Mientras Alejandra y Sandra comían el delicioso pollo a la brasa la familia de al lado terminaban de almorzar. Vivian en una casa azul mucho más grande que la casa de Sandra; recién la habían terminado de construir, mientras que la casa de Sandra era mucho más vieja.
Los cuatro estaban
muy contentos. Habían terminado un rico estofado, preparado por Gabriela
Nelson, la madre y esposa. Cada uno había tenido un día precioso, pero había
algo más significativo para celebrar. El padre, Claudio Nelson, había
conseguido un nuevo trabajo. Había sido una decisión muy difícil el construir
la casa. Pidieron varios préstamos a distintos bancos de la capital y se
endeudaron hasta las cejas. Pero lo consiguieron. La casa estaba construida y
era una preciosidad.
Tenían un cronograma
de pagos que prometieron respetar religiosamente, y lo fueron cumpliendo hasta
que Claudio perdió su trabajo gracias a un recorte de personal. Esto causó una
crisis en la familia, ya que él era el que más dinero proveía. Durante varios
meses no pudo encontrar otro trabajo y el cronograma de pagos se fue por el desagüe.
Hasta que una mañana,
esta mañana, Claudio recibió una llamada diciéndole que había conseguido el
puesto. Su salario iba a ser menor al que recibía en su primer trabajo, pero
les ayudaría considerablemente a sobrevivir.
Los demás también
habían tenido un día maravilloso. Los tomates del pequeño huerto estaban dando
sus frutos. Andrés había recibido sus notas de sus exámenes. Había aprobado en
todos los cursos con una calificación decente y Jonatan había sido seleccionado
para formar parte del equipo de futbol.
Gabriela se levantó y
fue al refrigerador. Sacó un envase con un litro de helado de fresa y una
botellita de fudge de chocolate. Era hora de preparar el postre.
El huerto de Gabriela
tenía tomates, zanahorias, papas y beterragas. Un portal morado se abrió en la
pared posterior de la casa, dos figuras enormes atravesaron la puerta, que
desapareció apenas pisaron un suelo sólido. Ambos estaban parados encima del
huerto de zanahorias, pisándolas. Eran dos sujetos de casi dos metros, de
hombros anchos y pecho abundante. Sus manos eran tan grandes que tenían el
tamaño de una cabeza humana.
Era muy difícil saber
si eran realmente enormes o si la armadura que llevaban puesta les ayudaba a
mantener una apariencia colosal. El primer hombre miró el jardín asombrado, las
plantas eran mucho más pequeñas aquí. Dio unos pasos y las enormes huellas se
dejaban ver en el huerto.
- ¿Es aquí?- preguntó el hombre número 1. Vio como una mariposa entraba al interior de una flor.
- Parece que sí.- respondió el hombre número 2-.Dejame revisar.
Ambos usaban dos
cinturones, que tenían dos bolsas de cuero. El hombre numero 2 sacó un aparato
que tenía la apariencia de una nariz. Una pequeña luz roja se encendió en la
punta de la nariz.
- Por aquí hay señales muy fuertes.
Ambos rodearon la
casa para ver tres casas: una azul, una verdes y una amarilla.
- Tenemos dos opciones, ¿Cuál decides?
El hombre numero dos
señaló la casa de la familia Nelson. Subieron que las dos escaleras que separaban
el suelo de la entrada. Las dos escaleras eran testigos de las poderosas
pisadas de esos hombres. Dejaban unas rajaduras en el concreto. La puerta
estaba cerrada, lo comprobaron al mover la perilla.
- Está cerrada, ¿Qué hacemos?
El hombre de metal numero
dos le dio una buena patada. La cerradura se destruyó y la puerta se abrió.
- ¿Cuándo fue la última vez que nos detuvo?
Los dos hombres metálicos
entraron. Eran enormes y el pasillo, pequeño. Sin querer tiraron un florero que
estaba cerca a la entrada, en medio del pasillo. El lugar se veía extraño y lúgubre
para ellos. Pensaron que era una casa abandonada, pero los gritos de una
familia asustada les hicieron ver de su error. La familia estaba comiendo el
postre.
La familia vio a los
dos desconocidos. Hombres que parecían sacados de un capítulo de Juego de
Tronos. Los cascos de estos sujetos estaban cubiertos por espejos que
reflejaban los rostros aterrados de la familia. Junto con las bolsas de cuero
ambos llevaban unas espadas muy largas.
Sin embargo, lo que
más llamaba la atención de estos hombres metálicos eran las insignias de sus
pechos: Unos gusanos negros que se devoraban a una pobre silueta. Eran soldados
orgullosos del magnánimo imperio de Mr. Altman, un ser que gustaba de consumir
y gobernar todo lo que había a su alrededor.
- Son parecidos.- comentó el hombre número dos a su compañero.
- Pero no son ellos. Mira el aparato, apenas nos da una señal.- la nariz encendía y apagaba su lucecita cada dos segundos. La familia se preguntaba qué demonios está pasando.
- ¿Qué hacemos?
- Preguntar.
La familia se había
acurrucado detrás de la mesa, como si esta pudiera protegerlo de estos dos
despiadados soldados. El hombre numero 1 dio un paso al frente. El suelo tembló
y la familia retrocedió aún más. El hombre metálico número 2 se rio entre
dientes. Va a ser muy divertido asustar a esta familia.
- Damas y caballeros no se asusten. No vamos a hacerles daño - dijo el hombre número 1. La risa del hombre numero 2 fue más sonora. Este volteó en una señal de reproche haciendo que el hombre número 2 se callara-. Estamos buscando a una persona en particular. Solo dígannos donde está y nos iremos.
Claudio, la cabeza de
la familia, dio un paso al frente. Su esposa trató de detenerlo, pero sus dedos
se resbalaron en su camisa. Apenas le llegaba al pecho a los hombres metálicos,
estando más cerca pudo ver algunos detalles de sus armaduras. Como el óxido que
se formaba en varias esquinas. Esto les daban un aspecto más grotesco. De la
misma bolsa de cuero el hombre metálico numero 1 sacó un trozo de papel y se lo
entregó a Claudio.
Este lo desdobló con
cuidado, como si fuera el trozo de papel más importante que había tocado en su
vida. Si tuviera un cheque de un millón de dólares no lo trataría con tanta
delicadeza. El papel era un dibujo. Una mujer, o al menos eso creía, de cabello
corto castaño, ojos pequeños (puntitos), una nariz redondeada y una enorme
sonrisa que abarcaba toda su cara.
- ¿Esto es una broma?- preguntó el padre con cautela. No quería hacer enojar a los hombres de armadura. Su vida y la de su familia dependía de ello.
- Estamos hablando en serio- respondió el hombre metálico-. ¿La has visto o no?
Claudio respondió con
la absoluta y más sincera verdad.
- No, no la he visto. De hecho, ni siquiera sé quien es.
Claudio se sentía
como si hablara consigo mismo, o con una versión más grande y cruel de si mismo,
al verse reflejado en el espejo mientras hablaba.
- ¿Y ellos?
- A ellos déjalos en paz.- amenazó Claudio. Cualquier intento por sonar imponente fue erradicado por su voz quebrada.
- ¿De qué se trata, Claudio?- preguntó Gabriela.
Ella tomó el dibujo y
lo vio con sus hijos. Después de verlo por unos segundos llegaron a la misma conclusión
del padre. Al hijo mayor la imagen le recordaba a su ex. No dijo nada porque sabía
que la visita de esos sujetos no iba a ser amistosa.
- ¿Nada? ¿Nadie?
Todos dijeron que no.
El hombre metálico numero
2 sacó su espada de su funda. Estaba manchada de un líquido azulado y tenía algunos
dientes desiguales debido a los cortes excesivos que tuvo que hacerles a unos
enemigos de piel dura.
- Tendremos que matarlos. No queda más remedio - dijo el hombre metálico numero 1-. No es nada personal…
- solo es diversión- completó el hombre metálico número 2, quien levantó su espada.
La masacre estaba por
comenzar. La familia estaba abrazada, esperando el final, cuando Jonatan se
salió del abrazo y se paró frente a ellos. Su madre trató de detenerlo, pero él
se puso lejos de su alcance. Se le veía muy asustado en su reflejo. Temblaba.
Era como hablar con los esbirros de los villanos de los videojuegos que solía
jugar.
- La he visto- dijo con decisión-. Esta en la casa de al lado.
“Cualquier cosa por
proteger a la familia”, pensó Jonatan.
- ¿Estas seguro?
- Segurísimo.
Los dos hombres metálicos
se miraron mutuamente. Ambos levantaron los hombros al mismo tiempo haciendo un
ruido robótico.
- Le creemos.- dijo el hombre metálico uno.
Claudio abrazó a su
hijo, aliviado. El alivio se acabó cuando el hombre metálico uno le atravesó la
espada por la garganta matándolo inmediatamente. Jonathan vio como asesinaban a
su padre de primera mano. Fue lo ultimo que vio. Una espada le dio de lleno en
la cabeza.
Gabriela y su otro
hijo intentaron huir, pero una espada le atravesó la espalda y otra cortó la
cabeza de su hijo. La muerte de la familia Nelson duró menos de un minuto.
- Vamos a la casa de al lado.- ordenó el hombre metálico número 1.
- ¿No olvidas de algo?
- ¿Qué cosa?
- Debemos destruir la casa para enseñarles una lección. Se me llena la cara de alegría cuando destruyo los juguetes de los niños frente a ellos.
- Mira a tu alrededor.- dijo el hombre metálico numero uno señalando todos los cadáveres-. Creo que ya aprendieron su lección.
- Es verdad- el hombre metálico numero 2 estaba algo molesto-. Salgamos de aquí.
Antes de irse destruyó
un florero.

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