Andrés y Catherine caminaban cerca a la orilla de una playa, a las afueras del pueblo, en la noche y tomándose de las manos. Eran una pareja que se amaban y lo expresaban dándose un beso de más de un minuto en la playa, con la luna presente y las olas golpeando suavemente sus pies. Si alguien los viera diría que han salido del final de un cuento de hadas, en camino a su “felices para siempre”.
Andrés estaba
disfrazado de caballero con una armadura de metal liviano. Le daba el aspecto
de un caballero medieval pero la armadura no lo protegería de los espadazos de
algún guerrero. Catherine usaba una camiseta azul eléctrico con una línea
amarilla en el centro, dos mangas rojas gruesas y una falda amarilla que le
llegaba a los tobillos. Estaba disfrazada de Blancanieves (la versión de
Disney), su abundante cabellera negra (recogida) complementaba muy bien el
disfraz.
Ambos estaban
disfrazados para ir a la fiesta de Julio Muñoz, un viejo amigo de Andrés.
Ambos retiraron sus
labios dejando un hilillo de saliva que se desvaneció en unos segundos.
- Te amo.- le dijo Julio.
- Te amo.- le respondió Catherine.
La playa estaba casi
vacía. La mayoría de las personas estaban en el pueblo, en los restaurantes y
discotecas que abrían a las ocho de la noche, y eran perfectos para una vida
nocturna más activa. Había pocas parejas en la playa: una estaba echada en una
toalla verde mirando las estrellas del cielo, otra se estaba bañando en el mar
en medio de la noche y una última estaba haciendo una grabación resaltando el
enorme vientre de la esposa (estaba embarazada).
- Mira.- dijo Andrés, señalando el barco inclinado.
Frente a ellos había
un barco de madera inclinado y con una puerta siempre abierta. Nadie le
prestaba atención, todos llegaron a la conclusión unánime que era solo un viejo
barco que se encalló ahí y nada más. No había una historia de fondo atractiva.
Solo servía para tomarse unas selfies. Eso hicieron Andrés y Catherine. Catherine
le encontró un uso más privado.
- ¿Quieres entrar?
La pregunta tomó por
sorpresa a Andrés, pero al ver la expresión lujuriosa de su novia se dio cuenta
de a que se refería. Él también le mostró una sonrisa coqueta.
- Solo si tú quieres.
- He querido desde que salimos de casa de tu padrastro.
- Viejo estirado- comentó Andrés-. No puedo esperar el graduarme para poder ir a vivir juntos.
- Cuento los segundos.
Se dieron un pequeño
beso para darse valor, para dar a entender que no importaba que peligro
pudieran encontrar dentro del barco, lo iban a enfrentar juntos. Entraron dando
un saltito hacia la puerta. Con cada paso que paso que daba Catherine temía
romper la madera y caerse al agua, hasta ahora este parecía ser el único
peligro al que se enfrentaba. Andrés sacó una linterna de una bolsa de cuero
medieval para alumbrar el interior del barco.
El barco estaba
enteramente vacío. Estaban en una sala enorme, al lado derecho había una puerta
que los llevaría a un pasillo repleto de habitaciones por ambos lados. Ambos
pusieron una vieja toalla y se sentaron en ella. Andrés ya se empezaba a
arrepentir de esta decisión. La sala le provocaba miedo, mejor dicho, los
constantes ruidos de pasos le provocaban miedo. Como si la sala estuviera
ocupada pero su preciada linterna no le permitía verlos.
Sin contar que la
sala estaba sucia y polvorienta. Andrés prefería dormir en ese viejo hotel, al
lado del bar Las truchas doradas. No era el mejor hotel del mundo, pero al
menos las habitaciones estaban limpias.
Catherine sintió como
la mano de Andrés presionaba su muñeca. Sintió el temblor, sonrió con lujuria
al recordarle esto a un pequeño vibrador que tenía en el cajón de su casa. Lo
que no sabe es que su hermanito Kevin lo sacó de su cajón y lo está usando como
sable laser. Catherine amaba a su novio, pero deseaba que fuera más valiente.
Como decía su madre:
Los hombres siempre necesitan un incentivo, si quieres que hagan algo.
- Espérame un momento- dijo Catherine a su pareja.
Esto tomó a Andrés
por sorpresa. Estar solo era lo único que quería.
- Por favor, no me dejes solo aquí.- la voz de Andrés se volvió chillona e infantil.
Como si fuera una
madre, en lugar de una novia, Catherine le quitó el casco a Andrés y comenzó a
acariciar su amplio cabello castaño. “Un caballero cobarde, vaya comedia”,
pensó.
- Cierra los ojos que tengo una sorpresa para ti- Catherine se acercó al oído de su novio-. Solo piensa en mí y los malos espíritus se irán, ¿De acuerdo?
Andrés cerró los
ojos.
- ¿Qué es?- le preguntó, imaginándose una respuesta.
- El punto de la sorpresa es que no sepas de que se trata, mi caballero valiente- las caricias continuaron, dejando su cabello y pasando por su cara-. Ahora mantén los ojos cerrados y no los abras hasta que te diga, ¿Entendiste?
Andrés asintió. Se
sentía mucho más calmado.
Catherine entró por
la puerta que conducía al pasillo y caminó un poco. Comenzó a tiritar. Hacia
más frio aquí que fuera del barco. Catherine se arrepintió de no haberse puesto
una camiseta de manga larga.
- Pero Cathy, Blancanieves no usa manga larga- dijo imitando la voz de su amiga Patty-.Y a mí me importan tres carajos como luzca Blancanieves- Catherine odiaba esa película, prefería Aladín. Se hubiera disfrazado de Jazmín, pero no se sentía cómoda mostrando el ombligo-. Me estoy cagando de frio.
Catherine también se
arrepintió de su decisión porque su sorpresa tan esperada era quitarse el
vestido y regresar a la habitación vistiendo solo su ropa interior con encaje. Harían
el amor un par de veces, luego irían a la casa de Julio Muñoz para divertirse
en su fiesta, que hizo en honor de la ausencia de cualquier figura paterna y la
libertad juvenil. Iba a tirar la casa por la ventana.
Catherine se puso a
buscar una habitación donde pueda quitarse la ropa. Se sentía extrañamente
observada, necesitaba la tranquilidad y privacidad de una habitación con la
puerta cerrada. Casi todas las puertas estaban cerradas por dentro.
Todas menos una.
Un chillido la puso
la piel de gallina. Estuvo a punto de gritar, pero se cubrió la boca. No quería
asustar a su futuro esposo y así echar a perder la sorpresa. La puerta se
encontraba al fondo y a la derecha del pasillo.
Era la única puerta
con luz. Catherine tocó la puerta pensando que había alguien. La puerta se
abrió sola y una fuerte luz le lastimó los ojos. La luz disminuyó su intensidad
y Catherine vio algo que no se le va a olvidar. La habitación era hermosa y
blanca. Los suelos eran de una madera más resistente que el resto del barco.
Catherine no tenía miedo a que se rompiera con solo dar un paso.
En el fondo de la
habitación había una persona parada de espaldas. Tenía los hombros anchos, la
capa roja lo resaltaba considerablemente. El hombre se dio la vuelta. Vestía
unos pantalones grises, tan ajustados que resaltaban sus muslos musculosos, una
camisa blanca y un chaleco azul sin mayas. La capa se movía de forma glamorosa,
a pesar de que no hubiera viento dentro de la habitación.
Su rostro era
hermoso. Tenía el cabello marrón, unas cejas pronunciadas y expresivas, una
nariz puntiaguda y una barbilla imponente. Se parecía mucho al príncipe que
besaba a Blancanieves al final de la película. Catherine no podía dejar de
mirarlo, pensó en lo bello que debió ser para la verdadera Blancanieves el
despertar y lo primero que ve es a ese hombre tan guapo.
- Ven mi querida Blancanieves - dijo el príncipe llamándola con su mano enguantada-. Ven a bailar conmigo.
Ella parpadeo y las
cosas cambiaron drásticamente. La habitación de madera se convirtió en una sala
de baile de un palacio, iluminado por varios candelabros en el techo. El suelo
ya no era de madera, sino de un marfil suave y cubierto de una finísima
alfombra roja. La distancia era monumental, podrían caber unas 100 personas sin
problemas. No estaban solos, otras personas estaban bailando y divirtiéndose,
motivando a Catherine a que sea feliz para siempre.
Blancanieves y el
príncipe se pusieron a bailar una canción suave. Ambos bailaban a paso lento,
como si recién hubieran aprendido los pasos y tuvieran miedo de equivocarse.
Estando con la cabeza apoyada a su pecho firme Blancanieves pudo oler el
maravilloso aroma del príncipe.
Uno de los invitados
comenzó a reírse de forma divertida, pero sigilosa. Su compañero le dio un
codazo en las costillas, también sonreía de forma cruel pero no quería que sus
próximas carcajadas interrumpieran la inmersión. Todo el “palacio” se llenó de
risitas y comentarios en voz baja.
Los invitados veían
algo diferente a lo que veía Catherine. Ellos veían a una joven vestida de
princesa bailando con un sujeto vestido con un traje de pastico transparente,
teñido en rojo por la sangre; y con más agujeros de los que uno podría contar a
la primera, por las balas.
Blancanieves no pudo
resistirlo y le dio un beso en la boca al príncipe, mucho más apasionado que
los que le había dado a Andrés. ¿Quién es Andrés? No es nadie. No se acuerda de
ningún Andrés. No existe Andrés. Para Blancanieves solo existía el apuesto
príncipe. Su belleza la cautivaba. La hipnotizaba. Ella sintió como el fuerte
brazo del príncipe la envolvía aun más y como otra mano le apretaba el trasero
a medida que el príncipe se comía su boca.
Los demás invitados
dejaron de bailar y formaron un circulo alrededor de la pareja, convirtiéndose
en meros espectadores. Uno de ellos se abrió el cierre de su pantalón y comenzó
a masturbarse, poco a poco eso se convirtió en una tendencia.
El príncipe dejó de
besarla para mirarla fijamente. Tenia los ojos más azules que Blancanieves había
visto en su vida.
- Tengo un regalo para ti.
- ¿De verdad?- la idea de recibir un regalo de preciado príncipe la llenaba de alegría.
- Se encuentra en el último cajón de esa cómoda.- el agarre del príncipe perdió fuerza para señalar la cómoda.
De la nada, en medio
de la sala de baile, apareció una cómoda blanca que desentonaba de manera
horrible con toda la belleza a su alrededor. Esta cómoda debería estar en un
manicomio o como evidencia de algún crimen horrible. Estaba sucia, como unas
manchas sospechosamente marrones y con varias marcas de cuchillos. Eso no le
importaba a Blancanieves, ella solo quería su regalo. Se puso de cuclillas e
intentó abrir el ultimo cajón. Le costó mucho, pero lo consiguió.
A Blancanieves la
recibió una pequeña tormenta de polvo que la hizo toser. Dentro del cajón solo había
una cajita de madera y cerrada con llave. Una mano helada tocó el hombro de
Catherine de forma posesiva, dado un pequeño apretón. Era su príncipe. Le
entregó la llave. Blancanieves abrió la caja. Sus ojos y su sonrisa aumentaron
de tamaño por la felicidad.
- ¿Para mí? Son hermosos.
Dentro había unos
pendientes con forma de búho, con los ojos azules. Cada uno de los ojos tenia
un puntito negro que parecía una sustancia viviente que nadaba alrededor de la
diminuta esfera.
- ¿Por qué no te lo pruebas?
Ella no necesitaba
ninguna petición. Se los puso sin pensarlo. Blancanieves tenia un agujero en
las orejas, debido a que ya había usado unos pendientes antes. El salón de
baile desapareció, los invitados desaparecieron (pero seguían ahí), el príncipe
desapareció. Catherine regresó a la blanca y polvorienta habitación de un
mohoso y polvoriento barco. Sus piernas se debilitaron y cayó al suelo
golpeándose la cabeza.
Catherine sentía que
alguien había entrado, la agarró del cuello y le cubrió la boca. Intentaba luchar,
pero el intruso era mucho más fuerte. Su cuerpo golpeaba y pataleaba, incapaz
de hacerle daño a su agresor. Poco a poco fue perdiendo fuerza hasta casi
desaparecer. Catherine dejó de temblar, se quedó echada unos segundos más.
Abrió los ojos, ya no
eran castaños; eran de un color muy alejado del castaño. Eran azules. Ella
esbozó una sonrisa triunfal y se puso de pie. Se limpió el vestido y se miró en
el espejo. Su reflejo estaba distorsionado por las rajaduras y la capa de
suciedad. Pero bastaron para que pudiera verse con propiedad y dar una
conclusión.
- Soy una puta preciosidad.- dijo Charlie Adler.

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