domingo, 29 de agosto de 2021

El mordaz cadaver de Armando Joy Capitulo 4


 

Karen estaba en el funeral de su padre. Se retorcía en los asientos de la iglesia, como si estos tuvieran trozos de vidrio muy diminutos que le pinchaban las nalgas. Los asientos eran muy incomodos. Alejandro se había equivocado, mientras él y Verónica en medio de la carretera, ligeramente transitada, el funeral finalizaba y varios miembros de la familia se iban a casa, nadie quería para más tiempo ahí. Tanto el pueblo como el fallecido les deprimía.

De todas las maneras esos dos hubieran llegado tarde, incluso si no se hubieran detenido para hacer el amor como si no hubiera un mañana.

Karen miraba el ataúd cerrado y se acordó en la enchilada que vomitó cuando fue a reconocer el cadáver. Encima de la tapa había varios cuadros de un sonriente Armando Hoy (así quería que los recordaran y no con la piltrafa humana que Alejandro había convertido). Tenía un rostro alegre e intelectual, una cara particular en los escritores. Su cabello negro mal peinado y barba de tres días le daba un aspecto de detective de una novela de misterio o de algún mafioso de serie británica.

El padre hablaba de lo buena persona que había sido Armando Joy en vida, de como si arte cambió la vida de muchas personas, de cómo era querido tanto por las personas del pueblo de “San Pablo” (al convertirse en una estrella), o por su propia familia (si supiera). Karen apretaba un pañuelo con tanta fuerza que sus palmas quedaron rojas y sus venas se hicieron visibles. No podía soportar esa metralla de falsedades. Quería levantarse e irse lo más rápido de ahí.

Una bolsa de café descansaba en su regazo. Su bolso estaba lleno y no cabía. Apenas llegó al pueblo de “San Pablo”, conocido por sus hojas de menta y coca, Karen se topó con una cafetería que servía uno de los mejores cafés que había probado en su vida. La bolsa de café para pasar era un recuerdo de su viaje, que intentará olvidar cada vez que tome una taza de café.

Karen odiaba a su padre, aunque no tanto como Alejandro. Él si sentía un odio enfermizo hacia su progenitor. Karen detestaba hablar con Alejandro porque todas sus malditas conversaciones siempre terminaban en Armando Joy. Podrían hablar sobre lo que consideran que es el sentido de la vida y el muy psicópata tomaría las riendas y lo redirigiría al nuevo libro de Armando Joy.

Karen estaba más que segura de que Alejandro había sido el responsable de la muerte de Armando Joy. Esperaba de todo corazón que la policía lo apresara. No iba a ser muy difícil conectar los puntos. Ella se imaginó a Alejandro, esposado, saliendo de su apartamento acompañado de dos policías. Para hacer las cosas más emocionantes Alejandro huye de la resbalosa mano de la ley. Corre unos metros y se resbala con una cascara de plátano y cae de cara sobre un trozo de mierda de perro.

¿Por qué mierda de perro? ¿Por qué no? Era la fantasía de Karen.

Ella intentó aguantarse la risa, terminó esbozando una sonrisa cruel que llegó a los ojos llenos de reproche de familiares y amigos personales de Armando Joy. Karen hundió la cabeza avergonzada como si fuera una tortuga. Ahora se imaginaba a Alejandro, armando con la mierda de perro, oponiendo resistencia mientras que la policía sacaba sus armas reglamentarias.

Bang.

No pudieron asistir todos los amigos de Alejandro Joy porque el funeral se celebró en un lugar muy lejano. Si se hubiera celebrado en la capital, de seguro el lugar hubiera estado más lleno. Vinieron algunos escritores, su agente literario y algunos trabajadores de la editorial con los que Armando Joy trabajaba en sus novelas.

Si que vinieron varios familiares del famoso escritor de terror (entre ellos su propia hija y sus tres hermanos).

Karen estuvo tentada en revisar su celular, llamar a su pareja, quería escuchar su voz (aunque sonaba como un hombre que se había saltado la pubertad). No importaba. Estaba terriblemente aburrida. Por un segundo se sintió culpable de pensar así. No se supone que los funerales tengan que ser divertidos. Tienen que ser reflexivos respecto a la persona que los había dejado. Karen lo entendía, había ido a otros funerales que también habían sido aburridos, pero sentía un ligero respecto hacia el muerto. Se unía al coro de llanto y tristeza de los demás deudos.

Ahora mismo Karen solo ahogaba bostezos. El funeral duró una hora más, Karen lo sintió como si le hubieran extirpado un año de su vida, que era tan doloroso como si te extirparan un diente con un alicate y sin anestesia.

Cordelia Gonzales, la madre de Armando Joy y la abuela de Karen, les ofreció a todos a quedarse en su humilde casita. Había preparado un seco de cabrito con frijoles y humitas de entrada. A Karen le sorprendió la enorme cantidad de personas que declinaron la oferta. Los dos escritores y la agente literaria tenían que tomar un vuelo urgente, los trabajadores prefirieron quedarse en su hotel hasta el día siguiente.

De la familia solo se quedaron Karen, sus tres tíos y su madre. Varios tenían que irse, los compromisos repentinos apremiaban. Sus tíos maternos Alberto y María tuvieron que irse a la ciudad de emergencia porque uno de sus cinco hijos (Miguel), igual de aburrido en el funeral que Karen, se tragó un rosario entero y necesita una operación urgente. Karen los vio partir, jamás había visto a una familia tan unida en toda su vida. Le causaba nauseas.

Todos se fueron con un táper lleno con una generosa ración de comida y una rebanada de pastel de vainilla con mantequilla

Karen pensó en tener un hijo, quizá este le dé un poco de felicidad. Primero tuvo que poner en orden sus finanzas, comenzando con encontrar otro trabajo. El contrato de su primer trabajo terminó hace más de seis meses y en ese tiempo no había conseguido otro trabajo.

Luego tenía que conseguirse otra pareja que no fuera estéril.

La casita de Cordelia era pequeña pero acogedora. La familia sentía una vorágine de recuerdos apenas pusieron el primer pie en casa. Los hermanos Tomas, Cristina y Agustín hablaron de la vez en la que Tomas rompió una ventana mientras jugaba al futbol, de cómo Cristina hizo un concierto de flauta que maravilló a toda la familia, y de cómo Armando trajo a una rana muerta a casa e intentó resucitarla con un conjuro que sacó de un libro de la biblioteca. Los padres se quejaron al respecto y mandaron a cerrarla.

Apenas la anécdota de Armando Joy salió a la luz un aire de desolación se dejó ver en toda la sala. Todos se quedaron callados por un momento. Cordelia se puso a llorar y Agustín fue a consolarla.

Karen miraba su plato, ajena a la situación. La comida estaba casi en su totalidad. Una presa de carne mezclado con guiso verde, frijoles suaves y una ración de arroz. Al lado de la silla de Karen había otro plato con restos casi invisibles de la humita, algunos puntitos amarillos. Ese si se la había comido de un bocado.

Karen recordaba que su padre le había dicho que su plato favorito era el seco de cabrito con frijoles. Pero no cualquier seco de cabrito con frijoles, sino el platillo que preparaba su madre. Según él superaba a varios chefs. Karen estaba sentada sola, al lado de la mesa donde el resto de la familia estaba reunida. La mesa era tan pequeña para una familia tan numerosa. A veces cuando había fiestas o reuniones importantes varios tenían que comer parados.

Karen probó una cucharada de la comida. Ya se había enfriado, pero seguía siendo deliciosa. Pensó en su padre y en su carrera. Ella quería ser una escritora igual que su padre. Como no quería que los relacionaran se cambió el nombre de Karen Joy a Karen Gonzales. No escribía terror. Lo suyo eran las historias románticas más empalagosas que la miel bañada en caramelo. Había escrito cinco libros, pero no había conseguido publicar ninguno. Karen estudió la carrera de economía. Financieramente las cosas le iban muy bien hasta que su contrato terminó.

Aprovechó el tiempo libre para escribir un sexto libro. Su padre la animaba haciéndole una broma cruel: “La sexta es la vencida”. Resultó no ser cierto. Muchas más cartas de rechazo adornaron su refrigerador. Ella había leído que varias escritoras pegaban sus cartas de rechazo en el refrigerador para motivarlas a seguir trabajando. En el caso de Karen ocurría todo lo contrario, la desanimaban a tal extremo que le cansaba abrir su propio refrigerador para prepararse un sándwich de jamón.

Intentó pedirle un consejo a su padre, pero este se negaba a hablar de literatura o de su propia carrera literaria con su hija. Su padre siempre le decía: “Cada uno consigue su propia carroña”. Karen no tenia idea de que diablos significaba eso. Armando Joy no quería que su relación padre-hija estuviera cimentadas en los intentos y fracasos de su primogénita en seguir los pasos de su progenitor.

Al no haber otra cosa en común entre los dos su relación se fue deteriorando hasta convertirse en la sombra de lo que alguna vez fue. Karen y su padre fueron muy unidos cuando ella era una bebé. Armando Joy le había comentado una vez:

 “Eras una criaturita preciosa. Los dos estábamos juntos todo el tiempo, nada podía separarnos. Todo iba bien hasta que empezaste a hablar…”

Karen tenía nueve años cuando le dijo eso. Lo recordaba perfectamente, estaban viendo la sirenita. Karen Joy se imaginó a si misma, con dos tanques de oxígeno, en el fondo del océano haciendo un trato con esa tan Úrsula. Su voz a cambio de algo. De lo que sea, solo quería deshacerse de su voz. Sin su voz las cosas mejorarían con su padre.  

Karen hundió el tenedor en la presa hasta atravesarla por completo, era un enorme trozo de carne. Lo levantó. Algunos frijoles se quedaron pegados en la misma. Pensó en su último encuentro con su padre y se metió el pedazo de carne en la boca.

- Maldito.- dijo en voz baja. Los demás conversaban tranquilamente, sin prestarle atención.

Ese pequeño movimiento en su boca al decir esa palabra bastó para que el trozo de carne, sin masticar, se fuera por el otro túnel. Karen tosió con fuerza, eso solo causó que la carne entrara más adentro de su tráquea. Se estaba ahogando. Tomas se levantó de golpe al ver a su sobrina intentando respirar, su piel se había tornado morada. Le hizo la maniobra de Heimlich dándole golpes en la espalda y presionado su abdomen. Karen escupió el trozo de carne. Recuperó el color de su cara. Sus ojos estaban al rojo vivo.

- Deberías masticar la comida.- le aconsejó su tía Cristina.

- Si, por poco y te unes al viejo.- añadió su tío Thomas con una expresión diabólica que causó molestia en Karen.

Karen perdió el apetito. Karen estaba alucinando, tal vez se debía a su cerebro recuperándose por el repentino corte de oxígeno. Veía el libro: “El culto a la carne y otros cuentos” de Armando Joy encima de su plato. Al igual que Alejandro, ella también fue un personaje en una historia de Armando Joy.

Una aspirante a escritora consiguió un trabajo como asistente de un escritor de terror, uno muy exitoso, pero poco creativo. Cuando iba a trabajar lo encontraba jugando videojuegos o viendo las redes sociales. Ya en la noche, cuando se iba, recién se ponía a trabajar. La aspirante se quedó oculta para ver su verdadero proceso y, quizá, aprender algo para sus propios trabajos. De día solo aprendía códigos para mejorar en los videojuegos.

Descubrió que las ideas no venían de su cabeza, sino de una bestia que tenia encadenada en su sótano. La bestia abría una boca, que tenia el tamaño de su cabeza, y sacaba una lengua puntiaguda. Dicha lengua entraba a la cabeza del hombre e inyectaba un extraño liquido verde directo a su cerebro. Con la ayuda de ese liquido el escritor conseguía sus ideas, con las cuales asustaba a toda una generación de lectores.  

Pero la bestia, de piel marrón y húmeda, tres ojos y dos apéndices en el estómago que le servían de brazos, no lo hacía gratis. Siempre quería algo. Ya sean cerebros, pizza, conexión a internet (tenia más de 500 seguidores en Twitter), una cuenta de Netflix, entre otras cosas. En esta ocasión quería carne.

Ahí entraba su asistente.

La drogó y la metió dentro del sótano. Le dio su dosis al escritor, quien se puso a trabajar de inmediato. Escribió el primer borrador en solo cuatro días.

La bestia abrió la cabeza de la asistente como si fuera una lata de atún, con sus tentáculos que terminaban en dos pinzas removió su cerebro e inyectó mucho más profundo ese misterioso liquido verde. Borró cualquier recuerdo y rastro de identidad de la aspirante hasta convertirla en un sumiso cascaron vacío que vive solo para satisfacer los deseos más retorcidos y perversos de La Bestia.

La aspirante se llamaba Karen González.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario