domingo, 29 de agosto de 2021

La quinta misión. Capitulo 12: Una sorpresa para el principe


 

Charlie Adler salió de la habitación con un cuchillo en una mano y una máscara roja en la otra. Junto a ella la acompañaban muchas más personas, todas heridas de alguna manera u otra. Hachazos en la cabeza, disparos (muchos disparos), extremidades perdidas, puñaladas, camisas manchadas de sangre (vomito rojo por envenenamiento). Charlie Adler tenía una compañía interesante. 

Literalmente caminó hacia la luz. Frente a ella había una luz amarilla que la alumbraba a medias. Puso el cuchillo y la máscara detrás de ella, quería darle una buena sorpresa a ese sujeto. Llegó a la sala y vio a un joven vestido como un príncipe de una película de Disney. No recordaba cual. ¿La cenicienta? ¿Frozen? ¿Big Hero 6?

No importaba.

Lo que importaban eran los temblores que estaba sintiendo en la mano izquierda, mano que sostenía el cuchillo. Charlie Adler temblaba de la emoción. Era una sensación patológica, como una droga. Charlie Adler había sido una asesina durante casi toda su vida, comenzando por animales y terminando por personas.

Extrañaba el sonido del cuchillo atravesando la carne.

Charlie dio unos pasos hacia su príncipe, ansiosa. El príncipe tenía los ojos cerrados. La luz la alumbraba dándole un aspecto divino a Charlie Adler, como un ángel dispuesto a resolver sus problemas. El príncipe escuchaba con expectación los pasos de la asesina acercándose lentamente hacia él. No era el único Charlie ya lo veía como un cadáver ensangrentado en el suelo.

Se puso de cuclillas y acercó su rostro al de su novio. Notó que su príncipe tenía una cicatriz en la frente. “Como Harry Potter”, fue lo primero que pasó por su cabeza.

- Ya puedes abrir los ojos, cariño.- dijo Charlie Adler.

El príncipe abrió los ojos. Charlie Adler no se esperaba una cara tan decepcionada.

- ¿Esperabas algo más, cariño?- le preguntó Charlie Adler haciéndole una mueca de reproche.

- No, bueno sí. Me dijiste que esperara con los ojos cerrados porque tenías una sorpresa para mí- el príncipe ganó un poco de confianza-. Estoy viendo la sorpresa, pero todavía sigue en su paquete.

Charlie Adler se dio una palmada caricaturesca en la frente. Ya entendió a que se refería.

- ¡AH! Lo olvidé. Lo siento cariño. Estaba buscando algo muy importante. Anda, cierra los ojos de nuevo y vas a ver la tan ansiada sorpresa.

Andrés se emocionó ante las palabras de su novia. Había un tono juguetón en su voz que le gustaba mucho, le garantizaba un placer venidero. Cerró los ojos y les puso un poco de presión, como si no quisiera que se abrieran en contra de su voluntad.

- Ya puedes abrirlos.

El príncipe abrió los ojos y lo primero que vio fue el filo de un cuchillo oxidado.

- ¿De dónde sacaste eso?

Su novia le respondió, pero no era la respuesta que esperaba.

- Solo me costó 10 soles, pero estuvo conmigo por más de 10 años. Me acompañó en las buenas y en las malas.

Un: “Me lo encontré tirado en el suelo y me gustó tanto que me lo quedé” hubiera sido una respuesta más satisfactoria para el príncipe.

- ¿De que estas hablando?- preguntó el príncipe asustado-. Si esto es un juego no me gusta nada.

El príncipe recién se fijó en la máscara roja. Esto ya estaba cruzando umbrales insospechados. No recordaba ningún juego en el que la pareja fingía ser un asesino de una película mala de los ochentas. Andrés recordaba haber visto la máscara en las noticias una vez, pero fueron recuerdos muy borrosos. Era un niño cuando Charlie Adler murió.

Charlie Adler levantó el cuchillo. Con la luz su cuerpo parecía un ente maligno dispuesto a llevarlo a infierno y que solo tiene una idea en su mente: Asesinar. Charlie Adler trató de apuñalar al príncipe, pero este consiguió esquivar la hoja por los pelos. Su corazón comenzó a latir más de lo acostumbrado. No estaba acostumbrado a este tipo de ejercicios.

El príncipe se puso de pie, casi se resbala. Se alejó de su ella, ya no era su novia. Su novia jamás hubiera intentado lastimarlo. La última vez que lo intentó fue cuando le arrojó un oso de peluche con fuerza. Ya no había rastro de la chica dulce y agradable, que gustaba del jugo de piña y de dar largo paseos por la playa.

Irónicamente a Charlie Adler le encantaba el jugo de piña y el dar largo paseos por la playa. Era bueno para el estómago y lo ayudaban a pensar, respectivamente.

- No huyas cariño. ¿No ves que soy tu novia?- dijo Charlie Adler con un tono diabólicamente socarrón. Se formó una larga sonrisa detrás de la máscara, apenas se veía.

- ¿Desde cuándo me llamas “cariño”?

- Desde ahora.

El príncipe Andrés corrió lo más rápido que pudo. La salida estaba cerca y lejos al mismo tiempo. La salida estaba frente a sus ojos, un pequeño sabor a libertad. Si quería tomar el trago entero tendría que correr por la playa también. Era poco probable que la asesina se detuviera ahí mismo. El príncipe Andrés estaba tan enfocado en sus sueños de libertad que no vio el pie frente a él.

En realidad, no pudo verlo, aunque estuviera concentrado en sus pasos. Era el pie invisible de un fantasma, una bota mojada después de pasar décadas bajo el agua. El príncipe Andrés se resbaló y cayó de cara al suelo. Lástima por su cara porque había un clavo salido en el suelo. Este atravesó su cachete.

Charlie Adler bajó la velocidad. Sus pasos siguieron el ritmo de una canción de los setenta que tocaba en su cabeza.  Se movía bailando. Ella vio el pie que presionaba la espalda del príncipe Andrés. Era un pie descalzo, cuya planta estaba cubierta de una sustancia blanquecina. ¿Será una especie nueva de hongos? No se sabe.

El príncipe Andrés intentaba levantarse, pero la presión era cada vez más fuerte.

-          Gracias chicos- Charlie Adler comenzó a hablarle a la nada-. He estado sin practica tantos años que perdí el toque y me alegro que hayan decidido ayudarme a dar el primer…

“paso”.

El mismo pie de la bota mojada le puso la zancadilla a Charlie Adler. Como si fuera un edificio al que le explotaron las columnas del primer piso Charlie Adler se desplomó. Cayó encima de la espalda del príncipe Andrés, siendo su rodilla la que aterrizó primero destrozando algunas vertebras. Ambos escucharon el ruido de unos huesos romperse.

-          ¿Quién ha sido?- preguntó Charlie Adler enojada. Se puso de pie encima de la espalda del príncipe Andrés. Esto parecía esos masajes donde una mujer delgada se paraba en tu espalda y caminaba en sitios específicos de la misma para generar un placer relajante. Con la diferencia de que esto era más doloroso y menos profesional.

-          Fui yo.-respondió un fantasma calvo y enorme que vestía un mono gris y un delantal negro de cuero.

-          ¿Y por qué lo hiciste?

-          Porque me debías dinero de la apuesta, ¿Lo recuerdas? - respondió el fantasma calvo con confianza.

-          Ahora que tengo este cuerpo te lo voy a devolver. Te lo prometo. Además ¿Para qué demonios un fantasma necesita dinero?

-          No lo necesito. Solo quiero cobrarlo.- respondió el fantasma calvo con seguridad.

En uno de sus momentos de ocio Charlie Adler apostó con el fantasma calvo cuanto tiempo se tardaría en morir una rata enferma que se había quedado a vivir con ellos. El fantasma calvo ganó por unos meses. Si un veterinario la hubiera examinado se hubiera percatado del bultito que tenía en la espalda, del tamaño de un frijol.

Los gritos de dolor del príncipe Andrés sacaron de sus pensamientos ratoniles a Charlie Adler.

-          Ya no siento las piernas.- dijo con una voz quebrada. Las lágrimas no dejaban de caerle de los ojos.

Charlie Adler se alejó de él. Lo ayudó a darse la vuelta para que pueda ver a su futuro verdugo. Charlie Adler sonreía como un niño en una juguetería detrás de esas mascara roja. Charlie Adler veía con total indiferencia el rostro adolorido del príncipe, era como ver una araña sin patas intentando moverse con los restos de sus extremidades.

-          Seguro que esperaba ver esto, ¿No es así?

Charlie Adler se desabotonó la blusa revelando un sostén blanco y unos pechos enormes. El príncipe estaba demasiado moribundo como para apreciar la belleza de su novia. Charlie Adler apuñaló en el estómago al príncipe Andrés con fuerza, giró el cuchillo un par de veces como si fuera un tornillo que necesitaba un gran ajuste.

El príncipe Andrés murió y a nadie del reino le importó.

Charlie Adler retiró el cuchillo de su barriga. El suelo ya estaba manchado de sangre, al igual que parte de su ropa. Tomó un poco de aire, lista para el último paso. El sello de su regreso. Clavó el cuchillo en su cuello y fue cortando la cabeza poco a poco. Levantó la cabeza como si fuera una guerrera bárbara de una historia de Robert E. Howard, acaba de derrocar a un príncipe incompetente y se sentía feliz al respecto, realizada.

Charlie Adler miró los ojos desorbitados de la cabeza. Pellizcó su monumental nariz. Unos segundos después le dio una patada como si fuera un balón de futbol. La cabeza chocó contra una pared y desapareció en la oscuridad.

¡Que se corra la voz! El asesino de la cabeza roja había regresado. Charlie Adler dio su primer paso en su nueva carrera homicida. Había una astilla en el suelo que le estaba diciendo: “Seré tu primer obstáculo”. Charlie Adler la pisó. El dolor regresó y seguía siendo una sensación despreciable. Charlie Adler comenzó a saltar de un solo pie. Su pie se resbaló con el laguito de sangre y resbalo…

Cayó sentada en la panza del cadáver, como tenía el estómago abierto (por cortesía de Charlie Adler) fue como sentarse con fuerza encima de un globo de agua. Charlie Adler escuchó toda una gama de risas provenientes de toda la habitación, de todo el barco. Charlie Adler se puso de pie.

-          Oye, Charlie. El color rojo hace que tu trasero se vea más grande.

-          Monumental.

Charlie Adler se dio cuenta de la mancha enorme que había en su parte posterior. Se parecía al territorio de la Unión Soviética en un mapa, pero mucho más roja.

- ¡Cállense ya!- exclamó.

Las risas continuaron.

- No se olviden, malditos bastardos, que ustedes dependen de mí. Me necesitan para conseguir otros cuerpos, si yo fuera ustedes cerraría la boca y trataría a la bella Charlie Adler- se puso la mano en su pecho- con un poco más de respeto.

Las risas callaron.

- Así me gusta. Descuiden muchacho, no me voy a olvidar de ustedes. Volveré pronto.

Para evitar más complicaciones con sus pies descalzos Charlie Adler le quitó sus zapatos al príncipe y se los puso. Salió del barco. Estaba feliz y rebosante de energía. Feliz de haber matado a alguien. El príncipe Andrés será el primero de una larga cadena de asesinatos. “El asesino de la cabeza roja” había regresado, listo para continuar con una nueva ola de terror y muerte.

Se quitó la máscara y se la puso en su bolsillo. Salió de la playa. Sus pasos se volvían más confiados, había conseguido tomar el control de este cuerpo al 100%. Ya no había ningún rastro de Catherine, solo estaba Charlie. Charlie sonrió con maldad al escuchar un ligero llanto dentro de su cabeza mientras asesinaba al príncipe.

Charlie Adler llamó un poco de atención no requerida. Tal vez era por la ropa manchada de sangre.

- Es un disfraz.

Charlie Adler se dio cuenta que no era la única disfrazada. Un superhéroe desconocido (con dos “EMES” en su pecho) y un vampiro la saludaron. Ella correspondió al saludo. Un periódico voló hasta sus pantorrillas. Charlie Adler se dio cuenta que era el 31 de octubre del 2021. Una sonrisa de asesino apareció al ver la fecha. Charlie Adler estaba feliz por esa noticia. No tenía que preocuparse demasiado por conseguir ropa nueva.

- Oye, Rosa.- la llamó una voz juvenil.

Ella lo ignoró. Charlie no se acordaba que su nombre de viva era Rosa y siguió su camino. El vehículo se detuvo frente a ella cortándole el paso. Ella levantó la ceja ante el chofer (un pirara con un parche en el ojo)

Lo acompañaban Jason Voorhees, Iron Man (solo el casco) y una momia.

- Hola Rosa, ¿Qué estás haciendo por aquí?

Charlie conectó los puntos. Se acostumbró a moverse entre los vivos, pero todavía no se había acostumbrado a que la llamen por otro nombre que no sea Charlie.

- Nada. Paseando. Por aquí.-  Dijo ella avergonzada. La habían tomado por sorpresa porque usualmente podía hablar con mayor facilidad.

- ¿Vas a venir a mi fiesta?- preguntó el pirata Julio Muñoz.

La palabra “fiesta” activó algo en el cerebro de Charlie Adler. Adoraba las fiestas. Muchas de sus víctimas las sacaba de ahí, y la idea de volver a ir a una en su nueva vida la alegraba considerablemente.

- Por supuesto.

- ¿Dónde está Andrés?- preguntó Iron Man.

Andrés, Andrés, Andrés. Carajo. ¿Quién era ese tal Andrés? En su antigua vida tuvo un jefe llamado Andrés. No se refería a él porque murió de un infarto. Cuando era amigo un niño llamado Andrés le hacía bromas pesadas. Tampoco se refería a él, desapareció misteriosamente. Se le acabaron los “Andreses”.

De repente por su cabeza pasó la imagen de un príncipe decapitado. ¡Ah, ese Andrés! Ya se acordó de quien era.

- Esta en casa. Me acompañará en unas horas. Esta muy ocupado en algo que lo va a hacer perder la cabeza.  

Hubo risas incomodas en el auto. Ninguno la recordaba como ese sentido del humor tan particular. Como dice el dicho: Uno nunca llega a conocer a una persona en su totalidad.

- ¿Entonces vas a venir a la fiesta?

- Claro. No tengo nada que hacer esta noche.

- ¿Quieres que te lleve?- preguntó Julio Muñoz.

- Será un placer.- dijo Charlie Adler. Se subió al auto apenas abrieron la puerta.

Aceptó el ofrecimiento sin dudarlo porque no tenía la más perra idea de cómo llegar a su casa. Se acomodó en el asiento, blanco próximamente rojo, y esperó a que el auto arrancara.

-          ¿De qué se supone que estas disfrazada?- preguntó Jason Voorhees.

-          Pensaba que tú no hablabas- respondió Charlie Adler-. Soy Blancanieves, como podrás ver.

Antes de que alguien pudiera hacer una pregunta más. Charlie Adler añadió.

-          Pero dirigido por Wes Craven.

El auto arrancó con todos riéndose de la broma de Charlie Adler.

Una esfera blanca y brillante, como un foco ahorrador, salió del pecho del cuerpo decapitado de Julio. El fantasma de Julio vio ese lugar desolado, vio su cuerpo su cabeza. Se estremeció tanto que se fue corriendo fuera del barco. No se había percatado de la basta compañía que había dentro.

Diez minutos después un auto amarillo se estacionó donde no debía. 

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