domingo, 15 de agosto de 2021

La quinta misión Capitulo 10: Unos pendientes para Catherine

 


Andrés y Catherine caminaban cerca a la orilla de una playa, a las afueras del pueblo, en la noche y tomándose de las manos. Eran una pareja que se amaban y lo expresaban dándose un beso de más de un minuto en la playa, con la luna presente y las olas golpeando suavemente sus pies. Si alguien los viera diría que han salido del final de un cuento de hadas, en camino a su “felices para siempre”.

Andrés estaba disfrazado de caballero con una armadura de metal liviano. Le daba el aspecto de un caballero medieval pero la armadura no lo protegería de los espadazos de algún guerrero. Catherine usaba una camiseta azul eléctrico con una línea amarilla en el centro, dos mangas rojas gruesas y una falda amarilla que le llegaba a los tobillos. Estaba disfrazada de Blancanieves (la versión de Disney), su abundante cabellera negra (recogida) complementaba muy bien el disfraz.

Ambos estaban disfrazados para ir a la fiesta de Julio Muñoz, un viejo amigo de Andrés.

Ambos retiraron sus labios dejando un hilillo de saliva que se desvaneció en unos segundos.

- Te amo.- le dijo Julio.

- Te amo.- le respondió Catherine.

La playa estaba casi vacía. La mayoría de las personas estaban en el pueblo, en los restaurantes y discotecas que abrían a las ocho de la noche, y eran perfectos para una vida nocturna más activa. Había pocas parejas en la playa: una estaba echada en una toalla verde mirando las estrellas del cielo, otra se estaba bañando en el mar en medio de la noche y una última estaba haciendo una grabación resaltando el enorme vientre de la esposa (estaba embarazada).

-          Mira.- dijo Andrés, señalando el barco inclinado.

Frente a ellos había un barco de madera inclinado y con una puerta siempre abierta. Nadie le prestaba atención, todos llegaron a la conclusión unánime que era solo un viejo barco que se encalló ahí y nada más. No había una historia de fondo atractiva. Solo servía para tomarse unas selfies. Eso hicieron Andrés y Catherine. Catherine le encontró un uso más privado.

- ¿Quieres entrar?

La pregunta tomó por sorpresa a Andrés, pero al ver la expresión lujuriosa de su novia se dio cuenta de a que se refería. Él también le mostró una sonrisa coqueta.

- Solo si tú quieres.

- He querido desde que salimos de casa de tu padrastro.

- Viejo estirado- comentó Andrés-. No puedo esperar el graduarme para poder ir a vivir juntos.

- Cuento los segundos.

Se dieron un pequeño beso para darse valor, para dar a entender que no importaba que peligro pudieran encontrar dentro del barco, lo iban a enfrentar juntos. Entraron dando un saltito hacia la puerta. Con cada paso que paso que daba Catherine temía romper la madera y caerse al agua, hasta ahora este parecía ser el único peligro al que se enfrentaba. Andrés sacó una linterna de una bolsa de cuero medieval para alumbrar el interior del barco.

El barco estaba enteramente vacío. Estaban en una sala enorme, al lado derecho había una puerta que los llevaría a un pasillo repleto de habitaciones por ambos lados. Ambos pusieron una vieja toalla y se sentaron en ella. Andrés ya se empezaba a arrepentir de esta decisión. La sala le provocaba miedo, mejor dicho, los constantes ruidos de pasos le provocaban miedo. Como si la sala estuviera ocupada pero su preciada linterna no le permitía verlos.

Sin contar que la sala estaba sucia y polvorienta. Andrés prefería dormir en ese viejo hotel, al lado del bar Las truchas doradas. No era el mejor hotel del mundo, pero al menos las habitaciones estaban limpias.

Catherine sintió como la mano de Andrés presionaba su muñeca. Sintió el temblor, sonrió con lujuria al recordarle esto a un pequeño vibrador que tenía en el cajón de su casa. Lo que no sabe es que su hermanito Kevin lo sacó de su cajón y lo está usando como sable laser. Catherine amaba a su novio, pero deseaba que fuera más valiente.

Como decía su madre: Los hombres siempre necesitan un incentivo, si quieres que hagan algo.

- Espérame un momento- dijo Catherine a su pareja.

Esto tomó a Andrés por sorpresa. Estar solo era lo único que quería.

- Por favor, no me dejes solo aquí.- la voz de Andrés se volvió chillona e infantil.

Como si fuera una madre, en lugar de una novia, Catherine le quitó el casco a Andrés y comenzó a acariciar su amplio cabello castaño. “Un caballero cobarde, vaya comedia”, pensó.

- Cierra los ojos que tengo una sorpresa para ti- Catherine se acercó al oído de su novio-. Solo piensa en mí y los malos espíritus se irán, ¿De acuerdo?

Andrés cerró los ojos.

- ¿Qué es?- le preguntó, imaginándose una respuesta.

- El punto de la sorpresa es que no sepas de que se trata, mi caballero valiente- las caricias continuaron, dejando su cabello y pasando por su cara-. Ahora mantén los ojos cerrados y no los abras hasta que te diga, ¿Entendiste?

Andrés asintió. Se sentía mucho más calmado.

Catherine entró por la puerta que conducía al pasillo y caminó un poco. Comenzó a tiritar. Hacia más frio aquí que fuera del barco. Catherine se arrepintió de no haberse puesto una camiseta de manga larga.

-          Pero Cathy, Blancanieves no usa manga larga- dijo imitando la voz de su amiga Patty-.Y a mí me importan tres carajos como luzca Blancanieves- Catherine odiaba esa película, prefería Aladín. Se hubiera disfrazado de Jazmín, pero no se sentía cómoda mostrando el ombligo-. Me estoy cagando de frio.

Catherine también se arrepintió de su decisión porque su sorpresa tan esperada era quitarse el vestido y regresar a la habitación vistiendo solo su ropa interior con encaje. Harían el amor un par de veces, luego irían a la casa de Julio Muñoz para divertirse en su fiesta, que hizo en honor de la ausencia de cualquier figura paterna y la libertad juvenil. Iba a tirar la casa por la ventana. 

Catherine se puso a buscar una habitación donde pueda quitarse la ropa. Se sentía extrañamente observada, necesitaba la tranquilidad y privacidad de una habitación con la puerta cerrada. Casi todas las puertas estaban cerradas por dentro.

Todas menos una.

Un chillido la puso la piel de gallina. Estuvo a punto de gritar, pero se cubrió la boca. No quería asustar a su futuro esposo y así echar a perder la sorpresa. La puerta se encontraba al fondo y a la derecha del pasillo.

Era la única puerta con luz. Catherine tocó la puerta pensando que había alguien. La puerta se abrió sola y una fuerte luz le lastimó los ojos. La luz disminuyó su intensidad y Catherine vio algo que no se le va a olvidar. La habitación era hermosa y blanca. Los suelos eran de una madera más resistente que el resto del barco. Catherine no tenía miedo a que se rompiera con solo dar un paso.

En el fondo de la habitación había una persona parada de espaldas. Tenía los hombros anchos, la capa roja lo resaltaba considerablemente. El hombre se dio la vuelta. Vestía unos pantalones grises, tan ajustados que resaltaban sus muslos musculosos, una camisa blanca y un chaleco azul sin mayas. La capa se movía de forma glamorosa, a pesar de que no hubiera viento dentro de la habitación.

Su rostro era hermoso. Tenía el cabello marrón, unas cejas pronunciadas y expresivas, una nariz puntiaguda y una barbilla imponente. Se parecía mucho al príncipe que besaba a Blancanieves al final de la película. Catherine no podía dejar de mirarlo, pensó en lo bello que debió ser para la verdadera Blancanieves el despertar y lo primero que ve es a ese hombre tan guapo.

- Ven mi querida Blancanieves - dijo el príncipe llamándola con su mano enguantada-. Ven a bailar conmigo.

Ella parpadeo y las cosas cambiaron drásticamente. La habitación de madera se convirtió en una sala de baile de un palacio, iluminado por varios candelabros en el techo. El suelo ya no era de madera, sino de un marfil suave y cubierto de una finísima alfombra roja. La distancia era monumental, podrían caber unas 100 personas sin problemas. No estaban solos, otras personas estaban bailando y divirtiéndose, motivando a Catherine a que sea feliz para siempre.

Blancanieves y el príncipe se pusieron a bailar una canción suave. Ambos bailaban a paso lento, como si recién hubieran aprendido los pasos y tuvieran miedo de equivocarse. Estando con la cabeza apoyada a su pecho firme Blancanieves pudo oler el maravilloso aroma del príncipe.

Uno de los invitados comenzó a reírse de forma divertida, pero sigilosa. Su compañero le dio un codazo en las costillas, también sonreía de forma cruel pero no quería que sus próximas carcajadas interrumpieran la inmersión. Todo el “palacio” se llenó de risitas y comentarios en voz baja.

Los invitados veían algo diferente a lo que veía Catherine. Ellos veían a una joven vestida de princesa bailando con un sujeto vestido con un traje de pastico transparente, teñido en rojo por la sangre; y con más agujeros de los que uno podría contar a la primera, por las balas.

Blancanieves no pudo resistirlo y le dio un beso en la boca al príncipe, mucho más apasionado que los que le había dado a Andrés. ¿Quién es Andrés? No es nadie. No se acuerda de ningún Andrés. No existe Andrés. Para Blancanieves solo existía el apuesto príncipe. Su belleza la cautivaba. La hipnotizaba. Ella sintió como el fuerte brazo del príncipe la envolvía aun más y como otra mano le apretaba el trasero a medida que el príncipe se comía su boca.

Los demás invitados dejaron de bailar y formaron un circulo alrededor de la pareja, convirtiéndose en meros espectadores. Uno de ellos se abrió el cierre de su pantalón y comenzó a masturbarse, poco a poco eso se convirtió en una tendencia.

El príncipe dejó de besarla para mirarla fijamente. Tenia los ojos más azules que Blancanieves había visto en su vida.

- Tengo un regalo para ti.

- ¿De verdad?- la idea de recibir un regalo de preciado príncipe la llenaba de alegría.

- Se encuentra en el último cajón de esa cómoda.- el agarre del príncipe perdió fuerza para señalar la cómoda.

De la nada, en medio de la sala de baile, apareció una cómoda blanca que desentonaba de manera horrible con toda la belleza a su alrededor. Esta cómoda debería estar en un manicomio o como evidencia de algún crimen horrible. Estaba sucia, como unas manchas sospechosamente marrones y con varias marcas de cuchillos. Eso no le importaba a Blancanieves, ella solo quería su regalo. Se puso de cuclillas e intentó abrir el ultimo cajón. Le costó mucho, pero lo consiguió.

A Blancanieves la recibió una pequeña tormenta de polvo que la hizo toser. Dentro del cajón solo había una cajita de madera y cerrada con llave. Una mano helada tocó el hombro de Catherine de forma posesiva, dado un pequeño apretón. Era su príncipe. Le entregó la llave. Blancanieves abrió la caja. Sus ojos y su sonrisa aumentaron de tamaño por la felicidad.

- ¿Para mí? Son hermosos.

Dentro había unos pendientes con forma de búho, con los ojos azules. Cada uno de los ojos tenia un puntito negro que parecía una sustancia viviente que nadaba alrededor de la diminuta esfera.

- ¿Por qué no te lo pruebas?

Ella no necesitaba ninguna petición. Se los puso sin pensarlo. Blancanieves tenia un agujero en las orejas, debido a que ya había usado unos pendientes antes. El salón de baile desapareció, los invitados desaparecieron (pero seguían ahí), el príncipe desapareció. Catherine regresó a la blanca y polvorienta habitación de un mohoso y polvoriento barco. Sus piernas se debilitaron y cayó al suelo golpeándose la cabeza.

Catherine sentía que alguien había entrado, la agarró del cuello y le cubrió la boca. Intentaba luchar, pero el intruso era mucho más fuerte. Su cuerpo golpeaba y pataleaba, incapaz de hacerle daño a su agresor. Poco a poco fue perdiendo fuerza hasta casi desaparecer. Catherine dejó de temblar, se quedó echada unos segundos más.

Abrió los ojos, ya no eran castaños; eran de un color muy alejado del castaño. Eran azules. Ella esbozó una sonrisa triunfal y se puso de pie. Se limpió el vestido y se miró en el espejo. Su reflejo estaba distorsionado por las rajaduras y la capa de suciedad. Pero bastaron para que pudiera verse con propiedad y dar una conclusión.

- Soy una puta preciosidad.- dijo Charlie Adler. 

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