Alejandro no se mostró impresionado ante lo que Verónica acababa de decirle. Tal vez por la idea de la muerte que lo asechaba y la encontraba más atractiva con el avanzar de los metros en esa carretera oscura. Alejandro se sentía vacío. Había matado a su padre, crimen que estuvo planeando por años. Alejandro pensaba que ese asesinato lo liberaría, pero no fue así.
Al principio si lo
veía como algo grandioso. Se imaginaba a su padre degollado con orgullo. Por
fin se había desecho de ese desgraciado. Solo un día después y ese sentimiento
dio un giro de 180 grados. Se cuestionó su decisión y la crudeza de la misma
hasta que llegó a la conclusión de que todo había sido en vano. No se sentía
mejor. Se sentía peor. La paranoia, la culpa y el miedo llegaron con unos
enormes maletines de metal dispuestos a mudarse en su cabeza y quedarse ahí por
un buen tiempo.
Alejandro tenía miedo
de la policía, de las sospechas de otros miembros de su familia. No podía
dormir. No quería comer (cualquier cosa con carne le provocaba nauseas).
Alejandro quería morir. Cuando estaba viajando solo, antes del repentino cambio
de planes, no iba a la frontera. Buscaba el lugar más alejado del país para
poder suicidarse.
Alejandro comenzó a
reírse de forma triste.
- Esta bien. Vamos al maldito funeral para que mates a alguien. Te sugiero que mates a mi hermana Karen. Ella me odia casi tanto como yo la odio. Aunque en lo que a mi concierne puedes matar a cualquiera. Me da lo mismo.
Verónica solo se
limitaba a escuchar.
- Y luego puedes matarme. De todas maneras, iba a hacerlo yo mismo. Espero que tengas la misma sangre fría que yo para matar. Te advierto que mi hermana es cinturón negro de karate.
- ¿Entonces no pensabas huir para escapar de tu crimen? Solo estabas buscando un lugar para suicidarte.
Alejandro asintió con
la cabeza. Verónica se dio varias palmadas en la cara. Alejandro se preguntó si
eso era un tic nervioso que hacía cada cierto tiempo. Si ese era el caso le
hubiera gustado verla golpearse la cabeza más seguido.
- ¿Me estás diciendo que he tratado de limpiar tu nombre para nada?- preguntó Verónica Mosqueda.
- ¿Qué dices?
Verónica se quedó
viendo la escena del crimen por unos largos minutos una vez Alejandro se hubo
ido. Llegó a la conclusión de que estaba muy mal hecha. Ella trabajaba como
limpiadora de casas. Sabia detectar las manchas y sabia el producto adecuado
para limpiarla. Alejando había dejado huellas por todas partes. Verónica había
planificado una venganza y para que funcionase Alejandro tenía que ser feliz
para que fuera más placentero arrancarle la vida.
Limpió el sótano lo
suficiente como para que no hubiera rastros de Alejandro, pero no tanto como
para generar sospechas en la policía. Al día siguiente Verónica trajo una
cangurera que eliminaría a Alejandro Joy de la lista de sospechosos. Había
varios frasquitos de plástico con muestras de saliva, sangre y semen.
Pertenecían a Agustín Rojas, un empresario pesquero que vivía cerca de la casa
de playa de Armando Joy. Verónica, usando una peluca, lentes de contacto y una
nariz falsa, lo enamoró y masturbó. Verónica agradeció las pesas que le regaló
su mamá por navidad. Agustín Rojas tenía disfunción eréctil.
Con un hisopo dejó
saliva en la boca, sangre en la cara y semen en el pecho. Verónica se imaginó a
Agustín Rojas eyaculando en el pecho de Armando Joy como si fuera el cañón de
un tanque. Luego recordó que Agustín usaba dos enormes muletas gracias a un
accidente de auto. Limpió el pecho de Armando Joy y echó el resto del semen en
los pies.
Las pruebas fueron
puestas.
- Ya no eres culpable de la muerte de tu padre. He planteado pruebas que limpiaran tu nombre, al menos ante los ojos de la policía. Desde una perspectiva moral no es mi problema.
Armando estaba
asombrado ante esta chica. Pasó del odio al miedo a la admiración en unas
cuantas horas.
- Ahora que lo pienso lo que acabo de hacer no garantiza que no puedan encontrar algo tuyo ahí. Hice todo lo posible para evitar dejar huellas, pero eso no quiere decir que no pudiera cometer error. Al fin y al cabo, soy humana- comentó Verónica. Le tomó dos días hacerlo y eso la llenó de satisfacción.
Mientras Verónica
limpiaba la escena del crimen (era un desastre. Habían huellas y pelos por
todas partes) miraba el cadáver de Armando Joy con mucha alegría. Ante sus ojos
había una pieza de arte frente a ella, una obraba artística que blasfemaba la crucifixión
de Jesucristo.
Verónica se dijo a si
misma que en su vida sería capaz de hacer algo parecido. Prefería los
asesinatos rápidos (se hubiera asimilado si su víctima se hubiera puesto a
llorar).
- Gracias.-Alejando le agradeció de forma sincera.
Verónica pensó que su
arduo trabajo de limpieza no hubiera sido tan útil como lo había pensado en un
inicio. Puede que los investigadores peruanos hayan conseguido un poco de esa
tecnología futurista de las series de televisión para encontrar más fácilmente
a los culpables de crímenes tan grotescos como este.
- Tarde o temprano te encontraran. Lo siento.- comentó Verónica.
- Lo sé. Una vez este lejos de aquí no importará- respondió Alejandro. Sonrió-. Gracias.
Esto la hizo enojar.
Le había dicho hace menos de cinco minutos que pensaba matarlo a él y a un
miembro de su familia. ¿Por qué carajos estaba tan calmado?
Verónica apretó con
fuerza el volante, como si fuera el peor juguete anti estrés del planeta. No
chillaba y era demasiado duro.
- Déjame decirte una cosa. No he hecho anda de esto porque me importes o porque seamos amigos. Lo he hecho porque TÚ formas parte de mi venganza. Quiero que sufras. Quiero que mueras. Voy a matarme apenas hayas visto a una persona que ames morir. Quiero que pienses que todo esto ha sido culpa tuya por estar metiendo las narices donde no te llaman, ¿Has entendido?
Verónica pisó el
acelerador y el auto fue cada vez más rápido, pero sin llegar a una velocidad
peligrosa. Verónica se mantenía en control. Alejandro ni se inmutó. Hace media
hora le hubiera dicho que condujera con más cuidado porque a este paso en lugar
de ir al funeral de su padre terminaran yendo al suyo. Pero ahora todo le daba
igual.
- Lo sé y siento haberte jodido la venganza. A veces las agendas se juntan y una parte siempre termina perjudicada.- dijo Alejandro con un tono seco.
Verónica se rio con
una leve carcajada ante esa muestra de humor seco.
- Desde que maté a mi padre me siento vacío.- contó Alejandro.
Verónica se mordió el
labio hasta dejar una marca. Ella no tenía un título en psicología, ni siquiera
había pisado una universidad. Solo tenía un diploma en secretariado que dejó de
usar cuando descubrió que ganaba más limpiando casas a los ricos. No tenía
ninguna autoridad para ayudarlo darle algún consejo psicológico.
Otra vez su cabeza le
preguntó:
“¿Por qué te importa cómo
se siente ese muchacho? Solo hazlo callar y asunto arreglado.”
Verónica no quería
mandarlo a callar. La carretera estaba vacía, los únicos que parecían estar
vivos eran las dos personas que viajaban en ese viejo auto blanco. Verónica
amaba el silencio y el dejar fluir sus pensamientos (una de las ventajas de
trabajar limpiando casas). Pero ahora mismo sus pensamientos estaban tan
conflictuados que no quería escucharlos:
¿Puedes matar a una
persona?
¿Quieres matar a una
persona?
¿Esto te llevará a
alguna parte?
Preguntas diferentes
y variaciones de la misma pregunta atormentaban a Alejandra como si de un
enjambre de mosquitos se tratasen. Prefería que Alejandro hablase. Hubiera
preferido un millón de veces que Alejandro hablase de otra cosa, pero no parecía
una opción.
Una ráfaga de viento
caló la piel de Alejandro. Se frotó los brazos helados con la intención de
darse calor, pero era inútil. Sus manos también estaban heladas. Alejandro odió
es maldita ventana abierta, casi tanto como a su padre. La condenada ventana no
se podía cerrar. Estaba atascada. Alejandro se encontraba a merced del viento.
Intentó consolarse pensando que solo serían por unas horas más, después todo
habría terminado.
Verónica tomó una
decisión. Deseó no arrepentirse de la misma. Una de las cosas que ambos tenían
en común, además de un insaciable deseo de venganza, era que ambos tenían una
larga lista de malas decisiones. En cualquier otra situación Alejandro y Verónica
estarían sentados en una mesa de un Starbucks bebiendo unos capuchinos y
charlando sobre los libros de Armando Joy y sus terribles decisiones.
- Si quieres puedes pasarte al asiento del copiloto.- le ofreció Verónica.
- ¿De veras?- preguntó Alejandro escéptico.
Verónica asintió y
Alejandro se pasó al asiento del copiloto. Hacia menos frio que en el asiento
trasero. Solo faltaba la cobija que estaba en el portaequipaje. Con ella sí que
podría sobrevivir.
- Si te pasas de vivo regresaras al asiento trasero. No me importa si te enfermas y te mueres.
- No querrás matar a una persona con gripe, ¿O sí?
Ambos rieron
momentáneamente. Ahora que Alejandro se sentía mejor siguieron hablando:
- Desde que maté a mi padre me he sentido vacío. Esperaba lo contrario. Pensaba que al cumplir con mi venganza por fin iba a empezar a vivir. Comenzar desde cero. Pero no fue así. Ahora ya nada me importa, puedes matarme aquí mismo o en el funeral de mi padre si lo deseas.
- No te atrevas a joderme el plan. Ya lo hiciste una vez y no quiero que vuelva a pasar.- se quejó Verónica muy irritada.
Alejandro se acomodó
en el asiento delantero. No había tanto espacio, en comparación con los
asientos traseros, pero era más cálido. Este tipo de experiencias le enseñan a
uno que no siempre puede obtener lo que quiere.
- Discúlpame. No pienso arruinar tu venganza. Mi filosofía es que todos debemos tener el derecho de dejar salir nuestros deseos más profundos, por muy oscuros que sean. Suele ser un buen catalizador, aunque no muy eficiente- Alejandro se rio con humor-. En mi caso no funcionó. Pero puede ayudarte a ti. ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Dispara.
Alejandro formó un
arma con sus dedos y tocó la cabeza de Verónica. Hizo un pequeño siseo con
boca, como un gato, y dijo: “BANG”. Verónica ni se inmutó. Conservaba el arma
en su regazo y no tenía ningún problema en utilizarla.
- ¿Por qué asumes que quiero mucho a mi familia?
Verónica no
respondió, solo se limitó a conducir.
- Odio a todos los miembros de mi familia, y te aseguro que el sentimiento es mutuo. Cuando llegue al funeral todos van a estar con cara de: “Ya llegó ese imbécil a arruinar la reunión”. No me importa a quien mates no me va a afectar en lo más mínimo.
Alejandro esbozó una
sonrisa exagerada. A Verónica le recordaba a un personaje de un dibujo animado
que había conseguido todo lo que quería y era feliz.
- ¿No querrás verme morir con esta cara?
- El plan se queda.- dijo Verónica por fin. En el fondo estaba frustrada. Odiaba que Alejandro le encontrara fisuras a su plan. Ella quería que todo saliera de acuerdo a lo planeado.
- Esta bien, si así lo deseas. Sin querer queriendo te corté la satisfacción de verme sufriendo- Alejandro guardó silencio por unos segundos-. ¿Qué te parece si le hacemos una pequeña modificación?
Verónica siguió conduciendo,
pero no miraba a la carretera, no había ningún auto al frente así que no
importaba. Podía conducir con los pies y nadie le diría nada.
- ¿Qué quieres decir? ¿Qué modificaciones?
Alejandro le contó
acerca de los pequeños ajustes al plan de Verónica. En lugar de matar a una
persona, entre los dos se encargarían de eliminar a toda alma viviente de la
casa. Ambos sentirían la enorme satisfacción de haber acabado con todos los
miembros de la familia Joy. Cuando todos estuvieran muertos Verónica llevaría a
Alejandro a un desierto muy lejano y le pegaría un tiro en la cabeza. Los
deseos de morir de Alejandro seguían ahí.
Verónica miraba a
Alejandro con suspicacia. Su plan era demasiado cruel y cada una de sus
palabras las decía con tanto veneno.
- ¿De dónde ha salido un muchacho tan malvado?- preguntó con una expresión seductora.
El rostro de
Alejandro estaba cubierto por la oscuridad de la noche, su cabello formaba dos
cuernos satánicos. Este se acercó a Verónica, no llevaba cinturón de seguridad.
Verónica sintió cosquillas en la oreja cuando Alejandro le susurró unas
palabras al oído.
- Es que soy hijo de mi padre.
Verónica lo tenía muy
cerca. Alejandro era muy parecido a Armando Joy. Mismo cabello rebelde, mismos
ojos negros, misma nariz chata. Las únicas diferencias eran que Alejandro era
mucho más joven y guapo y que sus labios eran mucho más gruesos (se lo debió
haber heredado de su madre).
Al día siguiente,
apenas el primer rayo de sol acarició la piel de Verónica ella despertó y pisó
el acelerador haciendo que Alejandro se caiga de su asiento. Había amanecido,
el sol había salido y varios autos se hicieron visibles. Verónica extrañaba la
soledad de la carretera. Llegaron al pueblo de “San Pablo”, lugar de nacimiento
del famoso autor de horror Armando Joy y lugar donde se va a celebrar su
funeral.
Verónica no quería
llegar tarde.
Mientras manejaba una
interrogante pasó por su cabeza.
- ¿Cómo piensas matarlos? La única que tiene un arma aquí soy yo.
- Esa pistola es mía.- le recordó Alejandro.
- No pienso devolvértela si eso piensas decir.
- No me importa, quédatela si quieres. En el maletero tengo una pistola de clavos. Con eso me basta. Le dará mucho estilo a la matanza.
- Un asesino con pistola de clavos. No está nada mal. Muy original.
- No realmente. Hubo un asesino en Estados Unidos durante los 70 que mataba a sus victimas con una pistola de clavos.
- Muy original en este país.
- Eso sí.
Les tomó casi cinco
horas en llegar al pueblo de “San Pablo”, cuyas casas estaban hechas de piedra
y a la carretera le faltaba un tramo para estar completa. No había cambiado
nada ante los ojos de Alejandro, quien lo visitó por ultima vez hace más de 10
años. Alejandro conocía la dirección de la casa de su abuela y la iglesia.
Enormes posibilidades de que estén ahí.
La iglesia estaba
cerrada.
Fueron a la casa de
la abuela. Ambos estaban tan ansiosos como emocionados por la muerte y miseria
que estaban apunto de ocasionar. Se estacionaron y bajaron. El camino estaba
repleto de piedras así que tuvieron que caminar con cuidado.
Las sonrisas se
borraron cuando vieron a la policía.
- ¿Qué mierda acaba de pasar aquí?- preguntó Verónica.
La calle estaba
repleta de policías y una ambulancia. Los paramédicos y los policías salían de
la modesta vivienda levantando cuerpos que tenían el rostro descubiertos.
Varios vecinos curiosos esperaban más información. Alejandro se acercó nervioso
al policía. Era un hombre de su misma estatura y con poco cabello. Desde atrás
se le podía ver los rastros de la calvicie.
- Disculpe. ¿Qué ha pasado?
- Recién estamos empezando con las investigaciones, pero déjeme decirle una cosa. Lo que pasó ahí dentro fue una autentica masacre.
Alejandro se quedó
boquiabierto. Alguien se les había adelantado, ¿Pero ¿quién?
Alejandro regresó al
lado de Verónica solo para recibir una bofetada en la cabeza. Estaba furiosa.
- Has vuelto a arruinar mi venganza.

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