domingo, 29 de agosto de 2021

La quinta misión. Capitulo 12: Una sorpresa para el principe


 

Charlie Adler salió de la habitación con un cuchillo en una mano y una máscara roja en la otra. Junto a ella la acompañaban muchas más personas, todas heridas de alguna manera u otra. Hachazos en la cabeza, disparos (muchos disparos), extremidades perdidas, puñaladas, camisas manchadas de sangre (vomito rojo por envenenamiento). Charlie Adler tenía una compañía interesante. 

Literalmente caminó hacia la luz. Frente a ella había una luz amarilla que la alumbraba a medias. Puso el cuchillo y la máscara detrás de ella, quería darle una buena sorpresa a ese sujeto. Llegó a la sala y vio a un joven vestido como un príncipe de una película de Disney. No recordaba cual. ¿La cenicienta? ¿Frozen? ¿Big Hero 6?

No importaba.

Lo que importaban eran los temblores que estaba sintiendo en la mano izquierda, mano que sostenía el cuchillo. Charlie Adler temblaba de la emoción. Era una sensación patológica, como una droga. Charlie Adler había sido una asesina durante casi toda su vida, comenzando por animales y terminando por personas.

Extrañaba el sonido del cuchillo atravesando la carne.

Charlie dio unos pasos hacia su príncipe, ansiosa. El príncipe tenía los ojos cerrados. La luz la alumbraba dándole un aspecto divino a Charlie Adler, como un ángel dispuesto a resolver sus problemas. El príncipe escuchaba con expectación los pasos de la asesina acercándose lentamente hacia él. No era el único Charlie ya lo veía como un cadáver ensangrentado en el suelo.

Se puso de cuclillas y acercó su rostro al de su novio. Notó que su príncipe tenía una cicatriz en la frente. “Como Harry Potter”, fue lo primero que pasó por su cabeza.

- Ya puedes abrir los ojos, cariño.- dijo Charlie Adler.

El príncipe abrió los ojos. Charlie Adler no se esperaba una cara tan decepcionada.

- ¿Esperabas algo más, cariño?- le preguntó Charlie Adler haciéndole una mueca de reproche.

- No, bueno sí. Me dijiste que esperara con los ojos cerrados porque tenías una sorpresa para mí- el príncipe ganó un poco de confianza-. Estoy viendo la sorpresa, pero todavía sigue en su paquete.

Charlie Adler se dio una palmada caricaturesca en la frente. Ya entendió a que se refería.

- ¡AH! Lo olvidé. Lo siento cariño. Estaba buscando algo muy importante. Anda, cierra los ojos de nuevo y vas a ver la tan ansiada sorpresa.

Andrés se emocionó ante las palabras de su novia. Había un tono juguetón en su voz que le gustaba mucho, le garantizaba un placer venidero. Cerró los ojos y les puso un poco de presión, como si no quisiera que se abrieran en contra de su voluntad.

- Ya puedes abrirlos.

El príncipe abrió los ojos y lo primero que vio fue el filo de un cuchillo oxidado.

- ¿De dónde sacaste eso?

Su novia le respondió, pero no era la respuesta que esperaba.

- Solo me costó 10 soles, pero estuvo conmigo por más de 10 años. Me acompañó en las buenas y en las malas.

Un: “Me lo encontré tirado en el suelo y me gustó tanto que me lo quedé” hubiera sido una respuesta más satisfactoria para el príncipe.

- ¿De que estas hablando?- preguntó el príncipe asustado-. Si esto es un juego no me gusta nada.

El príncipe recién se fijó en la máscara roja. Esto ya estaba cruzando umbrales insospechados. No recordaba ningún juego en el que la pareja fingía ser un asesino de una película mala de los ochentas. Andrés recordaba haber visto la máscara en las noticias una vez, pero fueron recuerdos muy borrosos. Era un niño cuando Charlie Adler murió.

Charlie Adler levantó el cuchillo. Con la luz su cuerpo parecía un ente maligno dispuesto a llevarlo a infierno y que solo tiene una idea en su mente: Asesinar. Charlie Adler trató de apuñalar al príncipe, pero este consiguió esquivar la hoja por los pelos. Su corazón comenzó a latir más de lo acostumbrado. No estaba acostumbrado a este tipo de ejercicios.

El príncipe se puso de pie, casi se resbala. Se alejó de su ella, ya no era su novia. Su novia jamás hubiera intentado lastimarlo. La última vez que lo intentó fue cuando le arrojó un oso de peluche con fuerza. Ya no había rastro de la chica dulce y agradable, que gustaba del jugo de piña y de dar largo paseos por la playa.

Irónicamente a Charlie Adler le encantaba el jugo de piña y el dar largo paseos por la playa. Era bueno para el estómago y lo ayudaban a pensar, respectivamente.

- No huyas cariño. ¿No ves que soy tu novia?- dijo Charlie Adler con un tono diabólicamente socarrón. Se formó una larga sonrisa detrás de la máscara, apenas se veía.

- ¿Desde cuándo me llamas “cariño”?

- Desde ahora.

El príncipe Andrés corrió lo más rápido que pudo. La salida estaba cerca y lejos al mismo tiempo. La salida estaba frente a sus ojos, un pequeño sabor a libertad. Si quería tomar el trago entero tendría que correr por la playa también. Era poco probable que la asesina se detuviera ahí mismo. El príncipe Andrés estaba tan enfocado en sus sueños de libertad que no vio el pie frente a él.

En realidad, no pudo verlo, aunque estuviera concentrado en sus pasos. Era el pie invisible de un fantasma, una bota mojada después de pasar décadas bajo el agua. El príncipe Andrés se resbaló y cayó de cara al suelo. Lástima por su cara porque había un clavo salido en el suelo. Este atravesó su cachete.

Charlie Adler bajó la velocidad. Sus pasos siguieron el ritmo de una canción de los setenta que tocaba en su cabeza.  Se movía bailando. Ella vio el pie que presionaba la espalda del príncipe Andrés. Era un pie descalzo, cuya planta estaba cubierta de una sustancia blanquecina. ¿Será una especie nueva de hongos? No se sabe.

El príncipe Andrés intentaba levantarse, pero la presión era cada vez más fuerte.

-          Gracias chicos- Charlie Adler comenzó a hablarle a la nada-. He estado sin practica tantos años que perdí el toque y me alegro que hayan decidido ayudarme a dar el primer…

“paso”.

El mismo pie de la bota mojada le puso la zancadilla a Charlie Adler. Como si fuera un edificio al que le explotaron las columnas del primer piso Charlie Adler se desplomó. Cayó encima de la espalda del príncipe Andrés, siendo su rodilla la que aterrizó primero destrozando algunas vertebras. Ambos escucharon el ruido de unos huesos romperse.

-          ¿Quién ha sido?- preguntó Charlie Adler enojada. Se puso de pie encima de la espalda del príncipe Andrés. Esto parecía esos masajes donde una mujer delgada se paraba en tu espalda y caminaba en sitios específicos de la misma para generar un placer relajante. Con la diferencia de que esto era más doloroso y menos profesional.

-          Fui yo.-respondió un fantasma calvo y enorme que vestía un mono gris y un delantal negro de cuero.

-          ¿Y por qué lo hiciste?

-          Porque me debías dinero de la apuesta, ¿Lo recuerdas? - respondió el fantasma calvo con confianza.

-          Ahora que tengo este cuerpo te lo voy a devolver. Te lo prometo. Además ¿Para qué demonios un fantasma necesita dinero?

-          No lo necesito. Solo quiero cobrarlo.- respondió el fantasma calvo con seguridad.

En uno de sus momentos de ocio Charlie Adler apostó con el fantasma calvo cuanto tiempo se tardaría en morir una rata enferma que se había quedado a vivir con ellos. El fantasma calvo ganó por unos meses. Si un veterinario la hubiera examinado se hubiera percatado del bultito que tenía en la espalda, del tamaño de un frijol.

Los gritos de dolor del príncipe Andrés sacaron de sus pensamientos ratoniles a Charlie Adler.

-          Ya no siento las piernas.- dijo con una voz quebrada. Las lágrimas no dejaban de caerle de los ojos.

Charlie Adler se alejó de él. Lo ayudó a darse la vuelta para que pueda ver a su futuro verdugo. Charlie Adler sonreía como un niño en una juguetería detrás de esas mascara roja. Charlie Adler veía con total indiferencia el rostro adolorido del príncipe, era como ver una araña sin patas intentando moverse con los restos de sus extremidades.

-          Seguro que esperaba ver esto, ¿No es así?

Charlie Adler se desabotonó la blusa revelando un sostén blanco y unos pechos enormes. El príncipe estaba demasiado moribundo como para apreciar la belleza de su novia. Charlie Adler apuñaló en el estómago al príncipe Andrés con fuerza, giró el cuchillo un par de veces como si fuera un tornillo que necesitaba un gran ajuste.

El príncipe Andrés murió y a nadie del reino le importó.

Charlie Adler retiró el cuchillo de su barriga. El suelo ya estaba manchado de sangre, al igual que parte de su ropa. Tomó un poco de aire, lista para el último paso. El sello de su regreso. Clavó el cuchillo en su cuello y fue cortando la cabeza poco a poco. Levantó la cabeza como si fuera una guerrera bárbara de una historia de Robert E. Howard, acaba de derrocar a un príncipe incompetente y se sentía feliz al respecto, realizada.

Charlie Adler miró los ojos desorbitados de la cabeza. Pellizcó su monumental nariz. Unos segundos después le dio una patada como si fuera un balón de futbol. La cabeza chocó contra una pared y desapareció en la oscuridad.

¡Que se corra la voz! El asesino de la cabeza roja había regresado. Charlie Adler dio su primer paso en su nueva carrera homicida. Había una astilla en el suelo que le estaba diciendo: “Seré tu primer obstáculo”. Charlie Adler la pisó. El dolor regresó y seguía siendo una sensación despreciable. Charlie Adler comenzó a saltar de un solo pie. Su pie se resbaló con el laguito de sangre y resbalo…

Cayó sentada en la panza del cadáver, como tenía el estómago abierto (por cortesía de Charlie Adler) fue como sentarse con fuerza encima de un globo de agua. Charlie Adler escuchó toda una gama de risas provenientes de toda la habitación, de todo el barco. Charlie Adler se puso de pie.

-          Oye, Charlie. El color rojo hace que tu trasero se vea más grande.

-          Monumental.

Charlie Adler se dio cuenta de la mancha enorme que había en su parte posterior. Se parecía al territorio de la Unión Soviética en un mapa, pero mucho más roja.

- ¡Cállense ya!- exclamó.

Las risas continuaron.

- No se olviden, malditos bastardos, que ustedes dependen de mí. Me necesitan para conseguir otros cuerpos, si yo fuera ustedes cerraría la boca y trataría a la bella Charlie Adler- se puso la mano en su pecho- con un poco más de respeto.

Las risas callaron.

- Así me gusta. Descuiden muchacho, no me voy a olvidar de ustedes. Volveré pronto.

Para evitar más complicaciones con sus pies descalzos Charlie Adler le quitó sus zapatos al príncipe y se los puso. Salió del barco. Estaba feliz y rebosante de energía. Feliz de haber matado a alguien. El príncipe Andrés será el primero de una larga cadena de asesinatos. “El asesino de la cabeza roja” había regresado, listo para continuar con una nueva ola de terror y muerte.

Se quitó la máscara y se la puso en su bolsillo. Salió de la playa. Sus pasos se volvían más confiados, había conseguido tomar el control de este cuerpo al 100%. Ya no había ningún rastro de Catherine, solo estaba Charlie. Charlie sonrió con maldad al escuchar un ligero llanto dentro de su cabeza mientras asesinaba al príncipe.

Charlie Adler llamó un poco de atención no requerida. Tal vez era por la ropa manchada de sangre.

- Es un disfraz.

Charlie Adler se dio cuenta que no era la única disfrazada. Un superhéroe desconocido (con dos “EMES” en su pecho) y un vampiro la saludaron. Ella correspondió al saludo. Un periódico voló hasta sus pantorrillas. Charlie Adler se dio cuenta que era el 31 de octubre del 2021. Una sonrisa de asesino apareció al ver la fecha. Charlie Adler estaba feliz por esa noticia. No tenía que preocuparse demasiado por conseguir ropa nueva.

- Oye, Rosa.- la llamó una voz juvenil.

Ella lo ignoró. Charlie no se acordaba que su nombre de viva era Rosa y siguió su camino. El vehículo se detuvo frente a ella cortándole el paso. Ella levantó la ceja ante el chofer (un pirara con un parche en el ojo)

Lo acompañaban Jason Voorhees, Iron Man (solo el casco) y una momia.

- Hola Rosa, ¿Qué estás haciendo por aquí?

Charlie conectó los puntos. Se acostumbró a moverse entre los vivos, pero todavía no se había acostumbrado a que la llamen por otro nombre que no sea Charlie.

- Nada. Paseando. Por aquí.-  Dijo ella avergonzada. La habían tomado por sorpresa porque usualmente podía hablar con mayor facilidad.

- ¿Vas a venir a mi fiesta?- preguntó el pirata Julio Muñoz.

La palabra “fiesta” activó algo en el cerebro de Charlie Adler. Adoraba las fiestas. Muchas de sus víctimas las sacaba de ahí, y la idea de volver a ir a una en su nueva vida la alegraba considerablemente.

- Por supuesto.

- ¿Dónde está Andrés?- preguntó Iron Man.

Andrés, Andrés, Andrés. Carajo. ¿Quién era ese tal Andrés? En su antigua vida tuvo un jefe llamado Andrés. No se refería a él porque murió de un infarto. Cuando era amigo un niño llamado Andrés le hacía bromas pesadas. Tampoco se refería a él, desapareció misteriosamente. Se le acabaron los “Andreses”.

De repente por su cabeza pasó la imagen de un príncipe decapitado. ¡Ah, ese Andrés! Ya se acordó de quien era.

- Esta en casa. Me acompañará en unas horas. Esta muy ocupado en algo que lo va a hacer perder la cabeza.  

Hubo risas incomodas en el auto. Ninguno la recordaba como ese sentido del humor tan particular. Como dice el dicho: Uno nunca llega a conocer a una persona en su totalidad.

- ¿Entonces vas a venir a la fiesta?

- Claro. No tengo nada que hacer esta noche.

- ¿Quieres que te lleve?- preguntó Julio Muñoz.

- Será un placer.- dijo Charlie Adler. Se subió al auto apenas abrieron la puerta.

Aceptó el ofrecimiento sin dudarlo porque no tenía la más perra idea de cómo llegar a su casa. Se acomodó en el asiento, blanco próximamente rojo, y esperó a que el auto arrancara.

-          ¿De qué se supone que estas disfrazada?- preguntó Jason Voorhees.

-          Pensaba que tú no hablabas- respondió Charlie Adler-. Soy Blancanieves, como podrás ver.

Antes de que alguien pudiera hacer una pregunta más. Charlie Adler añadió.

-          Pero dirigido por Wes Craven.

El auto arrancó con todos riéndose de la broma de Charlie Adler.

Una esfera blanca y brillante, como un foco ahorrador, salió del pecho del cuerpo decapitado de Julio. El fantasma de Julio vio ese lugar desolado, vio su cuerpo su cabeza. Se estremeció tanto que se fue corriendo fuera del barco. No se había percatado de la basta compañía que había dentro.

Diez minutos después un auto amarillo se estacionó donde no debía. 

El mordaz cadaver de Armando Joy Capitulo 4


 

Karen estaba en el funeral de su padre. Se retorcía en los asientos de la iglesia, como si estos tuvieran trozos de vidrio muy diminutos que le pinchaban las nalgas. Los asientos eran muy incomodos. Alejandro se había equivocado, mientras él y Verónica en medio de la carretera, ligeramente transitada, el funeral finalizaba y varios miembros de la familia se iban a casa, nadie quería para más tiempo ahí. Tanto el pueblo como el fallecido les deprimía.

De todas las maneras esos dos hubieran llegado tarde, incluso si no se hubieran detenido para hacer el amor como si no hubiera un mañana.

Karen miraba el ataúd cerrado y se acordó en la enchilada que vomitó cuando fue a reconocer el cadáver. Encima de la tapa había varios cuadros de un sonriente Armando Hoy (así quería que los recordaran y no con la piltrafa humana que Alejandro había convertido). Tenía un rostro alegre e intelectual, una cara particular en los escritores. Su cabello negro mal peinado y barba de tres días le daba un aspecto de detective de una novela de misterio o de algún mafioso de serie británica.

El padre hablaba de lo buena persona que había sido Armando Joy en vida, de como si arte cambió la vida de muchas personas, de cómo era querido tanto por las personas del pueblo de “San Pablo” (al convertirse en una estrella), o por su propia familia (si supiera). Karen apretaba un pañuelo con tanta fuerza que sus palmas quedaron rojas y sus venas se hicieron visibles. No podía soportar esa metralla de falsedades. Quería levantarse e irse lo más rápido de ahí.

Una bolsa de café descansaba en su regazo. Su bolso estaba lleno y no cabía. Apenas llegó al pueblo de “San Pablo”, conocido por sus hojas de menta y coca, Karen se topó con una cafetería que servía uno de los mejores cafés que había probado en su vida. La bolsa de café para pasar era un recuerdo de su viaje, que intentará olvidar cada vez que tome una taza de café.

Karen odiaba a su padre, aunque no tanto como Alejandro. Él si sentía un odio enfermizo hacia su progenitor. Karen detestaba hablar con Alejandro porque todas sus malditas conversaciones siempre terminaban en Armando Joy. Podrían hablar sobre lo que consideran que es el sentido de la vida y el muy psicópata tomaría las riendas y lo redirigiría al nuevo libro de Armando Joy.

Karen estaba más que segura de que Alejandro había sido el responsable de la muerte de Armando Joy. Esperaba de todo corazón que la policía lo apresara. No iba a ser muy difícil conectar los puntos. Ella se imaginó a Alejandro, esposado, saliendo de su apartamento acompañado de dos policías. Para hacer las cosas más emocionantes Alejandro huye de la resbalosa mano de la ley. Corre unos metros y se resbala con una cascara de plátano y cae de cara sobre un trozo de mierda de perro.

¿Por qué mierda de perro? ¿Por qué no? Era la fantasía de Karen.

Ella intentó aguantarse la risa, terminó esbozando una sonrisa cruel que llegó a los ojos llenos de reproche de familiares y amigos personales de Armando Joy. Karen hundió la cabeza avergonzada como si fuera una tortuga. Ahora se imaginaba a Alejandro, armando con la mierda de perro, oponiendo resistencia mientras que la policía sacaba sus armas reglamentarias.

Bang.

No pudieron asistir todos los amigos de Alejandro Joy porque el funeral se celebró en un lugar muy lejano. Si se hubiera celebrado en la capital, de seguro el lugar hubiera estado más lleno. Vinieron algunos escritores, su agente literario y algunos trabajadores de la editorial con los que Armando Joy trabajaba en sus novelas.

Si que vinieron varios familiares del famoso escritor de terror (entre ellos su propia hija y sus tres hermanos).

Karen estuvo tentada en revisar su celular, llamar a su pareja, quería escuchar su voz (aunque sonaba como un hombre que se había saltado la pubertad). No importaba. Estaba terriblemente aburrida. Por un segundo se sintió culpable de pensar así. No se supone que los funerales tengan que ser divertidos. Tienen que ser reflexivos respecto a la persona que los había dejado. Karen lo entendía, había ido a otros funerales que también habían sido aburridos, pero sentía un ligero respecto hacia el muerto. Se unía al coro de llanto y tristeza de los demás deudos.

Ahora mismo Karen solo ahogaba bostezos. El funeral duró una hora más, Karen lo sintió como si le hubieran extirpado un año de su vida, que era tan doloroso como si te extirparan un diente con un alicate y sin anestesia.

Cordelia Gonzales, la madre de Armando Joy y la abuela de Karen, les ofreció a todos a quedarse en su humilde casita. Había preparado un seco de cabrito con frijoles y humitas de entrada. A Karen le sorprendió la enorme cantidad de personas que declinaron la oferta. Los dos escritores y la agente literaria tenían que tomar un vuelo urgente, los trabajadores prefirieron quedarse en su hotel hasta el día siguiente.

De la familia solo se quedaron Karen, sus tres tíos y su madre. Varios tenían que irse, los compromisos repentinos apremiaban. Sus tíos maternos Alberto y María tuvieron que irse a la ciudad de emergencia porque uno de sus cinco hijos (Miguel), igual de aburrido en el funeral que Karen, se tragó un rosario entero y necesita una operación urgente. Karen los vio partir, jamás había visto a una familia tan unida en toda su vida. Le causaba nauseas.

Todos se fueron con un táper lleno con una generosa ración de comida y una rebanada de pastel de vainilla con mantequilla

Karen pensó en tener un hijo, quizá este le dé un poco de felicidad. Primero tuvo que poner en orden sus finanzas, comenzando con encontrar otro trabajo. El contrato de su primer trabajo terminó hace más de seis meses y en ese tiempo no había conseguido otro trabajo.

Luego tenía que conseguirse otra pareja que no fuera estéril.

La casita de Cordelia era pequeña pero acogedora. La familia sentía una vorágine de recuerdos apenas pusieron el primer pie en casa. Los hermanos Tomas, Cristina y Agustín hablaron de la vez en la que Tomas rompió una ventana mientras jugaba al futbol, de cómo Cristina hizo un concierto de flauta que maravilló a toda la familia, y de cómo Armando trajo a una rana muerta a casa e intentó resucitarla con un conjuro que sacó de un libro de la biblioteca. Los padres se quejaron al respecto y mandaron a cerrarla.

Apenas la anécdota de Armando Joy salió a la luz un aire de desolación se dejó ver en toda la sala. Todos se quedaron callados por un momento. Cordelia se puso a llorar y Agustín fue a consolarla.

Karen miraba su plato, ajena a la situación. La comida estaba casi en su totalidad. Una presa de carne mezclado con guiso verde, frijoles suaves y una ración de arroz. Al lado de la silla de Karen había otro plato con restos casi invisibles de la humita, algunos puntitos amarillos. Ese si se la había comido de un bocado.

Karen recordaba que su padre le había dicho que su plato favorito era el seco de cabrito con frijoles. Pero no cualquier seco de cabrito con frijoles, sino el platillo que preparaba su madre. Según él superaba a varios chefs. Karen estaba sentada sola, al lado de la mesa donde el resto de la familia estaba reunida. La mesa era tan pequeña para una familia tan numerosa. A veces cuando había fiestas o reuniones importantes varios tenían que comer parados.

Karen probó una cucharada de la comida. Ya se había enfriado, pero seguía siendo deliciosa. Pensó en su padre y en su carrera. Ella quería ser una escritora igual que su padre. Como no quería que los relacionaran se cambió el nombre de Karen Joy a Karen Gonzales. No escribía terror. Lo suyo eran las historias románticas más empalagosas que la miel bañada en caramelo. Había escrito cinco libros, pero no había conseguido publicar ninguno. Karen estudió la carrera de economía. Financieramente las cosas le iban muy bien hasta que su contrato terminó.

Aprovechó el tiempo libre para escribir un sexto libro. Su padre la animaba haciéndole una broma cruel: “La sexta es la vencida”. Resultó no ser cierto. Muchas más cartas de rechazo adornaron su refrigerador. Ella había leído que varias escritoras pegaban sus cartas de rechazo en el refrigerador para motivarlas a seguir trabajando. En el caso de Karen ocurría todo lo contrario, la desanimaban a tal extremo que le cansaba abrir su propio refrigerador para prepararse un sándwich de jamón.

Intentó pedirle un consejo a su padre, pero este se negaba a hablar de literatura o de su propia carrera literaria con su hija. Su padre siempre le decía: “Cada uno consigue su propia carroña”. Karen no tenia idea de que diablos significaba eso. Armando Joy no quería que su relación padre-hija estuviera cimentadas en los intentos y fracasos de su primogénita en seguir los pasos de su progenitor.

Al no haber otra cosa en común entre los dos su relación se fue deteriorando hasta convertirse en la sombra de lo que alguna vez fue. Karen y su padre fueron muy unidos cuando ella era una bebé. Armando Joy le había comentado una vez:

 “Eras una criaturita preciosa. Los dos estábamos juntos todo el tiempo, nada podía separarnos. Todo iba bien hasta que empezaste a hablar…”

Karen tenía nueve años cuando le dijo eso. Lo recordaba perfectamente, estaban viendo la sirenita. Karen Joy se imaginó a si misma, con dos tanques de oxígeno, en el fondo del océano haciendo un trato con esa tan Úrsula. Su voz a cambio de algo. De lo que sea, solo quería deshacerse de su voz. Sin su voz las cosas mejorarían con su padre.  

Karen hundió el tenedor en la presa hasta atravesarla por completo, era un enorme trozo de carne. Lo levantó. Algunos frijoles se quedaron pegados en la misma. Pensó en su último encuentro con su padre y se metió el pedazo de carne en la boca.

- Maldito.- dijo en voz baja. Los demás conversaban tranquilamente, sin prestarle atención.

Ese pequeño movimiento en su boca al decir esa palabra bastó para que el trozo de carne, sin masticar, se fuera por el otro túnel. Karen tosió con fuerza, eso solo causó que la carne entrara más adentro de su tráquea. Se estaba ahogando. Tomas se levantó de golpe al ver a su sobrina intentando respirar, su piel se había tornado morada. Le hizo la maniobra de Heimlich dándole golpes en la espalda y presionado su abdomen. Karen escupió el trozo de carne. Recuperó el color de su cara. Sus ojos estaban al rojo vivo.

- Deberías masticar la comida.- le aconsejó su tía Cristina.

- Si, por poco y te unes al viejo.- añadió su tío Thomas con una expresión diabólica que causó molestia en Karen.

Karen perdió el apetito. Karen estaba alucinando, tal vez se debía a su cerebro recuperándose por el repentino corte de oxígeno. Veía el libro: “El culto a la carne y otros cuentos” de Armando Joy encima de su plato. Al igual que Alejandro, ella también fue un personaje en una historia de Armando Joy.

Una aspirante a escritora consiguió un trabajo como asistente de un escritor de terror, uno muy exitoso, pero poco creativo. Cuando iba a trabajar lo encontraba jugando videojuegos o viendo las redes sociales. Ya en la noche, cuando se iba, recién se ponía a trabajar. La aspirante se quedó oculta para ver su verdadero proceso y, quizá, aprender algo para sus propios trabajos. De día solo aprendía códigos para mejorar en los videojuegos.

Descubrió que las ideas no venían de su cabeza, sino de una bestia que tenia encadenada en su sótano. La bestia abría una boca, que tenia el tamaño de su cabeza, y sacaba una lengua puntiaguda. Dicha lengua entraba a la cabeza del hombre e inyectaba un extraño liquido verde directo a su cerebro. Con la ayuda de ese liquido el escritor conseguía sus ideas, con las cuales asustaba a toda una generación de lectores.  

Pero la bestia, de piel marrón y húmeda, tres ojos y dos apéndices en el estómago que le servían de brazos, no lo hacía gratis. Siempre quería algo. Ya sean cerebros, pizza, conexión a internet (tenia más de 500 seguidores en Twitter), una cuenta de Netflix, entre otras cosas. En esta ocasión quería carne.

Ahí entraba su asistente.

La drogó y la metió dentro del sótano. Le dio su dosis al escritor, quien se puso a trabajar de inmediato. Escribió el primer borrador en solo cuatro días.

La bestia abrió la cabeza de la asistente como si fuera una lata de atún, con sus tentáculos que terminaban en dos pinzas removió su cerebro e inyectó mucho más profundo ese misterioso liquido verde. Borró cualquier recuerdo y rastro de identidad de la aspirante hasta convertirla en un sumiso cascaron vacío que vive solo para satisfacer los deseos más retorcidos y perversos de La Bestia.

La aspirante se llamaba Karen González.  

Buena punteria. Capitulo 5: El portal


 

Alejandra vio a dos hombres metálicos enormes que no les quitaban los ojos de encima, o al menos eso era lo que quería creer. ¿Esos sujetos tenían ojos?

- ¡Malditos cascos!- se quejó el hombre metálico número 2-. No veo ni una mierda con ellos.

Al parecer si tenían ojos.

- Sabes que los necesitamos son nuestra ventaja ante ellos.- respondió el hombre metálico número 1, señalando a Alejandra.

- Descuida, el próximo disparo no va a fallar- volteó para ver a su presa-. ¿A dónde se fue?

Alejandra se metió dentro de la habitación en el segundo en el que los hombres de armaduras dejaron de prestarle atención. Se apoyó en la puerta, sus piernas ya no pudieron sostener sus cincuenta y cinco kilos y cedieron. Alejandra cayó sentada al suelo, con la espalda apoyada en la puerta.

- ¡Fantástico, volviste!- Sandra aplaudió una vez por el regreso de su heroína-. Ahora mismo prepararé el portal para que podamos irnos.

Alejandra tenía problemas para formar palabras, y muchos más para juntarlas y crear una oración aceptable para los oídos de Sandra, o cualquier ser humano pensante.

- Hombres… armados… flechas.

Alejandra tocó su cabeza. Estaba húmeda. Cuando vio sus dedos se horrorizó al ver que estaban mucho más rojos que antes.

- ¿Alejandra, te encuentras bien?

Alejandra consiguió mantener la compostura y así formar un par de oraciones coherentes.

- Hombres armados con flechas. Afuera hay hombres armados con…

Espadas.

Una espada atravesó la puerta. La espada cortó un poco del cuero cabelludo de Alejandra, la herida fue más profunda que antes. Un hilillo de sangre se escapó de su cabeza para pasar por su frente, como si fuera una cascada moribunda.

Alejandra gritó y se alejó de la puerta arrastrándose.

- Un consejo. Jamás te apoyes en una puerta cuando hay sujetos armados del otro lado. ¿Te imaginas si hubiera si hubiera atravesado su espada unos centímetros más abajo? Me quedaba sin heroína.

- Vete a la…

Un puño destrozando la puerta interrumpió el insulto de Alejandra. Este hizo un enorme agujero en la puerta. Ambas chicas pudieron ver una cabeza plateada con una cara de espejo ocupando el agujero. Esto era como si El Resplandor y Excalibur tuvieran un hijo con odio.

- Las veo.- dijo con una voz monstruosa y burlona. A diferencia de las chicas el hombre armado iba a disfrutar cada segundo de su visita.

La habitación de Sandra no tenia ventanas. La única vía de escape era la puerta, ocupada por los hombres de metal. Estos la destrozaban con suma facilidad. Sandra abrió la bolsa deportiva y le entregó un arma a Alejandra.

Alejandra la vio como si fuera un artefacto extraterrestre de otra dimensión.

- ¿Qué diablos quieres que haga con esto?

- Amiga, estamos en guerra.- respondió Sandra. Esta respuesta no dejó satisfecha a Alejandra.

La siguiente respuesta sí.

- Solo dispara a esos malditos. Te quieren a ti. Saben que eres la elegida, destinada a acabar con el régimen de Mr. Altman y no lo van a permitir.

La puerta se rompió en dos dejando a los hombres de metal pasó. Uno de ellos sacó el trozo de papel amarillento, muy parecido al que tenia Sandra. Les mostró el dibujo a las dos chicas.

- ¿Han visto a esta chica?

Alejandra estaba apunto de responder: No, no y más no.

- Se parece a ti.- dijo Sandra, mirando a Alejandra.

Alejandra quería subirse al banquito más cercano y estrangular a esa supuesta amiga.

- Es verdad- comentó el hombre de metal número 2-. Se parece a ti- se dirigió a su compañero-. ¿Qué hacemos?

- Matemos a la segunda- señaló a Sandra- y lleve menos a la primera.

Sandra levantó su arma y apuntó a los sujetos metálicos. Comenzó a disparar. Alejandra gritó y se cubrió los oídos. Los disparos eran demasiado fuertes. El hombre metálico número 1 se cubrió la cara, era la primera vez que veía un arma de esa naturaleza. Los disparos cesaron cuando se le acabaron las balas a Sandra. Los hombres metálicos se tocaron el pecho, la cara, los brazos. Nada. Ningún rasguño.

- Que arma más patética.- dijo el hombre metálico número 2

Ninguno de los dos se tomaron la molestia de mirar hacia atrás. Las balas los habían rodeado, formando unas extrañas siluetas, pero ninguna dio en el blanco.

- Que buena puntería.- comentó Alejandra con sarcasmo.

Sandra se quedó callada, las armas resultaron ser más decepcionantes de lo que pensaba. Cuando las vio en televisión no importaba hacía que dirección disparabas, siempre le dabas al objetivo.

- Tengo otra idea. Distráelos.- Sandra tomó su bolsa de cuero y se dirigió hacia una de las paredes de la habitación.

Sandra no pudo dar dos pasos porque el hombre de metal número 2 la agarró de la solapa de su blusa y la levantó. Era mucho más alto que ella. Los pies de Sandra no tocaron el suelo.

- No te había dicho que los distrajeras.- le regañó a Alejandra. Sandra le estaba dando unas buenas patadas al aire.

- Son dos, cerebro de hormiga, ¿Qué esperabas que hiciera?

El otro hombre de metal golpeó a Alejandra en el pecho, con tanta fuerza que la mando volando hasta golpearse la espalda contra una de las paredes. Una diana que estaba encima de ella cayó en su cabeza.

- Tengo que llevarte viva, pero eso no me dijeron que tuvieras que estar intacta.

Alejandra estaba a punto de llorar.

Dos hombres encapuchados entraron con potencia, hubieran roto la puerta si los hombres de metal no se les hubieran adelantado. Eran los mismos “delincuentes” que estaban con Sandra cuando Alejandra fue a rescatarla. El hombre de metal número 2 volteó a Sandra para poder verla mejor.

- Veo que eres una…

Uno de los encapuchados se le lanzó encima haciendo que suelte a Sandra. Ella se puso de pie de un salto y corrió hacia la pared. Todavía conservaba su bolsa de cuero. Sacó una tiza purpura y comenzó a dibujar en la pared.  

- Zip, Zop, distraigan a esos sujetos por unos minutos. Casi termino.

Zop estaba encima del hombre de metal número 2. Su mano se convirtió en un martillo y con este le golpeó en la cabeza. No le hizo mucho daño. Los cuerpos de Zip y Zop estaban hechos de arcilla, y fue el tío de Sandra quien les dio vida usando unos conjuros mágicos.

El hombre de metal número 2 agarró a Zop de la capucha y lo alejó de su cabeza. Su casco tenia algunas abolladuras. Con su gruesa mano metálica arrancó su cabeza y la arrojó lejos. Lanzó el cuerpo hacia la misma dirección. Se dirigió lentamente hacia donde estaba Sandra. No había nada que pudiera detenerlo.

Salvo una almohada.

Zop hacia conseguido recuperar su cabeza e intentó arrojar todo lo que estuviera a su alcance para evitar que el hombre de la armadura llegue a su meta. El hombre de metal número 2 comenzó a reírse, su risa se hizo más profunda dentro del caso. Llamó a Zop para que viniera a pelear. Matarlo no le tomaría un minuto, minuto y medio quizá. Después podrá divertirse todo lo que quiera con Sandra.

Mientras tanto Zip luchaba contra el hombre de metal número 1. Sus manos habían crecido hasta casi ser tan grandes como su cabeza. Unos picos salieron de sus nudillos. Golpeaba al hombre de metal número 1 con toda su fuerza. Apenas era una molestia para el hombre de metal, disfruta de este intento patético de pelea.

Alejandra temía que se hubiera roto una costilla. Ese era el menor de sus problemas. Si ese sujeto le ponía las manos encima sus costillas no iban a ser los únicos huesos rotos. Para su buena suerte Alejandra no tenía ningún hueso roto. Estaba bien.

Alejandra notó que todavía tenia el arma en la mano.

Apuntó y disparó.

El disparo fue certero. Alejandra puso su habilidad de la buena puntería en acción. Le dio en el centro de la espalda al hombre de metal número 1. Si le hubiera disparado a una persona ordinaria lo hubiera dejado paralitico. La bala apenas atravesó la armadura y la piel, no dañó ningún órgano interno. El hombre de metal sintió un ligero dolor de espalda, volteó y vio a Alejandra temblando, con el arma en las manos (de la cual salía un poco de humor del cañón).

- Tú…

Zip le dio un puñetazo en la cabeza al hombre de metal número 1. Este contratacó con una buena patada en el pecho. Lo mando volando hacia donde estaba el televisor. Lo destrozó. El hombre de metal número 1 caminó hacia donde estaba Alejandra. Sus pasos eran un poquito más erráticos, no había esa confianza en su caminar como hace unos minutos. La bala si lo había herido.

 “A estos seres podemos matarlos”, pensó Alejandra aliviada.

Alejandra notó algo más en la armadura del hombre de metal número 1. Tenía aberturas en los hombros y las rodillas. Alejandra puso el ojo en esos pequeños agujeros y disparó. Le dio en la rodilla derecha. El disparo hizo que el hombre de metal número 1 cayera al suelo. Gruñó de dolor. La rodilla izquierda era tan fuerte como para mantener su peso. Se levantó. Eso no fue impedimento alguno para Alejandra. Disparó en la otra rodilla y el hombre de Metal se desplomó en el suelo.

La sensación de seguridad que tenía desapareció de inmediato. Los brazos del hombre de metal eran tan largos que consiguieron agarrar los hombros a Alejandra, e impedir que moviera los brazos.

- Comenzaré por tus malditos hombros, perra.

Zip le golpeó en la cabeza con el televisor atravesándolo por completo, creando el programa número uno de la televisión nacional: “El despiadado hombre de la armadura”. Alejandra disparó en la cara del hombre de la armadura número 1 destruyendo el vidrio de su casco. La joven estudiante gritó al ver al monstruo que tenia al frente. Era un reptil escamoso, de ojos amarillos y enorme hocico. El lagarto humanoide abrió la boca revelando una gama de dientes afilados y una lengua retráctil.

Alejandra disparó en el centro de su boca matándolo de inmediato.  

El cadáver del hombre de la armadura número 1 se desmoronó en el suelo. Alejandra le dio una patada en la cara para asegurarse que estaba muerto. El hombre de metal número 2 estaba luchando contra Zop, mejor dicho, le estaba dando la paliza de su vida. Le arrancó todos los miembros de su cuerpo hasta dejar el tronco. Esta vez los arrojó hacia distintas direcciones.

Zip intentó ayudarlo, pero solo consiguió que lo partieran en dos.

Sandra terminó de dibujar unos extraños símbolos en la pared, los roció con lo que quedaba de un liquido morada. Abrió un libro forrado en piel y lo leyó en voz alta, en un idioma desconocido para Alejandra.

El hombre de metal número 2 vio el cadáver de su amigo y decidió mandar al diablo la misión. Mataría a la joven del cabello corto y uniforme sucio. Alejandra le dio dos disparos en los hombros impidiéndole mover los brazos. Esto no lo detuvo, bajó la cabeza con la intención de darle un cabezazo.

Alejandra consiguió esquivarlo. El golpe hizo un enorme agujero en la pared. El hombre de metal número 2 se quedó atorado ahí. Alejandra intentó disparar, pero se quedó sin balas. El hombre de metal sacó su cabeza raudo y volvió a enfocarse en Alejandra, que estaba en el suelo.

Levantó su pie para pisarla. Con su fuerza esos pisotones bastarían para destrozar su cuerpo. Alejandra giró un par de veces para esquivar los pisotones. Estaba en peligro, sentía que sus oportunidades de sobrevivir se reducían drásticamente.

Zip y Zop vieron como podían ayudar. El brazo de Zop era el que estaba más cerca de la bolsa de armas. Tomó cualquiera y la arrojó a su otro brazo, que estaba más cerca de Alejandra. Zip tomó unos zapatos y los arrojó al hombre de metal. Estos cayeron en su cabeza. El hombre de metal volteó para ver el responsable.

El brazo de Zop le entregó el arma a Alejandra. Ella le disparó en la cara dos veces. La primera para destruir el vidrio de su casco y la segunda para destrozarle la cara.

La buena noticia era que el hombre cayó muerte.

La mala noticia era que cayó encima de Alejandra.

Ella sintió el poderoso impacto de ese monstruo metálico en su cuerpo. Ella intentó quitarlo de encima, pero pesaba demasiado. Zip consiguió unir su cuerpo. Ayudó a Alejandra a salir de esa bestia. Apenas salió una luz morada la encegueció. Frente a ella había una puerta morada brillante.

- Listo. La puerta esta abierta. Tenemos que irnos.

Sandra agarró a Alejandra de la muñeca y la llevó hasta la puerta. Alejandra consiguió liberarse. Sandra no estaba usando toda su fuerza. Alejandra apretó el arma, esperando que Sandra hiciera algún movimiento brusco.

- Ya te lo dije. No pienso ir contigo a ningún lado.

- Pero…- Sandra se quedó callada unos segundos. Suspiró- esta bien.

Había cierto resentimiento en sus palabras. Esto ofendió a Alejandra, quería darle una patada, pero se contuvo. Solo quería que todo esto acabara.

Sandra se metió dentro del portal. Era como entrar en un mar vertical de gelatina de uva aguada. Sacó la cabeza haciendo asustar a Alejandra.

- Casi lo olvido. ¡MUCACHOS! La bolsa.

Zip tomó la pesada bolsa con las armas y la arrojó. La pesada bolsa golpeó a Alejandra en el pecho haciéndola retroceder. Se resbaló e ingresó al portal. Sandra no sabia que decir al respecto.

- Gracias, muchachos.

Sandra se sintió aliviada. Su plan era esperar a que Alejandra bajara la guardia para poder jalarla. Metió la cabeza dentro del portal.

El portal se cerró y desapareció. 

domingo, 22 de agosto de 2021

El mordaz cadaver de Armando Joy Capitulo 3


 

Alejandro no se mostró impresionado ante lo que Verónica acababa de decirle. Tal vez por la idea de la muerte que lo asechaba y la encontraba más atractiva con el avanzar de los metros en esa carretera oscura. Alejandro se sentía vacío. Había matado a su padre, crimen que estuvo planeando por años. Alejandro pensaba que ese asesinato lo liberaría, pero no fue así.

Al principio si lo veía como algo grandioso. Se imaginaba a su padre degollado con orgullo. Por fin se había desecho de ese desgraciado. Solo un día después y ese sentimiento dio un giro de 180 grados. Se cuestionó su decisión y la crudeza de la misma hasta que llegó a la conclusión de que todo había sido en vano. No se sentía mejor. Se sentía peor. La paranoia, la culpa y el miedo llegaron con unos enormes maletines de metal dispuestos a mudarse en su cabeza y quedarse ahí por un buen tiempo.

Alejandro tenía miedo de la policía, de las sospechas de otros miembros de su familia. No podía dormir. No quería comer (cualquier cosa con carne le provocaba nauseas). Alejandro quería morir. Cuando estaba viajando solo, antes del repentino cambio de planes, no iba a la frontera. Buscaba el lugar más alejado del país para poder suicidarse.

Alejandro comenzó a reírse de forma triste.

- Esta bien. Vamos al maldito funeral para que mates a alguien. Te sugiero que mates a mi hermana Karen. Ella me odia casi tanto como yo la odio. Aunque en lo que a mi concierne puedes matar a cualquiera. Me da lo mismo.

Verónica solo se limitaba a escuchar.

- Y luego puedes matarme. De todas maneras, iba a hacerlo yo mismo. Espero que tengas la misma sangre fría que yo para matar. Te advierto que mi hermana es cinturón negro de karate.

- ¿Entonces no pensabas huir para escapar de tu crimen? Solo estabas buscando un lugar para suicidarte.

Alejandro asintió con la cabeza. Verónica se dio varias palmadas en la cara. Alejandro se preguntó si eso era un tic nervioso que hacía cada cierto tiempo. Si ese era el caso le hubiera gustado verla golpearse la cabeza más seguido.

- ¿Me estás diciendo que he tratado de limpiar tu nombre para nada?- preguntó Verónica Mosqueda.

- ¿Qué dices?

Verónica se quedó viendo la escena del crimen por unos largos minutos una vez Alejandro se hubo ido. Llegó a la conclusión de que estaba muy mal hecha. Ella trabajaba como limpiadora de casas. Sabia detectar las manchas y sabia el producto adecuado para limpiarla. Alejando había dejado huellas por todas partes. Verónica había planificado una venganza y para que funcionase Alejandro tenía que ser feliz para que fuera más placentero arrancarle la vida.

Limpió el sótano lo suficiente como para que no hubiera rastros de Alejandro, pero no tanto como para generar sospechas en la policía. Al día siguiente Verónica trajo una cangurera que eliminaría a Alejandro Joy de la lista de sospechosos. Había varios frasquitos de plástico con muestras de saliva, sangre y semen. Pertenecían a Agustín Rojas, un empresario pesquero que vivía cerca de la casa de playa de Armando Joy. Verónica, usando una peluca, lentes de contacto y una nariz falsa, lo enamoró y masturbó. Verónica agradeció las pesas que le regaló su mamá por navidad. Agustín Rojas tenía disfunción eréctil.

Con un hisopo dejó saliva en la boca, sangre en la cara y semen en el pecho. Verónica se imaginó a Agustín Rojas eyaculando en el pecho de Armando Joy como si fuera el cañón de un tanque. Luego recordó que Agustín usaba dos enormes muletas gracias a un accidente de auto. Limpió el pecho de Armando Joy y echó el resto del semen en los pies.

Las pruebas fueron puestas.

- Ya no eres culpable de la muerte de tu padre. He planteado pruebas que limpiaran tu nombre, al menos ante los ojos de la policía. Desde una perspectiva moral no es mi problema.

Armando estaba asombrado ante esta chica. Pasó del odio al miedo a la admiración en unas cuantas horas.

- Ahora que lo pienso lo que acabo de hacer no garantiza que no puedan encontrar algo tuyo ahí. Hice todo lo posible para evitar dejar huellas, pero eso no quiere decir que no pudiera cometer error. Al fin y al cabo, soy humana- comentó Verónica. Le tomó dos días hacerlo y eso la llenó de satisfacción.

Mientras Verónica limpiaba la escena del crimen (era un desastre. Habían huellas y pelos por todas partes) miraba el cadáver de Armando Joy con mucha alegría. Ante sus ojos había una pieza de arte frente a ella, una obraba artística que blasfemaba la crucifixión de Jesucristo.

Verónica se dijo a si misma que en su vida sería capaz de hacer algo parecido. Prefería los asesinatos rápidos (se hubiera asimilado si su víctima se hubiera puesto a llorar).

- Gracias.-Alejando le agradeció de forma sincera.

Verónica pensó que su arduo trabajo de limpieza no hubiera sido tan útil como lo había pensado en un inicio. Puede que los investigadores peruanos hayan conseguido un poco de esa tecnología futurista de las series de televisión para encontrar más fácilmente a los culpables de crímenes tan grotescos como este.

- Tarde o temprano te encontraran. Lo siento.- comentó Verónica.

- Lo sé. Una vez este lejos de aquí no importará- respondió Alejandro. Sonrió-. Gracias.

Esto la hizo enojar. Le había dicho hace menos de cinco minutos que pensaba matarlo a él y a un miembro de su familia. ¿Por qué carajos estaba tan calmado?

Verónica apretó con fuerza el volante, como si fuera el peor juguete anti estrés del planeta. No chillaba y era demasiado duro.

- Déjame decirte una cosa. No he hecho anda de esto porque me importes o porque seamos amigos. Lo he hecho porque TÚ formas parte de mi venganza. Quiero que sufras. Quiero que mueras. Voy a matarme apenas hayas visto a una persona que ames morir. Quiero que pienses que todo esto ha sido culpa tuya por estar metiendo las narices donde no te llaman, ¿Has entendido?

Verónica pisó el acelerador y el auto fue cada vez más rápido, pero sin llegar a una velocidad peligrosa. Verónica se mantenía en control. Alejandro ni se inmutó. Hace media hora le hubiera dicho que condujera con más cuidado porque a este paso en lugar de ir al funeral de su padre terminaran yendo al suyo. Pero ahora todo le daba igual.

- Lo sé y siento haberte jodido la venganza. A veces las agendas se juntan y una parte siempre termina perjudicada.- dijo Alejandro con un tono seco.

Verónica se rio con una leve carcajada ante esa muestra de humor seco.

- Desde que maté a mi padre me siento vacío.- contó Alejandro.

Verónica se mordió el labio hasta dejar una marca. Ella no tenía un título en psicología, ni siquiera había pisado una universidad. Solo tenía un diploma en secretariado que dejó de usar cuando descubrió que ganaba más limpiando casas a los ricos. No tenía ninguna autoridad para ayudarlo darle algún consejo psicológico.

Otra vez su cabeza le preguntó:

“¿Por qué te importa cómo se siente ese muchacho? Solo hazlo callar y asunto arreglado.”

Verónica no quería mandarlo a callar. La carretera estaba vacía, los únicos que parecían estar vivos eran las dos personas que viajaban en ese viejo auto blanco. Verónica amaba el silencio y el dejar fluir sus pensamientos (una de las ventajas de trabajar limpiando casas). Pero ahora mismo sus pensamientos estaban tan conflictuados que no quería escucharlos:

¿Puedes matar a una persona?

¿Quieres matar a una persona?  

¿Esto te llevará a alguna parte?

Preguntas diferentes y variaciones de la misma pregunta atormentaban a Alejandra como si de un enjambre de mosquitos se tratasen. Prefería que Alejandro hablase. Hubiera preferido un millón de veces que Alejandro hablase de otra cosa, pero no parecía una opción.

Una ráfaga de viento caló la piel de Alejandro. Se frotó los brazos helados con la intención de darse calor, pero era inútil. Sus manos también estaban heladas. Alejandro odió es maldita ventana abierta, casi tanto como a su padre. La condenada ventana no se podía cerrar. Estaba atascada. Alejandro se encontraba a merced del viento. Intentó consolarse pensando que solo serían por unas horas más, después todo habría terminado.

Verónica tomó una decisión. Deseó no arrepentirse de la misma. Una de las cosas que ambos tenían en común, además de un insaciable deseo de venganza, era que ambos tenían una larga lista de malas decisiones. En cualquier otra situación Alejandro y Verónica estarían sentados en una mesa de un Starbucks bebiendo unos capuchinos y charlando sobre los libros de Armando Joy y sus terribles decisiones.

- Si quieres puedes pasarte al asiento del copiloto.- le ofreció Verónica.

- ¿De veras?- preguntó Alejandro escéptico.

Verónica asintió y Alejandro se pasó al asiento del copiloto. Hacia menos frio que en el asiento trasero. Solo faltaba la cobija que estaba en el portaequipaje. Con ella sí que podría sobrevivir.

- Si te pasas de vivo regresaras al asiento trasero. No me importa si te enfermas y te mueres.

- No querrás matar a una persona con gripe, ¿O sí?

Ambos rieron momentáneamente. Ahora que Alejandro se sentía mejor siguieron hablando:

- Desde que maté a mi padre me he sentido vacío. Esperaba lo contrario. Pensaba que al cumplir con mi venganza por fin iba a empezar a vivir. Comenzar desde cero. Pero no fue así. Ahora ya nada me importa, puedes matarme aquí mismo o en el funeral de mi padre si lo deseas.

- No te atrevas a joderme el plan. Ya lo hiciste una vez y no quiero que vuelva a pasar.- se quejó Verónica muy irritada.

Alejandro se acomodó en el asiento delantero. No había tanto espacio, en comparación con los asientos traseros, pero era más cálido. Este tipo de experiencias le enseñan a uno que no siempre puede obtener lo que quiere.  

- Discúlpame. No pienso arruinar tu venganza. Mi filosofía es que todos debemos tener el derecho de dejar salir nuestros deseos más profundos, por muy oscuros que sean. Suele ser un buen catalizador, aunque no muy eficiente- Alejandro se rio con humor-. En mi caso no funcionó. Pero puede ayudarte a ti. ¿Puedo hacerte una pregunta?

- Dispara.

Alejandro formó un arma con sus dedos y tocó la cabeza de Verónica. Hizo un pequeño siseo con boca, como un gato, y dijo: “BANG”. Verónica ni se inmutó. Conservaba el arma en su regazo y no tenía ningún problema en utilizarla.

- ¿Por qué asumes que quiero mucho a mi familia?

Verónica no respondió, solo se limitó a conducir.

- Odio a todos los miembros de mi familia, y te aseguro que el sentimiento es mutuo. Cuando llegue al funeral todos van a estar con cara de: “Ya llegó ese imbécil a arruinar la reunión”. No me importa a quien mates no me va a afectar en lo más mínimo.

Alejandro esbozó una sonrisa exagerada. A Verónica le recordaba a un personaje de un dibujo animado que había conseguido todo lo que quería y era feliz.

- ¿No querrás verme morir con esta cara?

- El plan se queda.- dijo Verónica por fin. En el fondo estaba frustrada. Odiaba que Alejandro le encontrara fisuras a su plan. Ella quería que todo saliera de acuerdo a lo planeado.

- Esta bien, si así lo deseas. Sin querer queriendo te corté la satisfacción de verme sufriendo- Alejandro guardó silencio por unos segundos-. ¿Qué te parece si le hacemos una pequeña modificación?

Verónica siguió conduciendo, pero no miraba a la carretera, no había ningún auto al frente así que no importaba. Podía conducir con los pies y nadie le diría nada.

- ¿Qué quieres decir? ¿Qué modificaciones?

Alejandro le contó acerca de los pequeños ajustes al plan de Verónica. En lugar de matar a una persona, entre los dos se encargarían de eliminar a toda alma viviente de la casa. Ambos sentirían la enorme satisfacción de haber acabado con todos los miembros de la familia Joy. Cuando todos estuvieran muertos Verónica llevaría a Alejandro a un desierto muy lejano y le pegaría un tiro en la cabeza. Los deseos de morir de Alejandro seguían ahí.

Verónica miraba a Alejandro con suspicacia. Su plan era demasiado cruel y cada una de sus palabras las decía con tanto veneno.

- ¿De dónde ha salido un muchacho tan malvado?- preguntó con una expresión seductora.

El rostro de Alejandro estaba cubierto por la oscuridad de la noche, su cabello formaba dos cuernos satánicos. Este se acercó a Verónica, no llevaba cinturón de seguridad. Verónica sintió cosquillas en la oreja cuando Alejandro le susurró unas palabras al oído.

- Es que soy hijo de mi padre.

Verónica lo tenía muy cerca. Alejandro era muy parecido a Armando Joy. Mismo cabello rebelde, mismos ojos negros, misma nariz chata. Las únicas diferencias eran que Alejandro era mucho más joven y guapo y que sus labios eran mucho más gruesos (se lo debió haber heredado de su madre).

Al día siguiente, apenas el primer rayo de sol acarició la piel de Verónica ella despertó y pisó el acelerador haciendo que Alejandro se caiga de su asiento. Había amanecido, el sol había salido y varios autos se hicieron visibles. Verónica extrañaba la soledad de la carretera. Llegaron al pueblo de “San Pablo”, lugar de nacimiento del famoso autor de horror Armando Joy y lugar donde se va a celebrar su funeral.

Verónica no quería llegar tarde.

Mientras manejaba una interrogante pasó por su cabeza.

- ¿Cómo piensas matarlos? La única que tiene un arma aquí soy yo.

- Esa pistola es mía.- le recordó Alejandro.

- No pienso devolvértela si eso piensas decir.

- No me importa, quédatela si quieres. En el maletero tengo una pistola de clavos. Con eso me basta. Le dará mucho estilo a la matanza.  

- Un asesino con pistola de clavos. No está nada mal. Muy original.

- No realmente. Hubo un asesino en Estados Unidos durante los 70 que mataba a sus victimas con una pistola de clavos.

- Muy original en este país.

- Eso sí.

Les tomó casi cinco horas en llegar al pueblo de “San Pablo”, cuyas casas estaban hechas de piedra y a la carretera le faltaba un tramo para estar completa. No había cambiado nada ante los ojos de Alejandro, quien lo visitó por ultima vez hace más de 10 años. Alejandro conocía la dirección de la casa de su abuela y la iglesia. Enormes posibilidades de que estén ahí.

La iglesia estaba cerrada.

Fueron a la casa de la abuela. Ambos estaban tan ansiosos como emocionados por la muerte y miseria que estaban apunto de ocasionar. Se estacionaron y bajaron. El camino estaba repleto de piedras así que tuvieron que caminar con cuidado.

Las sonrisas se borraron cuando vieron a la policía. 

 - ¿Qué mierda acaba de pasar aquí?- preguntó Verónica.

La calle estaba repleta de policías y una ambulancia. Los paramédicos y los policías salían de la modesta vivienda levantando cuerpos que tenían el rostro descubiertos. Varios vecinos curiosos esperaban más información. Alejandro se acercó nervioso al policía. Era un hombre de su misma estatura y con poco cabello. Desde atrás se le podía ver los rastros de la calvicie.

- Disculpe. ¿Qué ha pasado?

- Recién estamos empezando con las investigaciones, pero déjeme decirle una cosa. Lo que pasó ahí dentro fue una autentica masacre.

Alejandro se quedó boquiabierto. Alguien se les había adelantado, ¿Pero ¿quién?

Alejandro regresó al lado de Verónica solo para recibir una bofetada en la cabeza. Estaba furiosa.

- Has vuelto a arruinar mi venganza.