha
no se lo permitiría. Respiró profundo pensando que iba a entrar al baño más
asqueroso de todo este pueblo que recién acaba de conocer (y que no había
causado mucha impresión en él). Pero el hotel decidió subvertir sus
expectativas de nuevo.
El baño era hermoso,
con mayólicas azules con tallados de pececillos nadando hacia el norte. Todo
parecía nuevo y recién estrenado. Anthony suspiró aliviado. Miró al suelo para
asegurarse que no había ningún pez muerto por ahí. No había nada. Anthony se
dio un baño rápido.
- Hay agua caliente.- dijo Anthony emocionado. Esta habitación tenia un aprobado en su cabeza.
Al salir de la ducha
vio que Agatha se había quedado dormida en la cama de agua. Se puso ropa limpia
y se sentó en su cama para ver un poco de televisión. Ambos van a necesitar
mucho descanso porque la misión va a ser mucho más dura de lo que tenían en
mente.
Siendo sinceros todas
las misiones han sido más duras de lo que tenían en mente.

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